domingo, 15 de noviembre de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (XV)

16 de noviembre de 1952: Arruza y Bardobián de Zacatepec


La temporada 1952 – 53 en la Plaza México fue el refrendo de la reanudación de las relaciones taurinas entre España y México lograda el año anterior. En los dieciocho festejos que se dieron, tanto así que por orden de aparición llegaron a confirmar su alternativa Pepe Dominguín, el gaditano Rafael Ortega, Antonio Ordóñez, Luis Miguel Dominguín y Rafael Llorente, a más del venezolano César Girón y volvieron también algunos de los diestros que participaron en las corridas del año anterior como Manolo González y José María Martorell.

El cuadro de toreros mexicanos era distinguido también, lo encabezó Silverio Pérez, que torearía la última corrida de su vida en el cierre de la temporada y junto con él seguían Carlos Arruza, Rafael Rodríguez, Jesús Córdoba, Manuel Capetillo, Juan Silveti, El Ranchero Aguilar y completaría el elenco el lusitano Manolo dos Santos, que junto con Arruza anunciaría su despedida de los ruedos el día de la Corrida Guadalupana.

La tercera de la temporada 52 – 53 

Era costumbre que en la temporada grande se concediera la alternativa al o los triunfadores de la temporada de novilladas inmediata anterior y así quien después sería llamado El Príncipe del Toreo sería alternativado según lo consuetudinario, por eso, para el domingo 16 de noviembre de 1952 se anunciaron toros de Zacatepec para Carlos Arruza, José María Martorell y Alfredo Leal, que recibiría la alternativa. Al final de cuentas, se lidiaron solamente cuatro toros de Zacatepec, saliendo dos de La Laguna, que, por ser de mayor antigüedad, abrieron y cerraron plaza, según el reglamento.

Pero el hito trascendente de esa tercera corrida de la temporada al final de cuentas resultó ser la faena de Carlos Arruza al cuarto de la tarde, nombrado Bardobián por don Daniel Muñoz y que para la estadística, sería el último rabo que el Ciclón cortaría en la gran plaza como torero de a pie.

La perspectiva del Tío Carlos

Don Carlos Septién García, quien firmaba sus crónicas en su tribuna de El Universal como El Tío Carlos, hace un relato interesante de esta faena, empezando por comentar que el lugar desde donde ve la corrida es el callejón, que le da una perspectiva diferente del festejo, de esa relación extraigo lo siguiente:

Esta tarde he presenciado la corrida desde el callejón. Para un antiguo habitante del tendido como ha sido quien esto escribe, la experiencia ha resultado intensa. Más abajo del tranquilo sitio en las graderías donde cada espectador tiene derecho a sentirse César soberano, existe un mundo en el cual revolotean como dueños los invisibles murciélagos de la angustia, del jadeo, de la lucha entre la vida y la muerte. Es el mundo del ruedo, circunferencia cegada por la roja muralla de la barrera para salir del cual no hay sino dos vías igualmente patéticas porque ambas se abren al precio de la vida: el empinado sendero del triunfo o la oscura encrucijada del dolor.

¡Qué lejos se está aquí de la serena perspectiva que dan las alturas! Desde arriba los lances son tersos y los movimientos rítmicos como un ballet. Hasta allá no llegan el brillo siniestro de la baba en los belfos del toro, ni la roja herida de su hocico fiero como el de lobo en la estepa, ni el batir de sus ijares en el agitado vaivén de la lucha y del instinto. Desde allá no se advierte cómo la firme curva de la chaquetilla luminosa oculta el jadeo con que late el pecho del torero, ni tampoco se turba la emoción en el agónico sudor que resbala por las frentes lidiadoras. Todo se vuelve más suave, como en la visión del pájaro: sabia disposición de la arquitectura que permite al espectador de una tan recia batalla como es el torear, el estético deleite del paladeo.

Acá abajo es diferente. Se está al nivel de la lucha misma…

Respecto del hacer de Carlos Arruza ante Bardobián y haciendo notar al lector que la perspectiva del punto de apreciación hace ver las cosas de modo distinto, El Tío Carlos reflexiona lo siguiente:

...Ahora ha salido el cuarto toro de la tarde. Se llama “Bardobián” y al contrario de su feo hermano, es negro, lustroso, largo y bonito desde sus bien colocados pitones a su bello rabo. También éste derriba picadores; pero al revés de aquél, combate con el hierro metido en sus carnes hasta la arandela. Una cadencia de velos rojos se alza graciosamente en la tarde: es Arruza que se ha pasado el capote a la espalda en un lance de imborrable plasticidad y que luego ha guiado gentilmente el viaje del toro en el arrojo de tres gaoneras morunas y un generoso remate… Y esta vez sí brilló la gloria de las banderillas…

Oro y blanco – espiga madura – Arruza se erige en el tercio; la roja muleta cuadrada en las manos: es tiempo de verla mientras arranca “Bardobián”, sobrado de pastueñez, pero no muy abundante en alegría. Hay que verla: es la mejor muleta que el toreo conoce en estos tiempos. Los hilos de su tela escarlata son de la misma calidad de aquellos que formaron la muleta de un Romero o de un Guerra. Unos son fuertes e invencibles como las cuerdas con que se sujeta la nave enemiga de los abordajes; otros son duros y acerados como la zarpa con que el león destroza a su presa; hay en su trama finas hebras capaces de serpear como cabellos de gitana hasta embrujar de cadencias el paso de un toro bravo; hay hilos sedosos, amables, como para acariciar con ellos la seda de los lomos zainos. Será posible hallar sueltos, aislados, estos hilos en otras muletas: reunidos en una sola trama, trenzados en un solo tejido, no existen sino en esa muleta con que Carlos Arruza está citando a “Bardobián” en el tercio. Y todavía en esa malla roja están vibrando como cuerdas tensas de salterio, las que sólo Arruza puede y sabe tocar, porque son la creación de su genio y de su temperamento: las cuerdas con que su repentina e inagotable inspiración va creando en cada tarde el milagro de sus pases cambiados, de sus arrucinas, de sus ocurrencias toreras como relámpagos o como travesuras de quien por tanto saber es el único que sabe jugar con lo clásico...

Pero ya se ha arrancado “Bardobián” y la faena comienza en tono melódico con dos exquisitos muletazos por alto y varios derechazos para concluir en un nuevo pase por alto resumen de cadencia. Ahora el torero se va de largo: cita al toro sobre el lado izquierdo, le deja llegar hasta la inminencia de la silueta y allí mueve gentil y preciso la muleta hacia atrás. El toro traza un arco, cabe la espalda del torero, se ha consumado el pase cambiado de un modo como no lo soñaron los viejos maestros. Y el público no grita porque ha quedado en suspenso: éste no es pase de gritos, sino de respiración contenida. La plaza resuelve su sorpresa y su emoción en algo así como un gigantesco suspiro. Y cuando en el mismo terreno, con el toro más lento aún Arruza repite el milagro dejando que el pitón señale sobre la cintura la ruta que le ha obligado, se vuelve a sentir que 50,000 gentes han dejado de respirar en el mismo momento.

Sin embargo, el bisoño espectador de callejón, éste que ha padecido la agonía de los otros toreros en cada lance y en cada pase, sí ha respirado. Porque él, que ha visto el terrible toma y daca, el riesgo que a cada viaje padecen los otros, se ha olvidado de todo eso. Conforme la faena de Arruza va embrujando al toro, va devolviendo también al neófito en el callejón su perdida visión serena de antiguo habitante del tendido…

¡Que nos dejen saltar de la barrera y salir de los burladeros! Es tal el embrujo de la muleta de Arruza que puede verse aquí, de cerca. Ni siquiera desde el callejón: a la vera misma del torero cuya muleta es tan firme y tan invencible como una muralla escarlata; tan suave y tan gentil como una crinolina en reverencia...

