domingo, 26 de abril de 2020

Hoy hace 75 años: Silverio se presenta en España como matador de toros

Silverio y España

Silverio Pérez visto por Carlos Ruano Llopis
Silverio Pérez fue uno de los toreros perjudicados por el llamado Boicot del Miedo y la Guerra Civil española. Habiéndose presentado en Madrid al final de septiembre de 1935 como novillero, todo estaba dispuesto, seguramente, para que recibiera la alternativa al final de la campaña siguiente, sin embargo, las cosas se torcieron para la fiesta en España y al final quien unos años después sería El Faraón de Texcoco tendría que esperar hasta 1938 para recibir la borla e iniciar su camino hacia la inmortalidad.

Ya matador de toros, la conseja popular es que no quiso o no pudo en los ruedos hispanos. Sin embargo, durante la temporada de 1945 tuvo 13 actuaciones en plazas de importancia en aquellas tierras. Después de torear una corrida en Gijón y tras de la modificación del encierro que lidiaría en la corrida de su confirmación en Madrid, decidió dar por terminada su temporada allá. 

Se atribuye eso al miedo silveriano. Sin embargo, mi teoría personal se apoya en dos vertientes. La primera es que Silverio Pérez es quizás uno de los primeros toreros mexicanos que se dio a valer ante el establishment taurino español y que ante los cambios injustificados de condiciones e imposiciones indebidas, simplemente decidió rescindir sus contratos y volver. 

La segunda es de un orden más humano y artístico. En 1947 Armillita le decía al Tío Carlos que a él le acomodaba más la temporada española porque allá se toreaba a diario. Que el torear cada ocho días como se hacía aquí, le quitaba afición y facultades al torero. Para un torero apolíneo como él, esa línea de razonamiento es perfectamente entendible, entre más tiempo se esté delante de la cara del toro, mejor para el desarrollo de su arte. 

Pero un torero dionisiaco como Silverio, que hace residir su tauromaquia fundamentalmente y de un modo intenso, en el sentimiento, necesita de espacios de reflexión, de reposo, que le permitan alimentar el espíritu y de esa manera seguir avanzando por las veredas del arte. Entonces, una campaña como la española, en la que desde el final de la primavera y hasta el principio del otoño, se puede estar toreando casi todos los días, un torero de esta cuerda puede ser materialmente reventado si no se le sabe llevar y eso es lo que a mí me parece que se quiso hacer con Silverio y por eso es que compró su pasaje de regreso. Pero insisto, esta teoría es mía y me responsabilizo de ella.

Barcelona 26 de abril de 1945

Para el jueves 26 de abril de 1946, don Pedro Balañá Espinós anunció la presentación en ruedos hispanos del Faraón de Texcoco. No está de más recordar que Barcelona, tradicionalmente, fue el puerto de entrada de la torería mexicana a las plazas de España. Es mítico ese muro del despacho de don Pedro, en el que tenía colocadas fotografías de casi todos los toreros de México que había puesto a torear en sus plazas y que entre 1909 y 1975, 18 toreros mexicanos recibieron la alternativa allí. A Silverio le acompañarían en el cartel Aurelio Puchol Morenito de Valencia y el madrileño Manolo Escudero, quienes en principio lidiarían un encierro salmantino de Benito Martín, antes Terrones.

¿Qué sucedió esa tarde? La crónica de Eduardo Palacio, aparecida en el diario La Vanguardia de Barcelona del día siguiente del festejo, entre otras cosas nos dice esto:
A no hallarse esta pluma tan convencida como lo está, de su modestia, hubiese sentido algo así como ligero remusgo de engreimiento, al ver que lo que ella predijo va a hacer diez años en «ABC», de Madrid, ha tenido plena confirmación. Porque el mejicano Silverio Pérez, que en tal plaza, sólo toreó una corrida, el 26 de septiembre de 1935, novillada concurso en la que disputóse un toro de oro modelado por Benlliure que ganó la res de Coquilla, mostró entonces una facilidad y un arte manejando la muleta, que tres años más tarde, el 38, le hizo ser la más destacada figura de su país. Y qué su fuerte es la muleta lo afirmó ayer en esta su segunda presentación en Barcelona. Digo segunda, porque como novillero lo había hecho ya en 1935, toreando los días 8 y 23 del aludido septiembre. 
Hizo el paseo montera en mano saludándosele con grandes aplausos que le obligaron a salir a los medios, a los que sacó a sus dos compañeros de terna. Su primer enemigo, de Marzal, pues el Terrones se devolvió a los corrales, era un bicho flacón y mansote cuya muerte brindó al público, haciendo una faena amenizada por la música, muy artística, dominadora y revelando que el «Faraón de Texcoco» como le apoda la «afición» de su país, es mucha, muchísima «gente» con la franela. Un pinchazo y una estocada en las agujas concluyeron con la res, a la que se silbó en el arrastre, mientras su matador daba la vuelta al ruedo y salía, a los medios entre una ovación de bienvenida cariñosa. Su segundo toro, grande y manso, salió suelto de las varas correteando miedoso en todas direcciones. Silverio Pérez brindó a su competidor de novillero Carlos Arruza — a quien la multitud saludó con grandes aplausos —, y enjaretó una faena que careció de ligazón a causa del fuerte viento que reinaba. No obstante, su dominio con ella quedó de nuevo bien patente. Despenó al Terrones de un pinchazo sin soltar el acero y un volapié de través, y los aplausos obligáronle a salir al tercio a saludar...”
Como podemos apreciar, entre los elementos y los toros, la tarde no se prestó para que Silverio pudiera desplegar toda la magia de su toreo, sin embargo pudo demostrar a la afición catalana la calidad de su trazo y la afición que le permitía poder con los toros y definitivamente gustó a la afición barcelonesa, que le recordó, de sus anteriores presentaciones novilleriles, debidamente apuntadas por el cronista. Puede afirmarse que tuvo, una buena tarde, aún sin redondear un triunfo.

