viernes, 18 de diciembre de 2020

Mi amigo Marco

Foto: Landín-Miranda
Mi primer contacto con la familia Ramírez Villalón se produjo en abril de 1993. En la Feria de San Marcos de ese año mis compadres Nicolás Rodríguez Arellano y su esposa Lucero nos presentaron a Lucía mi esposa y a mí – y perdóneseme que escriba en primera persona – con Florentino, ganadero de Real de Valladolid quien después tendría ese vínculo también con él y con su esposa Luisa. Tino es una persona con la que es imposible no conectar. De inmediato nuestra común afición a esta fiesta nos llevó a concertar otra cita, esta vez en Morelia para el entrante mes de mayo, fecha en la que su familia organizaba una corrida en el Palacio del Arte en homenaje a un singular personaje del toreo mexicano, Francisco Gómez El Zángano

Así que nos desplazamos a Morelia y allá fue donde conocí a Marco Antonio, con quien mi compadre pretendió hacerse lenguas acerca de mi habilidad de emborronar cuartillas. La verdad es que Nicolás me tuvo siempre mucha estima, quizás más de la que yo merecía. En esa ocasión Marco nos llevó a su casa en Santa María de Guido, la Hacienda de la Flor, donde tenía ya el esbozo de lo que es la Biblioteca hoy llamada Salvador García Bolio, radicada en el Centro Cultural Tres Marías y en la que resguardaba el fondo de su tío, Monseñor José Villalón Mercado y la colección de textos taurinos que tenía ya tiempo de ir formando, junto con una pinacoteca que era un lujo.

Allí me enteré de que estudió Medicina, se especializó en Cardiología, que ejerció su profesión y que tiempo después por necesidades de los negocios de la familia, tuvo que apartarse de la vocación. También confirmé lo que por noticias de la prensa se dijo, en el sentido de que, al fallecimiento de su tío, el ingeniero Mariano Ramírez, brevemente fue titular de los dos hierros que éste tuvo, el que lidiaba a su nombre y el de Montecillo, mismos que por no tener tiempo para atenderlos debidamente y mantener su bien ganado prestigio, se vio en la necesidad de enajenar. Pero eso sí, siempre llevó con orgullo en uno de sus dedos anulares un anillo con el hierro de don Mariano.

Los libros nos acercaron a Marco y a mí. Cada vez que adquiría un lote interesante para su biblioteca o que tenía noticia de que algo se publicaba por estas tierras, me llamaba por teléfono y comentábamos acerca de esas novedades, me hacía recomendaciones de la manera de como conservar los libros que tengo en mi poder y me sugería formas de adquirir obras, sobre todo aquellas que están descatalogadas o que se consideran difíciles de conseguir. Se había vuelto un gran maestro de la bibliofilia.

Un tanto, importantísimo que hay que anotar a Marco Antonio Ramírez, es la creación del primer medio taurino de comunicación digital. Él y Salvador García Bolio crean y sacan a la luz la Gaceta Taurina en el año de 1996. Quizás el formato no es precisamente el de un portal o sitio de internet, pero sí es un documento digital elaborado por y para los lectores de este medio. Decía en su cabecera todo lo que de toros es… en internet. Su primera época abarcó de agosto de 1996 a enero de 1999 y ambos me hicieron el honor de invitarme a participar en ella. Actualmente vive una segunda época que comenzó en mayo de este año que corre.

Tuve el honor de que Marco me guiara personalmente un recorrido por el Museo Taurino del Centro Cultural Tres Marías, su gran obra a favor de la cultura de la fiesta. En ese momento tenía en construcción una sala para dedicarla a obras taurinas de Pablo Picasso y me comentaba la ilusión de edificar otra para destinarla a la dinastía de los Solórzano, que tiene su punto de partida allí, en Morelia. Cada vez que conversábamos tocábamos el tema y los avances eran lentos, pero él no perdía la esperanza de lograrlo. Quizás sus sucesores puedan concluir ese proyecto pendiente.

Más no solamente dedicó Marco Antonio sus esfuerzos a la cultura de la fiesta de los toros. Estuvo involucrado en un importante número de obras sociales que tienen como fin el apoyar a aquellos que están en situaciones desventajosas. Y lo hacía de manera silenciosa, sin buscar los reflectores ni las noticias en la prensa. Llevaba así a cabo una solidaridad bien entendida, que es aquella en la que no se tiene que alardear del bien que se hace.

Marco ha sido un hombre sencillo que supo disfrutar de la vida. Todavía recuerdo aquel 23 de abril de 1996, reunidos en la casa en la que vivo, con Tino su hermano y su esposa, Nicolás y Lucero, el coronel Chávez, abuelo de Fernando Ochoa, mi otro compadre Isidoro Cárdenas y Rosi su esposa y el Maestro Jesús Córdoba y su esposa. Íbamos a comer allí para después ir a la presentación del libro que el Centro Taurino México España había publicado por el centenario de la Plaza de Toros San Marcos. Nos dispusimos en el comedor y Marco, el coronel y el Maestro Córdoba sigilosamente se mudaron a la mesa de la cocina, porque allí las tortillas estarían más calientes… Maniobra inteligente de los tres.

La última vez que vi a Marco Antonio en persona fue en Madrid, en la Feria de Otoño del año 2018, el viernes 28 de septiembre, justamente en el puesto de libros que se pone en los bajos de la Plaza de Las Ventas – ¿dónde más podría ser? – sabía que estaba allí, pero ese tiempo para él no era de toros, sino de ópera y de teatro. Me confesó que el bombo de Simón Casas le intrigó y le llevó a la plaza y allí nos encontramos y conversamos. Después tuvimos algunas conversaciones telefónicas hasta que la mañana del jueves me encontré con la noticia.

Pues ya Marco y Nicolás están reunidos otra vez. Seguramente discutiendo si el toro Tejón de su tío Mariano que inmortalizara Alfredo Leal en Cuatro Caminos era o no de vuelta al ruedo. Hoy me he quedado un poco huérfano de amistad. 

Transmito desde aquí nuestra sincera solidaridad en este momento de tristeza a Enrique y a Tino, sus hermanos y a Valentina y a Rafael, sus hijos. Me consta que es complicado asumir una pérdida así, pero la única solución que tienen es aprender a seguir viviendo con ella.

Por mi parte digo: ¡Te voy a extrañar mucho Marco!

lunes, 14 de diciembre de 2020

Antonio Corazón de León, en el centenario de su nacimiento

De donde la vida no vale nada…

Antonio Velázquez
31 de enero de 1943
Hoy se cumplen cien años de que, en León, Guanajuato, viera la primera luz uno de los toreros mexicanos que llevaron muy alto el nombre de nuestra patria por los ruedos del mundo. Antonio Velázquez Martínez, nacido en una familia dedicada a la actividad primordial de la región, la zapatería, saldría pronto del hogar paterno para buscar la gloria que se encuentra entre las astas de los toros. Así contó a Jaime Rojas Palacios e Ignacio Solares que antes de cumplir 15 años de edad, ya andaba corriendo la legua:

Caray, ¿Quién me iba a decir ese 3 de mayo de 1935, en que me vestí de luces por primera vez en un pobre pueblo, San Pedro Piedra Gorda, que mi situación cambiaría tanto? Claro que mi intención al dedicarme a torero era salir de la pobreza... Desde muy chaval sentí el deseo de ser torero. Ingresé a la cuadrilla juvenil de Don Bernardino Torres Arena, en calidad de banderillero. Ese gran viejo fue mi primer maestro. Luego estuve en otras cuadrillas ya como matador. Empecé a torear como novillero; pero la situación estaba muy dura y decidí mejor ser subalterno. Así aseguraba la comida...

Y fue un gran banderillero – y digo banderillero, porque como lo señaló en su día Antonio Corbacho, los banderilleros no son sub de nada, ni de nadie –, se colocó pronto con Luis Castro El Soldado y se hizo una figura de los toreros de plata por su eficacia, por su colocación y por su conocimiento del oficio. Era un ejemplo para los demás toreros y para aquellos que aspiraban a serlo. Rafael Rodríguez, quien fuera su rival dentro de los ruedos y su gran amigo fuera de ellos, en una serie de remembranzas que escribió acerca de Corazón de León refiere esta impresión que tuvo acerca de Antonio Velázquez recordando un día en el que, haciendo ejercicio y entrenando en la Plaza México cuando apenas aspiraba a ser novillero, tuvo un primer encuentro con Antonio:

En eso saltó la barrera desde el callejón alguien vestido de chamarra, con un gasné puesto con gusto al cuello y un sombrero de ala corta de color café...  A su paso todos decían... ¡Hola Toño!,  ¡Es Toño Velázquez!, el mejor peón de brega, actúa en la cuadrilla de El Soldado... ¡Claro!, hay bastantes en México, pero este es de los que comen aparte... alcanzamos a escuchar la voz de Luis Castro El Soldado quien dijo: A ver Toño, ¿Cómo se lleva el toro de un tercio al otro a una mano?; ni tardo ni perezoso tomó un capote, le habló a un muchacho que tenía un par de pitones en las manos, lo citó en la suerte contraria, le dio un capotazo a dos manos soltando una punta del capote y, corriendo hacia atrás con enormes facultades lo llevó prendido en el engaño hasta el tercio contrario donde súbitamente retiró el capote e hizo que el muchacho perdiera el engaño. Tomó este a dos manos y lo remató soltando la punta del capote, nuevamente dejando en suerte. Todos estábamos admirados... Todos comentaban lo que habían visto: En la fiesta de toros y entre toreros siempre halaga lo bueno, lo haga quien lo haga... Así fue como yo conocí a Antonio Velázquez...

Los inexplicables giros del destino

Pero el destino de Antonio Velázquez no estaba en la elegante discreción de quienes visten los ternos de plata. Es así que, en junio de 1942, un gran personaje que merece que se investigue y se escriba más sobre él, José Pérez Gómez El Nili, le convence aquí en Aguascalientes, en el tentadero que al final de los años veinte inaugurara en Peñuelas Marcial Lalanda, de que tiene condiciones para torear como jefe de cuadrilla y le anuncia que le ha arreglado su presentación como novillero en El Toreo de la Condesa. Esa temporada de 1942 será el triunfador, llevándose la Oreja de Plata por su faena al novillo Muñeco de Zacatepec y quedando, como era la costumbre de la época, comprometido para recibir la alternativa en la temporada grande siguiente.