Un apunte sobre la crónica del Tío Carlos

Se tiene por fecha de la presentación del péndulo, suerte de muleta creada por Carlos Arruza, la del 20 de septiembre de 1953, en un festival a beneficio de la infancia, organizado por la señora María Izaguirre de Ruiz Cortines. Incluso, en una aportación anterior, lo señalé así, pero en el introito de su crónica, don Carlos Septién asienta lo que sigue:

Zarpa, embrujo y caricia en la muleta de Carlos Arruza, la mejor de la época. En un histórico faenón a “Bardobián” de Zacatepec, el gran torero mexicano agotó el repertorio conocido, creó nuevos pases e hizo una sola cosa del arte y del dominio absoluto. José María Martorell, tan esforzado como siempre, cuajó un dramático trasteo al quinto y logró un quite de escándalo en el cuarto. Alfredo Leal se achicó en su alternativa sólo se le vio matando. Dos toros excelentes; uno de Zacatepec y otro de La Laguna.

Dice creó nuevas suertes…, y en el texto de la misma hace este apuntamiento: Ahora el torero se va de largo: cita al toro sobre el lado izquierdo, le deja llegar hasta la inminencia de la silueta y allí mueve gentil y preciso la muleta hacia atrás. El toro traza un arco, cabe la espalda del torero, se ha consumado el pase cambiado de un modo como no lo soñaron los viejos maestros… ¿No está describiendo acaso el péndulo? Quizás en la emoción de un trasteo que fue cumbre, la presentación en la Plaza México de una suerte que por confesión del propio diestro ejecutó por primera vez en Tijuana a finales de 1951, pasó desapercibida.

Para finalizar

El 22 de febrero de 1953, en la décimo séptima corrida de esa misma temporada, Corrida Guadalupana, Carlos Arruza anunciaría intempestivamente su despedida de los ruedos, asunto del que ya me he ocupado por estas virtuales páginas, realizando quizás su faena más sentida en ese ruedo al toro Peregrino de Torrecilla. Como hombre inquieto que siempre fue, volvería a los ruedos y volvería a cortar un rabo en la Plaza México, pero ya no sería vestido de luces, sino toreando a caballo, vertiente de la fiesta en la que también logró ser una figura del toreo.

domingo, 8 de noviembre de 2020

Los giros de la fortuna (V)

Jesús Arias Montes. La voluntad de querer ser

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Jesús Arias Montes nació en Atoyac, Jalisco el 10 de octubre de 1928. Se presentó como torero en público en 1946, a los 18 años. Su presentación no oficial en El Progreso de Guadalajara se dio el 10 de octubre de 1954. Para ese domingo don Nacho García Aceves ofreció a la afición una novillada en la que alternaron Eliseo El Charro Gómez, Manolo Barbosa y el portugués Joaquim Marques ante novillos de Cerralvo. La novillada se suspendió por lluvia durante la lidia del tercero de la tarde que se quedó en el ruedo. La crónica del diario El Informador de Guadalajara, del día siguiente del festejo, dice brevemente:

...En cuanto el aguacero amainó un poco, se echaron al ruedo anegado los espontáneos a jugarse la vida con el toro. El primer espontáneo pudo ser sacado. El primer espontáneo pudo ser sacado, pero en cuanto se arrojaron varios, uno de ellos se impuso con una muleta, con la que demostró facultades y descubrió que el de Cerralvo era un novillo digno de una buena faena...

El espontáneo de la muleta era precisamente Jesús Arias, quien curtido ya en ferias patronales y novenarios tuvo esa oportunidad y la aprovechó y seguramente fue visto por El Teco Topete, ojos y oídos de don Nacho en esa plaza, a quien le transmitió las posibilidades de ese joven aspirante a torero.

Un prometedor principio

Así, el 6 de marzo de 1955 Jesús se presenta ya anunciado en el cartel y vestido de luces, junto a Alfonso Lomelí y a Jorge Carrillo Chavalillo en la lidia de novillos de Los Lobos, cortando una oreja, Eso le valdrá repetir al siguiente domingo para enfrentar novillos de Peñuelas junto a Manuel Ochoa y Jorge Montaño Ojitos.

Esos éxitos le darían a don Ignacio García Aceves para esa temporada novilleril cartas con que jugar, tenía al de Cañadas, Alfonso Lomelí; también a Paco Castro; asomaba la cabeza Manolo Barbosa; Rubén Aviña tenía una tormentosa relación con la afición tapatía y de fuera venían José Ramón Tirado, Rodolfo Palafox, Emilio Rodríguez o Romerita a formar carteles que le llevaban a la gente a la plaza.

Así, Jesús AriasChucho Arias en los carteles – torearía en ese año de 1955, 5 de las 27 novilladas que diera don Nacho en El Progreso, la última de ellas, fue la que produjo el giro de la fortuna en la existencia de Jesús Arias Montes.

Aragonés, número 58, negro zaino, sexto de la tarde...

Para el domingo 11 de noviembre de 1955, se anunció un encierro de Cerralvo – entonces propiedad de don Felipe Padilla – para Óscar Rivera, Antonio Gómez y Jesús Arias. Era la quinta actuación de Jesús en ese calendario. La crónica sin firma aparecida en el diario El Informador de Guadalajara del día siguiente del festejo, entre otras cosas, dice lo siguiente:

Hay ocasiones en que no se siente gana alguna de hacer la reseña de una corrida de toros, pero la obligación está antes que los sentimientos humanos, y ahora es una de esas ocasiones. Todavía cuando la corrida resulta mala y sale uno aburrido, ya sea por la apatía de los toreros, la mansedumbre del ganado o algún otro incidente que se registre en el transcurso del festejo, pasa, pero ayer, cuando el público estaba más animado, viendo el nacimiento de un nuevo valor, que quizá sea el torero que tanta falta hace, saboreando la clase y el valor que estaba enseñando el matador, posiblemente haya asistido también a la muerte de un torero más, y sinceramente deseamos equivocarnos sobre esto, ya que Chucho Arias estaba enseñando clase y valor, y sobre todo, su gran casta y celo profesional. Al terminar una tanda de derechazos, se engolosinó con los fuertes aplausos y la música que en su honor se escuchaba, y posiblemente sin darse cuenta, se metió en el terreno del toro, y éste lo único que hizo fue sentir la pierna del torero sobre el cuerno, alargar la gaita y prenderlo de manera impresionante...

La crónica no proporciona parte médico, pero en el libro escrito por Federico Garibay Anaya y Guillermo Ramírez Parra, titulado Drama y Tragedia en la Fiesta en Guadalajara, se relatan las características y extensión de la herida sufrida por Jesús Arias Montes. Sufrió el arrancamiento de la arteria femoral profunda y un severo shock hipovolémico. Conforme a la costumbre de la época, se le practicó la primera intervención en la enfermería de la plaza, pero los doctores Ramírez Mota Velasco y González Pérez Lete, seguramente comprobaron que con el procedimiento ordinario de ligar los cabos del vaso arrancado la circulación de la pierna la circulación no se restablecía de manera adecuada, intentaron otro procedimiento, asistidos por los cirujanos vasculares Alfonso Topete y González Cornejo:

...por haber sufrido la cornada a las puertas mismas de la enfermería y por la coincidencia de poder contar con los eminentes médicos Alfonso Topete y González Cornejo, es que el doctor Pérez Lete llamó a la de Chucho Arias “una cornada de suerte”. Los especialistas le aplicaron el injerto de la arteria y pasadas veinticuatro horas, comenzaron poco a poco a manifestarse los alentadores efectos de tan certera medida...

