domingo, 28 de marzo de 2021

Armando Mora: su alternativa a 50 años vista

Armando Mora
Matador de toros
Los Mora de nuestro Barrio de Triana tienen raíces toreras que se remontan a la mitad de la década de los cuarenta del pasado siglo, cuando la cabeza de ella Juventino, intentó ser matador de toros. Después siguió sus pasos su sobrino Víctor y tras de él su hermano Armando, desde el principio de la década de los sesenta, se tiró a correr la legua y a buscar la gloria vestido de seda y alamares.

Tenía condiciones y por ello don Manuel Arellano, el legendario transportista de toros de lidia lo llevó a Monterrey, con don César Garza, quien le proporcionó las primeras oportunidades y ante las buenas actuaciones se le abrieron las puertas de las demás plazas de importancia de nuestra República, como San Luis Potosí, Guadalajara y por supuesto, la Plaza México, donde se presentó el 31 de mayo de 1964, alternando con César Romano y Víctor Pastor en la lidia de novillos de El Romeral.

Su carrera no estuvo exenta de percances. Armando Mora sufrió una cornada en Monterrey el 7 de julio de 1963, de un toro de nombre Cantinero, de la ganadería de Presillas que lo frenó en su ascenso, pero que no le impidió seguir adelante coleccionando hazañas, como la del domingo 17 de agosto de 1969 en la Plaza de Toros San Marcos. Esa tarde alternó con José Luis Rodríguez El Praga, Eduardo Rivas y José Manuel Montes en la lidia de una seria novillada de La Punta, ganadería que conmemoraba su 45º aniversario en los ruedos de México y el mundo. Armando selló su tarde indultando a Maragato, 5º de la tarde, teniendo también Eduardo Rivas una gran actuación, pues le cortó el rabo a Romancero el penúltimo de la corrida. Existe en los pasillos del coso de la calle de la Democracia, una placa conmemorando esa hazaña del torero trianero.

El ambiente previo al festejo

La alternativa de Armando Mora se programó para un festejo que bien pudiera ser considerado de pre – feria, pues se fijó para el domingo 28 de marzo de 1971. Le apadrinaría su combarriano Jesús Delgadillo El Estudiante, que reaparecía en Aguascalientes después de varios años de ausencia y sería testigo de la ceremonia el torero regiomontano Fernando de la Peña. Los toros vendrían de la ganadería de Corlomé, propiedad en esos días de don José C. Lomelí.

Dentro de la información previa al festejo, se publicó el anuncio de que el día de la corrida se estrenaría el pasodoble Armando Mora, obra del miembro de la Banda Municipal de Aguascalientes, don Ponciano Bernal Dávalos, la información aparecida en El Sol del Centro del 26 de marzo de 1971, es de la siguiente guisa:

El próximo domingo, durante la corrida que lidiarán Jesús Delgadillo “El Estudiante”, Fernando de la Peña y Armando Mora, la Banda Municipal, por acuerdo de su Director, el Maestro don Fernando Soto, estrenará el pasodoble del señor Ponciano Bernal “trombón” de nuestro formidable conjunto musical.

La Banda Municipal lo ensayó ya dos veces y habrá un tercer ensayo en la Casa de la Cultura.

El estreno, la inspiración de don Ponciano – nombre muy taurino – habla de cómo “ha llegado” a la afición la alternativa del trianero, quien arriba por propios méritos a la alternativa. 

Igualmente, se entrevistó a diversos aficionados notables de nuestra ciudad, como el hostelero, don Juan Andrea, que expresó:

¡Ya era tiempo! La alternativa de Armando Mora es muy merecida, nos dijo el señor Juan Andrea, aficionado de hueso colorado, al opinar sobre la corrida del próximo domingo. “Yo estoy prácticamente retirado de los toros como aficionado”, nos dice Juanito. Y su aserto nos confirma que las cosas no andan bien en la fiesta, cuando alguien tan aficionado como él se destierra voluntariamente de la plaza. Ojalá y se den las cosas bien, en esta y sucesivas corridas al trianero Armando Mora…

Por su parte, el ya nombrado don Manuel Arellano, dijo a la prensa:

Armando – nos dice –, tiene 7 años de novillero. Lo que llevo yo con mi camión transportador. Llevará a lo sumo toreadas unas treinta y cinco novilladas y es ejemplo de que un torero sí se puede formar entrenando, practicando y conservando una excelente condición física”.

Armando se ha hecho – sigue diciendo – a base del cariño que le tiene a la fiesta. Y es también algo extraordinario lo que prueba su constante entrenamiento, que haya podido dar triunfos rotundos como el de Guadalajara, donde toreó maravillosamente”.

Aquí mismo, la afición lo vio dar una demostración de poder y pundonor, cuando después de una grave cornada se levantó, sin verle la cara a una vaca, a un novillo, para cortarle las orejas a verdaderos toros. Esto, ninguna figura lo ha hecho, porque las figuras sí son invitados a las tientas de las ganaderías. Y un novillero ignorado, no. Al novillero rara vez se le invita.

Como se ve, la alternativa de Armando Mora era bien recibida por la afición local y se generó un ambiente interesante en torno a ella.

El día de la corrida

Tuve la fortuna de asistir a ese festejo con mi padre. Teníamos de vecinos de localidad al pediatra Alfonso León Quezada y a su hijo Sergio Alfonso, quien era mi compañero en la escuela. El Estudiante vestía de blanco y oro, Fernando de la Peña, de azul marino y oro y el toricantano de azul celeste y plata. La plaza no se llenó, según recuerdo, pero la entrada fue bastante buena y la tarde en su conjunto, satisfactoria para el aficionado.

Don Jesús Gómez Medina, en su tribuna de El Sol del Centro, el lunes 29 siguiente, contó entre otras cosas, esto:

Fue en el primer toro, que era eso: un TORO. Con edad, con trapío y peso.

Vestido de azul celeste y plata, el inminente nuevo doctor, tras los capotazos preliminares de la peonería, se enfrentó a “Pinocho”, que así se llamaba el de Corlomé, para lancearlo quieta y ceñidamente a pies juntos, si bien remató prematuramente por partida doble.

Bravo de verdad el corlomeño, fue al caballo con presteza y recargó de firme, antes de que Armando Mora interviniese para ejecutar una breve tanda de chicuelinas, precursoras de la revolera final.

Y llegamos al momento cumbre, a la tan anhelada alternativa. En el tercio, frente al burladero de matadores, “El Estudiante”, tras un discurso castelariano por su extensión, entregó a Mora el estoque y la muleta, en presencia de Fernando de la Peña. Se cumplía una vez más un ritual que tiene ya dos siglos de vigencia; y, mediante su realización, Armando Mora quedaba convertido en matador de toros entre el beneplácito de los numerosos parroquianos.

Y allá fue Armando en pos de “Pinocho” que, como los toros de clase, esperaba muy quieto, muy fijo, en la división de sol y sombra. Unos muletazos de exploración y, acto seguido, la muleta en la mano de las empresas mayores. Fueron tres naturales, en los que el bravo y dócil astado, en pos de la enseña diestramente manejada por el nuevo doctor, recorrió el arco de círculo del pase natural.

Para lograr los últimos, cuando el agotamiento había hecho presa de “Pinocho”, necesitó Mora de citar muy de cerca, a cuerpo descubierto; pero sin descomponerse, sin enmienda, cifrándolo todo al mando de su muleta. Y, además, mostrando un aplomo y un asentamiento de torero cuajado. Solo en el ruedo con su enemigo. Como un matador de toros, en suma.

Para su desgracia, en el momento supremo no mostró el mismo acierto. Tres pinchazos y otros tantos golpes con el estoque de descabellar, enturbiaron la limpidez de la que, de otra forma, hubiese resultado una alternativa triunfal.

En cambio, con el sexto, de mucha menor presencia que “Pinocho” y que de salida anduvo incierto, con la muleta Armando se hizo del bicho y lo toreó largamente por derechazos; muchos de estos, estupendos de temple, aprovechando la docilidad que a estas alturas mostraba el corlomeño. Vino luego el espadazo final y tras de éste el otorgamiento de un apéndice y la vuelta al ruedo entre ovaciones…

Otro momento de gran torería se produjo durante la lidia del segundo de la tarde, primero del lote de El Estudiante:

Ocurrió en la primera década del siglo. “Bombita” y “Machaquito” detentaban el mando del cotarro taurino durante el interregno que medió entre la despedida del Guerra y la aparición de Joselito y Belmonte.

Y una tarde, en Madrid, Machaco se fue tras del estoque con férrea determinación y lo clavó todo en el morrillo de un imponente miureño. Del pitón de éste pendían luego los encajes de la camisa del bravo cordobés, en testimonio de cómo se entregó Rafael González en el trance supremo.

“Don Modesto”, pontífice de la crítica taurina de la época, emocionado ante la hazaña del Machaco, urgió al escultor Mariano Benlliure: – “¡Apresúrate, ilustre alfarero! ...” – decíale en su crónica el célebre revistero. Y Benlliure, tan buen aficionado como artista eximio, atendió el reclamo de don José de la Loma y sus manos prodigiosas produjeron esa estupenda obra de arte que se llama “La estocada de la tarde”.

Ayer, en la muerte del segundo burel, la sombra de “Machaquito” pareció aletear sobre el coso. Porque, al igual que entonces lo hiciera Rafael González, “El Estudiante” se perfiló marchosamente, fija la mirada en el morrillo de “Guapo”; el estoque, centrado entre ambos pitones y tan cerca de éstos que la punta parecía rozar sobre el testuz. Y al arrancar, lo hizo recta y decididamente; con tal precisión y maestría, que mientras la mano izquierda vaciaba la acometida del corlomeño, la diestra, empuñando el alfanje, concluía su viaje en el morrillo de “Guapo”, del que emergía solo la bola de la empuñadura.

¡Fue la estocada de la tarde!... De ésta y de muchas más...