No hay plazo que no se llegue, ni fecha que no se cumpla y así, el 31 de enero de 1943 Tono Algara anunció lo que la historia recuerda como una de las más grandes tardes de la historia de la plaza de toros de la Colonia Condesa. Era la presentación de la ganadería de Pastejé, para Armillita, Silverio Pérez y la alternativa de Antonio Velázquez, ganada precisamente con sus triunfos en el ciclo novilleril anterior. Esa tarde, el poderío del Maestro de Saltillo ante Clarinero y la elevación del toreo hacia lo onírico que llevó a cabo Silverio con Tanguito, dejaron poco para la imaginación de los aficionados y Antonio Velázquez, que había estado bien con Andaluz, su primer toro, se quedó en una especie de limbo. No obstante, la gente en la plaza lo reconoció, hay una fotografía de Luis Reynoso de esa tarde en la que los tres toreros van sonrientes, dando la vuelta al ruedo, señal de que la concurrencia les reconoció su entrega, pero en determinados momentos, unos escriben la historia y otros solamente la presencian.

Pasaría un par de años para que a Antonio Velázquez el sol le saliera de noche. La corrida de la Oreja de Oro de 1945 se anunció sin su concurso. La mañana del festejo David Liceaga anunció que por una enfermedad no podría actuar y la Unión de Matadores sorteó con una moneda al aire el puesto entre él y Arturo Álvarez Vizcaíno. Ganó el volado y también el trofeo, con una faena dramática al toro Cortesano de Torreón de Cañas. Escribió El Tío Carlos:

¡Antonio Corazón de León! ...triunfaste como mexicano. Mexicano del Bajío que vale decir castellano de México. Echaste tu vida a un albur de triunfar y créeme que hubo momento en que tuve la duda de si eras un ranchero con la frazada en la izquierda y el machete en la diestra, peleando en la noche tu vida y tu honra... Porque entre el revuelo agitado del trapo y los rápidos fulgores del estoque y en el jadeo de la lucha, yo creí oír una ronca voz que cantaba el viejo canto viril: Sí me han de matar mañana, que me maten de una vez... Y era tu voz…

La ruta de vida de Antonio Velázquez en los ruedos cambió a partir de ese momento, pues de estar como él contó a José Alameda, parado afuera de los cafés de la calle de Bolívar, sin entrar, porque no tenía para café, las empresas empezaron a disputarse su presencia en los carteles. La lucha ya daba sus frutos, cruza el mar y confirma su alternativa en Las Ventas; de regreso en México se vuelve un imprescindible en las temporadas de la capital y llena de garra sus actuaciones, motivando a los cronistas a recomendarle incluso prudencia en su hacer delante de los toros, como lo hace El Tío Carlos al relatar su tarde del 28 de noviembre de 1947:

Antonio Velázquez: Yo quiero decirte que no torees así. Que no se va más que a la última salida en hombros. Pero sé que no podrás torear en otra forma: Qué es la sangre, la raza, el protoplasma, lo que te lleva a los pitones y te planta frente a ellos y te hace mirar con ojos de azabache – como un ídolo, Antonio – la lívida caricia de los pitones. Sé que allí, junto a la guadaña de los cuernos pronta a segar la mies dorada del torero, un mestizo como tú descansa sufriendo, goza penando, vive muriendo. ¡Y qué se va a hacer con estas milenarias herencias oscuras, subterráneas, implacables? ¡Qué Dios te cuide, Antonio Velázquez!...

Pocos son los toreros mexicanos que han cortado dos orejas a un toro en la Maestranza de Sevilla. Pues bien, Antonio Velázquez es uno de ellos. La hazaña la logró el 22 de mayo de 1952, en la tradicional corrida del Jueves de Ascensión, cuando alternó con Manuel Álvarez Andaluz y Antonio Chaves Flores en la lidia de toros de José Ignacio Vázquez y Curro Chica. Antonio Olmedo Don Fabricio escribió esto para el ABC de Sevilla:

En el ruedo de la Real Maestranza, donde está el señorío de los toreros de pro, entró ayer, triunfalmente, el mejicano Antonio Velázquez. Un buen toro de José Ignacio Vázquez hizo el oficio de heraldo, anunciando, con su pronta obediencia a lo que ordenaba la diestra muleta del torero azteca, la exaltación al sitial del Baratillo de un gran señor de la tauromaquia... El toreo clásico, sin una sola omisión, se desprendió, pétalo a pétalo, de la monumental rosa que era la roja franela, jugada por Velázquez con maestría y eficacia... Las dos faenas, coreadas por la música y los olés rotundos de la concurrencia, se avaloraron por la quietud rotunda del espada, que instaba todos y cada uno de los pases a dos dedos de los pitones, cruzándose de verdad con las reses y mandando en ellas, para salir siempre airosa y limpiamente de las diversas suertes,,, No tufo fortuna Velázquez al herir a su primero... y de las manos se le fue la oreja pero fue requerido por las aclamaciones de la multitud y dio la vuelta al ruedo entre aclamaciones... A su segundo lo fulminó de media en lo alto, y entre el clamor admirativo y unánime de los espectadores, que soportaron la lluvia para no perder detalle de la proeza, dio dos vueltas al anillo, ostentando las dos orejas del animal de la divisa de Chica...

Siendo complicados público y empresa de la capital bética, Corazón de León tocó la puerta y entró, lo inexplicable es que no le volvieran a llevar por allí.

La cuota de sangre del torero  

Antonio Velázquez también conoció los efectos de eso en que se ha dado en llamar la sentencia de Frascuelo, aquella que dice que los toros dan cornadas porque no pueden dar otra cosa. Así, el 1º de marzo de 1946, el toro Cuervo de Carlos Cuevas, lo hiere de gravedad en El Toreo de la Condesa; luego, un par de años después, en Papantla, un toro de Rancho Seco le hirió en el tórax y también en Ahuacatlán otro de Santa Rosa de Lima le penetra el vientre, pero quizás la cornada más aparatosa y grave que sufrió fue la que le infirió Escultor de Zacatepec en el Toreo de Cuatro Caminos el Domingo de Ramos de 1958 y de la que se rindió el siguiente parte médico:

Herida por cuerno de toro, de dos centímetros de extensión, por dieciocho de profundidad, con trayectoria ascendente en la región submaxilar derecha, que interesó planos blandos, rompiéndolos; fracturó la masa horizontal derecha del maxilar inferior derecho; perforó el piso de la boca; desgarró totalmente la lengua en tres porciones de cinco, cuatro y tres centímetros; fracturó el paladar óseo, el maxilar superior sobre la línea media del hueso etmoides, llegando al piso anterior del cráneo en su base. Esta herida es de las que ponen en peligro la vida.

Su primera pregunta en cuanto recuperó el sentido fue: ¿cuándo vuelvo a torear?. Quizás en el momento no comprendió Antonio la gravedad del percance, pero su voluntad y ese algo que los toreros tienen para superar las adversidades lo llevaron a reaparecer el 17 de agosto en Ciudad Juárez, ante toros de La Punta, a los que les cortó las orejas y los rabos.

El palmarés de un triunfador

Antonio Velázquez tiene en su historia torera un amplio resumen de trofeos obtenidos fue ganador de la Prensa de Oro en 1944, de otra Oreja de Oro en 1950, cortó 7 rabos en la Plaza México a los toros Amapolo de Piedras Negras, el 28 de diciembre de 1947; Arlequín de Coaxamalucan, el 4 de enero de 1948; Fandanguero de Coaxamalucan el 18 de enero de 1948; Rey de Copas de La Punta el 9 de enero de 1949; Bandido de Piedras Negras el 6 de febrero de 1949; Cubanito de Torrecilla el 27 de marzo de 1949 y Asturiano de Pastejé el 5 de marzo de 1950. En el Toreo de la Condesa se llevó los de Cortesano de Torreón de Cañas, el 28 de febrero de 1945 y el de Segador de Rancho Seco el 24 de febrero de 1946.  

Antonio Corazón de León se vistió de luces por última vez el primero de mayo de 1969 en San Luis Potosí para lidiar toros de Santa Martha alternando con Curro Rivera y Mario Sevilla quien recibió la alternativa. Su óbito se produciría el 15 de octubre siguiente, al caer de la azotea de una obra en construcción de su propiedad.

Brevísimo balance

Decía al inicio que hoy se cumplen cien años del nacimiento de Antonio Velázquez, un torero mexicano que, a mi juicio, fue una de las figuras destacadas de la Edad de Plata del toreo en México y de quien la historia todavía no ha hecho un análisis y un juicio acerca de lo que su trayectoria en los ruedos y en la vida han representado. Mas como dijo en su día don Ignacio García Aceves:

Todos pensamos que de nada le iba a servir el título. Pero su corazón de valiente, su carácter a prueba de muchos sinsabores y su férrea voluntad, lo habían llevado a escalar la cima por el camino más largo y difícil de todos, lo empujaron a ser en los últimos años de los cuarenta y toda la década de los cincuenta, uno de los primeros y más importantes toreros de México…

Hoy, con estos pergeños, lo recuerdo aquí, en esta fecha tan señalada en su trascendente historia.

domingo, 13 de diciembre de 2020

El gozo del toreo al natural...

13 de diciembre de 1942: David Liceaga y Zamorano de San Mateo

David Liceaga, foto: Orduña
Tomada "prestada" de: Toro, torero y afición

La temporada 1942 – 43 fue quizás la cumbre de lo que se ha dado en llamar la independencia taurina de México posterior a la ruptura de las relaciones con la torería española en mayo de 1936. Es el ciclo capitalino en el que se escribieron grandes páginas de la historia taurina mexicana y en el que quedó preparado el terreno para la reanudación de ese intercambio con la Península. Armillita se mostró poderoso con Pichirichi de Zacatepec y artista con Clarinero de Pastejé; Silverio remontó el toreo a lo onírico con Tanguito y nos dejó también la obra de Cocotero de Torrecilla; Pepe Ortiz, en una tarde de inspiración bordó para la posteridad el Quite de Oro y David Liceaga recordó que allí estaba para lo que hubiera menester con Bonfante de Xajay.