El miembro se había salvado y en principio, se pensó que el torero también, pero... Jesús Arias manifestaba sentir un dolor insoportable en la pierna herida y los médicos lo encontraban explicable por la tremenda cornada que había recibido. Pero en realidad tenía otra explicación, cuando le pusieron de pie para dar unos pasos, sintió un fortísimo dolor en el pie, tomaron placas radiográficas y descubrieron una fractura que ya había comenzado a soldar causando un daño irreversible. Cuentan Garibay Anaya y Ramírez Parra citando a doña Carmelita Madrazo:

"...fue culpa de nosotros. Como la cornada había sido gravísima..." los médicos se avocaron exclusivamente a atenderla, sin sospechar siquiera la existencia de un traumatismo menor y de fácil - con el oportuno reconocimiento - tratamiento. La fractura que tardíamente descubrieron se localizaba en el calcáneo y el tendón de Aquiles ejercía una presión hacia arriba que produjo una retracción en la pierna (Y por si la pierna de Chucho no hubiera sufrido pocos daños a causa de la cornada, agréguense un par de accidentes motociclísticos) ...

Esa fractura fue al final la que terminó por quitar a Jesús Arias Montes la posibilidad de luchar por ser una figura del toreo. A partir de ese momento, tendría que replantear que hacer con su existencia.

Para el 8 de diciembre de 1955, el empresario de El Progreso organizó una novillada a beneficio de Jesús Arias. Alternaron ante novillos de Los Lobos, Manolo Barbosa, Rubén Aviña, Rodolfo Palafox, Alfonso Lomelí, Jesús Delgadillo El Estudiante y Amílcar Campos. En este festejo Palafox cortó una oreja al tercero y El Estudiante fue herido por el quinto. La entrada fue buena sin llegar al lleno y antes del sorteo, por la mañana se develó una placa en homenaje a los médicos de plaza que atendieron a Jesús Arias.

Cuenta Conchita Cintrón que, con la recaudación del festejo y una aportación de la empresa, se estableció un fideicomiso para que el torero caído pudiera reencaminar su existencia con menos sobresaltos.

Quiero ser como ese hombre…

Cada vez que se le pregunta a Jesús Arias Montes cuál era su pensamiento en ese momento, su respuesta es siempre la misma:

Ya que no podré ser torero, que es lo que yo más anhelaba en esta vida, quisiera asemejarme a ese hombre. “Ese hombre”, era el doctor Mota Velasco...

En una conferencia pronunciada en septiembre de 1979 durante la Semana Taurina que se celebró en el Ágora del ex – convento del Carmen, Jesús Arias Montes, ya un Cirujano General de prestigio y Profesor Universitario, manifestó lo siguiente:

Ya que me vi imposibilitado para volver a torear, bastantes personas procuraban levantarme los ánimos. Me insistían en que no abandonara mis estudios. A mí me daba vergüenza asistir a clases, tan grandote entre puros chiquillos. Además, mi situación era dificilísima, pobre, enfermo, sin... aliento... seguí estudiando, – continuó Chucho llevándose a los ojos un pañuelo – y a duras penas terminé la secundaria y luego el bachillerato. Después la ingresé a la Escuela de Medicina y a base de enormes sacrificios económicos conseguí al fin terminar la carrera...

La dedicación de Jesús Arias Montes le permitió compartir el Palco de Médicos de las plazas de toros de Guadalajara con sus maestros Ramírez Mota Velasco y González Pérez Lete un buen número de años y, además, prestar sus servicios en algunas plazas de otros lugares de Jalisco y de entidades circunvecinas. Allí le correspondió encontrarse con la otra muerte en el ruedo, cuando el 13 de enero de 1980, en Coquimatlán, Colima, un toro de San Felipe Torresmochas segó la vida del banderillero José Hernández Ríos El Chato de Tampico con una cornada en el cuello que le partió la carótida y la yugular.

El giro de la fortuna para el doctor Jesús Arias Montes fue positivo, y lo fue para la fiesta también. Visto lo que logró en un estado de tribulación, seguramente vestido de luces, habría llegado a ser figura del toreo.

Retales de información de la misma fecha

En la Plaza México, durante la novillada del Estoque de Plata, Raúl Márquez resultó con una cornada que le atravesó el muslo izquierdo, causada por el novillo Florero de Zotoluca. Escapó de la enfermería, mató al causante del desaguisado y se llevó el trofeo en disputa y un premio de diez mil pesos ofrecido por la empresa.

En Orizaba, Miguel Ángel García fue herido por el primero de su lote en la región testicular, en corrida que toreaba con Cayetano Ordóñez, que se quedó con toda la corrida. Actuó también a caballo, Gastón Santos.

En Barcelona, Jaime Bravo fue herido en la plaza de Las Arenas por el segundo novillo de su lote de Lisardo Sánchez, llamado Caballero, número 57, en la región inguinal derecha, con dos trayectorias, sin afectación de los paquetes vasculares de la región. Había cortado el rabo al primero de su lote. Alternaba con Miguel Ortas y Luis Parra Parrita y por delante salió el rejoneador Ángel Peralta que enfrentó un toro de don Joaquín Buendía.

Sin duda, ese 6 de noviembre de hace 65 años, fue un domingo verdaderamente sangriento…

domingo, 1 de noviembre de 2020

David Reynoso antes de actor y cantante... ¡Torero!


Hará tres o cuatro días, en su tribuna del diario El Universal de la capital mexicana, el buen amigo Luis Ramón Carazo comentaba principalmente la participación de Eulalio González Piporro en la película Torero por un día de 1963, dirigida por Gilberto Martínez Solares y en la que también tiene su parte el hidrocálido David Reynoso Flores, conocido después como El Mayor a raíz del personaje que hizo en la película Viento Negro (1964) dirigida por Servando González.

Dentro de la investigación que llevo en curso acerca de la obra periodística de don Jesús Gómez Medina, cronista del diario local El Sol del Centro, encontré varias crónicas de novilladas toreadas por David Reynoso en la Plaza de Toros San Marcos, hoy presento a Ustedes una correspondiente al domingo 22 de mayo de 1949, quizás una de las últimas de su carrera en los ruedos y en la que resultó herido. Sus alternantes fueron Fernando Brand y el debutante Manuel López, con novillos de Garabato.

Cuenta don Jesús acerca de la actuación de David Reynoso esa tarde:

David Reynoso – compenetrado de la trascendencia que para él podría revestir la fecha, había salido al ruedo dispuesto a triunfar rotundamente, con el corazón bien templado para forjar una actuación todo lo brillante posible. Lo vimos desde el primer lance cuando, pese al mal estilo del bicho, se quedó quieto en una señorial verónica. No pudo continuar en tal plan, porque el de Garabato, manso y débil de remos como fue todo el encierro, comenzó a desarrollar sentido como efecto de una lidia torpe, llevada, además, con una lentitud exasperante. Llegado el tercio final, y previo brindis al Dr. Duque, se fue al bicho, instrumentando uno de tanteo por alto. Cambió los terrenos, y al intentar un doblón, el pupilo del Tato, que ya había “aprendido” bastante, se quedó en mitad de la suerte, lo empitonó por la entrepierna y lo arrojó al suelo causándole la herida que al final se describe…

La herida fue en el escroto, con evisceración de un testículo y fue reparada en la propia enfermería de la plaza por el Dr. Óscar Hernández Duque.