Los espectadores, al unísono, botaron de sus asientos y tributaron a Delgadillo una cálida, estruendosa ovación. Y tras la ovación, la oreja, ganada en la mejor forma: con la verdad incuestionable del acero…

Fernando de la Peña lució sobre todo en el primer tercio de los toros que le tocaron en suerte. Todavía recuerdo la manera en la que toreó a la verónica al primero de su lote. Saldó su actuación con una aclamada vuelta al ruedo tras la muerte de ese toro.

Lo que llegó después

Poco toreó ya Armando Mora como matador de toros – apenas 8 corridas de toros – pero no se ha de olvidar aquella tarde del 1º de mayo de 1977, en la que alternando con Fabián Ruiz y Guillermo Montero en la lidia de un muy bien presentado encierro de Peñuelas, le cortó en la Plaza Monumental Aguascalientes las dos orejas al toro Rubio, sexto de la tarde, vestido de blanco y oro. 

Armando Mora ha centrado sus esfuerzos en formar toreros. Y a fe mía que los enseña a torear como es debido. Desde aquí le recuerdo en el cincuentenario de su alternativa. ¡Enhorabuena Maestro!

lunes, 22 de marzo de 2021

Maximino Ávila Camacho: fallido criador de toros de lidia (II/II)

Maximino Ávila Camacho
La reaparición en El Toreo

Quizás no estando conforme con el resultado obtenido, el general Ávila Camacho regresó a la plaza de la Condesa de la forma en la que debió haber empezado: con una novillada. Esto ocurrió el domingo 1º de agosto de 1943. Sus toros se anunciaron de nuevo para ser lidiados por Juan Estrada, Luis Procuna y Félix Briones. En este caso, la prensa local sí reflejó los sucesos ocurridos y en crónica de agencia aparecida al día siguiente en el diario El Informador de Guadalajara, entre otras cosas, se relata esto:

En la plaza de toros de “El Toreo” se registró esta tarde un enorme escándalo, por la mansedumbre de los novillos de “El Rodeo” que se lidiaron.

El público indignado comenzó a lanzarles cojines y acabó arrojando los anuncios comerciales que están alrededor de la Plaza hacia el ruedo.

Juan Estrada escuchó aplaudir la valentía de la que hizo gala ante sus dos enemigos.

Luis Procuna fracasó en su turno, siendo silbado y estuvo pésimo en su segundo, matándolo sin apenas intentar dar un pase solamente, siendo similar la labor de Félix Briones.

El sexto toro murió rodeado de espectadores que se tiraron al ruedo originándose el mayor escándalo que se ha visto en esta Plaza de mucho tiempo a la fecha.

Cuando Briones le había colocado la estocada cayendo el toro al parecer muerto, el público rodeó al bicho, pero éste se levantó organizándose verdaderas carreras en el ruedo, pero al ver la insignificancia del bicho, varios espectadores lo derribaron, acabando de morir.

La narración es ilustrativa, pero benévola, porque el público no solamente se tiró al ruedo, sino que prendió fuego al cadáver del lidiado en último lugar – octavo que salió de toriles – según nos cuenta Guillermo Ernesto Padilla:

La novillada efectuada el domingo 1º de agosto pasó a los anales taurinos, no por triunfal, sino por el escándalo que provocaron las pésimas condiciones del encierro de “El Rodeo” lidiado aquella tarde. Hubo fogatas, cojines, destrucción de anuncios e incineración de un toro en pleno ruedo al compás de la “danza del fuego”.

En medio de aquel caótico ambiente actuaron Juan Estrada, Luis Procuna y Félix Briones, quienes derrocharon mucha voluntad frente a tales alimañas, y si Estrada se hizo aclamar, fue ante un sustituto de Santín con el que el queretano estuvo hecho un torero…

Pero la narración más completa del hecho la hace don Carlos Septién García, quien firmando como Quinto, en el semanario La Nación, fechado el mismo día del festejo, escribe lo que, es más que una crónica, una proclama del pueblo llano de México señalando los comportamientos reprochables del general Ávila Camacho. La tituló El Castaño Expiatorio y el clásico texto dice a la letra:

Mi general:

¿Se acuerda usted de mí? Fui en vida aquel castaño que nació en las dehesas de El Rodeo hace cerca de tres años. Ese mismo que el domingo encontró la muerte más indecorosa que toro alguno haya encontrado en un ruedo: la muerte por barbacoa.

Sí mi general. Reconozco que mi físico no era precisamente gallardo y que mi bravura no era cosa de bandera. Pero usted bien sabe que todo ello no fue nunca culpa mía. ¿Cómo iba yo, uno de tantos seres insignificantes que en torno de usted viven, cómo iba yo, repito, a pedirle que sacrificara alguna de sus múltiples ocupaciones en beneficio de los pupilos de El Rodeo? ¿Quién era yo para dirigirme a usted con semejante súplica? Pasábamos hambres, mi general. Nos faltaban frecuentemente el pasto y el grano. Allá en los potreros teníamos que hacer largas colas frente a las bateas del alimento con objeto de poder lograr alguna cosa para el diario sustento. Hacer cola, mi general, significa hacer paciencia.

Es decir, perder bravura. Y la falta de maíz no es el método más adecuado para lucir un hermoso trapío. Le confieso que muchas veces pensamos mis hermanos y yo, en dirigirnos a usted para hacerle conocer tan dura situación: nos animaba a ello el conocimiento que teníamos de su afición desmedida. Pero luego, prudentes, recapacitábamos pensando que también hay una jerarquía de las aficiones. Y que por sobre la de los toros están las más sagradas aficiones a los negocios públicos y al cumplimiento de los deberes que un poderío siempre creciente significa y exige. Porque en fin de cuentas -y a cuentas hay que reducirlo todo porque usted conoce las miserias de la humana naturaleza- ¿qué éramos nosotros, Pobres seres de a mil cien pesos por cabeza, ¿en comparación – digamos – con un edificio de dos millones?

Esto explica nuestra lamentable presencia en el coso de El Toreo, el domingo último. Le confieso que todos mis hermanos y yo, que fui el último, salimos al ruedo muertos de vergüenza por nuestra propia endeblez. Aunque también – allá en el fondo – cosas de nuestra política de las que uno se contagia alentábamos la vaga esperanza de, que de algo nos serviría la influencia poderosa y omnipresente que en la fiesta de toros ha hecho medio retirarse a Armillita, arreglar el conflicto y regalar, una tarde sí y otra también, hermanos de raza.

Pero he aquí lo duro del caso, mi general.  Nuestra esperanza se fue desvaneciendo velozmente en cuanto cada uno de nosotros asomaba la cara por la puerta de toriles la influencia fue estrictamente al revés. Rodaba sobre nuestros lomos el torrente de los silbidos; caía sobre nuestros testuces el baldón de los cojines; chisporroteaba en los tendidos el fuego de las luminarias de protesta. Por más miradas desconcertantes que lanzábamos al palco de la empresa, no recibíamos ninguna indicación alentadora. El desquiciamiento de nuestra moral vino al fin, corno terremoto, en cuanto pudimos percatarnos de que las vociferaciones unánimes del tendido eran precisamente en contra del ganadero.

Cuando la turba se lanzó al ruedo para asesinarme y sepultarme bajo un aluvión de cojines; cuando la multitud prendió fuego a ese túmulo monstruoso, y miles de gentes, cogidas de la mano, danzaban en torno mío aquella jubilosa danza ritual del fuego, entendí de súbito muchas cuestiones. Era tarde, claro está. Pero antes de hundirme en el desquiciamiento de la barbacoa, pude escuchar y sentir muchas cosas que allí se proferían a gritos. Y comprendí que yo, mi general, no era un toro sino un chivo expiatorio. Que era, digamos, algo así como lo que fuera entre los burócratas ese pobre Trotsky que murió durante el asalto a la federación de empleados. Que, en fin, yo moría entre torturas en aras de mi general. Porque aquella gente protestaba por la carestía, renegaba de las colas y hablaba de vengar en mí no sé qué terribles agravios que hasta la fecha, por lo visto habían venido soportando

Y lo que yo pido frente a eso es una aclaración, esa sí verdaderamente importante y justiciera, que salve nuestro decoro y valorice nuestro martirio. La Empresa debe mandar publicar algo que diga más o menos así:

“La Empresa de El Toreo, ante el injusto sacrificio de que fue víctima el sexto toro de la corrida del domingo y las también injustas protestas de que fueron objeto los anteriores bureles corridos esa tarde, aclara que los toros de El Rodeo no poseen doscientos trajes de diversos colores, ni han comprado edificios de varios millones de pesos, ni son elementos que hayan tiranizado a toreros, ganaderos y empresarios de la fiesta de toros, ni son tampoco los que han protegido la reventa. Mucho menos, dichos bureles son los causantes de la carestía de la vida, ni tampoco se han enriquecido desmesuradamente al amparo de alguna situación de emergencia que haya habido en las dehesas. Ninguno de ellos tuvo durante su existencia aspiraciones de sultán criollo, ni ofendió a nadie con exhibiciones deslumbrantes de lujo o de riqueza. Por todo lo cual, esperamos que el público comprenda la injusticia cometida con esos pobres bureles tatemados o acojinados el domingo en tan violenta forma”.

Y esto mi general, salva nuestro decoro y nos coloca en el debido papel de mártires inocentes que la existencia nos obligó a jugar. Fuimos un símbolo de oprobio, pero usted sabe bien que éramos inmaculados. En mi la gente incineró que sé yo cuántas piezas de casimir inglés y cuántos automóviles de los que nunca disfruté. Y como en los tiempos de la Inquisición, hubo allí una quema habiéndome correspondido en ella el doloroso papel de efigie.

Espero y confío, mi general, en que se nos haga justicia.  Es lo único que le pide este humildísimo servidor que jura – para un remoto caso de reencarnación – no volver a nacer en El Rodeo. Ni, probablemente, en todo Puebla.

En conclusión

En más de una oportunidad he dejado escrito por aquí que las plazas de toros son los escenarios más democráticos que existen. Ese 1º de agosto de 1943 el pueblo expresó su sentir acerca de muchas cosas que sucedían en los confines de la tauromaquia mexicana y también fuera de ella. Quizás la forma de hacerlo no fue la más comedida, pero todo tiene un límite y como dice don Carlos Septién en su relación – misiva, lo que fue hacer paciencia, mansedumbre… para los toros, en las personas provocó una reacción en sentido contrario.