Pero este día y parafraseando un feliz título de mi amigo Horacio Reiba, voy a recordar en su aniversario otra de las grandes tardes de esa temporada. Una tarde en la que Lorenzo Garza, Silverio Pérez y David Liceaga enfrentaron, según las crónicas, un extraordinario encierro de don Antonio Llaguno. Esa tarde el que estaba designado a ser el convidado de piedra fue el que salió de la plaza en volandas. Garza y Silverio, al decir de las relaciones del festejo, realizaron también grandes obras, pero no las culminaron con la espada, como decía el Tesoro de la Isla, Rafael Ortega, escribieron la carta, pero no la firmaron, no fue suya y por ende, agrego yo, el gran triunfo tampoco.

David Liceaga y Zamorano de San Mateo

Decía que David Liceaga era una especie de convidado de piedra en ese cartel. Y es que, aunque había ganado la Oreja de Oro en 1931 y tenido actuaciones triunfales en años posteriores, se le había ido relegando a las corridas económicas en las temporadas primaverales que se organizaban en El Toreo en aquellas calendas. La fuerza con la que arrancaron ese domingo sus alternantes no lo arredró, salió a darlo todo. La prolija crónica de Don Tancredo publicada en el número 4 del semanario La Lidia del 18 de diciembre de 1942, relata con emoción su actuación y de ella recojo algunos pasajes:

…Corrida de verdadera prueba para Liceaga fue la del 13 de diciembre de 1942, porque salía a la sombra de Garza y de Silverio alternantes que están en el mejor momento de su carrera taurina y que tienen con que borrar a cualquiera... menos a David Liceaga, que reverdeció sus laureles, que no solo hizo un papel decoroso al lado de los ases, sino que estuvo en el mismo plano que ellos y además los superó con la espada y por ello cortó los apéndices del bravo y noble “Zamorano”.

Después de las grandes faenas de Garza y Silverio con los toros que se lidiaron en primero y segundo turnos, ¿qué podría hacer David? Con ímpetu juvenil, decidido a colocarse de una vez en el lugar que le corresponde, toreando con gran valor y con finura, con sabor y con elegancia, con gracia y alegría, Liceaga hizo que el público se le entregara; primero con dos cambios de rodillas; luego con verónicas en las que vimos los tres tiempos de cada lance y media monumental como remate; y después un gran quite por gaoneras estatuarias, ganándose la simpatía, los aplausos y la admiración general.

Y con las banderillas, tercio en el que es el amo, hizo derroche de valor, de facultades y de alegría, obligando a la música a tocar en su honor. Inició su epopeya de gran rehiletero con un par al quiebro en las tablas, tan comprometido y sin salida, que nadie creyó pudiera salir limpio de la suerte. Fue algo pocas veces visto, por la auténtica exposición del torero, por lo cerrado que estaba el toro, porque era un par que solo podría intentarlo un suicida, un loco o un maestro de los garapullos como David Liceaga. Después, adornándose con un vistoso galleo, clava el segundo para cambiando el viaje para cuartear en la propia cara y repite el adorno del galleo con vistosa vuelta para dejar los palos en lo alteo y finalizar con carreras de frente y de espaldas, encelando al maravilloso toro de bandera, “Zamorano”, que cubrió de gloria el prestigio de la ganadería de San Mateo.

Con la muleta en la mano izquierda inició David la faena de la reconquista, y toreó por alto y al natural, como en las tardes en que se reveló como un astro del toreo, como en la corrida que le valiera la Oreja de Oro en 1931. Siguió con la derecha corriendo la mano, templando como un maestro, y engranó pases de costado, lasernistas, afarolados, de la firma, de pecho, cambios de muleta por la espalda, todos con un colorido y una luminosidad de solera sevillana, muy mandón y muy alegre, adornos oportunos, con gracia, con arte... Y como digno remate de su hazaña, un estoconazo en que dio el pecho – no el hombro, que así no se matan los toros – y salió rebotado por cómo se entregó al clavar la tizona, y el toro de bandera rodó sin puntilla a los pies de Liceaga, que por unánime petición de la parroquia fue premiado con las orejas y el rabo de “Zamorano”, cuyos despojos se pasearon triunfalmente por la arena, mientras su criador, don Antonio Llaguno y su matador recorrían el ruedo devolviendo sombreros y agradeciendo las palmas al compás de la torerísima marcha “Zacatecas”. En este homenaje también compartieron las ovaciones Lorenzo y Silverio por sus imponentes quites, dando la vuelta al anillo con David y el ganadero de los grandes éxitos…

La manida frase de que David Liceaga puso en esta faena, alma, vida y corazón, viene al caso. Se entregó como hombre y como torero y sin que las importantes actuaciones de sus alternantes le redujeran el ánimo, salió a hacer lo suyo y a aprovechar a cabalidad al gran toro que el sorteo le deparó.

Pero no todo fueron halagos. Don Carlos Septién le vio de otra manera. Su crónica epistolar, publicada en el semanario La Nación, bajo el seudónimo de El Quinto, hace una analogía del festejo con la construcción de una columna salomónica, en la que Garza y Silverio son el fuste, la basa y el capitel – sobre todo el fuste – y David Liceaga

…Lo que Liceaga puso en las columnas fueron las flores y los frutos que adornan los paños desnudos que va dejando la espiral de cantera. Alegró los espacios con júbilo de banderillas y decoró los claros con valor indomable. No es posible recordar detalles porque sería excesivo pedirle a él tales cosas. Su obra fue un conjunto feliz de facultades y esfuerzo: tarea de ágil decorado indispensable…

Eso es lo que escasamente concede El Quinto a lo que la historia ha considerado como una de las grandes obras de David Liceaga. Cuestión de gustos y de pareceres, sin duda alguna.

El resto del festejo

Tanto Roque Armando Sosa Ferreyro Don Tancredo, como Carlos Septién García, firmando en esta ocasión como El Quinto, coinciden en que en los toros primero Colombiano y Divertido segundo de la tarde Lorenzo Garza y Silverio PérezDon Tancredo llama Papa al texcocano – estuvieron magníficos toreando y desastrosos con la espada. Afirma Septién:

Con menos facultades que antes, con menos poderío que en su época de gloria, Lorenzo Garza ha llegado en lo interno a su madurez artística. Y lo que se ha perdido en voluntad, se ha ganado en belleza… Si Lorenzo imprimió el tono e hizo nacer en el centro del ruedo la voluta del goce, Silverio la llevó a sus más altas posibilidades. En su primera faena, con ese toque de arrebato y con esas pinceladas que son como jirones temblorosos de un genio que no conoce límites de línea ni fronteras de perfil depurado. Nada tiene que hacer con la filigrana y la línea perfecta el choque humanamente bello de la sombra que es la angustia creadora y la luz que es la creación. Claridad y tiniebla se penetran y se apartan mutuamente en un absurdo encuentro amoroso; y hay por ello dolor y goce de alumbramiento en cada muletazo de Silverio. Si Garza es el drama de la voluntad, Pérez es el drama del alma… Y Silverio no cortó orejas, pero fue el más alto triunfador. Posiblemente porque la exaltación de los humildes es una promesa de la doctrina cristiana…

Los toros de San Mateo

Por su orden de salida se llamaron Colombiano, número 7; Divertido, número 19; Zamorano, número 33; Manzanito, número 14; Mosquetero, número 68 y Sardinero, número 11.

Acerca de Zamorano, en el referido ejemplar de La Lidia, quien firma como El Resucitado, analiza:

Zamorano. – Marcado con el número 33, negro, bragado, listón de pinta, descarado, abierto y vuelto de pitones y caribello, enchiquerado en cuarto lugar, fue el tercero de la tarde. Desde su salida mostró claramente su perfecto estilo de embestir pues aceptó magníficamente dos cambios de rodillas, y luego se dejó lancear a la verónica, ya en las tablas, ya en el tercio. Recibió tres puyazos arrancándose de largo con gran codicia, metiendo la cabeza abajo y empujando al caballo sin despegarse de él en la pelea. Dio un formidable tumbo; permitió tres largos y lucidos quites, el último de ellos por lances naturales, doblando, lo que no restó un ápice a sus excelentes condiciones de lidia.

En banderillas siguió demostrando su docilidad y nobleza, pues tanto en el primer par, que fue quebrado al hilo de las tablas, como en los que le siguieron con los terrenos cambiados, el toro hizo la reunión a la perfección, sin hacer un extraño al torero. Fue toreado largamente de muleta con pases por arriba y por abajo, con la derecha e izquierda, sin que nunca hubiese hecho un extraño que demostrara haber aprendido algo con la larga lidia de que fue objeto. No era un borrego, sabía para qué traía los pitones y prueba de ello fue el achuchón que dio al matador durante el trasteo, y la zarandeada cuando éste se quedó en la cara al entrar a matar. Justamente se le dio la vuelta al ruedo y el ganadero hizo su aparición...

Lanfranchi afirma que solamente se dio la vuelta al ruedo a Zamorano, pero que a su juicio, algunos más del encierro merecieron también tal honor.

Para concluir

En suma, aquí dejo este recuerdo de lo que las crónicas refieren que fue una redonda tarde de toros y de toreros, independientemente de los apéndices que se hayan cortado, espero resulte de su interés.

Aviso parroquial: El resaltado en la transcripción de la crónica de Don Tancredo es imputable exclusivamente a este amanuense, pues no obra así en su respectivo original.

domingo, 6 de diciembre de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (XVI)

1º de diciembre de 1940: Carlos Arruza recibe la alternativa

La temporada 1939 – 1940 había terminado con los estamentos de la fiesta en México divididos. Fue la del Pacto de San Martín Texmelucan y se dio en dos partes. Eso motivó al General Maximino Ávila Camacho, titular de la mayoría accionaria de la sociedad propietaria de la plaza El Toreo a designar como nuevo gestor del coso a Anacarsis Carcho Peralta, quien a su vez nombró como Gerente al doctor Alfonso Gaona, cuya aptitud para la actividad se vio pronto, pues le fue posible conciliar los intereses encontrados de los dos bandos enfrentados por los hechos de Texmelucan y para demostrarlo, confeccionó para su primera tarde, la del 1º de diciembre de ese año, la alternativa de Carlos Arruza, otorgada por Armillita y con el testimonio del queretano Paco Gorráez, enfrentando la terna toros de Piedras Negras. El cartel tenía su simbolismo, pues combinaba elementos de los dos grupos en pugna apenas una temporada antes.