El director de lidia, Fernando Brand, recientemente fallecido, vio interrumpida una racha de triunfos aquí en su tierra, según lo contó en su día don Jesús:

Fue el cuarto bicho que, desde que apareció en el ruedo, mostró una debilidad de remos y una ausencia de acometividad, realmente alarmantes. Insistiendo una y otra vez, dando al manso la querencia de tableros, trató el trianero de cuajar un trasteo o una tanda de muletazos siquiera, acreedores al aplauso. Sin embargo, las condiciones del bicho hacían casi imposible tal objetivo; tan solo aisladamente logró éste o aquél lance, no del todo limpios, porque carecieron de aguante y, además, porque a nuestro juicio, el toreo de Brand adolece de un defecto que ya le costó un disgusto: adelanta la suerte, no templa lo necesario... Tras de dos o tres pinchazos, el paisano dejó otro espadazo hondo; Fernando posee habilidad para sepultar el acero, como el bicho no doblara, hubo de recurrir al descabello, faena que se le dificultó un tanto…

La sorpresa de la tarde fue el calvillense Manuel López, que se presentaba ante la afición de la capital del Estado. Aún con las dificultades que opuso el descastado encierro de Garabato, se las ingenió para lucir y convencer a los asistentes al festejo. Así está descrita su actuación:

Decíamos que el debutante se ganó las palmas desde su primera intervención: fue un buen quite por gaoneras en el que abrió plaza.

Por este estilo continuó prodigándose a lo largo del festejo, y como es valiente, sabe hacer las suertes con innegable acierto – en ocasiones inclusive, con arte del bueno – y le fue simpático a la concurrencia desde el primer momento, huelga decir que se constituyó en el héroe de la jornada. De su labor de conjunto, destacaron varias excelentes verónicas, en las que toreó desde largo y bajó las manos con elegante displicencia.

Con los palitroques, apela a los adornos y galleos; sin embargo, aunque clava con acierto, sus pares no son del todo limpios, pues no alza debidamente los brazos, como resultado quizás, de su corta estatura.

Con la muleta, fundamentalmente aguanta enormidades; así fue como toreó al tercero, a base de quedarse quieto estoicamente, haciendo que la no muy nutrida concurrencia entrara en calor ante aquella demostración del más auténtico valor. Siguió por naturales, también con sobra de decisión y no escasos de otras cualidades, y acabó con manoletinas verdaderamente emotivas. Mató en buena forma, con media estocada y fulminante descabello – en ambas suertes se mostró certero en grado sumo – y, amén de la oreja, se ganó una ovación de día festivo, con doble vuelta al ruedo… Manuel López, nuevo torero de la inagotable cantera aguascalentense, y nuevo triunfador en el Coso San Marcos, fue izado en hombros de los “capitalistas” y así efectuó su primera salida de esta plaza.

Don Jesús deja claro que el eje de la fiesta es el toro, según podemos leer aquí:

Garabato envió una colección de reses que fueron la más completa antítesis del auténtico toro de lidia. Mansos, mansos de solemnidad casi todos; algunos en proporciones verdaderamente catastróficas, y con falta de pujanza y de acometividad, que causaban lástima, viéndolos rodar a poco de estar en la arena. Baste decir que cuatro de ellos pasaron con un solo puyazo, ya que su extrema debilidad no permitía mayor ración de palo, y que, para ver de lidiarlos, fue preciso darles la querencia de los tableros, que es el recurso que la experiencia aconseja para esta clase de bicharajos. Lo único que tuvieron fue pitones, bien que algunos mostraban a las claras las huellas de la ignominiosa “afeitada”.

David Reynoso inició su carrera cinematográfica en 1955 y participó como actor en más de 175 películas, pero nunca renegó de su afición a los toros, era muy frecuente verle precisamente acompañado de Piporro ocupando barreras en las distintas plazas de la República para disfrutar de su afición.

David Reynoso falleció en la Ciudad de México el 9 de junio de 1994.

domingo, 25 de octubre de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (XIV)

Carlos Arruza, el solidario. España (II)

Monumento a Manolete
Foto: Justojosemm - Cordobapedia
La tenacidad de un proyecto

José Luis Sánchez Garrido, quien firmaba sus escritos como José Luis de Córdoba, casi al día siguiente de que los restos de Manolete fueran depositados en el cementerio de Córdoba, se empeñó en conseguir que lo que es conocido como la gran familia taurina se uniera en torno al proyecto de erigir un monumento en honor al que después sería proclamado IV Califa de esa ciudad.

Para recaudar los recursos necesarios recurrió a toreros, empresarios, apoderados y amigos del torero caído, así como al público en general. Llegó a poder organizar un festival taurino en 1949 y logró reunir una modesta cantidad de dinero con esa finalidad, pero llegó el día que la captación de recursos cesó. Así lo contó al semanario madrileño El Ruedo de el 30 de agosto de 1951:

…hace cuatro años de la muerte de «Manolete». Quiere decir esto que la suscripción no fue un éxito precisamente. Si reparamos las listas de donantes observaremos que faltan en ellas nombres que de ninguna forma debieran faltar. Nombres de toreros, por ejemplo.

Y de empresarios, y de ganaderos. De muchos de los que hicieron fortuna a la sombra gigantesca de «Manolete». No nos interesa puntualizar. Dense todos por aludidos... Y si repasamos – nosotros lo hemos hecho – la abundante correspondencia recibida, percibiremos el contraste de modestas personas – simples aficionados y aun mujeres de aldea, que ni tan siquiera vieron torear a «Manolete –, que tienen frases alentadoras para el proyecto del monumento e incluyen en la carta dos cincuenta pesetas en sellos de correo para la suscripción...

La suscripción, pues, engrosada con algunos miles de pesetas, producto de un festival celebrado en Córdoba, quedó no cerrada, muerta, en el año 1949.

Lo recaudado ingresó en el Banco de España y allí está todavía. En este momento asciende con toda exactitud a 180,971,20 pesetas. A esta cantidad hay que agregar las 25.000 pesetas consignadas en presupuesto, en su día, por el Municipio cordobés para dicho fin. Lo que suma un total de 205,971,20 pesetas, que no es, ni con mucho, suficiente para llevar a cabo la realización del monumento que «Manolete» merece...

Arruza recoge el guante

Enterado de tal situación, es que Carlos Arruza recoge el guante y reúne a toreros mexicanos y españoles para la realización de una de esas corridas que don Pedro Balañá llamaba monstruo allí, en la Plaza de los Tejares de Córdoba. Así lo cuenta Sánchez Garrido en información publicada en El Ruedo del 11 de agosto de 1951:

…Muchos han dicho que esta corrida, para su mayor rendimiento económico, debería haberse organizado en otra Plaza de mayor cabida que el coso cordobés... – decimos a Carlos –. Y responde: Contra ese parecer, yo estimo que el monumento a «Manolete» deben levantarlo esencialmente los cordobeses, sin despreciar el deseo de colaboración de otras regiones. Pero la primera piedra debía y tenía que salir de esta ciudad, madre del torero...

Todo el ambiente taurino de España estaba tan deseoso como yo de que esta corrida llegara a ser un hecho. Parece que él nombre de «Manolete» tiene aún poder suficiente para congregar todas las voluntades: ganaderos, toreros, empresarios, aficionados...

¿Quiere decirnos el cartel definitivo?

Se lidiarán diez toros; el primero por el duque de Pinohermoso a caballo, y los restantes en lidia ordinaria por los matadores Carlos Arruza, «Parrita», Martorell, Capetillo, Silveti, «Calerito», Aparicio, Liceaga y «Lagartijo». Ha habido que prescindir – con gran sentimiento por nuestra parte – de otros muchos y muy valiosos ofrecimientos. Además, el personal de cuadrilla actuará también de una forma desinteresada.

¿Y los toros?

Han de lidiarse por orden de antigüedad. Contamos con estos diez: Duque de Pinohermoso, Felipe Bartolomé, conde de la Corte, Galache, Alipio Pérez, Arturo Sánchez Cobaleda, Juan Belmonte, Carlos Arruza, Marceliano Rodríguez y José de la Cova...

Arruza y Capetillo fueron heridos en las actuaciones con las que cerraron su temporada española en Jerez y Albacete. De hecho, el primer pronóstico que se dio de la herida de Capetillo fue de muy grave, sin embargo, después de ser intervenido, resultó ser nada más grave, según la clasificación que hacen los médicos allá y ambos toreros estuvieron en condiciones de actuar.