La presencia de México

Manolo Escudero cortó la única oreja de la tarde. Reaparecía después de una muy grave cornada que recibió en San Sebastián el 21 de agosto del año anterior, al hacer un quite al torero potosino Gregorio García. De la misma crónica, extraigo lo que sigue:
Y voy a lo grande de la corrida de ayer, que estuvo a cargo del madrileño Manolo Escudero; pero antes, recordaré, unos breves datos: Toreando la pasada temporada la «Semana grande» de San Sebastián, exactamente el 21 de agosto, Escudero sufrió una tremenda cornada que le dejó cuatro meses en lucha con la muerte que, por fortuna, fue derrotada. El percance no tuvo por móvil ni un descuido ni un desplante; fue algo más digno, más hermoso, más caballeresco, más español en suma. Un toro había derribado a un espada mejicano, Gregorio García, y lo tenía en el suelo a su merced. Las astas iban a prender al caído sin defensa, y Escudero se metió con su capote y su cuerpo entre ellas y el inerme, y se llevó majamente al toro a costa de una gravísima cornada. A la enfermería no fue el mejicano; el madrileño empezó en ella una lucha en defensa de la vida, encomendándose a la Virgen de la Paloma, cuya imagen, rutilante de oro y pedrería, campeaba ayer en la espalda de su capote de paseo... 
Ahora permítame usted. Manuel Escudero, que yo le envíe un abrazo de gratitud en nombre del diestro mejicano Gregorio García, como recuerdo en esta su primera salida vestido de luces, de aquella tarde del 21 de agosto pasado, en la «Semana grande», de San Sebastián...
Esa tarde del 21 de agosto de 1944 toreaban en San Sebastián una corrida concurso toros de Domecq, Félix Moreno, Antonio Pérez, Galache, Tassara y Atanasio Fernández, Manuel Álvarez Andaluz, Manolo Escudero y Gregorio García

Manolo Escudero, en entrevista concedida a quien firmó como A.R.A. en el número de El Ruedo, fechado el 6 de septiembre de 1944, describe como ocurrió el percance:
«... ¿Cómo fue la cogida?
- Una cogida tonta. Era el último toro de la tarde y Gregorio García prendía el último par de banderillas, Yo iba andando hacia la barrera para abandonar el ruedo, cuando vi al mejicano que caía y abrí el capote para hacer el quite. El toro se arrancó ciego, le atropelló y se me echó encima. Me enganchó y sentí perfectamente que me pegaba la cornada en el pecho. Me tuvo prendido unos instantes, durante los cuales no sólo sentí un dolor terrible, sino que me di cuenta de cómo se desgarraba la carne. Pensé que me había matado y ya no pude levantarme...»
El parte médico de la cornada fue el siguiente:
«Durante la lidia del sexto toro ha ingresado el diestro Manolo Escudero, que presenta herida penetrante en el pulmón, por la región axilar izquierda, con rotura de costillas y fuerte conmoción. Pronóstico, muy grave. El torero, al ingresar a la enfermería, fue asistido por los doctores Urbina y Garmendia. Sufrió un fuerte colapso, que inquietó a los facultativos, así como la gran pérdida de sangre. La primera impresión era de que el diestro sufría una cogida de las que pueden hacer peligrar su vida. A la media hora de su permanencia en la enfermería reaccionó algo, lo que permitió a los médicos su traslado a la Clínica San Ignacio, donde se le hará nueva intervención.»
Una cornada penetrante de tórax que le supuso una larga recuperación al diestro de Madrid, pero que afortunadamente le permitió continuar su carrera en los ruedos. Pude conversar con el maestro Raúl García, sobrino de Gregorio, acerca de ese incidente. Me comentó que su tío recordaba con desazón esa cornada que era para él y que nadie pudo hacer por evitarla, sin dar más detalles.