Maximino Ávila Camacho, hasta donde pude encontrar datos, no volvió a lidiar toros en una plaza a su nombre o bajo la denominación de El Rodeo después de ese día. Leí en alguna parte, que la simiente que le proporcionó don Antonio Llaguno, fue debidamente devuelta a su lugar de origen, donde sería mejor aprovechada. 

Entiendo, sí, que del general hay muchas más cosas de las que se puede hablar, desagradables las más, pero no olvidemos que él fue quien movió los hilos necesarios – sobre todo los políticos – para que las relaciones taurinas entre España y México se reanudaran y pudiera presentarse aquí, entre otros, Manolete. Ese es un mérito que es principalmente suyo y nadie se lo podrá quitar.

Sic transit gloria mundi… 

domingo, 21 de marzo de 2021

Maximino Ávila Camacho: fallido criador de toros de lidia (I/II)

Maximino Ávila Camacho
Nota aclaratoria: El próximo martes se cumplen 80 años de un hecho que por sí solo no merece ser recordado, pero que es parte de la Historia del Toreo en México y que a juicio de este amanuense, es la muestra de lo que sucede cuando se entremezclan con la fiesta la política, la estulticia y la impericia.

El personaje 

A partir de la mitad de la década de los treinta del siglo pasado y por la siguiente década, Maximino Ávila Camacho se convertiría en el factótum de las cosas de los toros en este país. A partir de la ruptura de las relaciones entre las torerías de España y México y la consiguiente salida de Domingo González Mateos Dominguín de México y de la muerte de Eduardo Margeli, se convirtió en el principal accionista de El Toreo, S.A., y con eso tenía el gobierno de la fiesta en la Capital de la República y por vía de consecuencia, el destino de lo que sucedería en el resto de ella.

Por las fechas de los sucesos que enseguida intentaré bosquejar, es por esas mismas fechas que el general Ávila Camacho decidió convertirse en criador de toros de lidia. El par de crónicas que relatan su breve paso por las plazas como tal, refieren su ganadería como veracruzana, lo que me hace pensar que la aventura la llevó a cabo en el rancho La Soledad, ubicado en la municipalidad de Martínez de la Torre, Veracruz, si bien no de su propiedad – era de su hermano Manuel – sí estaba vinculado a su familia.

No hay tampoco precisión en cuanto a la simiente con la que formó su vacada. Pero hay información digna de crédito, en este caso dentro de la obra de Luis Niño de Rivera, Sangre de Llaguno, que, en un determinado momento de su aventura, don Maximino se acercó a San Mateo y que don Antonio Llaguno, inteligentemente, le cedió algunos elementos para mejorar su hato:

…el 21 de diciembre de 1940, cuatro meses antes de tan triste debut, que por cierto también se convirtió en despedida, puesto que nunca más volvió a lidiar sus toros en El Toreo, compró 15 vacas de procedencia San Mateo a Antonio Llaguno. Tres de ellas de la camada de 1936 y las doce restantes de la de 1937. El lote era de buena calidad, derivada de tres ejemplares que tenían nota Más buena, otras tres Buena y las otras nueve, nota Regular.

En los siguientes cuatro años, don Antonio siguió colaborando con Ávila Camacho para mejorar su ganadería. El 14 de agosto de 1942, le regaló un toro de origen San Mateo número 20 P37, negro bragado, de nota Más bueno. Al año siguiente le obsequió dos erales más, nacidos en 1941: el 28 S41, mulato bragado, y el 45 S41, cárdeno bragado coletero, ambos con nota Regular. Y para cerrar el apoyo con broche de oro, el qe de agosto de 1944 le remitió un toro de la rama Saltillo, el Platillero 5 S 41, nieto del 42 Viejo, por conducto del Cominito 35 O36, y de la Platillera 82 D33, de pelo negro bragado y Regular de nota…

Afirma Niño de Rivera que no había entre don Antonio y el general amistad alguna, que todo esto fue una operación de conveniencia, como alguna anterior – con el general Dámaso Cárdenas – y otras posteriores, con políticos de influencia nacional o regional que podrían asegurarle a él y a su hermano y por añadidura a los demás criadores de toros de lidia, los necesarios certificados de inafectabilidad ganadera, que les aseguraría la tenencia más o menos tranquila de la tierra para el manejo y crianza de sus ganados.

La presentación de El Rodeo

Maximino Ávila Camacho decidió anunciar su ganadería como El Rodeo y escogió para presentarla una fecha entonces señalada en el calendario taurino de la capital mexicana: la Corrida de Covadonga, que por razones del calendario taurino se celebraría el 23 de marzo de 1941, tiene, junto con las demás celebraciones relativas sus orígenes en nuestro país en las dos últimas décadas del siglo XIX, según nos cuenta la profesora María del Mar Gutiérrez Domínguez:

…mientras que en origen la celebración se caracterizó por una impronta religiosa y militar, que mantendría durante los años siguientes, cabe destacar la noción del alzamiento de don Pelayo como detonante de la primera independencia hispánica, que es lo que otorga a la Reconquista una singularidad propia en el contexto mexicano. Además, la Batalla de Covadonga estableció diálogos con otras efemérides como el grito de Dolores, el 15 de septiembre, y la Batalla de Chapultepec, el 13 de septiembre, donde sin duda la cercanía entre las celebraciones enriqueció el uso político de la Reconquista en México…

Es decir, el festejo tenía su significación y el cartel de toros y toreros tenía que ser de tronío. Para esa fecha se anunció a Fermín Espinosa Armillita y Lorenzo Garza mano a mano con los toros del general Ávila Camacho. El resultado fue desastroso. La prensa local que pude consultar – El Informador de Guadalajara y El Siglo de Torreón – guardan piadoso silencio acerca del resultado de la corrida. Pero en los libros de referencia, encontré dos breves versiones sobre esos sucesos. La primera es la de Guillermo Ernesto Padilla, en su obra monumental sobre la plaza de El Toreo y es del tenor siguiente:

En la Corrida de Covadonga, celebrada el domingo 23 de marzo, hizo su debut la ganadería de El Rodeo, propiedad del Gral. Maximino Ávila Camacho. El pésimo estilo de las ilidiables reses, convirtió el postinero festejo en un desastroso espectáculo.

Fermín Espinosa, con la garra de su muleta, pudo hallarles alguna lidia a aquellos infumables bichos.

Lorenzo, con la cornada aún sangrante, la moral deshecha e insólitamente abatido, dejó ir vivo a “Charifas”, su primero, entre improperios y cojinazos. En sus otros dos astados, sin posibilidades de éxito, se dejó arrastrar por la fatalidad…

La segunda nos la proporciona don Heriberto Lanfranchi y es de esta guisa:

23 de marzo de 1941. – 17ª corrida (Corrida de Covadonga): Fermín Espinosa “Armillita” y Lorenzo Garza con 6 toros de El Rodeo. Desafortunada presentación de la ganadería, que sólo mandó un toro aceptable, y desastrosa actuación de Lorenzo Garza, que fue ruidosamente abroncado en sus tres toros y se dejó vivo al segundo de ellos…

Por su parte, con varias imprecisiones, Luis Niño de Rivera escribe lo siguiente:

El decimoséptimo festejo de la temporada 1940 – 1941, que tuvo lugar el domingo 23 de marzo de 1941, se celebró la corrida de Covadonga, con un mano a mano entre las dos luminarias del toreo Fermín Espinosa “Armillita chico” y Lorenzo Garza. Nada más y nada menos. En ese festejo fue que se le ocurrió a don Maximino debutar como ganadero, con seis bueyes de El Rodeo.

Como pudo el maestro Armilla despachó los tres marrajos que le correspondieron en suerte. Lorenzo, por su parte, que no pasaba por uno de sus mejores momentos, sufrió a más no poder con el primero de su lote, segundo de la tarde, de nombre Charifas. Fue tan desastroso el toro y el desempeño del regiomontano que acabó Charifas regresando vivo al corral. Ya para cerrar plaza, la bronca era tan grande que el ruedo se encontraba tapizado de cojines. Cuando dobló el sexto, el público enardecido se lanzó al ruedo, cubrió al moribundo toro de Maximino con los cojines y le prendió fuego. Querían rostizar lo que quedaba de tan evidente mansedumbre.

Para colmo de males, el señor general no asistió al debut de su ganadería por encontrarse fuera de la Ciudad de México ese día, Por ello, únicamente se limitó a ver la crónica que hizo de la corrida Fernando Marcos, que fue mucho más famoso por sus narraciones y conocimientos de futbol que de toros. Indignado por los comentarios de Marcos, el señor ministro mandó llamar al cronista a su despacho para recriminarlo por haber hablado tan mal de su corrida. Conociendo a don Maximino, Fernando anticipó que la entrevista sería por lo menos muy difícil, si no es que grave, así que llevó consigo la película de la corrida. Cuando la reprimenda del general había llegado a su punto más álgido, Marcos se concretó a preguntarle si por casualidad había visto la corrida. El ministro respondió que no, que se encontraba de viaje. Fernando le volvió a preguntar: “¿Le gustaría verla? Traigo aquí la película”. Afortunadamente le entró la curiosidad al ganadero y aceptó que le pasara la película. Apenas habían llegado al tercer toro cuando Maximino interrumpió la transmisión, y dijo: “Es suficiente Marcos, puede retirarse…”

Más adelante se podrá advertir cuales son las imprecisiones y confusiones en las que incurre Luis Niño de Rivera en la narración que hace.