Un prólogo fúnebre

El 15 de octubre de ese 1951 se trasladaron, en una intimidad hermética, los restos de Manolete al mausoleo que ocupan en definitiva, pues por lo intempestivo de su fallecimiento, fue inhumado en uno que cedieron en préstamo los hermanos Manuel y Baldomero Sánchez de Puerta. La narración de José Luis de Córdoba en El Ruedo del 25 de octubre de 1951 es de esta guisa:

Un acto sencillo y emocionante se celebró en Córdoba el pasado día 15 de octubre. Nosotros, en trabajo anterior, lo anunciamos, inconcretamente, porque aún estaba la fecha por determinar. No fue un acto público. Si así hubiera sido, se hubiese desbordado Córdoba entera en el cementerio de Nuestra Señora de la Salud. Por ello, a las doce en punto del mencionado día, la necrópolis estaba sola, silente. De Madrid llegó expresamente el que fue apoderado de «Manolete», José Flores, «Camará». Y de Jerez, sus íntimos don Álvaro Domecq y don Manuel Sánchez Dalp. Con ellos concurrieron el alcalde de Córdoba… Guillermo, el que fué mozo de estoques de «Manolete»; los dueños del panteón en que provisionalmente se depositaron los restos, don Baldomero y don Manuel Sánchez de Puerta, y el cronista que firma... Varios familiares de Manuel Rodríguez presenciaron también el acto: doña Ángela, hermana de «Manolete», y los hermanos políticos don Federico Soria Casanova, don Julio Delgado y don Rafael Torres Liñeros…

Algunas notas sobre la corrida

La corrida se celebró con algunos cambios. El primero es que por alguna razón que no pude confirmar, Juan Silveti salió del cartel y su lugar lo ocupó el texcocano Jorge Medina y se agregó al mismo Rafael Vega de los Reyes Gitanillo de Triana que no estaba anunciado originalmente. Acerca de esto último, se explica lo siguiente en El Ruedo del mismo 25 de octubre de 1951:

…sólo dejó de actuar Juan Silveti, de Méjico, para ser sustituido por el también azteca Jorge Medina. El toro de don José de la Cova figuraba como sobrero en el primitivo cartel, más la víspera de la fiesta se acordó que fuera estoqueado en primer lugar de lidia ordinaria por el espada «Gitanillo de Triana»…

Se ha afirmado que Gitanillo sustituyó a Calerito, pero es que en la reseña del festejo de El Ruedo no se dio cuenta de su actuación, subsanándose esta omisión hasta el número del primero de noviembre siguiente, cuando se hace la relación correspondiente y consta también en las crónicas de Antonio Olmedo Don Fabricio del ABC de Sevilla del 23 de octubre de ese año, o en la de la agencia CIFRA aparecida en La Vanguardia de Barcelona de esa última fecha.

El resultado del festejo

Al final de la corrida, celebrada el domingo 21 de octubre de ese 1951, Gitanillo y Martorell habían cortado una oreja, Arruza, Parrita, Capetillo, Calerito y Aparicio, las orejas y el rabo de su respectivo toro y Liceaga, Medina y Rafaelito Lagartijo, así como el Duque de Pinohermoso que descordó a su toro, fueron ovacionados. Los momentos más emotivos de la tarde se produjeron aun así, tras la lidia del octavo, cuando Julio Aparicio sacó a dar la vuelta al ruedo a todos los alternantes y a los subalternos que desinteresadamente actuaron en ese festejo y que en tono de apoteosis recorrieron la circunferencia.

El segundo gran momento se produjo cuando Rafael Soria Lagartijo brindó el undécimo de la tarde a Carlos Arruza, que recibió en ese momento la ovación más grande de la sesión, en reconocimiento a su labor de conjunción de esfuerzos y voluntades para lograr la erección del monumento que hoy está en la Plaza de los Condes de Priego, frente a la Iglesia de Santa Marina de Aguas Santas. Concluido el festejo, fue Arruza el que salió en hombros de la plaza, para cerrar el círculo del reconocimiento.

Las cuentas de la corrida

En el número de El Ruedo de el 8 de noviembre de 1951, José Luis Sánchez Garrido presentaba los números del exitoso festejo. Señalaba que la partida de gastos amparaba la cantidad de 68,837.85 pesetas, debidas a impresión de programas y boletería, acuñación de medallas para los diestros actuantes, transporte de toros y traslado de mayorales y que el ingreso neto de taquilla importó la suma de 811,765.75 pesetas, por lo que, sumada esta cantidad a las recaudadas con anterioridad, la campaña para la erección del monumento contaba ya con 1’022,736.95 pesetas para destinarse a ese fin. 

Queda claro así que la intervención de Arruza fue decisiva y exitosa en este asunto.

Para terminar

Escribe Don Fabricio en el ABC sevillano:

18 de abril de 1945. También fue en el ruedo de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, probadero de gallardías. Carlos Arruza, llegado de Méjico el año anterior, caía como un aerolito en las plazas españolas. Si a Manolete le llamaron el “monstruo”, a él le titulaban el “ciclón”: dos potencias. Aquella tarde los colosos coincidieron, diremos mejor, chocaron sobre el dorado albero del Arenal sevillano, y los toros rompieron las taleguillas de Manolete y Arruza. Se había iniciado una batalla dura, brutal quizás, pero precisamente porque las respectivas hombrías de Manolete y Arruza eran cabales sin tacha, la lucha se humanizó poco a poco y, a la postre, quedó superada en noble competencia, de la que nació una leal amistad, cuyos cimientos fraguaron en mutua y sincera admiración, sellada en oportunidad memorable con un abrazo fraterno. Y Manolete y Arruza, unidos, pero acuciados por idéntico e indeclinable afán de superación, dieron a la fiesta un auge cumbreño.

El domingo Arruza era patrocinador y actor en la magna corrida que Córdoba había organizado en homenaje a la memoria de Manolete. A requerimiento del torero azteca, participaron los matadores de toros mejicanos que entre nosotros quedan. Honra singular merece el gesto, correspondiente a aquel otro que Sevilla tuvo que devolver a Méjico, el cuerpo de un modesto lidiador caído en la plaza de San Roque. Como dijo García Sanchis en su elocuente preámbulo, la Fiesta Nacional no reconoce fronteras entre España y la Nueva España: Méjico ilustre. La inexcusable colaboración de los toreros cordobeses y la de los lidiadores nacionales más estrechamente vinculados a la cátedra del maestro caído merece también especial encomio...

Así ha sido Carlos Arruza, un dechado de hombría, de amistad y de solidaridad con aquellos que la requerían…

lunes, 19 de octubre de 2020

México 1919. Toros en la prohibición (II/II)

Juan Silveti y Antonio Llaguno
12 de octubre de 1919

La fotografía que ilustra este epílogo es la que inició el comentario de ayer. Don Antonio Llaguno y El Tigre de Guanajuato dando una triunfal vuelta al ruedo en una plaza de toros que se nota improvisada, con el caballo dentro del ruedo, seguramente por ser una de esas que tienen solamente una puerta de usos múltiples y evidentemente, de madera.

Esa plaza se instaló en la calle González Ortega de lo que entonces se llamaba la colonia de La Bolsa, hoy colonia Morelos de la capital mexicana, en donde confluyen tres de los barrios más emblemáticos de esa gran ciudad: Tepito, Peralvillo y La Lagunilla y que nos han dado toreros como Jaime Bravo, matador de toros; los hermanos Acosta (Rodolfo, picador; Alfredo y Francisco Paquiro, banderilleros) o los Herros (Paco padre, Paco hijo y José Luis) y aquí hago un agradecimiento al abogado, torero y librero, don Pepe Rodríguez por ponerme en suerte esta información, porque solamente recordaba a Jaime Bravo como originario de ese rumbo.