Una coda numérica

Decía líneas arriba que los toreros como Silverio Pérez necesitaban administrar sus actuaciones. El Faraón toreó apenas 372 corridas en los 14 años y meses que duró su carrera de matador de toros, lo que promedia unas 26 al año, es decir, una cada dos semanas. Si los guerreros necesitan reposo, los artistas requieren de meditar y para ello se requiere tiempo.

domingo, 19 de abril de 2020

12 de abril de 1966: Calesero Chico se presenta en plazas de España

Calesero Chico (Cª 1966)
Le guarda la vuelta Arturo Muñoz La Chicha
Foto: Carlos Meza Gómez
Alfonso Ramírez Ibarra es el hijo mayor de Calesero. Y llegado el momento decidió intentar ser torero. Se presentó como novillero en la Plaza de Toros San Marcos, aquí en Aguascalientes el 19 de abril de 1964, para lidiar novillos de Peñuelas, alternando con Ramiro Cuevas y según don Luis Ruiz Quiroz, con Manolo Rangel, porque don Jesús Gómez Medina afirma que el que cerró la terna fue el hidrocálido Armando Mora. Independientemente de esta cuestión, quien sería conocido en los carteles como Calesero Chico, terminó la tarde dando dos aclamadas vueltas al ruedo, pues por fallas con la espada, no pudo culminar dos buenos trasteos.

Dos grandes faenas

Calesero Chico se presentó en la Plaza México el domingo 14 de junio de 1964, alternando con Sergio Zermeño y Jorge Carrasco para lidiar novillos de San Antonio de Triana, de don Manuel Ibargüengoitia Llaguno y en esa séptima novillada de la temporada sorprendió a la afición. Cortó una oreja al primero de su lote, Monarca y a pesar de haber escuchado dos avisos en el sexto, Chaparrito, dio dos vueltas al ruedo.

Lo anterior le valió para volver a la gran plaza dos domingos después, para enfrentar novillos de Javier Garfias acartelado con Mario de la Borbolla y Rodolfo Acacio. En esta oportunidad volvió a mostrarse a la afición de la capital con el sexto, Orientador, al que también cortó la oreja. La impresión del psiquiatra Enrique Guarner acerca de esas dos tardes es la siguiente:
México ha carecido de toreros importantes desde hace más de doce años, en que se retiró Carlos Arruza, pero a partir de 1964 la situación comienza a cambiar y una nueva generación va a desarrollarse paulatinamente. 
El 14 de junio se presenta en la Plaza México el hijo de Alfonso Ramírez «Calesero», que lleva el mismo nombre y apellido. La faena que realiza ese domingo ante «Monarca», novillo que pertenecía a la ganadería de San Antonio de Triana, produce una conmoción tremenda entre los asistentes, que la presencian de pie. 
Quince días después, «Calesero Chico» vuelve a ejecutar un trasteo inenarrable frente a un encastado burel de Javier Garfias. Para aquellos que contemplamos esta faena el momento resulta inolvidable. El diestro torea vertical, llevando limpiamente al astado y templándolo como lo hacen muy pocos. Todos pensamos que por fin había llegado un torero de época, pues se trataba de un muletero de una enorme pureza...”
El 16 de agosto de ese 1964, tendría otra gran tarde en Aguascalientes, alternando con Manolo Espinosa Armillita y Jesús Solórzano, en un festejo que don Jesús Gómez Medina llamo como el de los tres cachorros y del que ya me he ocupado por aquí. Otra vez la espada le traicionó, pero recorrió triunfalmente el anillo.

En esa temporada de 1964 toreó en la capital seis de las treinta novilladas que se dieron y al año siguiente regresaría a torear otras cinco de las treinta y una ofrecidas. Con ese bagaje, decide cruzar el charco para adquirir experiencia en campo y ruedos hispanos.

En España

La primera huella de su presencia en tierras hispanas la encontré en una entrevista que le realizó Carlos M. Tosantos y que se publicó en el semanario madrileño El Ruedo, en su número aparecido el 22 de marzo de 1966, misma en la que entre otras cuestiones, Calesero Chico menciona lo siguiente:
Alfonso Ramírez «El Calesero», hijo, ha venido de Méjico en compañía de Antonio Ordóñez, del que el muchacho habla con admiración y le llama «maestro» siempre que se refiere a él. Antonio Ordóñez, que era amigo de su padre, se ha ofrecido para ayudarle, e incluso le ha buscado apoderado: su hermano Pepe. 
«VENGO A ESPAÑA PARA FORJARME» 
—Yo vengo dispuesto a todo, con la mejor voluntad del mundo, y esperando ponerme con el toro lo más pronto posible. 
— ¿Ese ha sido el motivo de tu viaje a España? 
— Sí. He venido a España para forjarme y darme a conocer. A todos los toreros mejicanos les ha venido muy bien la estancia en España. Ordóñez me ha dicho que si quería ser torero y tenía ilusión que viniese y él me ayudaría. 
— ¿Tus toreros predilectos? 
— Ante todo, mi padre, prescindiendo del hecho de que sea mi padre, y juzgándole como simple aficionado. Luego, «el maestro». Su toreo es de una clase tan extraordinaria y de un estilo tan depurado que es para envidiar. Mi padre, al que más admiraba era a Pepe Luis Vázquez. A mí, personalmente, y según lo que me han «platicado» hacia él toreo que a mi me gustaba... 
— ¿Cuánto tiempo estarás en España? 
No tengo idea. De momento, quiero estar la temporada entera, pues Livinio Stuyck y el «maestro» me han arreglado el contrato para venir aquí. Quisiera tomar la alternativa en España, de ser posible, de mi padre, y si no, del «maestro», y volver a Méjico con ella. El recibir la alternativa de mi padre seria una cosa emocionante y curiosa. Que yo sepa, hay pocos antecedentes de esto...
Se observa de la entrevista que iba bien apadrinado. Le introdujo en el medio español Antonio Ordóñez y le apoderaba su hermano Pepe. Esa circunstancia le podía abrir la puerta de plazas importantes allá.