Dada la extensión que van cobrando estos apuntes, concluiré con ellos el día de mañana.

domingo, 14 de marzo de 2021

Félix Briones. A 50 años de su despedida de los ruedos

Desprendiendo el añadido a Félix Briones
Imagen: Manolo Saucedo
Cortesía: Francisco Tijerina
El anuncio de la despedida de los ruedos de Félix Briones el 14 de marzo de 1971 en Monterrey, motivó la reflexión de lo que fue su paso por los ruedos, en los que estaba activo desde el inicio de la década de los cuarenta y en la que, ya en la capital de la República, fue compañero de quinta de novilleros como Luis Procuna, Gregorio García o Eduardo Liceaga en la época en la que actuó en el Toreo de la Condesa, plaza en la que se presentó el 6 de junio de 1943 o Fernando López El Torero de Canela, Joselillo o Pepe Luis Vázquez (mexicano), de su tiempo ya de la Plaza México, donde debutó el 23 de junio de 1946 y siendo ya uno de los triunfadores de ese ciclo, salió proyectado hacia la alternativa.

Fue doctorado por Lorenzo Garza en la desaparecida plaza de el Coliseo en su ciudad natal, Monterrey, el 24 de noviembre de 1946, en festejo mano a mano, lidiándose toros de la ganadería del propio padrino. El toro de la ceremonia se llamó Reinero. Poco más de un mes después, el 29 de diciembre de ese mismo 1946, confirmaría en la Plaza México, de manos del propio Magnífico y testificando Jaime Marco El Choni, también confirmante, siéndole cedido a Félix el toro Huerfanito de Zotoluca. Esa tarde pudo cortar orejas, pero la espada se lo impidió.

Félix Briones fue uno de los diestros emergentes – junto con Chicuelín, El Ahijado del Matadero, Guerrita o Vizcaíno – que apoyó Manolete en sus campañas mexicanas y así, alternó con el Monstruo de Córdoba y Luciano Contreras en Mérida, el 22 de diciembre de 1946, para lidiar toros yucatecos de Sinkeuel.

Un trofeo presidencial

El jueves 6 de junio de 1947, se celebró la 19ª corrida de la temporada 1946 – 47 en la Plaza México, organizada por un patronato pro construcción de escuelas en el entonces Distrito Federal, encabezado por los señores Pablo B. Ochoa y Fernando Reyes Spíndola. En dicha corrida, se disputaría el Trofeo Presidencial Cigarrera de Oro, cedido por el entonces Presidente de la República, Miguel Alemán Valdés y el Secretario de Educación Pública, Manuel Gual Vidal – ¡qué tiempos aquellos, cuando a los gobernantes no les daba prurito patrocinar trofeos taurinos! –.

El cartel de ese festejo extraordinario se integró con Fermín Espinosa Armillita, Lorenzo Garza, Luis Castro El Soldado, Fermín Rivera y Alfonso Ramírez Calesero, lidiando todos un encierro de La Punta. El sexto de la tarde se llamó Gamito y en una tarde en la que ninguno de los diestros actuantes obtuvo trofeos, Félix Briones realizó una destacada y valerosa faena, que le valió la obtención del trofeo, que le fue entregado por los dirigentes del patronato.

El ambiente previo

Félix Briones – como su hermano Luis – fue un torero muy querido en Monterrey. La prensa de la época refleja el buen ánimo que producía su anuncio de dejar de vestir el terno de luces y así se desprende de esta nota previa aparecida en el diario El Porvenir de esa ciudad, de un par de días anteriores a la corrida:

Ha despertado expectación entre los aficionados regiomontanos el cartel del domingo en la Monumental Monterrey, en el cual Félix Briones habrá de decir adiós a la profesión de torero. Precisamente el hecho de que el pundonoroso diestro local cierre con su actuación del domingo su brillante trayectoria en los ruedos, hará que mucha gente acuda al coso para ver a quien supo ganarse la admiración de los públicos taurinos de México y Sudamérica, con actuaciones sensacionales, en la que nunca impuso condiciones y salió siempre a dar la pelea a todos los alternantes, desde el más encumbrado hasta el más modesto…

Y quienes vieron y vivieron los triunfos y sinsabores del peregrinar de Félix desde su época de novillero hasta la tarde que Lorenzo “El Magnífico” lo hizo matador de toros en el desaparecido Coliseo, estarán deseando que llegue el momento de verle asomar por el portón de cuadrillas, listo a dar la pelea a Joaquín Bernadó y a Mauro Liceaga, últimos alternantes que tendrá Félix en su vida profesional…

Había ilusión por ver al torero de la tierra torear su última tarde…

La tarde del adiós

Vestido de rosa y oro partió plaza Félix Briones, iba a la izquierda del paseo, con Joaquín Bernadó a la derecha y entre ellos, otro torero de dinastía, Mauro Liceaga. En los toriles les aguardaban seis buenos mozos de don Eliezer Gómez, ganadería neoleonesa que se unía al acontecimiento para despedir al torero de la tierra. Al final de los hechos, Félix Briones se pudo ir en aire de triunfo. Arrollando, como era su divisa. La relación que hizo en su día Antonio Córdova para el diario El Porvenir de Monterrey, entre otras cosas cuenta esto:

…“Doblecolo”, se llamó el primero de la tarde, al que Félix recibió con lances de tanteo, pero luego le fijó los pies en varias series de verónicas cargando la suerte, incluso le hizo un torerísimo quite por chicuelinas. Y aunque Félix tomó los palos y dejó excepcional par de cortas, el toro vino a menos, es decir, se agotó pronto, y Félix tuvo que aliñar, matando de una estocada un tanto desprendida. 

Con “Fierroesponja”, el otro de su lote, Félix salió decidido a dar el todo por el todo, y lo recibió en el centro de la plaza con faroles de rodillas y lances estupendos, cargando la suerte. Siguió en plan triunfal con una faena en la que hubo derechazos extraordinarios, naturales soberbios, en la que toro y torero fundieron en una sola la figura, y cuando mató de magnífica estocada, la autoridad no vaciló en concederle las orejas y el rabo, mis colegas los cronistas regiomontanos, no tuvimos empacho alguno en alzarlo a hombros y pasearlo por el ruedo, sobre todo después de que Félix Gerardo, su hijo, le desprendió el simbólico añadido, dando fin a una página de gloria dentro de la fiesta taurina…

Félix Briones fue cargado en hombros por los cronistas taurinos de Monterrey y por el comediante Gaspar Henaine Capulina, después de que su hijo Félix Gerardo, que pocos años después sería uno de los destacados novilleros que le dieron la pelea al fenómeno que fue Rodolfo Rodríguez El Pana le despojara del añadido. Sigue contando Antonio Córdova:

…Emotivo el momento en el cual Félix Gerardo, su hijo, le desprendió el añadido dando por terminada toda una vida dedicada a la profesión de torero, y más emotivo aún, el momento en el cual “Pablote”, Arturo García, Memo Guerra y Gaspar Henaine “Capulina” le cargamos a hombros como fiel reconocimiento a lo que Félix hizo en su larga trayectoria dentro de la fiesta…

Para redondear la tarde, Joaquín Bernadó salió al tercio en su primero y dio dos vueltas en el quinto, tras de que se le negara la oreja que fue insistentemente pedida y Mauro Liceaga dio la vuelta tras la lidia del tercero y le cortó la oreja al sexto, lo que permitió culminar una tarde en la que Félix Briones tuvo la despedida que pudo soñar, arropado por la gente de su tierra y triunfando. No muchos toreros tienen esa suerte.

Así pues, ese domingo 14 de marzo de hace medio siglo, se cerró un gran volumen de historia taurina que representaba la carrera del torero de Monterrey.

El ganado que se lidió

La ganadería de don Eliezer Gómez González se fundó en el año de 1933 y se asentó en el rancho Las Bravas del municipio de Cadereyta, Nuevo León. El pie de simiente, de acuerdo con don Heriberto Lanfranchi fue de vacas de Jalpa y Xajay y sementales de Zacatepec. A partir de 1948, la dirigió don Eliezer Gómez Sada, por el fallecimiento de su fundador y en 1976 fue enajenada a Valdemar Saucedo Galindo. Su divisa era con los colores blanco y negro.

Una estampa torera

Bien es sabido que la tauromaquia de Félix Briones estaba fundada en el valor. Pero no era un valor exento del oficio bien aprendido. Del conocimiento de los terrenos y de la colocación. Recojo, de la crónica que, firmada a nombre de Carlos Fernández Valdemoro en el ejemplar de “La Lidia” del 25 de agosto de 1944, el después José Alameda, relata una escena ocurrida en la novillada del 20 de agosto de 1944 en el Toreo de la Condesa. Se lidiaban novillos de Ajuluapan para Félix Briones, Leopoldo Gamboa y Raúl Iglesias y nos cuenta:

...veroniqueó Briones también con mucho valor y, luego, al hacer el primer quite por orticinas, – que han vuelto a estar en boga desde que Luis Procuna las resucitó en la corrida de la Oreja de Oro – resultó cogido y aparatosamente volteado. Se levantó y quiso repetir los lances, demostrando con ello más carácter que malicia, pues el novillo no era ciertamente propio para tales adornos… A la muerte llegó el novillo con acusada querencia hacia las tablas, y aún más allá de ellas. Y saltó al callejón, cuando Félix brindaba ya su muerte. Estaba el novillo decidido a evitarla y apenas lo sacaban de entre barreras, volvía a internarse. Abrieron por fin los monosabios la puerta del callejón que está ante la puerta de cuadrillas y allí se quedó aquerenciado el toro. Félix Briones hizo cuanto pudo para sacarlo, y aprovechó una arrancada para sacarlo hacia las afueras, logrando dejar una estocada un tanto pasada. Saltó el novillo, ya herido, al callejón y allí murió, mientras el público premiaba la voluntad y la decisión de Félix con nutridos aplausos…

Es decir, sabía torear y sabía estar en su sitio . En suma, Félix Briones sabía ser torero, en el ruedo… y fuera de él.

Félix Briones falleció en León, Guanajuato, el 11 de julio del año 2011.

Es por eso que, en este día, que se cumple medio siglo de su despedida de los redondeles, le recuerdo con respeto y admiración.