Días antes del festejo los diarios de la capital, curiosamente entre ellos El Demócrata, anunciaban la celebración del festejo el día 12 de octubre de 1919, auspiciado por la Junta Privada de Sanidad y Embellecimiento de la Primera Demarcación de la Ciudad de México y era pro obras de drenaje de la colonia de La Bolsa.  Actuaría en solitario Juan Silveti con cuatro toros de San Mateo, de cruza española de Saltillo.

Anuncio del festejo aparecido en El Demócrata

No es necesario decir que la placita se llenó. Encontré dos crónicas del festejo, la primera otra vez curiosamente del otrora furibundo antitaurino diario El Demócrata firmada por Aramis y la otra, aparecida en el Excélsior sin firma. La primera de ellas, entre otras cuestiones relata lo siguiente:

¡Por fin vimos toros!

Un inusitado entusiasmo se notaba ayer en las primeras horas de la tarde por los barriales del Norte de la ciudad, con motivo de la inauguración de la plaza de toros “Morelos”, que la Junta Privada de Salubridad de la Primera Demarcación mandó levantar en terrenos de la calle de González Ortega.

¿Qué por qué se permite dar espectáculos taurinos en un coso que no reúne todas las condiciones debidas y no en “El Toreo”? Secretos gubernativos son, que no nos meteremos a dilucidar y nos concretaremos a dar la enhorabuena a los aficionados a la fiesta brava por las horas que pasaron en su espectáculo favorito…

Bien es sabido que los señores Llaguno se preocuparon por formar una ganadería que contendiera honrosamente con las de cartel, y para ello trajeron sementales de ganado español, escrupulosamente escogido, de cuyo resultado hemos visto toros bravos, de verdadera lidia, que no han defraudado los deseos de sus dueños…

De los banderilleros se distinguieron Ferro, en dos estupendos pares que colgó al cuarto de la tarde, tal como mandan los cánones; esto es parando y levantando los brazos con toda maestría, y que le valieron ovaciones y dianas de la charanga que amenizó el festival.

El bravo mozo guanajuatense, Juan Silveti, fue el encargado de dirigir la lidia de los moruchos de ayer, y la verdad es que nos sorprendió una vez más con su arrojo, aunado a los conocimientos adquiridos durante su estancia en España, de donde regresó no ha mucho tiempo…

Con la muleta, no hay torero como él de los que pisan actualmente tierra mexicana, pues bastará para confirmarlo, la faena que ejecutó en el primero y cuarto toro, especialmente en el primero, que lo pasó como él quiso, y quiso muy bien, pues muleteó de rodillas, de todos estilos, cogiendo los pitones, jugando con el toro como si fuera un borreguillo sin peligro, y con un valor que, sin hipérbole, tan solo Silveti es capaz de tenerlo.

La plaza inaugurada es simpática, con el cariz de las de pueblo, pero al verla llena de bote en bote, no pudimos menos que convencernos de que ni el tiempo ni prohibiciones, harán desaparecer de nuestro pueblo el gusto por las corridas de toros.

Al final, el cronista de El Demócrata acaba por reconocer que no hay prohibición que elimine la afición a los toros y, por ende, reconoce el fracaso de la campaña emprendida por su diario.

En Excélsior, se publicaron detalles como los siguientes, de mejor composición literaria:

Por 1ª vez, después de varios años, hubo toros en México

“El pueblo mexicano pide toros”. Así rezaban unos carteles que a mediados de la semana anterior aparecieron fijados en los muros de las casas de todos los barrios de la capital. Este deseo del pueblo, quedó demostrado prácticamente ayer, al inaugurarse la Plaza de Toros “Morelos” construida por la Junta de Mejoras Materiales de la Primera Demarcación, en una de las calles de González Bocanegra. No obstante que en el coso de La Condesa, convertido hoy en teatro al aire libre, cantaban Enrico Caruso y Gabriela Besanzoni, y que se efectuaba una gran kermesse para festejar la Fiesta de la Raza, la nueva plaza de toros se vio pletórica de espectadores…

En general, el señor Llaguno envió una buena corrida, que hubiéramos deseado ver en un coso de mayor importancia. El público pidió que el ganadero bajara al ruedo, tributándole estruendosa ovación, y encomiándoles su afición que ha hecho que forme una de las mejores ganaderías mexicanas…

Juan Silveti, que desde que se prohibieron las corridas de toros en esta capital, había venido haciendo una encomiable labor en las plazas de los Estados, fue una sorpresa para el público. El muchacho guanajuatense ha progresado mucho, ya no es aquel torero que todo lo confiaba al valor y a las portentosas facultades de que dispone. Ahora sabe manejar bien el capote y la franela roja, mandando a los animales con perfección y rematando las suertes que intenta. En lo que sí es el mismo, es en el valor que derrocha siempre, y que en ocasiones llega a la temeridad.

Reseñar paso a paso su labor de ayer, lo creemos innecesario. Baste decir que toda la tarde estuvo muy afortunado, y que las ovaciones que escuchó se sucedieron unas a otras... 

De los del castoreño debemos citar a Meza y a Conejo, que colocaron tres o cuatro varas buenas. Ferro y Montañés, fueron quienes banderillearon a los cuatro toros, haciéndolo bien, sobresaliendo un par del primero, aprovechando, y que fue de suma exposición. Montañés también colocó dos pares de rehiletes singularmente bien.

Al final de la lidia, el público ovacionó al regidor Saldaña Galván, que fue uno de los que principal parte tomaron para la construcción del nuevo coso…

Como se puede ver, la expectación causada por el festejo en esta oportunidad fue correspondida por el resultado del mismo.

Caruso en El Toreo en la misma fecha

Podrá preguntarse por qué se pudo celebrar el festejo estando vigente la prohibición absoluta en la Ciudad de México. En lo personal creo que entran en juego algunas razones de tipo político que reflejan el debilitamiento de la posición del ya presidente Venustiano Carranza. Plutarco Elías Calles, Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Pablo González habían formado un frente para obligarlo a dejar el poder, entonces, estaba más concentrado en defender su situación política, que en hacer cumplir un decreto que al final de cuentas correspondía vigilar en última instancia a los Ayuntamientos. Tanto así, que unos meses después, en mayo de 1920, Carranza moría asesinado en Tlaxcalantongo.

Para más INRI y aunque Venustiano Carranza no lo llegara a ver, un sobrino nieto suyo, fue torero y figura del toreo, se trata nada menos que de Manolo Martínez.

Al final de cuentas, la Cámara de Diputados aprobó la derogación del decreto de Carranza el 9  de diciembre de 1919; la Cámara de Senadores hizo lo propio el 2 de mayo de 1920 y la actividad taurina volvió a El Toreo de la Condesa el 16 de mayo de ese mismo año con una corrida de toros en la que actuaron Juan Silveti y José Corzo Corcito ante un encierro de San Mateo.

Así fue como se dieron toros en la Ciudad de México durante la época en la que estuvieron absurdamente prohibidos. No hay mal que dure cien años... ni afición que lo aguante. 

domingo, 18 de octubre de 2020

México 1919. Toros en la prohibición (I/II)


El amigo Doblón (@toritosyburros) me ha hecho llegar la reproducción de una fotografía que fuera de la colección particular del doctor Jesús Sánchez Pérez, publicada en el número correspondiente al mes de septiembre de 1962 de la revista Toros de Jim Fergus. El doctor Sánchez Pérez en esos días era ganadero de Valcerrajas. La imagen muestra a Juan Silveti y a don Antonio Llaguno dando la vuelta al ruedo en una plaza de toros, según el pie de foto, instalada en el barrio de Tepito en la capital mexicana, el 12 de octubre de 1919. Me sorprendió tanto la ubicación de la plaza como la fecha de la celebración del festejo, pues al menos en la Ciudad de México, las corridas de toros estaban absolutamente prohibidas desde el 10 de octubre de 1916.

