domingo, 20 de mayo de 2012

En el Centenario de José Alameda (IV)

Alameda antes de Alameda (III) 

José Alameda (Cª 1970)
La novillada celebrada en El Toreo de la Condesa el domingo 2 de julio de 1944 reunió a un encierro de Zotoluca y a los novilleros Pepe Luis Vázquez, Gonzalo Castro Soldado II y Tacho Campos. La relación que hace del festejo José Alameda, en el número 85 del semanario La Lidia, del 7 de julio de ese mismo año, firmando aún como Carlos Fernández Valdemoro, se centra en el análisis de la posibilidad o imposibilidad y en la efectividad o inefectividad de la imitación del estilo de un torero por otro. 

Hace una inteligente defensa de la tauromaquia esgrimida por Tacho Campos en ese festejo, la que al final, resulta ser lo que conocemos como toreo puro y duro… el toreo de siempre, el que hoy se afirma que es una especie de alucinación de un grupo de inadaptados que pide entre otras cosas, que se cite con la pierna de salida adelante. Pero allí lo describe el Alameda joven, y de paso, aprovecha su tribuna para poner en su sitio a aquellos que hablan y escriben de oídas, sin entrar al análisis de la esencia de lo que hacen los que actúan en el ruedo. 

Aquí la crónica en cuestión:  
Un torero: Tacho Campos
Este Tacho Campos, que el domingo pasado triunfó en “El Toreo”, es un lidiador corto, de esos que cuando pierden en extensión lo ganan en profundidad. A mí me satisfizo mucho su éxito, porque me parece un buen síntoma. Tantas veces hemos visto aplaudir y celebrar con entusiasmo el toreo mixtificado, que al ver emocionarse al público ante algo de indudable calidad, nos sentimos reconfortados. A algunos, a quienes dicen lo que oyen – y a quienes lo escriben, que es peor – les ha dado por afirmar que Tacho Campos imita a Garza. Para decir eso se necesita saber una palabra de la cuestión. Porque un torero puede imitar a otro en los andares, en las sonrisas, en los gestos y hasta en la preferencia por determinadas suertes. Inclusive, apurando mucho las cosas, en la manera de colocarse para ejecutarlas. Pero en la ejecución misma no es posible. Porque cuando el toro se arranca, se hace lo que se puede y basta. Y hay quienes no pueden. Entonces, de nada valen los propósitos deliberados y de muy poco lo aprendido en sesiones de entrenamiento. Cuando el toro se le viene a uno encima, es imposible encontrar componenda con un estilo deseado, ya sea positivo o imaginario. Entonces, le sale a uno el estilo propio, si lo tiene; y si no, la falta de estilo. Y quien piense otra cosa es que no ha toreado nunca.
Tacho Campos toreó el domingo, parando, templando y mandando. Y en eso coincidió con Garza, como Garza coincidió con Belmonte. Dicen que imita a Lorenzo. Pues si así es, ojalá vengan muchos a imitarle, en lugar de entregarse al toreo de chicuelinas, tijerillas, riverinas, orticinas, lasernistas, molinetes y demás manifestaciones patológicas del contorsionismo imperante.
Ojalá todos imiten a Garza toreando con sobriedad, con las plantas firmes sobre la arena y el cuerpo derecho, sin la joroba que se les antoja imprescindible a quienes para obligar al toro a que derrote bajo empiezan por agacharse ellos. Y, sobre todo, vengan muchos imitadores de Garza como Tacho Campos, capaces de ese prodigioso aguante. ¡Qué vengan muchos a imitarle y ya verán ustedes cuántos quedan! Los mismos que quedaron cuando se desencadenó la racha de imitadores de Belmonte: ni uno. No. Es muy fácil decir lo primero que se le viene a uno a la cabeza. Pero las cosas deben pensarse. Y hay que tener mucho cuidado de no perjudicar a un torero bueno con una apreciación ligera, cuando, en cambio, se conceden, marchamos entusiastas a la primera medianía a quien le pita la flauta por casualidad. Porque, en años anteriores, nos inventaron dos o tres fenómenos que ahora andan por ahí viviendo tristemente de las esperanzas engañosas que les hicieron concebir. Pero llega Tacho, que torea con un arte de los que nos se comunican, ni se reciben, porque esas cosas no se le hacen a un toro más que por inspiración propia, y resulta que ¡se parece a Garza! Señores míos: también “Gitanillo de Triana” se parecía a Belmonte. Lo que pasa es que no es lo mismo coincidir con Belmonte – como le pasaba a “Gitanillo” – que imitarle – como hacía Carpio –. Puestos a aceptar el parangón con Garza, yo me atrevo a decir que Tacho no es su Carpio, y que, en cambio, si repite lo hecho el domingo, podrá ser su “Gitanillo”. Una coincidencia al sentir el arte no es imitación, porque el sentimiento no se imita. Y Tacho, como Garza, como Belmonte, como cuantos han sabido del secreto del temple, torea con sentimiento.
Una falta tiene Tacho Campos: su poca fibra. No es un torero que pelea, que se crece ante la adversidad, ni que siente la noble apetencia de redondear un éxito. Y sería lástima que por eso no llegara tan alto como debe. Me hace abrigar esos temores, la frialdad con que Tacho Campos se desentendió de todo el sexto toro, limitándose a quitárselo de delante.