La presentación se arregló para el Domingo de Resurrección – 12 de abril – de ese año en Jerez de la Frontera, alternaría con otro debutante en esa plaza, José Rivera Riverita y Ventura Núñez Venturita en la lidia de novillos de los Herederos de don Salvador Guardiola. La crónica aparecida en el diario ABC de Sevilla y firmada por Rodrigo de Molina, refiere entre otras cosas lo que sigue:
Jerez. Lo desapacible de la tarde, restó público a la novillada de Resurrección, en la que hacía su presentación en esta plaza José Rivera «Riverita» y Alfonso Ramírez «Calesero», mejicano, precedido de gran fama en su aparición en España, con los que completaba la terna el novillero jerezano Ventura Núñez «Venturita», triunfador en el festejo de San José, por lo que se hizo merecedor al capote de paseo, que al comienzo del espectáculo le fuera entregado por las peñas taurinas, en nombre de la empresa Belmonte. 
Los novillos pertenecían a la ganadería de los Herederos de don Salvador Guardiola, de Sevilla, de mucho nervio, bonita estampa y codiciosos con los caballos, siendo aplaudidos en el arrastre los lidiados en segundo y tercer lugar. El sexto, protestado por un sector del público – aún desconocemos por qué –, fue devuelto a los corrales, o mejor dicho, se hicieron intentos de que siguiera a los cabestros, y ante la imposibilidad de lograrlo, el de turno «Calesero», lo finiquitó de dos medias estocadas, solicitando con anterioridad de ese sector descontento con las dificultades del astado, lidiarlo en forma y a continuación el sobrero. Pero no fue así, y el desánimo total cerró plaza… 
El diestro mejicano Alfonso Ramírez «Calesero» arrancó los primeros aplausos con la capa. Buen estilo. Con la muleta desarrolló una faena muy bonita y ligada, rematándola con una casi entera. (Una oreja y vuelta al ruedo.) Al sexto, ya dijimos como lo despachó, y al sobrero, contrariado ya por lo anterior, y por ser inferior a sus hermanos de camada, «Calesero» lo aliñó y mató de media y unos pinchazo…”
Un buen debut. Su padre se había presentado casi veinte años antes – 21 de abril de 1946 – también un Domingo de Resurrección en Sevilla. Calesero Chico permaneció en España solamente hasta el mes de junio. En ese lapso de tiempo toreó cuatro novilladas y cortó tres orejas, de acuerdo al escalafón del semanario El Ruedo

Pude localizar dos de esas fechas, que fueron el 1º de mayo en Vista Alegre, Carabanchel, donde alternó con Simón Mijares El Duende y Alfonso Núñez en la lidia de novillos de Carmen González de Ordóñez y cortó allí una oreja al sexto y dio la vuelta con el mayoral y la del 30 de mayo en Valencia, donde formó cartel con Héctor Álvarez, Fernando Tortosa y Antonio Millán Carnicerito de Úbeda en la lidia de novillos de Francisca de Mora Figueroa, El Pizarral de Casatejada (2º) y Conde de la Maza (3º). En esta última tarde fue ovacionado en su lote.

La alternativa

Al final de cuentas, Calesero Chico regresó a México a recibir la alternativa en ese mismo 1966. La ceremonia se verificó en Ciudad Juárez el 24 de julio, apadrinándole su padre en corrida mano a mano con toros de Carranco. El toro de la ceremonia se llamó Noche Buena. El doctorado lo confirmó en la Plaza México el domingo 15 de enero de 1967, le apadrinó Manuel Capetillo y fungió como testigo Andrés Hernando – también confirmante – con la cesión del toro Trovador de Reyes Huerta, tercero de esa tarde.

Hasta aquí este recuerdo de uno de los toreros que en el escalafón de novilleros ha realizado una de las faenas más importantes de la historia de la Plaza México, y que por eso, tiene reservado un sitio propio en la historia de ese recinto y de la del toreo en nuestro país.

domingo, 12 de abril de 2020

José C. Madrazo. Esbozo de un retrato

José C. Madrazo a la izquierda de Luis Miguel Dominguín
y Lucía Bosé, Plaza de Las Ventas Cª 1956 
Durante alrededor de cuatro décadas los toros de La Punta se anunciaron en los carteles como propiedad de don Francisco y don José C. Madrazo. La propiedad de la ganadería por ambos hermanos data del año de 1918, cuando inician la crianza de ganado de lidia con vacas de San Nicolás Peralta y dos sementales españoles: uno de Parladé, llamado Pinchasapos, y el otro de Saltillo, de nombre Finezas.

En 1925 los hermanos Madrazo se decantan por el encaste Parladé e importan, en dos lotes, ganados de Gamero Cívico y de Campos Varela. En ese giro, que sería histórico, formarían una ganadería que sería durante muchos años la más larga del mundo, tanto en superficie territorial como en número de vientres, pues en algunos años llegarían a tener mil vacas núbiles, todas con una importante característica, su sangre no había sido mezclada con ganados criollos nacionales; es decir, el encaste original se mantuvo siempre en pureza.