Fui a los textos de referencia, es decir, la Historia de Lanfranchi y el libro de Verduguillo sobre esa época del toreo y ninguna mención hacen a ese festejo, así que fui a los diarios de la época que están disponibles en las hemerotecas digitales y allí encontré información de su celebración. Sin embargo, creo importante establecer el contexto en el que se dio, aún a riesgo de que otro amigo, don Gustavo Arturo de Alba, me reproche el exceso de contexto, y paso a ello.

El decreto de Carranza de 1916

En el Diario Oficial del Gobierno Provisional de la República del 10 de octubre de 1916 apareció un decreto firmado por el Primer Jefe del Gobierno Constitucionalista estableciendo dos prohibiciones a los festejos taurinos. Rafael Solana Verduguillo, en su libro Tres Décadas de Toreo en México, cuenta lo siguiente acerca de ese instrumento legal:

Entre las diversas campañas que emprendió “El Universal”, habría de figurar bien pronto una que nos causó mala impresión: la enderezada contra las corridas de toros. Una mañana nos llamó el ingeniero a Edmundo Fernández Mendoza, a Enrique de Llano y a mí. “Sé que ustedes son cronistas taurinos, nos dijo, y les va a sentar mal que dentro de pocos días empecemos a pegarle a lo que ustedes llaman la fiesta brava”.

Es un espectáculo muy popular, dijimos al ingeniero y quizá eso reste simpatías al periódico. Además, ya “El Demócrata” – periódico germanófilo – está haciendo esa campaña, que no encuentra eco alguno en el espíritu del pueblo...

Dos artículos solamente publicó “El Universal” contra las corridas de toros y apareció el decreto firmado por don Venustiano prohibiéndolas. Andando el tiempo me enteré de cómo había estado todo.

Conversando el ingeniero Palavicini con el secretario particular de don Venustiano, el señor Gerzayn Ugarte, éste le dijo que ya el Jefe tenía sobre su mesa el decreto de prohibición. El ingeniero, periodista de muy rápida concepción, dijo a don Gerzayn: “Haga usted lo posible porque ese decreto no salga hasta dentro de unos cuantos días”.

¿Para qué?, preguntó el señor Ugarte.

“Yo sé mi cuento”.

Don Gerzayn retrasó la firma del decreto y mientras “El Universal” hizo la breve campaña de que he dado cuenta. Y así, al aparecer la ley prohibitiva, todo el mundo creyó que se trataba de un nuevo triunfo del diario de la avenida Madero...

Omite Solana que otro diario capitalino, La Defensa, también se había sumado a esa campaña contra la fiesta y que las prohibiciones eran realmente dos, según veremos enseguida.

El decreto de Venustiano Carranza contiene en su exposición de motivos una serie de argumentos que seguimos escuchando de quienes demandan la supresión de la fiesta más de un siglo después. Es decir, no han renovado su línea de pensamiento porque en el fondo no tienen razones de peso para demandar que se prohíba una actividad lícita y moral, entre otras cuestiones dice:

…el Estado [tiene] el deber de procurar la civilización de las masas populares despertando sentimientos altruistas y elevando por lo tanto su nivel moral, se está procurando cumplir en México con especial empeño por medio de los establecimientos educativos... también [con] educación física, moral y estética que prepare suficientemente al individuo para todas las funciones sociales...  [lo que] no produciría su efecto si a la vez se dejasen subsistir hábitos inveterados, que son una de las causas principales para producir el estancamiento en los países en que han arraigado profundamente... Que entre esos hábitos figura en primer término la diversión de los toros en la que a la vez se pone en gravísimo peligro sin la menor necesidad la vida de un hombre, se causan torturas igualmente a seres vivientes que la moral incluye dentro de su esfera y a los que hay que extender la protección de la Ley, que además de esto, la diversión de los toros provoca sentimientos sanguinarios que por desgracia han sido el baldón de nuestra raza a través de nuestra Historia...

La parte dispositiva del decreto establece lo siguiente:

Artículo 1o. – Se prohíben absolutamente en el Distrito y Territorios Federales las corridas de toros. Artículo 2o. – Se prohíben igualmente en toda la República las corridas de toros hasta que se restablezca el orden constitucional en los diversos estados que la conforman. Artículo 3o. – Las Autoridades y particulares que contravinieren lo dispuesto en esta Ley serán castigados con una multa de mil a cinco mil pesos o arresto de dos a seis meses o con ambas penas según la gravedad de su infracción. Transitorio. – Este decreto comenzará a estar en vigor desde la fecha de su publicación. – Constitución y reformas. – Dado en la Ciudad de México a los siete días del mes de octubre de mil novecientos diez y seis. – V. Carranza.

Como se puede apreciar de su lectura, hay dos prohibiciones contenidas en él, la del artículo primero, absoluta, para la Ciudad de México y los entonces Territorios Federales existentes (Baja California, Tepic y Quintana Roo) y la del artículo segundo, relativa, para las demás entidades federativas, sujeta al restablecimiento del orden constitucional.

Es preciso mencionar aquí que en esa misma edición del Diario Oficial, el Primer Jefe también decretó una suspensión general de garantías individuales, estableciendo juicio sumarísimo y pena de muerte para quienes atenten contra la vida, la propiedad o contra la tranquilidad pública.

Las reacciones de la prensa que impulsaba la prohibición no se hicieron esperar. El diario El Demócrata publicó entre otras cosas lo siguiente en su primera plana:

Quedan prohibidas en toda la República, las corridas de toros

El Gobierno tiene el deber de contrariar y extirpar los hábitos y tendencias que son un obstáculo para la cultura”

“El Demócrata” obtiene un señalado triunfo

Pocas notas nos causarán tanta satisfacción al publicarlas como la presente, que se refiere a la supresión del salvaje espectáculo llamado "corridas de toros". EL DEMÓCRATA siempre ha sido enemigo de tal diversión, y en diferentes formas y por cuantos medios ha tenido a su alcance, la ha combatido, procurando llevar a las inteligencias el convencimiento de cuan pernicioso es dicho espectáculo para el pueblo.

En nuestras críticas domingueras censuramos duramente el brutal espectáculo, negándole todo arte y concediéndole que albergaba las más bajas pasiones, y relajaba el gusto de los aficionados a la fiesta a la crueldad...

Las corridas de toros están llamadas a desaparecer muy pronto al influjo de la civilización contemporánea...

Omite hacer referencia alguna en toda su edición al decreto de suspensión de garantías y en cambio, transcribe a la letra el relativo a las corridas de toros.

Por su parte, La Defensa, también en la primera plana, éste sí, dejando allí mismo espacio a la suspensión de garantías, refleja lo que sigue:

Supresión de la fiesta brava

No volverá a haber en México corridas de toros, rigiendo desde hoy el decreto que aplaudirá frenéticamente la gente culta y sensata

La abolición del salvaje espectáculo abarca toda la República

Para honor de México; para honor de la raza y en reivindicación de los fueros de la humanidad ultrajados, el C. Primer Jefe del Ejército, señor Venustiano Carranza, acaba de firmar un decreto que será imperecedero, que prohíbe en lo absoluto, en todo el territorio nacional, las corridas de toros.

Nosotros felicitamos efusiva y calurosamente a la Primera Jefatura, por ese decreto poderosamente reformador, que reivindica la cultura, la humanidad y el altruismo proverbial del heroico pueblo mexicano...

Los que impulsaban la prohibición cantaban lo que resultó ser una victoria pírrica. El restablecimiento de la fiesta en el resto de la República se daría unos meses después con la entrada en vigor de la Constitución de 1917 (restablecimiento del orden constitucional), en ese mismo 1919 Patatero construiría su placita en Tlalnepantla y los habitantes de la capital no se quedarían sin toros, así que de poco o nada sirvió el decreto de marras.