La reflexión de Arruza sobre el momento de la alternativa

Carlos Arruza contó a Barnaby Conrad, en su libro autobiográfico My Life as a Matador lo que pensó cuando le fue ofrecida la alternativa después de terminada la temporada de novilladas de 1940, misma en la que, junto con Andrés Blando, se alzó como triunfador y conforme a la costumbre de la época, ganador del derecho a ser doctorado en la temporada de corridas siguiente:

Durante casi siete años soñé con la alternativa, después de haber pasado con un largo aprendizaje como novillero para ganar el derecho de usar el título de “Matador de Toros” e ingresar al grupo de aquellos más o menos cuarenta toreros del mundo que toreaban en las principales plazas del mundo con los mejores toros. Pero por alguna razón había sido desdeñado por las empresas durante los dos años anteriores y de repente recibí una llamada del doctor Gaona, el nuevo empresario de la plaza de la Ciudad de México, preguntando si estaría dispuesto a recibir la alternativa la semana siguiente. Enmudecí…

La oferta del doctor Gaona era, como indiqué antes, lidiar una corrida de Piedras Negras y ser apadrinado por Fermín Espinosa Armillita y con el testimonio de Paco Gorráez. Cuenta Arruza a Conrad que tanto él, como su entonces apoderado Benjamín Villanueva aceptaron de buen grado la oferta y se pusieron a prepararse para la gran ocasión.

El día de la alternativa de Arruza

En México, el 1º de diciembre de cada seis años es la fecha en la que se hace el cambio del Presidente de la República. Muchas actividades se suspenden y en la Ciudad de México, hasta hace no muchos años, era realmente un día de fiesta, con cierre de calles, desviación de tráfico y problemas para lo que hoy se llama movilidad de las personas. Arruza así contó a Alberto A. Bitar los problemas que tuvo para llegar a la plaza ese día:

Carlos, para calmar los nervios de recibirse como matador de toros, se fue a Cuernavaca en compañía de su hermano Manolo, los cuales no lo abandonaron durante toda la semana, así que el domingo, se levantó con el alba y a las 9 de la mañana salieron rumbo a la capital, pero sucedió que en esa misma fecha tomaba la alternativa como Presidente de la República el general Manuel Ávila Camacho y todos los accesos a la capital estaban cerrados y si los dejaron pasar fue gracias a súplicas, ruegos y un titipuchal de explicaciones, que si no…

Sus sentimientos ya en la plaza, se los contó así a Barnaby Conrad:

El gran Paco Gorráez, quien atestiguaría la ceremonia, llegó a la plaza y después Armillita y todo parecía increíble. Ya estaba totalmente nervioso. ¿Qué era yo, el hermano pequeño de Manolo Ruiz Camino al lado de esos inmortales de los ruedos? Debería estar al lado de mi madre atendiendo en su negocio. Cuando sonó el clarín pensé: “Dios mío, no estoy listo para esto, dame un año más… Pero me dije, ¿tanto luchar para llegar hasta aquí y lo vas a tirar por un ataque de nervios?

La alternativa

El primer toro de la corrida se llamó Oncito, número once, Arruza lo describe como negro, largo y bien armado. El propio torero describe su actuación ante el toro de la siguiente manera:

…Al inicio de la lidia, estuve afectado por el nerviosismo de la ocasión y no pude ponerme quieto. Ya en quites pude obtener algunos aplausos y decidí no poner banderillas. Vino la ceremonia, el momento solemne en el cual Armillita vino hacia mí y me entregó la muleta y la espada. Ya estaba tranquilo y dispuesto a hacer una gran faena con la muleta.

Armillita me dijo: “Buena suerte muchacho. Ya eres matador de toros, con el talento que tienes, el cielo es tu límite”. Después me hizo una advertencia que me puso los pies en el suelo. Volteó a ver al toro que estaba al otro lado del ruedo y me dijo: “Ten cuidado con el pitón derecho, puede causarte muchos problemas…

Esas últimas palabras, dichas con honestidad y con la finalidad de evitarme un percance, fueron para mí como un balde de agua fría. Viniendo del Maestro de Maestros hacia el neófito que ni siquiera se había percatado de ello, me descompuso totalmente. Así que, en lugar de salir alegremente a jugarme la vida, salí a defenderme del toro, de ese pitón derecho que Armillita me advirtió que era peligroso. Y en los hechos resultó que el Maestro tenía razón. Y a la hora de matar, ese pitón derecho se hundió en mi cuerpo, pensaría yo, casi a propósito, para no dejar como un mentiroso a Armillita… Así arruinó ese toro la tarde de mi alternativa…

La cornada de Oncito fue el bautizo de sangre de Carlos Arruza, pues salvo un puntazo sufrido en Lisboa y algunas volteretas sin consecuencias graves, nunca había sido cornado por un toro. Sin embargo, así herido, dio la vuelta al ruedo tras su labor recogiendo grandes ovaciones.

La reaparición

Volvería a El Toreo el domingo 5 de enero de 1941, a la corrida extraordinaria en Homenaje y Beneficio de los deudos de Alberto Balderas, en la que se lidiaron seis toros de La Laguna y uno de San Diego de los Padres para rejones y que lidiaron Fermín Espinosa Armillita, Jesús Solórzano, José González Carnicerito, Silverio Pérez, Carlos Arruza y Andrés Blando a pie, y a caballo, Conchita Cintrón. Esa tarde Armillita cortó el rabo a Ceniciento de La Laguna.

Tras de ese festejo benéfico, el doctor Gaona no volvió a poner a Arruza en esa temporada y tampoco le consideró en el inicio de la siguiente, pero no faltaba mucho tiempo para que el torero se convirtiera en un ingrediente indispensable e indiscutible en la confección de las temporadas de toros en ambos lados del Atlántico. 

Sin embargo, ese domingo de hace 80 años, era apenas el primer paso de una carrera histórica.

domingo, 29 de noviembre de 2020

Hoy hace medio siglo: La confirmación de Paquirri en la Plaza México

Confirmación de Paquirri en México
Cortesía: altoromexico.com

El contexto de esa temporada

La temporada 1970 – 71 en la Plaza México fue organizada ya por el ganadero Javier Garfias, pues desde agosto del año del Mundial de Futbol el cubano Ángel Vázquez había dejado de estar a la cabeza de los asuntos de DEMSA, la arrendataria y organizadora de los eventos taurinos en el coso más grande del mundo. 

Daniel Medina de la Serna cuenta que ese ciclo se celebró con una escasez de ganado en el campo bravo mexicano, pues a partir de que la Unión de Criadores de Toros de Lidia en España restringió la exportación de sus toros a Sudamérica, ese mercado quedó abierto a los ganaderos mexicanos, quienes atraídos por los dólares en juego, lo aprovecharon en detrimento del mercado nacional y aún ante esos hechos, la empresa de la Plaza México, no tomó las previsiones debidas y eso se notó en el ciclo.

Las ganaderías mexicanas que enviaron toros a las ferias de Caracas, Maracaibo y Valencia en Venezuela, Quito en Ecuador y Cali en Colombia fueron Javier Garfias, Reyes Huerta, Zotoluca, Santacilia, La Laguna, Mimiahuápam, Santa Martha, El Rocío, Santín, Peñuelas, Campo Alegre, San Diego de los Padres y José Julián Llaguno. Incluso, en el semanario El Ruedo de Madrid del 10 de noviembre de 1970, se relata que se tentó uno de los toros de Garfias en la plaza Nuevo Circo de Caracas para semental por Antonio Ordóñez, Dámaso González y el portugués José Falcón para la ganadería que Manuel Martínez Chopera y Sebastián González tenían en el Estado de Aragua con vacas de Santa Coloma.

Entonces, las ganaderías que enviaron sus toros a las 15 corridas de las que constó el ciclo fueron las siguientes: José Julián Llaguno (3 corridas); Tequisquiapan; Zacatepec; Javier Garfias (4 toros); Santacilia; Soltepec; Mariano Ramírez; Jesús Cabrera (5 toros); Manuel de Haro; Cerro Viejo; Gustavo Álvarez; Mimiahuápam; La Punta y toros sueltos, Pastejé, uno de regalo en la tercera; Valparaíso, el primero de la tarde que completó la corrida de Garfias y José Julián Llaguno otro que cerró esa misma tarde; Rancho Seco, uno que completó la corrida de Jesús Cabrera, más otro de Tequisquiapan de regalo; uno de Atenco de regalo en la de Gustavo Álvarez; y otro de éste último hierro para rejones, que al decir del mismo Medina de la Serna, resultaba ser el último toro de esa legendaria ganadería lidiado en la Plaza México hasta el año de 1996, cuando menos.

El elenco de toreros se conformó por los diestros mexicanos Pepe Luis Vázquez; Alfredo Leal; Joselito Huerta; Humberto Moro, que toreó su despedida de los ruedos; Raúl García; Raúl Contreras Finito; Manolo Martínez; Alfonso Ramírez Calesero Chico, que actuó por última vez en la México; Eloy Cavazos; Curro RiveraManolo Espinosa Armillita; Antonio Lomelín; Leonardo Manzano y Ricardo Castro. Confirmaron su alternativa Mario Sevilla; Raúl Ponce de León; Arturo Ruiz Loredo; Adrián Romero; Ernesto Sanromán El Queretano, quien nunca volvió a torear en la México y Miguel Villanueva. También se presentó una tarde el Centauro Potosino Gastón Santos.