Interesante es que aún cuando los carteles anunciadores contemplaban a don José Madrazo como condueño de La Punta, el grueso de la grey taurina y de los medios de comunicación consideraran a don Francisco como el artífice de la ganadería. Pareciera que se hacía menos a don José. Sin embargo, hurgando un poco en los acontecimientos, se puede advertir que cada uno de los hermanos tenía una función bien definida en el devenir de La Punta – y de Matancillas, después – y que la huella de esta histórica vacada tiene la firma de ambos.

Una gran collera

José Cipriano Madrazo y García Granados nació, como todos los varones de su familia, en la casa de la hacienda de La Punta, el 14 de septiembre de 1889. Fue el cuarto hijo del matrimonio formado por don Ignacio Madrazo y Carral y doña Carlota García Granados. Recibió, seguramente, una educación esmerada y se le formó para dirigir lo que hoy llamaríamos una empresa agropecuaria de gran envergadura. Al fallecimiento de sus padres, por herencia se adjudicaron a él y a su hermano Francisco las fincas de La Punta y Matancillas.

Su segundo nombre – Cipriano – no era de su gusto, según nos cuenta su sobrina Carmelita Madrazo en el libro Mis Muertos:
Era el hermano pequeño de mi padre, quien le llevaba casi cuatro años. Todo el mundo lo conoció por José C., o Pepe Madrazo. El ponerse José C. se debió a que su segundo nombre – Cipriano – no le agradaba mucho, pero tampoco le disgustaba tanto como para no poner el toque «chic» de José C.
El manejo de las cosas del campo lo llevaba don Paco con la ayuda de su esposa, María Luisa Solórzano, hermana del matador Jesús, El Rey del Temple. Eso era su pasión y la razón de su vida. Sin embargo, el funcionamiento de una ganadería de toros de lidia a veces trasciende lo que sucede en los cerrados y en los tentaderos. Y más aún en aquella época en la que México acababa de salir de una Revolución que dejó como una de sus herencias una reforma agraria, que mal entendida, se enfocó en deshacer unidades eficientes de producción con la finalidad de repartir tierras a campesinos inhábiles para hacerlas producir por falta de recursos para ello.

Así lo refiere Carmelita Madrazo, sobrina de don Pepe en Cornadas al Viento:
Mi padre y mi tío Pepe fueron en cierta forma una sola persona. Yo misma nunca supe en dónde comenzaba uno y en dónde terminaba el otro. Es como cuando en un día nublado se mira al horizonte, es muy difícil distinguir en dónde terminan los cerros y en dónde empieza el cielo. No puedo pensar en uno de ellos sin recordar al otro. Siempre estaban juntos, unas veces discutiendo y otras no...
Y es que en esa especie de teoría del alter ego, don Pepe era el diplomático, el negociador, el que hacía las gestiones en la Presidencia de la República, en las Secretarías de Estado, con los Gobernadores o en los despachos de los taurinos. Su carácter y su forma de llevar la mano de hierro envuelta en un guante de seda le permitieron siempre obtener resultados convenientes para sus ganaderías y para sus pares.
Todo ese boato, a su hermano Paco no le atraía demasiado y aprovechaba la habilidad de Pepe para las relaciones públicas y que él tuviera contacto con Presidentes, Ministros, Gobernadores que los ayudaran a solucionar los problemas que en el campo se iban presentando...
Esa habilidad para relacionarse con las personas le permitió sentar a su mesa y dialogar con todo tipo de personas. Tuvo una profunda amistad con el embajador Justo Sierra Casasús – en su día Secretario Particular del Presidente Adolfo López Mateos y aficionado práctico –, quien llegó a pasar temporadas en La Punta. También pudo reunir en torno suyo a personajes como los ganaderos Manuel Buch y Escandón, Agustín Barbabosa y Jerónimo Merchand; los empresarios Antonio Algara, Alfonso Gaona y Jesús Ramírez Alonso, o a los escritores Carlos León y José Alameda.

Con todos esos personajes tuvo amistad y pudo establecer una importante trama de relaciones que le fueron útiles para el desarrollo de sus funciones tanto como ganadero de La Punta, como en las distintas funciones que desarrollaría en los entretelones de la Fiesta en tiempos futuros.

Como aficionado, gustaba de acudir a España todos los años (muchos de ellos en compañía de su sobrino Francisco Madrazo Solórzano) y tenía una estrecha relación con todos los taurinos relevantes de aquellos años, ya fueran empresarios, ganaderos o apoderados, lo que sin duda facilitaba su desempeño en cuanto a relaciones públicas se refiere.

Primer presidente de los ganaderos

Los ganaderos de lidia mexicanos se reunieron en una Unión de Criadores en el año de 1930. Fundadores de ésta fueron, por supuesto, don Francisco y don José C. Madrazo. En el año de 1946, al recibir reconocimiento oficial como Asociación Ganadera, la Unión se transforma en la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia. Don Pepe Madrazo fue su primer presidente y estuvo al frente durante cuatro periodos, los que iniciaron los años de 1946, 1949, 1955 y 1957, un caso único en esa agrupación.