Aviso Parroquial: De nueva cuenta y como en todos los casos que tienen que ver con asuntos de la llamada Sultana del Norte, agradezco a mi Patrón, don Francisco Tijerina, el haberme proporcionado los materiales para garabatear estas líneas. Asimismo, advierto que los resaltados en los textos transcritos son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 7 de marzo de 2021

1947: Eva Perón va a los toros en Madrid

Eva Perón en el Palco Real de Las Ventas
Foto: EFE - La Fototeca
Eva Duarte de Perón tenía la obsesión de obtener la presidencia de la importante Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires, regentada por las damas de la más alta sociedad de la capital de Argentina. Dado su origen y su actuar en política, de manera sistemática su intención fue rechazada de manera elegante. En 1947, el jefe del Estado Español, Francisco Franco, invitó al presidente de Argentina, Juan Domingo Perón a visitar tierras ibéricas. La invitación tenía motivos comerciales, España necesitaba los granos que en las tierras australes americanas se producían y que con la exclusión de España del Plan Marshall, eran escasos de otras partes del mundo para los países no beneficiados con este.

Perón declinó la invitación, pero su esposa, una inteligente mujer en cuestiones de política – independientemente de sus métodos – consiguió que el presidente aceptara la invitación para ella. Y surgió la llamada Gira del Arco Iris, misma que Eva Duarte aprovecharía para relacionarse con las diversas casas reales europeas y de esa manera obtener, desde su personal punto de vista, el pedigree suficiente para poder presidir la mencionada Sociedad de Beneficencia.

Su primera parada europea fue en Madrid. Escribe W. A. Harbinson:

Parando primero en España, ofreció los saludos de un dictador al otro, diciendo al General Franco: ‘no he venido aquí a establecer un eje, sino solamente como un arco iris entre nuestras naciones…’. El General Franco, un viejo zorro, le otorgó a la belleza forrada en mink la Gran Cruz de Isabel la Católica y la mandó a las plazas a saludar a los españoles. Los españoles, quienes siempre se enamoran de mujeres envueltas en plumas de avestruz y abrigos de piel, le dieron una extraordinaria recepción, mientras Evita daba obsequios en mano, a veces hasta de 1000 libras diarias…

Eva Perón en los toros

Había que mostrar España a la ilustre visitante y llevarla a los toros estaba dentro de la cuestión, indudablemente. Para ello se programó para el jueves 12 de junio de 1947, una corrida de toros en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid en la que se lidiarían seis toros de don Clemente Tassara y un novillo de don Manuel Arranz, para el rejoneador Pepe Anastasio, Rafael Vega de los Reyes Gitanillo de Triana, Pepe Luis Vázquez y Raúl Acha Rovira. Sin dudar de los méritos de este último, quiero pensar que su inclusión en el cartel tenía su ingrediente político, pues, aunque su nacionalidad era peruana, nació en tierras de Argentina.

Las crónicas de los diarios españoles narran un festejo que fue anodino hasta que Rovira cortó la única oreja que en él se otorgó, pero la prensa extranjera habla de que tuvo sus accidentes, entre otros, que comenzó con algo así como media hora de retraso, porque la invitada de honor simplemente… llegó tarde. Dice la edición de la revista norteamericana Time del 23 de junio de 1947:

Una rubia apresurada ...Era el día más caluroso del año cuando el Dictador Franco le impuso a Evita la Gran Cruz de Isabel la Católica incrustada de diamantes, pero Evita vestía una larga estola de mink. En la función especial de Fuente Ovejuna ofrecida en el Teatro Español, Evita lució una larga capa de plumas de avestruz. En los toros, que iniciaron media hora tarde por su causa (ni para Alfonso XIII se difirió el inicio de una corrida), Evita deslumbró de nueva cuenta a los españoles. Se presentó de mantilla (tradicionalmente lucida rigurosamente recta) colocada sobre una peineta levantada desenfadadamente sobre su oreja...

Como se ve, fue a Roma, pero no hizo lo que vio. Se comportó como si estuviera en su casa – seguramente se tomó a la letra aquello de mi casa es su casa – y no entendió o no quiso entender que hay cosas que tienen una sola manera de ser. Y una de esas cosas, son los toros, que deben comenzar siempre a la hora anunciada.

El triunfo de Rovira

Raúl Acha le cortó la oreja al tercero de la tarde. Si hemos de atender a la descripción de la faena que hizo en su día R. Capdevila en el diario Arriba de la capital española, la realizó en un palmo de terreno, pues entre otras cosas, dice esto:

…Lo que recuerdo bien, señora, es que al salir Rovira a su faena al tercer toro, los arrastres – y varias incidencias de la lidia en los medios – habían emborronado aquel escudo que estaba ya lo mismo que los mapas que pintan los niños con sus cajas de lápices cuando después les pasan torpemente el difumino o la goma, e incluso los dedos. Quedaba solamente intacto, limpio, un sector de cenefa hacia la puerta de cuadrillas, iluminado en parte por el sol y en él, precisamente, la bandera de ustedes, señora, con sus franjas azules encima y debajo del blanco.

Fue allí donde Rovira, en su propia bandera, plantó un pabellón de gallardía y de audacia. Iba a decir que parecía que los colores argentinos le trasfundían su entusiasmo, a través de las suelas flexibles de sus zapatillas de torear; pero no sería exacto señora, porque Rovira no llegó a pisarlos. Ni en la angostura, difícil, de la brega. Estuvo al filo de ellos justamente. Se podría decir que a su sombra. Y que a su sombra obtuvo el éxito. Ese éxito que es en los toros, la oreja. La vuelta al redondel, con la oreja en la mano, después de la nevada de pañuelos volando por toda la plaza.

De esta forma, señora, merced a Rovira – Rovira de ustedes – tuvo usted un apunte de toros que incorporar a su álbum de estampas de España: de sus días – ojalá inolvidables – de España. Porque aparte Rovira, señora, la corrida de toros solo estaba pasando. Pasando, nada más. Sin pena ni gloria, decimos aquí…

Manuel Sánchez del Arco Giraldillo, en el ABC de Madrid, por su parte, relata:

La tarde fue para el argentino Raúl Ochoa “Rovira”. No triunfó al hilo de la ocasión sentimental, sino que esta fue para él un estímulo... A la hora definitiva clavó los pies en el suelo. Citó, cruzadísimo, aguantó la entrada espeluznante y logró los pases. ¡Había corrida de toros! El público ponía un son hondo de ovaciones. A “Rovira” se le discute mucho. Yo le he visto torear poco y, sin enjuiciar, me limito a referir. Aquello era hacer una faena a pulso. Aquello era dar a una tarde desvaída tensión española... fundiéndose con el toro, pero con movimiento distinto, sin confusión ni barullo, dejando ver la faena, su calidad y su emoción, dijeron que había toros en Madrid. Estaba toreando “Rovira”, el discutido... Un volapié clásico, y la mano de “Rovira” llega al pelo mojado en sangre. Descabella a pulso, y la ovación, que no ha cesado, reclama la oreja para el argentino, quien da la vuelta al ruedo luciendo en sus manos el galardón supremo de su tarde de toros en Madrid. Ello en una tarde en que no había toros y que por él tuvo vibración española...

Hoy en día el corte de una sola oreja puede parecer hasta minimalista, pero en aquellos días, una oreja en Madrid era casi siempre el signo de un triunfo rotundo. Y Rovira se alzó con él y eso le valió en su día, ser considerado como torero de Madrid, un título que no es gratuito y que en muchas ocasiones pesa como una losa.

El resto del festejo y el fin de la fiesta

Voy a retornar a la crónica de don Celestino Espinosa R. Capdevila, para tratar de condensar lo demás que sucedió en esta corrida, que sin duda, por las causas que la motivaron, merece el calificativo de extraordinaria y así, el cronista escribe:

Esto son cosas solo de nosotros, que así pudimos ver lo deslucido que estuvo el rejoneo de principio de tarde, a cargo de Pepe Anastasio, y lo incoloro de las actuaciones de Gitanillo de Triana y de Pepe Luis Vázquez, por culpa fundamental del tono de moruchos que sacó la corrida de Tassara. Eso son cosas de nosotros, que dejo entre nosotros. Y que pueden quedar entre nosotros, porque ayer, realmente, la Fiesta no estaba en el ruedo. La Fiesta, señora, la fiesta de nuestros ojos y de nuestros corazones, estaba en su palco. Y esa sí que fue fiesta cumplida…

Me tranquiliza, sin embargo, el sentir hondamente que los españoles todos, al conjuro de su sonrisa clara, tenemos algo que decirla: los españoles todos, hasta el de menos importancia. Como yo. Y que en ese decir, de mi escribir constante en los tendidos de las plazas de toros, no podía ser hoy sino esto: Señora, en la corrida de ayer tarde, a no ser por Rovira el argentino, ha habido poca fiesta en la arena del ruedo, sería que la fiesta, la verdadera fiesta de la plaza para todos nosotros – los aficionados madrileños – estaba y bien cumplida en el palco de usted.

Así fueron los sucesos de un festejo taurino de hace casi 74 años, en el que la política se entreveró con los toros y en el que al final, lo taurino, vino a ser lo que terminó reluciendo. Y es que, quiérase o no, la grandeza de la fiesta es como el sol, no se puede tapar con un dedo – o con más –, por más torpes intentos que se hagan.

domingo, 28 de febrero de 2021

25 de febrero de 1945: David Liceaga y Florista de Torrecilla

David Liceaga
La decimosexta corrida de la temporada hispano – mexicana 1944 – 45 en El Toreo de la Condesa, primera que contaba con toreros españoles después del rompimiento de 1936, se programó inicialmente para el 18 de febrero de 1945, pero el repentino fallecimiento – en circunstancias nunca aclaradas – en Atlixco o en Puebla – según se vea –, la víspera, del general Maximino Ávila Camacho, en esos días Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas y además accionista mayoritario de El Toreo, S.A., propietaria del principal coso de este país, complicó las cosas para sus operadores en la plaza de la colonia Condesa.

