El Toreo de Cuatro Caminos |
El semanario El Redondel del 24 de diciembre de 1961 recogía en una breve nota que Paco Camino se concentraría en la ganadería de La Punta para prepararse para sus inminentes compromisos, sobre todo, porque llegó a México con la mano derecha enyesada, como resultado de una lesión que sufrió en Lima y de la que manifestó encontrarse ya restablecido. Intuyo aquí la mano del incombustible negociador, don José C. Madrazo, que, honrando la amistad que siempre le unió con el doctor Gaona, le facilitó al eje de su temporada cuatrocaminera el lugar para aclimatarse a la altura y al toro mexicano.
Ya comenté el pasado domingo el resultado poco halagüeño de la corrida de presentación del que al paso de los años sería llamado El Niño Sabio de Camas, pero también apuntaba que el siguiente domingo, el 7 de enero de ese 1962, tendría ocasión de hacer su declaración de intenciones en ruedos de México. El cartel se formaría con toros de Tequisquiapan, propiedad en esos días de don Fernando de la Mora Madaleno, para ser lidiados por Manuel Capetillo, Paco Camino y Felipe Rosas.
Paco Camino y Papelero de Tequisquiapan
Paco Camino fue duramente tratado por la prensa taurina antes y después de su primera actuación en El Toreo. Improvisado fue lo menos que le llamó don Alfonso de Icaza, partiendo del hecho de su juventud y sin reparar en el hecho de que el encierro que se lidió el primer día del año 62 fue malo, tuvo por ratificada su aseveración previa. Por su parte, Carlos León lo calificó de ratonero. Duros juicios que ponían cuesta arriba esta segunda tarde de Camino ante la afición mexicana.
El quinto toro de esa tarde del 7 de enero del 62 se llamó Papelero y formó parte de un lote que, en el balance final de Ojo, junto con el sexto, salvó casi in extremis una tarde que parecía irse al garete. De la actuación de Paco Camino, el citado cronista de El Redondel, en su edición del mismo día de la corrida, escribió lo siguiente:
Paco Camino brinda a los tendidos y después de hacerse de su enemigo da dos trincherazos que le son festejados por el público. El toro acude a donde lo llaman y Camino da un natural sin aguante y tres más positivamente superiores que arrancan la primera ovación de la tarde. Sigue toreando con la izquierda, a ratos con verdadero primor y cuando remata con el de pecho vuelve la gente a entusiasmarse.
Cuatro magníficos derechazos. Ovacionaza, y como el toro es que ni de encargo, y el torero está de vena, vemos una faena completísima en la que tan pronto corre la mano con absoluta limpieza, como se adorna de mil maneras. El público está loco de entusiasmo y ya desde este momento hay quien pida la oreja para el niño sevillano, que trata de entrar a matar, pero desiste de ello, para recurrir a los pases lasernistas. El noble burel echa la cabeza al suelo y ello dificulta que Camino entre a herir. Lo hace a toro humillado y deja media estocada tendida, después de la cual arman los peones un herradero de los mil demonios. El bicho tose, se le llena la boca de sangre, y dobla, al fin y al cabo, escuchando su matador una ovación clamorosa, con petición unánime de oreja, en medio de dianas, vueltas al ruedo y demás manifestaciones. La autoridad concede un solo apéndice, pero hay protestas y se le entregan las dos, prolongándose los aplausos unos minutos durante los cuales Paco Camino recorre varias veces el ruedo.
Tardadito, pero buena paga, que decimos los mexicanos…
Al final, don Alfonso de Icaza acabó por rendir la plaza, a regañadientes quizás, pero reconoció que en Paco Camino había un torero que torea de muleta con calidad, con limpieza y que tiene la gracia para adornarse cuando las circunstancias así lo permiten. Y lo más interesante, no cuestiona las dos orejas que, a petición de la concurrencia, le fueron concedidas para pasear en vueltas triunfales.
Por su parte, el cronista de la Agencia France Presse – presumiblemente Don Neto – en la edición del diario El Informador, de la ciudad de Guadalajara, del día siguiente al de la corrida, resume así lo sucedido:
...Paco Camino fue el triunfador, dejando excelente sabor de boca en los aficionados por la grandiosa faena que realizó con el toro jugado en el lugar de honor. En su primero estuvo empeñoso y valiente, matando de gran estocada, pero a su segundo se lo pasó de muleta y tras de brindar al público, inició una suave faena en el centro del redondel, derechazos y naturales con arte soberano; muletazos de la firma y de trincherilla y pases de pecho, para entrar a matar con el toro humillado, cobrando una estocada ligeramente contraria que fue suficiente, cortando las dos orejas y dando varias vueltas al ruedo...
Días después, el 18 de enero, en el número correspondiente del semanario madrileño El Ruedo, el corresponsal Juan de Dios, escribió:
Pero mientras estamos pensando en todo esto ha salido «Papelero», el quinto de la tarde, y tras unos capotazos de tanteo y. un buen par de «Michelín» nos llama la atención que Paco se vaya al centro del anillo y brinde al entendido público mejicano. ¿Qué ha visto «er niño» en «Papelero» para brindar su muerte a los tendidos? ¡Expectación! ¿Qué va a ocurrir? ¿Será una falsa alarma? ¿O una andanada de falsas alharacas?