Los dos últimos periodos fueron extremadamente sensibles. El campo mexicano pasó por una gran sequía entre los años de 1949 y 1958. Todos los aspectos de la actividad agropecuaria en México se vieron afectados y especialmente diría yo, los dedicados a la ganadería extensiva, que sin pastos naturales para alimentar a sus animales se vieron en la necesidad de recurrir a la adquisición de forrajes y piensos y, en casos extremos, al sacrificio de pies de cría para la subsistencia de sus vacadas.

Sus gestiones en esa posición le permitieron obtener apoyos gubernamentales para la actividad, lo que facilitó la continuidad de la Fiesta en esos tiempos difíciles, con la conservación de puestos de trabajo y la generación de recursos que implica todo ello.

El árbitro de las cosas de los toros

Cossío señala que, en su día, Eduardo Margeli llegó a ser el árbitro de las cosas de los toros en México. Quizás al gaditano le valió ser el que manejaba los destinos de la plaza más importante del país. 

Las informaciones de la prensa de su tiempo reflejan también que don José C. Madrazo fue el fiel de la balanza en muchas cuestiones. Sus dotes para la diplomacia y la conciliación le permitieron resolver distintas situaciones que durante su paso por la vida se fueron presentando en las cosas de los toros.

Quizás el primer hecho notable que tuvo que resolver, junto con su hermano Francisco, fue el enfrentamiento de Ignacio Sánchez Mejías con Rodolfo Gaona en Aguascalientes.

Los dos diestros fueron anunciados para actuar los días 24 y 25 de abril de 1921 en la plaza San Marcos. Gaona no se presentó a la primera, invocando una cláusula de su contrato que establecía que él podía alternar con quien quisiera, por lo que mandó a Zapaterito a sustituirle y el día 25, trajo a Carlos Lombardini para completar el cartel con él. Sánchez Mejías se quedó, como decimos vestido y alborotado, El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada cuenta lo siguiente al respecto de este asunto:
Para el segundo festejo se anunció como estaba prevenido, el mano a mano Gaona-Mejías, sorprendiéndose la afición el día de la corrida con la circulación de nuevos programas conteniendo la novedad de un cambio radical en el cartel: Sánchez Mejías sería sustituido por Carlos Lombardini en atención (esto no lo rezaban los programas) a la famosa cláusula de imposición. Mejías alegó insistentemente su compromiso y absoluto derecho para tomar parte en la lidia de esa tarde; Gaona se impuso y hubo de recurrirse a la intervención de las autoridades, inclusive la del señor don Rafael Arellano, Gobernador del Estado, para hacer desistir a Sánchez Mejías de su decisión de presentarse en la plaza vestido de luces a la hora de la corrida, llegándose por fin a hacer uso de la fuerza armada para que impidiera aquella justa determinación, lo que se logró gracias a la intervención de los señores Madrazo, propietarios de la ganadería de La Punta, quienes se llevaron a Ignacio a su finca poco antes de que empezara el festejo…
Otro asunto relevante en el que don José Madrazo tomó parte, fue en el arreglo del convenio hispano - mexicano de 1944, cuando, en combinación con su amigo Antonio Algara (por entonces gerente de la plaza El Toreo de la Condesa), allanó el camino ante la Asociación de Matadores de España, para que las relaciones taurinas entre ambos países se restablecieran. Y tras el acuerdo alcanzado, se movieron los hilos con el empresario Livinio Stuyck para cerrar la contratación de Carlos Arruza, que confirmó su alternativa en la plaza de Las Ventas de Madrid aquel 18 de julio de 1944. Así fue como quedó zanjada la ruptura de relaciones que se venía arrastrando desde 1936 al suscitarse el llamado Boicot del Miedo.

Más adelante, en los años cincuenta, las cuestiones de los toros estaban revueltas en México. En la capital operaban dos empresas, una en la Plaza México y la otra en El Toreo de Cuatro Caminos. Algunos consideraban que se hacían una competencia desastrosa. En una columna aparecida en El Ruedo de Madrid, el 24 de julio de 1958, Don Dificultades escribió:
Las dos empresas, la de la Plaza México, con su fuerza taquillera, y la del El Toreo, con carteles atractivos, siguen trenzadas en la pelea, pero lo gracioso del caso es que unos ganando poco y los otros perdiendo también poco, no tienen ganas de cejar en la guerra. En El Toreo han interesado Rubén Bandín, que de cuajarse será un magnífico torero, y Gabriel España que es artista, pero endeble. En la México no ha logrado interesar nadie, pero interesa la Plaza, y ella es la preferida… Los «señores de la México» tienen puestas sus miradas en la casa «Camará», y don José Madrazo, el ganadero de La Punta, ha sido requerido, sin mayor resultado, para que intervenga; pero parece que ya están tendidos los cables, y hasta hay por ahí una proposición de don Moisés Cosío entregada al señor Oñós de Plantolit, encargado oficioso en Méjico del Estado español. Los señores de El Toreo, parece que con intervención tapada del señor Algara (¡), andan en pláticas con Domingo González, hijo, y con el mismo Luis Miguel...
Y ya cerca del final de ese 1958, ante la división de los toreros en dos agrupaciones sindicales, su intervención fue de nuevo clave para llevarlos a la unidad, según cuenta de nuevo José Jiménez Latapí, en el número del mismo semanario aparecido el día 13 de noviembre:
Bien. Ya están unificados todos los ganaderos mexicanos, gracias a la mano izquierda de oro de don José Madrazo. Ya no habrá cuentos chinos ni yugoslavos. También con la muñeca áurea de don Pepe Madrazo se han unificado los matadores de toros y novillos en la Unión de Matadores, habiendo desaparecido la Asociación. Tal fusión fue hecha en el local de la Unión de Ganaderos, y firmamos como testigos don José Madrazo y un servidor...
Mano izquierda de oro… Eso dice Don Difi. Yo escribía arriba, mano de hierro envuelta en guante de seda. José C. Madrazo aprendió, quizás desde su niñez, la necesidad del trabajo en equipo, el desarrollo de actividades donde cada uno de los miembros del grupo – breve o extenso – tiene una función específica que desarrollar, y así se convirtió en lo que hoy llamaríamos un magnífico ejecutivo.