En esas circunstancias, don Maximino, que en los hechos era el factótum de las cosas de la fiesta en este país, al fallecer repentinamente, motivó que en señal de luto, varias corridas programadas para el día siguiente se suspendieran o pospusieran. Esa suerte la corrieron las de El Toreo en la que estaban anunciados Silverio Pérez, David Liceaga y Antonio Bienvenida con toros de Torrecilla; la de San Luis Potosí en la que deberían haber actuado Luis Castro El Soldado y Pepe Luis Vázquez y la de Orizaba, en la que estaba anunciado Rafael Ortega Gallito como cabeza de cartel, aunque algunas otras, como la de Guadalajara, en la que actuaron Gitanillo de Triana y Luis Procuna con toros también de don Julián Llaguno, se llevaron a cabo con normalidad.

La 16ª de la temporada 44 – 45 

Dado el infausto hecho anterior, don Antonio Algara recorrió una semana el festejo anunciado y éste se celebro el domingo 25 de febrero. Las crónicas no revelan que se haya recordado o guardado algún minuto de silencio en memoria del general Ávila Camacho.

Fue una corrida triunfal, Silverio Pérez le cortó el rabo al toro Escultor, después de una faena derechista de las suyas y aunque su estocada fue defectuosa, la gente se le entregó como sabía hacerlo. Antonio Bienvenida por su parte, tuvo, creo, su actuación más redonda en la plaza de la colonia Condesa, pues le cortó una oreja a cada uno de los toros de su lote Cafetero y Sabroso. Hubiera obtenido más trofeos, pues ambas orejas las obtuvo después de pinchar en lo alto a ambos toros.

El otro gran triunfador fue don Julián Llaguno, quien envió una corrida seria, brava, bien presentada. Tras la lidia del quinto, que recibió los honores de la vuelta al ruedo, fue sacado a dar la vuelta por David Liceaga que vestía de negro y oro en compañía de Silverio Pérez, con terno azul rey y oro y Antonio Bienvenida que llevaba un vestido blanco y oro. Don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada en su columna aparecida en el semanario La Lidia de México del 9 de marzo de 1945, juzga así el encierro de Torrecilla lidiado en la fecha:

La vacada de Torrecilla, envió para esta corrida seis toros, muy bien presentados, de magnífico trapío y de los cuales, solamente los corridos en primero y segundo turno mansurronearon en los tres tercios, siendo los cuatro restantes de bravura ejemplar, fuertes, codiciosos, de envidiable suavidad y nobles a carta cabal, no ofreciendo dificultad alguna y mereciendo por ello su criador los honores de recorrer el anillo en compañía de quienes supieron hacerlos lucir, realzando su bravura.

¡Así siempre, señor Llaguno!...

Por su parte, Roque Armando Sosa Ferreyro, Don Tancredo, en el ejemplar de La Fiesta, aparecido el 28 de febrero de 1945, reflexiona lo siguiente acerca de los toros de Torrecilla lidiado en esa ocasión:

...Torrecilla envió un encierro de toros que tuvieron la edad, el peso y el trapío requeridos, toros de ejemplar bravura y nobleza que acusaron su casta en los tres tercios e hicieron posible el triunfo de los toreros... El público, envenenado por interesadas y sistemáticas campañas en contra de los ganaderos zacatecanos don Antonio y don Julián Llaguno, está predispuesto contra los toros que lucen las divisas de San Mateo y Torrecilla; y sí en otras vacadas se toleran... Pero la calidad de los bureles de Torrecilla exigió que se rindiera el homenaje de la ovación popular al ganadero, y después del faenón de Liceaga y después de la hazaña de “Bienvenida”, mientras que los despojos de los toros quinto y sexto eran paseados triunfalmente por el ruedo, don Julián Llaguno tuvo que recorrer la arena para recibir las palmas de los aficionados mientras las notas jubilosas de la marcha “Zacatecas” enmarcaban su victoria...

David Liceaga y Florista

El quinto de la tarde fue nombrado Florista, número 18, negro y dice la crónica de quien firmó como Francisco Montes en el semanario La Lidia de México del 2 de marzo de 1945, que era cómodo de cabeza. Poco hizo David con la capa y contra su costumbre, no tomó las banderillas, pues en el primero se recrudeció una lesión que venía padeciendo y no pudo concluir el segundo tercio. Desde el inicio tomó la muleta con la mano izquierda y como dice la crónica, solamente utilizó la derecha para empuñar la espada a la hora de matar:

David toma los trastos y viene la faena más clásica que hemos visto de muchos años a la fecha, el toreo izquierdista que tiene gran mérito en su mejor expresión, una faena en la que no se acordó de la mano derecha más que para entrar a matar; la inició con una serie de estupendos naturales en los que corrió la mano y que ligó clásicamente, como mandan los cánones, con el forzado de pecho; una pausa y otra serie de naturales engarzados armónicamente, que arrancaron delirantes ovaciones y hacen sonar la charanga; liga sus naturales con un pase afarolado, seguido de uno de pecho estupendo; otra serie de naturales que le resultaron eternos y que convierten la plaza en un manicomio, se tira a matar y deja una estocada a un tiempo en buen sitio que hace rodar al bravo astado, con el que David ha ejecutado una de las faenas más meritorias y más clásicas que hemos visto en el coso de la Condesa; la plaza entera, emocionada, pide los máximos honores para David al que conceden la oreja y el rabo, dando la vuelta al anillo devolviendo prendas de vestir, otra vuelta más en la que saca al ganadero que en compañía de los diestros alternantes recorre el ruedo en medio de la apoteosis del respetable. David Liceaga se ha consagrado definitivamente con una faena clásica, como mandan los cánones. David Liceaga, figura indiscutible de la torería contemporánea…

Una gran faena realizada exclusivamente con la mano izquierda, toreo al natural puro y duro. Algo que no se veía frecuentemente y que no se ve todavía con regularidad en estos tiempos que corren.

La visión de Don Tancredo, en el ejemplar de La Fiesta ya mencionado, cuenta:

David, el torero de las sorpresas, que siempre responde a las esperanzas de los aficionados y pone su corazón y su arte en la realización de hazañas memorables, logró superar el faenón de Silverio, ¡Y ya es decir! Para nuestro gusto el trasteo del texcocano fue de mayor calidad; pero el de Liceaga tuvo mayor mérito, pues con el quinto cornúpeta, “Florista”, trazó una de las páginas más notables en la historia de la tauromaquia en México; dando cátedra de bien torear y de clasicismo, ligó una faena exclusivamente izquierdista, con diecinueve pases naturales, cinco pases de pecho, un afarolado y un molinete, coronándola con una estocada honda y desprendida que le valió los máximos galardones; oreja y rabo... lo hecho con “Florista” destaca su nombre y su éxito para situarlo en las cimas de la fama. ¡Qué maravilla de faena, de verdadero clasicismo, exclusivamente izquierdista, que se recordará siempre como una de las más meritorias realizadas en la plaza “El Toreo” y en cualquier ruedo del mundo! ...

En el número de La Lidia de México aparecido el 9 de marzo siguiente, El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, hace el siguiente análisis:

¡Sí señores! Un FAENÓN netamente izquierdista en el que brillaron de forma radiante y bella los dos pases fundamentales de toreo clásico por excelencia y por ello los más difíciles en ejecución. ¿Fueron dos o tres los que se bordaron en tan estupendo trasteo? ¡NO! La faena completísima estuvo compuesta de varias tandas de naturales auténticos, rematada cada una de ellas con el consiguiente de pecho y la intercalación de afarolados y molinetes. Ni una sola vez recurrió el Gran David al uso de la mano derecha. No la necesitó absolutamente para nada, empleándola solamente para empuñar y montar el estoque, el que, a no ser por la carencia de facultades ocasionada por la molesta dolencia, de seguro hubiera hundido en las carnes de la res, practicando la suerte de recibir, de la que en la actualidad guarda la exclusiva David Liceaga. ¡ASÍ SIEMPRE DAVID!

Lo que siguió después

Tres días después, para el último día de ese febrero, se anunció a David Liceaga en la corrida de la Oreja de Oro junto a Cagancho, El Soldado, Pepe Luis Vázquez, Antonio Bienvenida y Luis Procuna con toros de Torreón de Cañas. La lesión que arrastraba David no le permitió actuar y abrió la puerta para el surgimiento de otra figura mexicana… Ese fue el día que el sol le salió de noche a Antonio Velázquez, quien por un volado se ganó la sustitución.

Cualquiera pensaría que independientemente de este último hecho, David Liceaga sería tenido en cuenta para el resto de la temporada. No fue así, esta corrida del 25 de febrero era su tercera y última comparecencia en el ciclo, algo que hoy a la vista de los resultados, cuando menos a mí, me resulta incomprensible.

David Liceaga confesó a Leonardo Páez alguna vez:

Ser torero es muy bonito, pero más aún es respetar al toro, al público y a uno mismo. Nunca le falté a un compañero ni permití que nadie lo hiciera conmigo, pero es indudable que en el medio taurino la dignidad se vuelve un estorbo...

Quizás haya sido el hecho de tratar de defender lo logrado lo que le impidió obtener más posiciones en esa temporada o quizás fue el hecho de que, como dice el mismo Páez, era un alternante muy incómodo para las figuras de la época, porque una vez en el ruedo salía a darlo todo, estuviera quien fuera allí en el ruedo.

Sin embargo, el recuerdo de David Liceaga como uno de los grandes toreros que ha dado México estará siempre presente en la memoria de los buenos aficionados.

Aviso Parroquial: Agradezco a mi amigo Librado Jiménez el haberme puesto en los toros acerca de la crónica de Don Tancredo relativa a esta histórica tarde, se me había pasado de largo. Igualmente hago notar que los resaltados en los extractos de esa relación, en la de Francisco Montes y en el análisis de El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, son imputables exclusivamente a este amanuense pues no obran así en sus respectivos originales.  

domingo, 21 de febrero de 2021

20 de febrero de 1966: Lorenzo Garza se despide de los ruedos en su plaza de Monterrey

El anuncio de la despedida
Diario El Porvenir
Todo principio tiene un final. Algo más de treinta y cinco años después, Lorenzo Garza, el torero que consideró que uno de los ingredientes para ser figura del toreo era saber dividir decidió dejar de vestir el terno de luces. Quedaban atrás aquellas ilusiones que cultivó siendo un muchacho, cuando en una peluquería de su barrio leyó, seguramente en un ejemplar de Toros y Deportes, que Rodolfo Gaona cobraba cuatro mil pesos – en oro – por corrida.