Sería lástima, porque torea con una pureza extraordinaria y con un sello propio que estriba en el fino acento que sabe dar a sus muletazos, un matiz que no han sorprendido quienes lo tachan de imitador de Garza, porque Lorenzo fue toda reciedumbre y en Tacho Campos priva la finura. Esa cualidad suya culminó en los tres medios pases que dio a favor del viaje del toro, en la última parte de su faena. Giró en ellos con gran suavidad y los ligó de modo que, más que tres lances, fueron uno solo. Yo me pregunto: ¿A quién imitó entonces? ¡Cómo no fuese a Tacho Campos!
Antes había muleteado muy bien, en derechazos que conmovieron hasta lo más hondo al público; en pases de costado ceñidísimos, al intentar uno de los cuales, fue cogido sin consecuencias, y en muletazos de pecho echando la pierna contraria adelante y sacando la muleta por la cola, en los que como no imitase a Belmonte, no acierto yo a penetrar a quien imitara.
Le dieron la oreja. Muy merecida. Yo me temo que no vaya a cortar muchas, porque no me parece valiente, Pero la que corte, la merecerá; porque tiene un arte puro. Y sólo quienes lo poseen cuentan en el corazón de los que aman la fiesta no como un ejercicio burocrático, sino como un sacrificio lleno de hondas emociones.
Pepe Luis Vázquez, sin mantenerse a la altura que en tardes anteriores, pues le tocó el peor lote, tuvo, no obstante, una lucida actuación y confirmó que es un torero muy enterado, muy hecho, que tiene recursos para superar las dificultades que presentan los toros. Y los que tuvo que lidiar el domingo las presentaban.
El primero se quedaba en el centro de la suerte por el lado izquierdo, y Pepe Luis lo muleteó cerca de tablas, recogiéndolo por bajo, para llevárselo después a los medios. Allí le sacó muletazos por alto y derechazos que entusiasmaron. Había sembrado y recogió. Es decir, había metido al toro en el engaño durante la primera parte de la faena y por eso pudo lucirse en la última. Con el cuarto no pudo hacer más que desesperarse, porque el novillo no tenía fuerza alguna y se caía en cuanto Pepe Luis trataba de pasárselo por delante.
A los dos los mató muy bien, porque además de valor tiene facilidad y buen estilo con la espada. El público, que le ha celebrado tanto con su toreo, parece no haber parado mientes en sus condiciones de estoqueador, que, a mi juicio, son las más relevantes que posee. Los buenos estoqueadores son ahora tan escasos, que bien merece la pena animar a quien, como Pepe Luis, se da tan buena maña en ese trance supremo de la lidia.
Pepe Luis fue justamente ovacionado después de matar a sus dos novillos, lo mismo que en varios magníficos pares de banderillas y en un quite por gaoneras, y, frente a enemigos poco cómodos, supo mantener en alto su ya envidiable cartel.
“El Soldado II” comenzó medianamente y acabó bien. A su primero le dudó al torearlo y lo mató de media contraria. Pero, en cambio, en el quinto de la tarde hizo cosas de mucho sabor. Porque Gonzalo Castro es un torero raro, que junto a la huida sin consideración, pone el muletazo cumplido y hondo, el adorno gallardo y feliz.
A ese quinto novillo le hizo un trasteo desligado, pero lleno de momentos interesantes. Le dio varios pases por alto, de costado y de pecho, con una pureza de línea, con una quietud y una fuerza expresiva poco comunes. La faena culminó cuando, tras de pasarse la muleta de una mano a la otra, en limpio giro ante la cara del toro, enlazó el adorno con un largo muletazo de pecho, dado con la mano zurda. Hizo después otro limpio cambio y sumó a él dos molinetes seguidos, en los que desplegó vistosamente la muleta para que girase en torno a su cintura. Estas cosas gustan mucho al público y cuando de una contraria, tiró Gonzalo al de Zotoluca, escuchó una ovación cerrada, dio la vuelta al ruedo y salió a los medios a saludar.
Necesita Gonzalo Castro una cura de confianza, es decir, necesita que lo cuiden, para que recobre la fe en él mismo, que perdió en el grave percance sufrido el año anterior. Porque en cuanto a estilo, el que apunta es muy digno de tenerse en cuenta.
A uno de los toros de Zotoluca – el tercero – se le dio la vuelta al ruedo, aunque fue un toro que hizo una lidia rara, pues comenzó achuchando por el pitón derecho y acabó haciéndolo por el izquierdo. Había peleado muy bien con los caballos, como pelearon los que tuvieron fuerzas para ello, porque, en cuanto a presentación, el encierro fue desigual, ya que hubo toros de muy buen trapío y otros flacos y sin energías.
El público aplaudió con justificado entusiasmo al gran peón Manuel Gómez Blanco “Yucateco”, quien se lució con el capote y con las banderillas. En cambio, pretendió chillarle a Juan Aguirre “Conejo Chico”, cuando picaba al toro tercero en todo lo alto. Menos mal que vino la sana reacción y acabó en ovación lo que había comenzado en rechifla inoportuna. Digo que menos mal, porque si se continúa protestando a los buenos picadores, terminará por desaparecer la suerte de varas, sin la cual las corridas de toros no son posibles, aunque no se les haya ocurrido pensarlo a los partidarios del toreo de “vueltecitas”. También agarró los altos en una ocasión, con su gran estilo de varilarguero, Guadalupe Rodríguez “El Güero Guadalupe”, cuyo éxito sería más frecuente si su voluntad estuviera a la altura de su arte.