Por los extranjeros actuaron Joaquín Bernadó, Santiago Martín El Viti y César Girón, en lo que resultó ser su última presentación en el ruedo de Insurgentes y confirmaron sus alternativas Francisco Rivera Paquirri, Dámaso González y el portugués José Falcón. Se quedaron anunciados José Luis Parada, quien fue herido en Acapulco una semana antes de su anunciada confirmación y por ello la pospuso para la temporada siguiente y Jesús Solórzano, que, propuesto originalmente para actuar con Paquirri en la corrida del 10 de enero del 71, no fue aceptado por este último, pues de ser así, el gaditano tendría que ir de primer espada y su contrato requería que alguien fuera por delante de él, así que Chucho fue sustituido por Manolo Espinosa Armillita.

La tarde de la confirmación de Paquirri

En ese estado de cosas se anunció la inauguración de la temporada para el domingo 29 de noviembre de 1970, con toros de José Julián Llaguno para Raúl Contreras Finito, Manolo Martínez y el gaditano Francisco Rivera Paquirri quien confirmaría su alternativa. El cartel era redondo, con dos de las figuras emergentes de México y uno de los toreros jóvenes de España que venía precedido de interesantes referencias y que post facto, sería uno al que la afición mexicana hubiera querido ver más.

La relación de los hechos de esa tarde que encontré es del puntilloso Carlos León, quien en su tribuna del desaparecido diario capitalino Novedades, titulada Cartas Boca Arriba, dirigida en esta oportunidad al gastroenterólogo José María de la Vega, encargado de la salud en esos días, del Presidente de la República, a partir de una entrevista televisiva realizada a éste último, próximo a entregar el poder, en la que comenta su gusto por la paella valenciana, construye una crónica de las suyas:

PAQUIRRI ARMÓ EL GRAN TACO: DOS OREJAS Y VUELTAS. Manolo llevó el telón del Arbeu para muletear, “Finito” ante bureles sin sal…

Francisco Rivera, con la mesa puesta

Usted, como refinado gastrónomo y excelente taurino, bien sabe que la sal es importantísima. Como afirmación contundente yo diría que, sin tener salero, no se puede ser cocinero ni torero. Pero en Andalucía la Baja y sobre todo cerca de las marismas, lo saleroso, lo resalao, rezuma por los poros de las personas. Y los diestros que nacen en la provincia de Cádiz, parece que bordan sus ternos con las brillantes escamas de las merluzas.

Para nuestro personal paladar, a ratos notamos en “Paquirri” cierta frialdad. Pero también el gazpacho cortijero o el aliño gitano se sirven bien fríos, como aquellos que nos hacía en casa de “Cagancho” Gabriela Ortega, descendiente de la Alboronía de los moros andaluces – y no por ello son menos agradables, pues no siempre está la sartén para frituras. Aun así el andaluz gazpacho frío lleva sal y pimienta, dos condimentos indispensables para que los guisos – y los toreros – tengan sabor.

Mas ya ve usted, doctor: aunque aquí suele decirse que no se puede sopear con la gorda ni hacer taco con tostada, vaya taco el que armó “Paquirri” en esta tarde de su presentación, a pesar de la escasa colaboración del ganado de Don José Julián Llaguno. Hasta la saciedad se ha repetido la trillada frase de que para que haya guisado de liebre, lo primero que se necesita es la liebre. Nada más falso, pues no hubo tales liebres, y sin embargo, Francisco el de Cádiz se despachó con la cuchara grande.

Pues allí tiene usted a “Caporal”, que desde que sale se emplaza y se resiste a ir a los capotes. Al fin el gaditano lo embarca en el suyo y le hace tragar varias verónicas excelentes. El bicho huye y muestra su mansedumbre en su querencia a barbear y saltar las tablas. Cuando el debutante se empeña en banderillear a ese poste, probón y sin codicia, confirmamos que no se puede soplar y comer pinole, pues “Paquirri” ha pasado fatigas sin cuento para lograr la mas o menos arrancada de un toro convertido en estatua de plomo. No obstante, ambientado de inmediato al quehacer mexicano, el pundonoroso andaluz se hace al dicho xochimilca de que “no hay que ser como los frijoles, que al primer hervor se arrugan”. Sin tener un toro “a modo”, ha cuajado, bordado, una faena cumbre, predominantemente izquierdista, que de inmediato le gana el favor popular. Ahora bien, del mismo modo que una paella queda incompleta si no se le acompaña con manzanilla sanluqueña o un vino seco de Utiel o de Requena, también un trasteo queda inconcluso si le falta el remate de la estocada. Claro que no es lo mismo saborear un “chato” que pasar por el trago amargo de la suerte suprema. Pero allí es donde se demuestra si un torero puede, merece llamarse matador de toros. Después del faenón, el espadazo caído le hizo perder los apéndices. Pero hubo dos vueltas a la redonda en franca apoteosis.

Nada de atole con el dedo

Aunque “Paquirri” ya tenía al público en la bolsa, no fue de los que dicen: ese arroz ya se coció, sino que vamos a cocer el otro. Como usted sabe, el principal secreto de una buena paella es hacerla a fuego de leña. Sin leña, no sabe lo mismo. Por ello, si el toro no trae bastante leña en la cabeza, la faena nos sabe diferente, como dulzona, cual si fueran inocentes alfajores de las Comendadoras de Santiago o candorosas y monjiles yemas de San Leandro. Y el sexto sí era un toro bien dotado de defensas, con cara seria, con cuajo. Por eso, todo lo que le hizo Francisco Rivera fue meritorio. Lucido con el capote, espectacular con las banderillas y superior en la faena que ha brindado a Joaquín Rodríguez Ortega. Faena torerísima, desde lo fundamental hasta lo pinturero. Y ahora sí media estocada fulminante, por lo cual le conceden un par de orejas, mientras tratan de sacarlo a hombros; pero lesionado en una pantorrilla, ha de pasar a la enfermería. Pero allí quedó su garbosa estampa de lidiador, más que de torero, capaz de dominar todos los tercios…

Parte médico de Paquirri

Herida por asta de toro en el tercio medio de la pierna derecha, de seis centímetros de extensión por cuatro de profundidad. Interesa piel, tejido celular subcutáneo y músculos de la región. Intervinieron los doctores Xavier Campos Licastro y Tirso Cascajares. El diestro fue operado con anestesia general en la enfermería de la plaza y se le trasladó a la Central Quirúrgica, donde quedó internado. 

Paquirri reaparecería el 10 de enero siguiente en la Plaza México con un gran triunfo ante el toro Caporal de Mariano Ramírez con el que ejecutó impecablemente la suerte de matar recibiendo y el 17 de febrero de 1971, cortaría otra oreja a Guadalupano de Cerro Viejo. Pero su gran tarde en esa plaza, quizás la mejor en nuestros ruedos, tendría lugar la siguiente temporada, el 19 de diciembre de 1971 ante el toro Girasol de Jesús Cabrera, de la que habrá tiempo para ocuparnos de ella.

Retales de la prensa de la época

En el semanario El Ruedo de Madrid del 6 de octubre de 1970, se anunciaba que la corrida de Mimiahuápam que se envió para lidiarse en el San Isidro de ese año y que al final no se envió a Madrid, sería lidiada en Sevilla el 12 de octubre en la conmemoración del tricentenario de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y que el torero mexicano que iría en el cartel sería Jorge Blando.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Detrás de un cartel (XVI)

Una verdadera corrida de expectación…


Antes de entrar a los intríngulis de este asunto, quiero expresar mi agradecimiento al Abogado y Librero o Librero y Abogado – tanto monta, monta tanto – don Pepe Rodríguez, quien me autorizó a usar la imagen que ilustra y da motivo a esta intervención y que corresponde a la cuarta corrida de la temporada 1903 – 1904 celebrada en la antigua Plaza de Toros México que estuvo ubicada en la Calzada de la Piedad en la capital mexicana y cuyo original es pieza de su colección personal.

El vasto refranero taurino nos refiere que la corrida de expectación resulta ser corrida de decepción y como leeremos a continuación, esa cuarta corrida del serial referido, vino a confirmar la conseja encerrada en su versificación.

La temporada capitalina 1903 – 1904

El texto de historia de don Heriberto Lanfranchi nos indica que se celebró únicamente en el coso de la Calzada de la Piedad, pues la otra plaza de la Capital, la de Chapultepec, permaneció cerrada por ese periodo. Se compuso de 16 festejos entre el 1º de noviembre de 1903 y el 14 de febrero de 1904 y el elenco se integró puramente por diestros hispanos encabezados por Rafael González Machaquito que actuó una docena de tardes, seguido por el trianero Antonio Montes que lo hizo en nueve y completaron el elenco Chicuelo padre (6), Saleri (3), Faíco y Bebe Chico (2), Jarana y Silverio Chico (1). 

Los toros que se lidiaron vinieron de Piedras Negras (29), Santín (26), Tepeyahualco (23), San Diego de los Padres (13), Atenco (6), San Nicolás Peralta, antes Cazadero (6) y españoles de Conradi (2), Murube (1), Miura (1), Juan Carreros (1) y Espoz y Mina antes Carriquiri (1).

El cartel inaugural se dio con la actuación de Antonio Montes en solitario, lidiando toros de San Diego de los Padres, siendo sobresaliente José Machío Trigo.

El beneficio de Montes se llevó a cabo el 10 de enero de 1904 y el del empresario Ramón López fue el 24 de ese mes con Montes, Machaquito quien regaló un séptimo al que mató de una gran estocada, considerada la estocada de la temporada y Chicuelo padre, quienes lidiaron toros de Tepeyahualco.

La corrida del 22 de noviembre de 1903

El mano a mano entre Machaquito y Antonio Montes provocó un gran revuelo entre la afición de la capital de México, sobre todo porque el encierro que lidiarían provendría de la ganadería de Piedras Negras, una de las más prestigiadas en ese momento de la historia taurina de México. En la crónica aparecida en el diario El Imparcial del día siguiente del festejo, firmada por El Torilero, se hace la siguiente relación de los sucesos previos a la corrida:

La fiesta se anunció con bombo superlativo, se exhibieron toros si no monumentales, sí dignos de aceptación para la primera plaza del país; se empezaron disputas en los corrillos, se propalaron versiones acerca de un reto serio entre los matadores que anunciaba el cartel y en medio de tanto comentario y del afán prosaico de que se rompiese la monotonía a que estamos acostumbrados todos esperábamos un éxito en relación con ese mismo bombo, escaramuza primordial de frases y alegrías con que los aficionados se autosugestionan.