Pronto se descifra el enigma cuando Paco cita de lejos a «Papelero» y le da tres trincherazos majestuosos, llenos de gracia, de filigrana, de plasticidad, de armonía, que convierten a los tendidos en un verdadero manicomio. ¡Tres estruendosos olés acompañan los tres pases, y ya con la seguridad de que estamos ante un artista poco común, nos entregamos ante el arte deslumbrador del de Camas y acompañamos con nuestro entusiasmo toda la extraordinaria, maravillosa y torerísima faena que Paco va cuajando en esta fecha memorable del primer domingo del año sesenta y dos!
¡Ese es mi niño! Y Paco, con el rostro serio – por la seriedad que el momento sublime requiere –, se planta en los medios, cita de lejos – ¡con la franela en la izquierda! – cita y llama a su toro – ¡toro, torito bravo! –, y «Papelero», como entendiendo el lenguaje del niño de Camas, se arranca de largo, viene hacia el torero y este lo aguanta con un giro de la muñeca, embebiendo al noble animal en los vuelos de la muleta, avanzando cadenciosamente la tela para que, en un mimo doble, ni el trapo se sienta dañado por los afilados pitones de «Papelero», ni este se sienta defraudado en la distancia justa que el matador debe poner entre la muleta y él...
Con majestad y señorío modela cuatro naturales que son un prodigio de bien torear. Fuerza un pase de pecho y él «respetable» ya no sabe qué hacer. Las gargantas han enronquecido y ¡hay hasta quien llora de emoción! Es ¡el delirio! ¡La locura general! Y Paquito engarza otra serie de naturales, en donde el colorido, la majeza, el sentimiento, el ¡cante hondo por soleares! se conjuntan para crear una faena transparente, luminosa, a cuya luz se ve el embrujo y el duende sevillano.
Continúa Paco toreando, para más tarde adornarse, sin que el público le deje entrar a matar - ¡quiere seguir deleitándose con el arte soberano del andaluz! -. A nuestro juicio, esto le perjudica, pues el toro se pone difícil, baja la cabeza y, cuando Paquito inicia bien el viaje, el toro hace un extraño y el volapié no tiene la apoteosis de la estocada bien señalada. Sin estar mal situada, la encontramos un poco tendida.
Pero el público no quiere saber nada de esto, el toro cae y el blanco de los tendidos obliga al juez de plaza a otorgar las orejas. El juez se nace el remolón y concede una, pero los aficionados vuelven a la carga y hasta que no aparece el pañuelo en señal de concesión de la segunda no cesan los gritos y la cerrada ovación. Otras dos vueltas al ruedo – una de ellas con un sombrero charro – y ahí está el refrendo del público mejicano, de la gran calidad del torero de Camas...
Con estas tres versiones que pude encontrar, puedo afirmar que hay unanimidad en cuanto al triunfo de Paco Camino y al convencimiento de la afición capitalina acerca de sus posibilidades.
El resto del festejo
Manuel Capetillo tuvo una tarde complicada, pues, aunque fue respetuosamente silenciado en el que abrió plaza, en el segundo de su lote se la pasó entre dudas, las que trascendieron al tendido, lo que le concedió una ruidosa rechifla como final de su actuación. Por su parte Felipe Rosas le cortó la oreja al sexto, Bandolero, el otro toro potable del encierro, pero pasó algún momento de apuro al pasarlo de muleta, evitándole un percance mayor el oportuno quite de su banderillero David Siqueiros Tabaquito.
La repercusión de esta tarde
Esta corrida, como todas las de la temporada, eran transmitidas por la televisión abierta, así que a más de los 23,000 espectadores que podían ver el festejo en las localidades de la plaza, había un número más o menos indeterminado que lo apreciaba en la comodidad de su domicilio en la pantalla de la televisión.
Esas retransmisiones replicaron con creces el interés de conocer tanto a Paco Camino como a los demás toreros hispanos que fueron parte del derecho de apartado de esa temporada y de los cuales, algunos, aparte de Camino, llegaron a convertirse en verdaderos ídolos de la afición mexicana.
Los toreros que se importaron para alternar con nuestras figuras no eran conocidos más que por la prensa escrita y quizás por algún noticiero de televisión o cinematográfico. La apuesta de traerlos a México para presentarlos a la afición y hacer que entraran en su gusto era de gran riesgo, pero al final de cuentas redituó, pues se les combinó imaginativamente con los toreros mexicanos de la primera fila y la afición acudió a las taquillas para llenar las plazas y, además, como lo comenté antes, tenía el incentivo de la televisión abierta.
Eran otros modos de hacer las cosas, pero de lo que la historia nos deja como evidencia, parece que funcionaban. ¿Por qué no intentar volver sobre ellos en estos tiempos que corren?
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