También quedaba para la historia aquella tarde en la que, entrenando de salón ya en El Toreo de la Condesa, se le acercó Adolfo Aguirre El Conejo y le preguntó si era capaz de hacerle lo mismo a los toros y ante su respuesta afirmativa, lo anunció para el siguiente domingo, el 3 de mayo de 1931, con Jesús González El Indio y Antonio Popoca, para lidiar novillos de La Punta. Fue tal la premura de su anuncio, que su nombre apareció en los carteles como Lázaro Garza.

Se volvió un agradable recuerdo el viaje a España, con un puñado de pesetas en la bolsa, su hospedaje en el gran Hotel México de Santander y su feliz y providencial encuentro con don Eduardo Pagés, que casi de inmediato lo puso a torear en aquellas tierras y lo ayudó a salir adelante hasta llegar a recibir la alternativa de manos de Juan Belmonte e iniciar la andadura que lo llevó a ser una de las grandes figuras históricas del toreo.

Todo principio tiene un final y don Lorenzo lo decidió para esta fecha, en su tierra, ante sus paisanos que siempre lo apoyaron.

Los prolegómenos de la despedida

Cuenta Alejandro Arredondo, en Lorenzo Garza, El Ave de las Tempestades, lo siguiente:

“El Magnífico” regresó a los ruedos por última ocasión a los 58 años de edad con un jugoso contrato por tres corridas con la empresa de Leodegario Hernández Campos, la alternativa del joven maestro, una corrida en León y finalmente la despedida de nuevo en Monterrey, para no volver nunca más a vestir de luces…

Lorenzo Garza, de acuerdo a los recuentos estadísticos de don Luis Ruiz Quiroz toreó ese 1966, la de León el 19 de enero con Joselito Huerta, José Fuentes y Manolo Martínez con toros de Mimiahuápam en la que se alzó como el triunfador al cortar la oreja del quinto de la tarde y la de su despedida en Monterrey.

El 22 de enero de ese 1966, días después de su triunfo en León, la agencia Informex, en nota publicada en el diario El Siglo de Torreón, anunciaba ya la despedida del Califa, en estos términos:

México, 21 de enero. – (Informex). – Lorenzo Garza, el veterano espada mexicano anunció que su despedida definitiva de los ruedos tendrá lugar el día 6 de febrero en la plaza de Monterrey, que es su ciudad natal.

En tal fecha alternará con Joselito Huerta y Raúl Contreras “Finito”. La supervivencia del genial muletero regiomontano en el arte que le dio fama ha sido increíble.

Muy cerca de los 60 años de edad, es capaz todavía de lograr hazañas como las de ayer en la plaza de León, donde fue el máximo triunfador, alternando con tres toreros jóvenes que están en su mejor momento.

Lorenzo Garza era uno de los últimos bastiones de la Edad de Oro del toreo mexicano que estaba en activo, pues tras de la tarde que hoy me ocupa, de ella quedarían activos solamente Alfonso Ramírez Calesero, quien en campaña de despedida torearía hasta 1968 y Luis Procuna que tendría su última tarde hasta 1974.

Lorenzo Garza había hecho pausas en su carrera en varias ocasiones antes de esta última tarde. Así, toreó por última vez el 30 de junio de 1943 en Barcelona, con Carlos Arruza y Jaime Marco El Choni con toros de Marceliano Rodríguez, para reaparecer hasta el 20 de noviembre de 1946 en Irapuato, alternando con Manolete y Luciano Contreras, consciente de su responsabilidad de figura que tenía que salir a dar la pelea al Monstruo de Córdoba

Volvió a dejar de torear el 16 de octubre de 1949, en Palmira, Colombia, con alternando con Morenito de Valencia y Félix Briones en la lidia de toros de José Estela. Reapareció el 20 de abril de 1958 en Ciudad Juárez acartelado con Juan Silveti y Jaime Bolaños y toros de Jesús Cabrera, toreando 6 corridas ese año, otras 5 en 1959, 6 en 1960 y 3 en 1961. No toreó en 1962 y 63 y toreó 2 corridas cada uno de los años 1964, 65 y 66. En total en su carrera, sumó nada más 331 festejos toreados.

La tarde de la despedida

Al final de cuentas y a pesar de las noticias previas, don Leodegario Hernández confeccionó un interesante cartel para arropar la despedida de la gran figura. Le acompañaría uno de las figuras emergentes del momento, Raúl Contreras Finito y cerraría la tercia un torero español, de Salamanca, que también era de alternativa reciente Paco Pallarés y que se malograría después a causa del toro negro de la carretera. Los toros serían de José Julián Llaguno, ganadería que gozaba de un excelente momento.

Lorenzo Garza se fue en olor de triunfo, con las orejas y el rabo del último toro que mató en las manos. La crónica de Antonio Córdova, en el diario El Porvenir, de Monterrey, del día siguiente del festejo, entre otras cosas, nos cuenta:

“Joyero” se llamó el cuarto de la tarde. Un joyero de mucha categoría, pues trajo consigo toda la gama de la orfebrería taurina presentada en ese estuche de lujo que se llama Lorenzo Garza.

La exhibición dio principio con una tanda de verónicas de oro que, el señor de Monterrey remató con media verónica rodilla en tierra y, no conforme con ello, volver a prender al de José Julián para llevarlo de los tercios a los medios con 3 lances colosales y media verónica de ensueño.

Pero lo más rico de la exposición vino en cuanto Lorenzo tomó la muleta en sus manos, para ir bordando como gemas valiosísimas un trasteo con naturales garcistas que no volveremos a ver, derechazos de maravilla, y sus medios pases con la derecha que fueron el aderezo a su obra maestra.

El toque final fue esa media estocada en el hoyo de las agujas, con la cual tuvo “Joyero” para entregarse al cachetero, y al grito de ¡Torero! ¡Torero!, se le entregaran las orejas y el rabo del toro de José Julián a Dn. Lorenzo que, aclamado por la multitud dio tres vueltas al ruedo con la arena tapizada de sombreros y prendas de vestir. Un triunfo grandioso para quien ha sabido honrar durante toda su trayectoria taurina el terno de luces…

Una tarde triunfal, pues Paco Pallarés cortó tres orejas a los toros de su lote y Finito con la parte dura del encierro le cortó una al tercero, con petición de la segunda, no concedida, lo que generó una gran bronca a quien presidía el festejo.

En suma, Lorenzo Garza se fue de los ruedos ejemplificando la grandeza de la fiesta, la que siempre fue su bandera.

En el diario El Norte, también de Monterrey, en una publicación sin firma, pero que puedo atribuir a don Ángel Giacomán – esa era su tribuna – se le pedía a don Lorenzo lo siguiente:

... ‘No te vayas Lorenzo’, diría don Alfonso Junco recordando el tiempo ido, que fundió en su cerebro prodigio aquellos versos, que al fin pudieron describir la grandeza del torero, que sembró pasiones y ahora cosecha cariño y admiración.

‘No te vayas Lorenzo’, y sabemos que no te irás, porque quedará para siempre en la mente, tu personalidad incomparable, el sello de tu pase natural inigualable, y al igual que entonces, aún siembras pasiones de matices tan diferentes que te han hecho inmortal...

Ya quedaba solamente paso para la nostalgia, para el recuerdo, para la memoria. Lorenzo Garza seguiría en los ruedos, pues torearía algunos festivales selectos a beneficio de causas nobles, pero la competencia que implica ir vestido de seda y alamares había llegado a su punto y final. Una época había terminado. Y terminó con grandeza, con la grandeza que corresponde tanto a la fiesta de los toros, como al personaje que en este caso la representa.

Aviso parroquial: Agradezco a mi Patrón, don Francisco Tijerina, haberme proporcionado los materiales provenientes del diario El Porvenir de Monterrey, pues de no ser así, no hubiera podido armar esto. Igualmente, el resaltado en la crónica de Antonio Córdova es imputable exclusivamente a este amanuense, pues no obra así en su respectivo original.

domingo, 14 de febrero de 2021

13 de febrero de 1966: Calesero se despide triunfalmente en Aguascalientes

De izquierda a derecha: Un subalterno que no
identifico, Julián Rodríguez, Calesero, Alberto
El Negro Santacruz, José Sánchez y José Luis
Fernández Ledesma. Atrás, entre Calesero y
Santacruz, Arturo Muñoz La Chicha. El niño
del frente es el matador de toros retirado Ricardo
Sánchez
La carrera de un torero tiene que llegar a un final. En el caso de Calesero se trataba de un largo paso por los ruedos del mundo, pues ese febrero del sesenta y seis se cumplían cuatro décadas de ir recorriendo arenas y esparciendo el aroma de su toreo y quizás la hora de decir adiós se había hecho presente.

Calesero le contó al doctor Alfonso Pérez Romo su sentir en los días previos a su despedida de los ruedos en la Plaza México. Entre esas fechas queda esta despedida que hoy me ocupa. Entre otras cosas le relató lo que sigue:

La noche del día doce de febrero de 1966, víspera de mi despedida ante la afición de mi ciudad natal, Aguascalientes, matando seis toros de diferentes ganaderías: La Punta, Torrecilla, Tequisquiapan, Reyes Huerta, Valparaíso y Santa Rosa de Lima, (decidí matar solo esos seis toros para demostrarles a mis paisanos que me iba porque quería, no porque ya no podía; tal hazaña la logré cuando ya tenía veintisiete años de matador de toros; ese público fue el más exigente de todos los que me juzgaron, pero también el que más se me entregó en mis triunfos). Casi no dormí en toda la noche pensando en tantas y tantas cosas que se me venían a mi mente... Recordando toda mi vida de torero que fue muy larga y llena de emociones; soy el torero mexicano que más duró en la profesión: 40 años se dicen pronto. Alterné con tres generaciones del toreo, le di a mi hijo Alfonso la alternativa estando yo en activo. Pasaron cien años para que hubiera otro caso igual al de "Cúchares" que le otorgó la alternativa a su hijo "Currito" estando también en activo… Yo hubiera seguido toreando unos dos o tres años más, pero dos toreros en una misma familia es mucha tela; la esposa, la madre, los hermanos esperando dos conferencias cada día de corrida, es un verdadero martirio… Mi esposa es un caso: el marido torero, tres hijos matadores de toros (actualmente retirados) y ahora el nieto que se inicia de novillero (actualmente matador), calculen ustedes lo que ha pasado esa señora... (“El Aroma del Toreo”, Alfonso Ramírez “Calesero” con Alfonso Pérez Romo, UAA – Julio Díaz Torre, 2005, 1ª edición, Págs. 13 – 14).