Y llegó la hora y la plaza crujió al peso de la muchedumbre ansiosa. Llenos los asientos de distinción, tendidos, lumbreras, todo estaba pletórico, como las arcas de la empresa, la que habita en la maravillosa Jauja americana de la leyenda que en un coro de deseos se canta allende los mares…

Pero una vez iniciado el festejo y en cuanto empezaron a salir los toros al ruedo, las circunstancias planteadas inicialmente cambiaron de modo radical. Y aquí apelaré de nuevo al manido refranero taurino: El hombre propone, Dios dispone, pero sale el toro y todo lo descompone…

El encierro es descrito por El Torilero como variopinto y no es de sorprendernos, faltaban unos años para que llegara a Tlaxcala la simiente de Saltillo que definiría el pelaje cárdeno de los toros de esa casa; pero por su parte Punterete, encargado de la crónica en el diario El País no repara en esa circunstancia, solamente en algunos detalla la pinta a su juicio.

El segundo de la tarde fue pasaportado por el cordobés Machaquito. Fue un toro que tomó cinco varas al decir del cronista de El Imparcial y el de El País no hace señalamiento al respecto, pero después narra lo que sigue:

Comienza “Machaquito” con un pase alto, otro de pitón a rabo, un cambiado, dos con la derecha, uno por bajo con la misma diestra, uno redondo, un ayudado, otros dos más redondos, acariciando la frente de la fiera; dos altos más para señalar un buen pinchazo. Esto exaspera más al matador, y sigue su faena con otro alto, uno redondo, otro por bajo, uno cambiado con la derecha para tirarse y señalar otro pinchazo por lo alto, superior. Palmas.

Más nervioso el chico de Córdoba, vuelve a tirarse y deja una corta y después una media en buen sitio, que bastó. El matador se coge la mano derecha y presencia la caída del toro, yéndose para la enfermería cuando la fiera rodó por la arena…

Machaquito no volvió a salir de la enfermería, dejó al antiguo sacristán de la parroquia de Santa Ana de Triana con el resto de la corrida, que a partir de ese momento se fue por el despeñadero. Antonio Montes había saludado una ovación en el que abrió plaza, el tercero se devolvió por falto de presencia, en el cuarto y en el quinto Montes se eternizó con la espada y el sexto también fue devuelto por chico.

Sigue contando Punterete:

“Machaquito”, después del quinto toro, pretendió salir a despedirse del público, llevando la diestra en cabestrillo, pero apenas asomó, fue silbado, y entró de nuevo al patio para tomar el carruaje e irse a casa. Esto es lo mejor que pudo hacer.

Merece una censura muy enérgica el ganadero por haber mandado bueyes en lugar de toros de lidia; el cartel de que gozaba la ganadería de Piedras Negras, está completamente por los suelos. Los bueyes de referencia estaban resentidos y a cada paso caían al suelo. ¿Es posible que sólo un toro haya habido en las dehesas del señor González Muñoz?

Terminada la corrida nos propusimos averiguar qué es lo que le había pasado a Rafael, pero no había certificado médico y tan solo dijo el mismo matador, que creía que estaría malo solo esta noche, es decir, de la de anoche, que para la corrida próxima estaría ya bueno.

Advertencia a la empresa: El entusiasmo del público ha decaído mucho, y la generalidad decía que, de seguir así las corridas, no volverían más, sacrificando sus aficiones por los cuernos.

En conclusión

Una corrida que despertó los mejores ánimos de la afición de la capital mexicana terminó siendo un fiasco. Era la temporada de la presentación en México de Antonio Montes, un torero que terminaría siendo un ídolo en nuestra Patria y que terminaría también aquí sus días en las astas de un toro. Machaquito estaba apenas en los inicios de su andadura como matador de toros, en una carrera a la que le quedaba todavía una década por delante y la generación de un gran legado histórico que le llevaría a ser uno de los Califas de la Tauromaquia cordobesa.

domingo, 15 de noviembre de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (XV)

16 de noviembre de 1952: Arruza y Bardobián de Zacatepec


La temporada 1952 – 53 en la Plaza México fue el refrendo de la reanudación de las relaciones taurinas entre España y México lograda el año anterior. En los dieciocho festejos que se dieron, tanto así que por orden de aparición llegaron a confirmar su alternativa Pepe Dominguín, el gaditano Rafael Ortega, Antonio Ordóñez, Luis Miguel Dominguín y Rafael Llorente, a más del venezolano César Girón y volvieron también algunos de los diestros que participaron en las corridas del año anterior como Manolo González y José María Martorell.

El cuadro de toreros mexicanos era distinguido también, lo encabezó Silverio Pérez, que torearía la última corrida de su vida en el cierre de la temporada y junto con él seguían Carlos Arruza, Rafael Rodríguez, Jesús Córdoba, Manuel Capetillo, Juan Silveti, El Ranchero Aguilar y completaría el elenco el lusitano Manolo dos Santos, que junto con Arruza anunciaría su despedida de los ruedos el día de la Corrida Guadalupana.

La tercera de la temporada 52 – 53 

Era costumbre que en la temporada grande se concediera la alternativa al o los triunfadores de la temporada de novilladas inmediata anterior y así quien después sería llamado El Príncipe del Toreo sería alternativado según lo consuetudinario, por eso, para el domingo 16 de noviembre de 1952 se anunciaron toros de Zacatepec para Carlos Arruza, José María Martorell y Alfredo Leal, que recibiría la alternativa. Al final de cuentas, se lidiaron solamente cuatro toros de Zacatepec, saliendo dos de La Laguna, que, por ser de mayor antigüedad, abrieron y cerraron plaza, según el reglamento.

Pero el hito trascendente de esa tercera corrida de la temporada al final de cuentas resultó ser la faena de Carlos Arruza al cuarto de la tarde, nombrado Bardobián por don Daniel Muñoz y que para la estadística, sería el último rabo que el Ciclón cortaría en la gran plaza como torero de a pie.

La perspectiva del Tío Carlos

Don Carlos Septién García, quien firmaba sus crónicas en su tribuna de El Universal como El Tío Carlos, hace un relato interesante de esta faena, empezando por comentar que el lugar desde donde ve la corrida es el callejón, que le da una perspectiva diferente del festejo, de esa relación extraigo lo siguiente:

Esta tarde he presenciado la corrida desde el callejón. Para un antiguo habitante del tendido como ha sido quien esto escribe, la experiencia ha resultado intensa. Más abajo del tranquilo sitio en las graderías donde cada espectador tiene derecho a sentirse César soberano, existe un mundo en el cual revolotean como dueños los invisibles murciélagos de la angustia, del jadeo, de la lucha entre la vida y la muerte. Es el mundo del ruedo, circunferencia cegada por la roja muralla de la barrera para salir del cual no hay sino dos vías igualmente patéticas porque ambas se abren al precio de la vida: el empinado sendero del triunfo o la oscura encrucijada del dolor.

¡Qué lejos se está aquí de la serena perspectiva que dan las alturas! Desde arriba los lances son tersos y los movimientos rítmicos como un ballet. Hasta allá no llegan el brillo siniestro de la baba en los belfos del toro, ni la roja herida de su hocico fiero como el de lobo en la estepa, ni el batir de sus ijares en el agitado vaivén de la lucha y del instinto. Desde allá no se advierte cómo la firme curva de la chaquetilla luminosa oculta el jadeo con que late el pecho del torero, ni tampoco se turba la emoción en el agónico sudor que resbala por las frentes lidiadoras. Todo se vuelve más suave, como en la visión del pájaro: sabia disposición de la arquitectura que permite al espectador de una tan recia batalla como es el torear, el estético deleite del paladeo.

Acá abajo es diferente. Se está al nivel de la lucha misma…

Respecto del hacer de Carlos Arruza ante Bardobián y haciendo notar al lector que la perspectiva del punto de apreciación hace ver las cosas de modo distinto, El Tío Carlos reflexiona lo siguiente:

...Ahora ha salido el cuarto toro de la tarde. Se llama “Bardobián” y al contrario de su feo hermano, es negro, lustroso, largo y bonito desde sus bien colocados pitones a su bello rabo. También éste derriba picadores; pero al revés de aquél, combate con el hierro metido en sus carnes hasta la arandela. Una cadencia de velos rojos se alza graciosamente en la tarde: es Arruza que se ha pasado el capote a la espalda en un lance de imborrable plasticidad y que luego ha guiado gentilmente el viaje del toro en el arrojo de tres gaoneras morunas y un generoso remate… Y esta vez sí brilló la gloria de las banderillas…

Oro y blanco – espiga madura – Arruza se erige en el tercio; la roja muleta cuadrada en las manos: es tiempo de verla mientras arranca “Bardobián”, sobrado de pastueñez, pero no muy abundante en alegría. Hay que verla: es la mejor muleta que el toreo conoce en estos tiempos. Los hilos de su tela escarlata son de la misma calidad de aquellos que formaron la muleta de un Romero o de un Guerra. Unos son fuertes e invencibles como las cuerdas con que se sujeta la nave enemiga de los abordajes; otros son duros y acerados como la zarpa con que el león destroza a su presa; hay en su trama finas hebras capaces de serpear como cabellos de gitana hasta embrujar de cadencias el paso de un toro bravo; hay hilos sedosos, amables, como para acariciar con ellos la seda de los lomos zainos. Será posible hallar sueltos, aislados, estos hilos en otras muletas: reunidos en una sola trama, trenzados en un solo tejido, no existen sino en esa muleta con que Carlos Arruza está citando a “Bardobián” en el tercio. Y todavía en esa malla roja están vibrando como cuerdas tensas de salterio, las que sólo Arruza puede y sabe tocar, porque son la creación de su genio y de su temperamento: las cuerdas con que su repentina e inagotable inspiración va creando en cada tarde el milagro de sus pases cambiados, de sus arrucinas, de sus ocurrencias toreras como relámpagos o como travesuras de quien por tanto saber es el único que sabe jugar con lo clásico...