También, de su actuación se observa su entendimiento de que el choque frontal debía evitarse a toda costa, pues es más fácil obtener las cosas por las buenas.

El final

Don José C. Madrazo fue un codiciado soltero que no tuvo descendencia. Su relación amorosa más sonada fue con la excéntrica poetisa Pita Amor, y en el ocaso de su vida contrajo matrimonio cuando contaba con 78 años, y lo hizo con una mujer – Manuela Roselló, española – 46 años más joven que él.

Duró menos de seis meses casado, pues falleció el 12 de febrero de 1969 en la Ciudad de México, nueve años más tarde que su querido hermano Francisco, con el que había formado una extraordinaria mancuerna de trabajo.

Ya había dejado de ser ganadero de toros de lidia, pues dos años antes de su muerte, había vendido la ganadería de Matancillas, que fue la que le correspondió en la división de los bienes familiares. 

Sin embargo, creo que este esbozo sobre lo que ha sido y lo que representó para la fiesta de los toros en México es necesario, pues a veces, personajes como él pasan desapercibidos y en realidad su labor resulta ser trascendente para lo que hoy vivimos.

domingo, 5 de abril de 2020

Hoy hace un siglo: Confirma su alternativa en Madrid Ignacio Sánchez Mejías

Confirmación de Ignacio Sánchez Mejías
Ignacio Sánchez Mejías estaba destinado a ser un personaje histórico por sí mismo. Desde que decidió ser torero su vida se envolvió en una historia rocambolesca que valía ser contada. En 1908 se subió como polizón al vapor Manuel Calvo junto con Enrique Ortega Cuco para venir a México y aquí ambos, intentar hacer carrera en los ruedos.

Ambos fueron detenidos en Nueva York, confundidos con unos anarquistas buscados por la justicia y una vez que se aclaró su identidad y situación, Aurelio Sánchez Mejías, hermano mayor de Ignacio, que inicialmente llegó a nuestro país al cuidado de los encierros españoles que se lidiaban en las plazas de la capital mexicana y que en ese momento estaba al cargo del recién inaugurado Toreo de la Condesa, ofreció los avales necesarios para que Ignacio y El Cuco pudieran continuar su viaje hasta territorio nacional.

Así Ignacio iniciaría su carrera en los ruedos en Morelia, como banderillero en el año de 1910 y ya como novillero lo haría en la capital mexicana al año siguiente. Seguiría alternando sus actuaciones como jefe de cuadrilla y como subalterno y en esta faceta actuaría a las órdenes de Fermín Muñoz Corchaíto, Cástor Jaureguibeitia Cocherito de Bilbao y Rafael González Machaquito.

Debutaría en Madrid como novillero en 1913 y el 21 de junio de ese año durante una actuación en Sevilla sería gravemente herido, lo que lo hace replantearse su futuro en los ruedos, por lo que en 1915 retoma los vestidos de plata y actúa a las órdenes de Juan Belmonte y Rafael Gómez El Gallo. De 1916 a 1918 formará parte de la cuadrilla de Gallito.

Recibe la alternativa el 16 de marzo de 1919 en Barcelona, de manos de Gallito y llevando como testigo a Juan Belmonte, el toro de la cesión se llamó Buñolero y fue de los Herederos de Vicente Martínez.

La confirmación de la alternativa

La confirmación se programó para la Corrida de la Beneficencia del año de 1920. En ese calendario se verificaría el día 5 de abril, lunes, precisamente después de la corrida de apertura de temporada, misma que se verificaría el domingo 4 anterior.

Para el festejo, que todavía en esos días era a beneficio de los hospitales de la capital de España, se anunció, a Gallito como padrino de la ceremonia de confirmación y a Juan Belmonte y a Manuel Varé Varelito como testigos de ella, enfrentando la cuarteta, un encierro de ocho toros de los Herederos de Vicente Martínez.