Calesero estaba por cumplir 52 años de edad, sufrió pocas cornadas, pero las que recibió fueron de consideración. Su dedicación exclusiva al toreo, la vida metódica que llevaba y la constante preparación que mantenía en el campo bravo – Calesero siempre fue considerado un extraordinario tentador – le permitieron llevar su ejercicio profesional más allá de lo que muchos de sus pares hubieran logrado. 

La tarde del adiós

La publicidad del festejo rezaba que Calesero dedicaba su actuación al C. Gobernador del Estado, Presidente Municipal, Jefe de la Zona Militar y toda la afición.  Para la ocasión eligió un vestido grana y oro que años después pude conocer de cerca en el Museo que tuvo una casa vitivinícola en esta ciudad y cuyo contenido hace algunos años fue rematado en una subasta. No sé si la almoneda incluiría ese vestido de torear que por sí mismo es histórico.

Algunas imágenes que conservo de esa tarde, reflejan que le acompañaron en su cuadrilla su inseparable Arturo Muñoz La Chicha, que fue su compañero de correrías desde el inicio de su andar en los ruedos, Alfonso Pedroza La Gripa y el gran picador de toros Guadalupe Rodríguez El Güero Guadalupe y que salió como uno de los sobresalientes Tomás Abaroa, en esos días matador de toros y tiempo después un destacado peón de brega.

En los corrales de la plaza esperaban los toros de La Punta, Torrecilla, Tequisquiapan, Reyes Huerta, Valparaíso y Santa Rosa de Lima que serían enfrentados por Alfonso Ramírez Alonso y que por ese orden de su antigüedad saldrían al ruedo nombrados como Bordador, Poeta, Artista, Pintor, Pianista y Escultor. Con ellos se entretendría en cortar ocho orejas y un rabo en una tarde que fue triunfal desde el ángulo que se quiera examinar.

El momento cumbre de la tarde

Aunque la tarde fue efectivamente redonda, de apoteosis, donde Calesero estuvo envuelto entre el cariño de la afición de su tierra, su momento más álgido lo tuvo durante la lidia del quinto de la tarde, un toro de Reyes Huerta llamado Pianista. Recurro a la crónica de don Jesús Gómez Medina, publicada al día siguiente del festejo en El Sol del Centro y dedicada a don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, también testigo del acontecimiento, en la que nos dice lo siguiente:

La faena cumbre del quinto. – “Pianista”, de Reyes Huerta, número 14, cárdeno oscuro, corto de defensas, bragado y coletero, de bonito tipo, salió en el llamado lugar de honor. ¡Y a fe que lo mereció!

Porque “Pianista” fue bravo, muy bravo, con la fiereza, con el empuje que ya no es muy común ver en el toro de lidia; pero, a la vez, con el buen son, con el temple, con la nobleza peculiares a los bichos de su progenie.

En estas condiciones y con el público entregado, rendido plenamente ante el arte y el torerismo del Calesero, forjó este el capítulo más lucido en su brillantísima actuación. 

Sus verónicas a pies juntos tuvieron la emoción derivada de la fuerte acometida de “Pianista” – un tío que empujaba con un par de riñones – y del aguante estupendo de que hizo gala el torero; sin mengua, desde luego, de las demás virtudes que brillaron siempre en sus intervenciones con el percal.

Vino luego una escena que, a estas alturas, se antoja anacrónica, pero que, sin embargo, conserva la enérgica belleza, el colorido de una estampa de Perea: cuando el Güero Guadalupe ejecutó “como ordenan los cánones”, la suerte de varas.

Y luego, el trasteo cumbre. ¡La gran faena en una tarde saturada de trances lucidos! Tras un emotivo y brillantísimo preámbulo de hinojos, la faena prosiguió en los medios. Allí, con el refajo en la diestra, alcanzó Alfonso el ápice, la cumbre de su labor en el tercio final.

Una serie prodigios de muletazos en redondo, siete, ocho, aguantando impávido las reiteradas embestidas del bravo ejemplar de Reyes Huerta; pero a la vez, mediante el temple y el mando, imponiendo el señorío de su cerebro y la plasticidad de un exacto y gallardo trazo de los muletazos, a la oscura fiereza de la bestia. Rugía el público de emoción y de gozo a cada pase, mientras el torero, el torero – artista, ebrio a su vez de emoción creadora, embriagado en la belleza de su propia obra, reflejaba también en su semblante los intensos sentimientos de que era albergue su pecho.

Tras de esto, en un clima de rotunda apoteosis, adueñado Alfonso de las mil voluntades que se agitaban en los tendidos y seguro a la vez de su jerarquía sobre el toro, prosiguió el trasteo que culminó, por último, en la concesión del indulto del bravísimo y nobilísimo “Pianista”, otorgado a petición popular.

Tras de esto, el otorgamiento de todos los apéndices, las vueltas al ruedo sin fin, las aclamaciones y el delirio…

Calesero logró, con independencia de lo obtenido en los cuatro toros anteriores, rematar la tarde de su adiós a la afición de su tierra con un triunfo resonante, de los que se quedan en la memoria colectiva, de esos que sirven como signatura de una carrera en los ruedos que en los tiempos por venir sería recordada como ejemplar y como una de las grandes expresiones del toreo – arte que se hayan podido conocer.

Fue un día de fiesta

La celebración no se quedó dentro de los muros de la plaza de la calle de la Democracia. Terminada la corrida se ofreció a Calesero y a su familia por un sector representativo de la afición hidrocálida un banquete conmemorativo. El torero en sus recuerdos lo sitúa en uno de los salones del Hotel Francia; el amigo Gustavo Arturo de Alba en el del Club Rotario:

...Don Enrique Castaingts, con su característico puro, teniendo, regularmente de compañeros a Don Julio y Benito Díaz Torre, Don Anselmo López, Don Manuel Ávila, Don Emilio Berlie, claro está que todos con sus respectivas esposas, a las cuales pido disculpas de no mencionarlas por su nombre, para no caer en la descortesía de olvidarme de alguna de ellas. También batían palmas por las gestas de Calesero don Antonio Garza Elizondo; Rodolfo “El Ronco” González, a quién recuerdo invitándonos, la noche del 13 de febrero de 1966, a seguir la sobremesa de la fiesta de homenaje al “Poeta” en su aristocrática casa que tenía por los rumbos del Jardín de San Marcos, una vez que don Juan Andrea (otro Caleserista) cerró las puertas del local de los Rotarios, en Jardines de la Asunción, donde se había servido una suculenta cena, para más de 150 comensales, después de la apoteósica despedida en la San Marcos del torero del barrio de Triana.... (Gustavo Arturo de Alba en “Alfonso Ramírez ‘El Calesero’. ‘El Poeta del Toreo’”. Gobierno del Estado de Aguascalientes. 1ª edición, 2004. Págs. 152 – 153)

Independientemente del lugar en el que se haya llevado a cabo, resulta significativo que se haya prolongado la celebración de ese adiós al terreno de lo social. En esa reunión, Calesero obsequió a don Guillermo González Muñoz el capote de paseo que utilizó en esa última corrida en su tierra y existe una imagen que puede considerarse premonitoria, pues en ella aparecen el torero de nuestra Triana, don Guillermo y don Jesús, hermano de Calesero y empresario de la Plaza San Marcos. Tal pareciera que se daba a El Cabezón la alternativa para ser titular de la empresa taurina de nuestra ciudad, misma que ejercería con éxito apenas tres años después.

Lo que siguió

Calesero torearía el siguiente domingo su despedida en la Plaza México, alternando con Manuel Capetillo y Raúl García en la lidia de toros de Valparaíso. Allí le cortó la oreja a Mañanero, el último toro que mató vestido de luces en ese ruedo. Torearía 16 corridas ese año de su adiós, entre ellas la de la alternativa de su hijo Alfonso en Ciudad Juárez el 24 de julio; otras dos el siguiente y se vestiría de luces por última vez el 2 de febrero de 1968, en Sombrerete, Zacatecas, alternando con Manolo Espinosa y Manolo Urrutia en la lidia de toros de Torrecilla, tarde en la que les cortó cuatro orejas y un rabo.

Calesero dejó de vestirse de luces, pero nunca dejó de estar presente en la fiesta. Allí es donde reside quizás el más grande de sus valores. Conchita Cintrón parece describirlo en esta reflexión:

…Sobre la plaza aletean golondrinas – de esas que se presiente no volverán. Hay nueva entrega del diestro, nueva métrica, nueva poesía encerrada en el anillo de bravura que circunda su silueta. Y ante el pasmo de las gentes se revela la presencia de un espíritu al que le sobra materia. Realizada la transfiguración ya todo es gloria, apoteosis, triunfo. Pero el espada apenas si esboza una sonrisa. Ha terminado su expresión artística en los ruedos y sin ella – magia y duende de su existencia – abandona la plaza, cargando la cruz que conoce todo poeta enmudecido. (Conchita Cintrón, “¿Por qué vuelven los toreros?”, 2ª edición, México, 1987, Editorial Diana, Pág. 253).

Aviso parroquial: En esta fecha se cumplen 55 años de que este amanuense haya visto con cierto uso de razón un festejo taurino por primera vez. Conforme van pasando los años, me voy enterando de que no pude tener una mejor iniciación en esto…

Aldeanos