Pero ya se ha arrancado “Bardobián” y la faena comienza en tono melódico con dos exquisitos muletazos por alto y varios derechazos para concluir en un nuevo pase por alto resumen de cadencia. Ahora el torero se va de largo: cita al toro sobre el lado izquierdo, le deja llegar hasta la inminencia de la silueta y allí mueve gentil y preciso la muleta hacia atrás. El toro traza un arco, cabe la espalda del torero, se ha consumado el pase cambiado de un modo como no lo soñaron los viejos maestros. Y el público no grita porque ha quedado en suspenso: éste no es pase de gritos, sino de respiración contenida. La plaza resuelve su sorpresa y su emoción en algo así como un gigantesco suspiro. Y cuando en el mismo terreno, con el toro más lento aún Arruza repite el milagro dejando que el pitón señale sobre la cintura la ruta que le ha obligado, se vuelve a sentir que 50,000 gentes han dejado de respirar en el mismo momento.

Sin embargo, el bisoño espectador de callejón, éste que ha padecido la agonía de los otros toreros en cada lance y en cada pase, sí ha respirado. Porque él, que ha visto el terrible toma y daca, el riesgo que a cada viaje padecen los otros, se ha olvidado de todo eso. Conforme la faena de Arruza va embrujando al toro, va devolviendo también al neófito en el callejón su perdida visión serena de antiguo habitante del tendido…

¡Que nos dejen saltar de la barrera y salir de los burladeros! Es tal el embrujo de la muleta de Arruza que puede verse aquí, de cerca. Ni siquiera desde el callejón: a la vera misma del torero cuya muleta es tan firme y tan invencible como una muralla escarlata; tan suave y tan gentil como una crinolina en reverencia...

Un apunte sobre la crónica del Tío Carlos

Se tiene por fecha de la presentación del péndulo, suerte de muleta creada por Carlos Arruza, la del 20 de septiembre de 1953, en un festival a beneficio de la infancia, organizado por la señora María Izaguirre de Ruiz Cortines. Incluso, en una aportación anterior, lo señalé así, pero en el introito de su crónica, don Carlos Septién asienta lo que sigue:

Zarpa, embrujo y caricia en la muleta de Carlos Arruza, la mejor de la época. En un histórico faenón a “Bardobián” de Zacatepec, el gran torero mexicano agotó el repertorio conocido, creó nuevos pases e hizo una sola cosa del arte y del dominio absoluto. José María Martorell, tan esforzado como siempre, cuajó un dramático trasteo al quinto y logró un quite de escándalo en el cuarto. Alfredo Leal se achicó en su alternativa sólo se le vio matando. Dos toros excelentes; uno de Zacatepec y otro de La Laguna.

Dice creó nuevas suertes…, y en el texto de la misma hace este apuntamiento: Ahora el torero se va de largo: cita al toro sobre el lado izquierdo, le deja llegar hasta la inminencia de la silueta y allí mueve gentil y preciso la muleta hacia atrás. El toro traza un arco, cabe la espalda del torero, se ha consumado el pase cambiado de un modo como no lo soñaron los viejos maestros… ¿No está describiendo acaso el péndulo? Quizás en la emoción de un trasteo que fue cumbre, la presentación en la Plaza México de una suerte que por confesión del propio diestro ejecutó por primera vez en Tijuana a finales de 1951, pasó desapercibida.

Para finalizar

El 22 de febrero de 1953, en la décimo séptima corrida de esa misma temporada, Corrida Guadalupana, Carlos Arruza anunciaría intempestivamente su despedida de los ruedos, asunto del que ya me he ocupado por estas virtuales páginas, realizando quizás su faena más sentida en ese ruedo al toro Peregrino de Torrecilla. Como hombre inquieto que siempre fue, volvería a los ruedos y volvería a cortar un rabo en la Plaza México, pero ya no sería vestido de luces, sino toreando a caballo, vertiente de la fiesta en la que también logró ser una figura del toreo.

domingo, 8 de noviembre de 2020

Los giros de la fortuna (V)

Jesús Arias Montes. La voluntad de querer ser

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Jesús Arias Montes nació en Atoyac, Jalisco el 10 de octubre de 1928. Se presentó como torero en público en 1946, a los 18 años. Su presentación no oficial en El Progreso de Guadalajara se dio el 10 de octubre de 1954. Para ese domingo don Nacho García Aceves ofreció a la afición una novillada en la que alternaron Eliseo El Charro Gómez, Manolo Barbosa y el portugués Joaquim Marques ante novillos de Cerralvo. La novillada se suspendió por lluvia durante la lidia del tercero de la tarde que se quedó en el ruedo. La crónica del diario El Informador de Guadalajara, del día siguiente del festejo, dice brevemente:

...En cuanto el aguacero amainó un poco, se echaron al ruedo anegado los espontáneos a jugarse la vida con el toro. El primer espontáneo pudo ser sacado. El primer espontáneo pudo ser sacado, pero en cuanto se arrojaron varios, uno de ellos se impuso con una muleta, con la que demostró facultades y descubrió que el de Cerralvo era un novillo digno de una buena faena...

El espontáneo de la muleta era precisamente Jesús Arias, quien curtido ya en ferias patronales y novenarios tuvo esa oportunidad y la aprovechó y seguramente fue visto por El Teco Topete, ojos y oídos de don Nacho en esa plaza, a quien le transmitió las posibilidades de ese joven aspirante a torero.

Un prometedor principio

Así, el 6 de marzo de 1955 Jesús se presenta ya anunciado en el cartel y vestido de luces, junto a Alfonso Lomelí y a Jorge Carrillo Chavalillo en la lidia de novillos de Los Lobos, cortando una oreja, Eso le valdrá repetir al siguiente domingo para enfrentar novillos de Peñuelas junto a Manuel Ochoa y Jorge Montaño Ojitos.

Esos éxitos le darían a don Ignacio García Aceves para esa temporada novilleril cartas con que jugar, tenía al de Cañadas, Alfonso Lomelí; también a Paco Castro; asomaba la cabeza Manolo Barbosa; Rubén Aviña tenía una tormentosa relación con la afición tapatía y de fuera venían José Ramón Tirado, Rodolfo Palafox, Emilio Rodríguez o Romerita a formar carteles que le llevaban a la gente a la plaza.

Así, Jesús AriasChucho Arias en los carteles – torearía en ese año de 1955, 5 de las 27 novilladas que diera don Nacho en El Progreso, la última de ellas, fue la que produjo el giro de la fortuna en la existencia de Jesús Arias Montes.

Aragonés, número 58, negro zaino, sexto de la tarde...

Para el domingo 11 de noviembre de 1955, se anunció un encierro de Cerralvo – entonces propiedad de don Felipe Padilla – para Óscar Rivera, Antonio Gómez y Jesús Arias. Era la quinta actuación de Jesús en ese calendario. La crónica sin firma aparecida en el diario El Informador de Guadalajara del día siguiente del festejo, entre otras cosas, dice lo siguiente:

Hay ocasiones en que no se siente gana alguna de hacer la reseña de una corrida de toros, pero la obligación está antes que los sentimientos humanos, y ahora es una de esas ocasiones. Todavía cuando la corrida resulta mala y sale uno aburrido, ya sea por la apatía de los toreros, la mansedumbre del ganado o algún otro incidente que se registre en el transcurso del festejo, pasa, pero ayer, cuando el público estaba más animado, viendo el nacimiento de un nuevo valor, que quizá sea el torero que tanta falta hace, saboreando la clase y el valor que estaba enseñando el matador, posiblemente haya asistido también a la muerte de un torero más, y sinceramente deseamos equivocarnos sobre esto, ya que Chucho Arias estaba enseñando clase y valor, y sobre todo, su gran casta y celo profesional. Al terminar una tanda de derechazos, se engolosinó con los fuertes aplausos y la música que en su honor se escuchaba, y posiblemente sin darse cuenta, se metió en el terreno del toro, y éste lo único que hizo fue sentir la pierna del torero sobre el cuerno, alargar la gaita y prenderlo de manera impresionante...

La crónica no proporciona parte médico, pero en el libro escrito por Federico Garibay Anaya y Guillermo Ramírez Parra, titulado Drama y Tragedia en la Fiesta en Guadalajara, se relatan las características y extensión de la herida sufrida por Jesús Arias Montes. Sufrió el arrancamiento de la arteria femoral profunda y un severo shock hipovolémico. Conforme a la costumbre de la época, se le practicó la primera intervención en la enfermería de la plaza, pero los doctores Ramírez Mota Velasco y González Pérez Lete, seguramente comprobaron que con el procedimiento ordinario de ligar los cabos del vaso arrancado la circulación de la pierna la circulación no se restablecía de manera adecuada, intentaron otro procedimiento, asistidos por los cirujanos vasculares Alfonso Topete y González Cornejo:

...por haber sufrido la cornada a las puertas mismas de la enfermería y por la coincidencia de poder contar con los eminentes médicos Alfonso Topete y González Cornejo, es que el doctor Pérez Lete llamó a la de Chucho Arias “una cornada de suerte”. Los especialistas le aplicaron el injerto de la arteria y pasadas veinticuatro horas, comenzaron poco a poco a manifestarse los alentadores efectos de tan certera medida...

El miembro se había salvado y en principio, se pensó que el torero también, pero... Jesús Arias manifestaba sentir un dolor insoportable en la pierna herida y los médicos lo encontraban explicable por la tremenda cornada que había recibido. Pero en realidad tenía otra explicación, cuando le pusieron de pie para dar unos pasos, sintió un fortísimo dolor en el pie, tomaron placas radiográficas y descubrieron una fractura que ya había comenzado a soldar causando un daño irreversible. Cuentan Garibay Anaya y Ramírez Parra citando a doña Carmelita Madrazo:

"...fue culpa de nosotros. Como la cornada había sido gravísima..." los médicos se avocaron exclusivamente a atenderla, sin sospechar siquiera la existencia de un traumatismo menor y de fácil - con el oportuno reconocimiento - tratamiento. La fractura que tardíamente descubrieron se localizaba en el calcáneo y el tendón de Aquiles ejercía una presión hacia arriba que produjo una retracción en la pierna (Y por si la pierna de Chucho no hubiera sufrido pocos daños a causa de la cornada, agréguense un par de accidentes motociclísticos) ...