El encierro lidiado

Alejandro Pérez Lugín Don Pío, en la crónica que escribió para el diario madrileño La Libertad, expresa lo siguiente acerca de los toros lidiados esa tarde:
“...Si es difícil enviar una corrida de las corrientes de «a seis», en que haya semejanza total de caracteres, ya que igualdad es imposible, calculen sus señorías lo que sucederá con una serie de ocho. 
Pues ayer la hubo en la buena, en la excelentísima crianza de los toros de Martínez, y en la bondad de su carácter. Y aunque, como es natural, los hubo con sus más y con sus menos de bravura, en conjunto, y por lo que toca a su pelea con las plazas montada, que es la que sirve, pese a las teorías modernistas, para calificar a los toros, merece la corrida de Martínez el calificativo de muy buena, Voluntad para acometer a los jinetes y nobleza para los infantes fue la nota característica de esta corrida que satisfizo mucho a todos...
Es decir, los ganaderos del Colmenar lograron acabalar una corrida de presencia y juego adecuado al acontecimiento para el que fue presentada. Además, deja entrever que ya se ponía en cuestión si la suerte de varas era en realidad la medida para calificar la bravura de los toros o no.

El triunfo del confirmante

Es César Jalón Clarito, cronista de El Liberal, hizo al día siguiente del festejo, el siguiente relato:
“Sánchez Mejías — decía un íntimo del diestro — se ha hecho matador de toros por su hijito. Es un nene simpático y precoz, que cuando su padre se iba a banderillear en la cuadrilla de su cuñado Joselito y se despedía diciendo: 
— «Ea, con Dio; que me voy a torear», el pequeñuelo oponía: «Papá, no torea. Torea «tiito». Y como Ignacio tiene mucho amor propio... 
Yo me he hecho matador de toros — refería otro día el diestro — porque tengo afición y porque creo que tengo valor y porque he dado con una escuela de toreo en la que la que pienso practicar. Esta escuela tiene como principio el de que «torear es arrimarse» y como fin... como fin el talonario de cheques o el de las recetas...  
¿Practicó en esa escuela Sánchez Mejías todo el año pasado en las plazas de provincias? El público esperaba la respuesta ayer. Y de ahí el silencio expectante que se hizo en la plaza ai aparecer en el ruedo el primero de los toros de Martínez, un berrendo, buen mozo, gordo y bien criado... 
El diestro se hizo presente a la res en el tercio, y dio el cambio de rodillas... Después, veroniqueó... Las masas guardaron silencio. 
El berrendo era bravo y derribó en la primera vara con estrépito; cayó el piquero entre las astas y la cabalgadura y el astado embistió recogiendo y apretando al hombre contra la bestia. Sé inició en este punto la emoción y continuó en el quite de Ignacio, que llevó a la res embebida en la tela, y con gran serenidad y templanza, la hizo pasar una y otra vez por tan cerca de sí que el berrendo debió babearle los alamares del chaleco... «Allí» ya sonó la primera ovación...  
Dos pares clavó el hombre, llegando de frente, decidido hasta la cara y uno de dentro a fuera... Y la muchedumbre siguió su labor con tal atención y deleite, que dos aeroplanos que en las alturas simulaban una maravillosa pareja de aviones, pasaron desapercibidos. 
Llegó el de Martínez al último tercio bravo y noble. Sánchez Mejías lo hizo llevar a las tablas. Se sentó en el estribo, por bajo de la barrera del 10. Y ofreció la muleta al bruto a dos dedos de sus hocicos... 
Tres apretadísimos pases allí, en el mismo estribo, sin moverse el hombre más que lo suficiente para dar gracia a la suerte, hicieron prorrumpir en ¡olés! y aplausos a la concurrencia. 
Pero aun fueron mejores, a mi juicio, dos estupendos pases, uno de ellos de pecho, que me hicieron pensar en el aforismo del diestro: ¡Torear es arrimarse!... Y sí que lo es. Arrimarse bien, claro está. Con serenidad, para no descomponer la figura y para dar templanza a los movimientos. 
Cuando se arrostra el peligro desde tan cerca y con tal tranquilidad, el que no es «artista» de por sí, lo parece. 
Y lo de torear cerca y tranquilo no se redujo a la lidia de ese magnífico ejemplar; se extendió a los tercios de quites en los otros toros y culminó en unos apretados muletazos al toro que cerró plaza. 
¡Ovaciones y vuelta triunfal, en la plaza de Madrid, un día de lleno rebosante, con un público que espera de uñas y que ha pagado a diez duros la localidad!... 
¡Oye, tú, pequeño Sánchez Mejías, ¿te parece que digamos que ha toreado tu papá?...
El resto del festejo

Gallito realizó una de sus obras más acabadas en Madrid con el cuarto de la corrida. Juan Belmonte, refieren las crónicas, se vio desganado y Varelito sorprendió a la afición con su habilidad estoqueadora. En suma, fue una gran tarde de toros.

El hilo del destino

Los cuatro diestros que actuaron en Madrid hace un siglo terminaron sus días en un halo de tragedia. Gallito, Varelito y Sánchez Mejías serían víctimas de las astas de los toros y Juan Belmonte, aquél de quien sentenció Guerrita que lo sería y que había que darse prisa si quería vérsele torear, terminó con su vida con su propia mano. 

Sin embargo, antes de llegar a la conclusión terrenal de todo ser humano, tuvieron sus días de sol y de gloria, como la tarde que he intentado relatarles.