Tacho Campos (Foto cortesía
Burladerodos)
Tacho Campos se presentó en Las Ventas en Madrid el 26 de junio de 1945, alternando con Machaquito, Manolo Navarro y Manuel Jiménez Chicuelín en la lidia de novillos de Claudio Moura. Recibió la alternativa en Aguascalientes, en la Plaza de Toros San Marcos el 17 de abril de 1949, de manos de Andrés Blando y llevando como testigo al nombrado Chicuelín, con toros de Hermanos Ramírez.

Renunciaría a esa alternativa, pues el 10 de diciembre de 1950 volvió a actuar como novillero en la Plaza México. Falleció el 10 de julio de 2008 en la Ciudad de México.

Gonzalo Castro Soldado II, hermano de Luis no llegó a recibir la alternativa.

2 comentarios:

  1. Lo que te hace pensar el sr. Alameda. Primero que a uno le da vergüenza hablar y escribir paparruchadas de toros, porque tengo que darle la razón, casi siempre hablamos sin saber. Y segundo, que se me ha ven ido a la cabeza una idea de la clasificación de los toreros que creo que sigo, aunque inconscientemente, sin saber que hacía esa división; por un lado los puros y por otro los populacheros. Y lo poco que han gustado los retorcimientos y lo que muchos los imitan (siempre teniendo en cuentas las palabras del sr. Alameda sobre los imitadores).
    Uno imita hasta que se le viene el toro encima y a partir de ahí, hace lo que puede. Que gran verdad.

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    1. Enrique, quizás escribimos paparruchadas, pero hacemos el intento y conste que no tratamos de imitar, pues al coger el papel, hacemos solamente lo que podemos, tal y como a los copiotas les sucede cuando están frente al toro... Verdad de a kilo... Gracias por pasarte por aquí

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