Esa fractura fue al final la que terminó por quitar a Jesús Arias Montes la posibilidad de luchar por ser una figura del toreo. A partir de ese momento, tendría que replantear que hacer con su existencia.

Para el 8 de diciembre de 1955, el empresario de El Progreso organizó una novillada a beneficio de Jesús Arias. Alternaron ante novillos de Los Lobos, Manolo Barbosa, Rubén Aviña, Rodolfo Palafox, Alfonso Lomelí, Jesús Delgadillo El Estudiante y Amílcar Campos. En este festejo Palafox cortó una oreja al tercero y El Estudiante fue herido por el quinto. La entrada fue buena sin llegar al lleno y antes del sorteo, por la mañana se develó una placa en homenaje a los médicos de plaza que atendieron a Jesús Arias.

Cuenta Conchita Cintrón que, con la recaudación del festejo y una aportación de la empresa, se estableció un fideicomiso para que el torero caído pudiera reencaminar su existencia con menos sobresaltos.

Quiero ser como ese hombre…

Cada vez que se le pregunta a Jesús Arias Montes cuál era su pensamiento en ese momento, su respuesta es siempre la misma:

Ya que no podré ser torero, que es lo que yo más anhelaba en esta vida, quisiera asemejarme a ese hombre. “Ese hombre”, era el doctor Mota Velasco...

En una conferencia pronunciada en septiembre de 1979 durante la Semana Taurina que se celebró en el Ágora del ex – convento del Carmen, Jesús Arias Montes, ya un Cirujano General de prestigio y Profesor Universitario, manifestó lo siguiente:

Ya que me vi imposibilitado para volver a torear, bastantes personas procuraban levantarme los ánimos. Me insistían en que no abandonara mis estudios. A mí me daba vergüenza asistir a clases, tan grandote entre puros chiquillos. Además, mi situación era dificilísima, pobre, enfermo, sin... aliento... seguí estudiando, – continuó Chucho llevándose a los ojos un pañuelo – y a duras penas terminé la secundaria y luego el bachillerato. Después la ingresé a la Escuela de Medicina y a base de enormes sacrificios económicos conseguí al fin terminar la carrera...

La dedicación de Jesús Arias Montes le permitió compartir el Palco de Médicos de las plazas de toros de Guadalajara con sus maestros Ramírez Mota Velasco y González Pérez Lete un buen número de años y, además, prestar sus servicios en algunas plazas de otros lugares de Jalisco y de entidades circunvecinas. Allí le correspondió encontrarse con la otra muerte en el ruedo, cuando el 13 de enero de 1980, en Coquimatlán, Colima, un toro de San Felipe Torresmochas segó la vida del banderillero José Hernández Ríos El Chato de Tampico con una cornada en el cuello que le partió la carótida y la yugular.

El giro de la fortuna para el doctor Jesús Arias Montes fue positivo, y lo fue para la fiesta también. Visto lo que logró en un estado de tribulación, seguramente vestido de luces, habría llegado a ser figura del toreo.

Retales de información de la misma fecha

En la Plaza México, durante la novillada del Estoque de Plata, Raúl Márquez resultó con una cornada que le atravesó el muslo izquierdo, causada por el novillo Florero de Zotoluca. Escapó de la enfermería, mató al causante del desaguisado y se llevó el trofeo en disputa y un premio de diez mil pesos ofrecido por la empresa.

En Orizaba, Miguel Ángel García fue herido por el primero de su lote en la región testicular, en corrida que toreaba con Cayetano Ordóñez, que se quedó con toda la corrida. Actuó también a caballo, Gastón Santos.

En Barcelona, Jaime Bravo fue herido en la plaza de Las Arenas por el segundo novillo de su lote de Lisardo Sánchez, llamado Caballero, número 57, en la región inguinal derecha, con dos trayectorias, sin afectación de los paquetes vasculares de la región. Había cortado el rabo al primero de su lote. Alternaba con Miguel Ortas y Luis Parra Parrita y por delante salió el rejoneador Ángel Peralta que enfrentó un toro de don Joaquín Buendía.

Sin duda, ese 6 de noviembre de hace 65 años, fue un domingo verdaderamente sangriento…

domingo, 1 de noviembre de 2020

David Reynoso antes de actor y cantante... ¡Torero!


Hará tres o cuatro días, en su tribuna del diario El Universal de la capital mexicana, el buen amigo Luis Ramón Carazo comentaba principalmente la participación de Eulalio González Piporro en la película Torero por un día de 1963, dirigida por Gilberto Martínez Solares y en la que también tiene su parte el hidrocálido David Reynoso Flores, conocido después como El Mayor a raíz del personaje que hizo en la película Viento Negro (1964) dirigida por Servando González.

Dentro de la investigación que llevo en curso acerca de la obra periodística de don Jesús Gómez Medina, cronista del diario local El Sol del Centro, encontré varias crónicas de novilladas toreadas por David Reynoso en la Plaza de Toros San Marcos, hoy presento a Ustedes una correspondiente al domingo 22 de mayo de 1949, quizás una de las últimas de su carrera en los ruedos y en la que resultó herido. Sus alternantes fueron Fernando Brand y el debutante Manuel López, con novillos de Garabato.

Cuenta don Jesús acerca de la actuación de David Reynoso esa tarde:

David Reynoso – compenetrado de la trascendencia que para él podría revestir la fecha, había salido al ruedo dispuesto a triunfar rotundamente, con el corazón bien templado para forjar una actuación todo lo brillante posible. Lo vimos desde el primer lance cuando, pese al mal estilo del bicho, se quedó quieto en una señorial verónica. No pudo continuar en tal plan, porque el de Garabato, manso y débil de remos como fue todo el encierro, comenzó a desarrollar sentido como efecto de una lidia torpe, llevada, además, con una lentitud exasperante. Llegado el tercio final, y previo brindis al Dr. Duque, se fue al bicho, instrumentando uno de tanteo por alto. Cambió los terrenos, y al intentar un doblón, el pupilo del Tato, que ya había “aprendido” bastante, se quedó en mitad de la suerte, lo empitonó por la entrepierna y lo arrojó al suelo causándole la herida que al final se describe…

La herida fue en el escroto, con evisceración de un testículo y fue reparada en la propia enfermería de la plaza por el Dr. Óscar Hernández Duque.

El director de lidia, Fernando Brand, recientemente fallecido, vio interrumpida una racha de triunfos aquí en su tierra, según lo contó en su día don Jesús:

Fue el cuarto bicho que, desde que apareció en el ruedo, mostró una debilidad de remos y una ausencia de acometividad, realmente alarmantes. Insistiendo una y otra vez, dando al manso la querencia de tableros, trató el trianero de cuajar un trasteo o una tanda de muletazos siquiera, acreedores al aplauso. Sin embargo, las condiciones del bicho hacían casi imposible tal objetivo; tan solo aisladamente logró éste o aquél lance, no del todo limpios, porque carecieron de aguante y, además, porque a nuestro juicio, el toreo de Brand adolece de un defecto que ya le costó un disgusto: adelanta la suerte, no templa lo necesario... Tras de dos o tres pinchazos, el paisano dejó otro espadazo hondo; Fernando posee habilidad para sepultar el acero, como el bicho no doblara, hubo de recurrir al descabello, faena que se le dificultó un tanto…

La sorpresa de la tarde fue el calvillense Manuel López, que se presentaba ante la afición de la capital del Estado. Aún con las dificultades que opuso el descastado encierro de Garabato, se las ingenió para lucir y convencer a los asistentes al festejo. Así está descrita su actuación:

Decíamos que el debutante se ganó las palmas desde su primera intervención: fue un buen quite por gaoneras en el que abrió plaza.

Por este estilo continuó prodigándose a lo largo del festejo, y como es valiente, sabe hacer las suertes con innegable acierto – en ocasiones inclusive, con arte del bueno – y le fue simpático a la concurrencia desde el primer momento, huelga decir que se constituyó en el héroe de la jornada. De su labor de conjunto, destacaron varias excelentes verónicas, en las que toreó desde largo y bajó las manos con elegante displicencia.

Con los palitroques, apela a los adornos y galleos; sin embargo, aunque clava con acierto, sus pares no son del todo limpios, pues no alza debidamente los brazos, como resultado quizás, de su corta estatura.

Con la muleta, fundamentalmente aguanta enormidades; así fue como toreó al tercero, a base de quedarse quieto estoicamente, haciendo que la no muy nutrida concurrencia entrara en calor ante aquella demostración del más auténtico valor. Siguió por naturales, también con sobra de decisión y no escasos de otras cualidades, y acabó con manoletinas verdaderamente emotivas. Mató en buena forma, con media estocada y fulminante descabello – en ambas suertes se mostró certero en grado sumo – y, amén de la oreja, se ganó una ovación de día festivo, con doble vuelta al ruedo… Manuel López, nuevo torero de la inagotable cantera aguascalentense, y nuevo triunfador en el Coso San Marcos, fue izado en hombros de los “capitalistas” y así efectuó su primera salida de esta plaza.

Don Jesús deja claro que el eje de la fiesta es el toro, según podemos leer aquí:

Garabato envió una colección de reses que fueron la más completa antítesis del auténtico toro de lidia. Mansos, mansos de solemnidad casi todos; algunos en proporciones verdaderamente catastróficas, y con falta de pujanza y de acometividad, que causaban lástima, viéndolos rodar a poco de estar en la arena. Baste decir que cuatro de ellos pasaron con un solo puyazo, ya que su extrema debilidad no permitía mayor ración de palo, y que, para ver de lidiarlos, fue preciso darles la querencia de los tableros, que es el recurso que la experiencia aconseja para esta clase de bicharajos. Lo único que tuvieron fue pitones, bien que algunos mostraban a las claras las huellas de la ignominiosa “afeitada”.

David Reynoso inició su carrera cinematográfica en 1955 y participó como actor en más de 175 películas, pero nunca renegó de su afición a los toros, era muy frecuente verle precisamente acompañado de Piporro ocupando barreras en las distintas plazas de la República para disfrutar de su afición.

David Reynoso falleció en la Ciudad de México el 9 de junio de 1994.

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