Como escribió Verduguillo:

…La prohibición abarcaba exclusivamente al Distrito Federal. En el año de 1919, el “Patatero” construyó una placita de madera en Tlalnepantla y allí se desarrolló una temporada en toda forma de la que he hecho mención en capítulos anteriores. Muerto el señor Carranza, en mayo de 1920, se reanudaron las corridas en esta capital.

Poco taurino ha resultado el presente capítulo, pero había que colocar al lector en el ambiente de suspensión decretado por don Venustiano, quien, por ser gran admirador de Juárez, no vacilaba en imitarlo hasta en gestos tan intrascendentes como es la prohibición de una fiesta...

El intento de Silveti de 1918

Juan Silveti intentó obtener un permiso especial de la Cámara de Diputados al final de octubre de 1918, durante la etapa más grave de la epidemia de la mal llamada influenza española, para dar dos corridas de toros en El Toreo de la Condesa. Eso se refleja en una nota del diario nocturno El Nacional del 1º de noviembre de ese 1918, que entre otras cosas señala:

Juan Silveti, el valiente matador de toros mexicano, ha enviado a la Cámara de Diputados un memorial que en síntesis encierra la petición de que se le otorgue el permiso necesario para celebrar en la plaza de "El Toreo", dos corridas de toros... Los productos íntegros de estas dos fiestas, se destinarán a la campaña emprendida en contra de la terrible epidemia que asuela a nuestra Patria con todo su furor... Aproximadamente esos productos ascenderán a la respetable suma de $50,000.00, más o menos los gastos que se originen que serán insignificantes. Juan Silveti y su cuadrilla no cobrarán un solo centavo; los demás lidiadores tampoco. Los ganaderos fácilmente prestarán su contingente, renta de plaza no habrá y entendemos que el H, Ayuntamiento de la capital eximirá de toda contribución al espectáculo...

La especie ya no recibió seguimiento por la prensa capitalina. Seguramente la Cámara simplemente lo ignoró, pues tenía cuestiones más importantes que tratar. Pero la celebración de festejos en la Ciudad de México estaba ya próxima, con el decreto aún vigente, como lo veremos el día de mañana...

domingo, 11 de octubre de 2020

El anarquista de la fiesta...

11 de octubre de 1970: Manuel Díaz de León El Bule – Bule es gravemente herido en la Plaza de Toros San Marcos


Aunque los documentos archivados en el Registro Público de la Propiedad reflejan que Guillermo González Muñoz adquirió la plaza de toros San Marcos en agosto de 1970, la realidad es que él ofreció su primer festejo en ese escenario el 21 de diciembre de 1969, una corrida de toros en la que se lidió un encierro del ingeniero Mariano Ramírez para Rafael Rodríguez que reaparecía después de varios años de ausencia de los ruedos, Joselito Huerta y Raúl García.

Ya propietario oficial del coso, para el domingo 11 de octubre de ese 1970 inició la temporada que comprendería el resto de ese calendario y buena parte del siguiente y se haría con una novillada en la que alternarían el novillero de Aguascalientes Pepe Caro, José Torres El Pajarito de San Luis Potosí y Armando Chávez Carnicerito de Puebla en la lidia de un sexteto de novillos de Chinampas, hierro puesto a nombre de la señora Esperanza de la Torre de Madrazo y fundado en 1944 por el doctor Manuel Cortina Rivas.

Pese a que Carnicerito de Puebla se alzó como el triunfador de esa tarde al cortar las dos orejas a Andaluz, número 60, tercero de la tarde, sería un espontáneo, Manuel Díaz de León apodado El Bule – Bule quien se quedara en la memoria colectiva y enseguida veremos por qué.

Algunos conceptos doctrinarios

Luis Nieto Manjón, en su Diccionario Ilustrado de Términos Taurinos define al espontáneo como: El aficionado que se arroja al ruedo a intentar alguna suerte...

Por su parte, José Carlos de Torres, en el Diccionario del Arte de los Toros lo define así: Persona que asiste a un espectáculo público como espectador, y, en un momento dado interviene en él por propia iniciativa, especialmente en las corridas de toros...

El encabezado de estas líneas lo he tomado de un capítulo del libro de José María Requena titulado Gente del Toro. El capítulo es El Espontáneo y allí Requena reflexiona esto entre otras cosas: Es el espontáneo, el anarquista de la fiesta, el que clava la vista en las parejas de los guardias, el de la vida a punto de aliviarse una manía de gloria en ese medio suicidio de echarse al ruedo contra lo ordenado y consabido…

Es decir, un espontáneo es alguien que rompiendo con el orden y la tradición establecidos, irrumpe en la lidia para intentar hacer la suya.

Prolegómenos del festejo

El encierro de Chinampas llamó la atención desde que fue bajado a los corrales de la San Marcos. Como era la costumbre de don Paco Madrazo, envió seis ejemplares muy bien presentados, bien comidos y bien rematados. La nota previa al festejo, aparecida en El Heraldo de Aguascalientes el viernes 9 anterior y firmada por José Luis Espinosa Ponce, encargado de la sección taurina en aquellas calendas, entre otras cosas refleja lo siguiente:

Seis primorosas estampas, auténticos toros, con un promedio de 414 kilos es el lote de Chinampas que serán lidiados mañana por los novilleros José Torres “Pajarito”, “Carnicerito de Puebla” y el hidrocálido Pepe Caro. El número y nombre de cada uno de los toros son los siguientes: 58, “Bonito”, negro zaino; 60, “Andaluz”, negro salpicado; 78, “Hilario”, negro bragadillo; 83, “Aragonés”, negro mulato; 93, “Zumayo”, negro zaino y 99, “Firulais”, negro zaino… Los corrales de la plaza están abiertos a todo el público para que pase a ver los toros y darse una idea del banquetazo que será servido para el domingo…

Si consideramos que el peso reglamentario para corrida de toros en esa época era de 425 kilos, la novillada estaba excelentemente presentada, aunque coincido con quien me diga que el peso no tiene nada que ver con la presencia del ganado. Aclaro también que ese peso es el que dieron al salir de la ganadería, pues en la plaza no había báscula por ese entonces, pero en el viaje de a lo sumo hora y media de la finca al coso, no debieron perder gran cosa.

Al final del festejo, se informó en la prensa que de los seis novillos, dos llevaban el hierro de Pastejé, propiedad también de los señores Madrazo y en la crónica del festejo publicada en El Sol del Centro, Everardo Brand Partida hizo este comentario:

El público aplaudió los seis novillos, 4 de la ganadería de Chinampas y dos de Pastejé, escogidos por el ganadero para la novillada inaugural de la temporada. Parejo, en términos generales venía el encierro, pesados, ya que promediaron 400 kilos y bien armados de pitones, empero algunos aficionados comentaron y criticaron la actitud de la empresa y el ganadero, al anunciar seis novillos de Chinampas, cuando efectivamente sólo cuatro provenían de las dehesas de la ganadería jalisciense y los otros dos estaban herrados con el fierro de Pastejé.

Si bien, esta ganadería, o el fierro de la misma es propiedad de Francisco Madrazo, ¿por qué no anunciarlo correctamente? 4 toros de Chinampas y 2 de Pastejé. De cualquiera forma, el público hubiera asistido al festejo.

Coincido con el argumento de Everardo Brand. Hoy se diría que por ser de ganaderías hermanadas por pertenecer los hierros a una misma persona, se pueden lidiar bajo una misma denominación por así permitirlo el estatuto de la Asociación de Criadores. Sin embargo, ese estatuto rige de la puerta de esa Asociación hacia adentro. Los toros son de la ganadería de la que vienen herrados y así se deben anunciar, por respeto al que paga por entrar a la plaza.

La tarde del festejo

Nada más salir el primero de la tarde, el número 58, Bonito, que correspondió a Pepe Caro y ya se había tirado El Bule – Bule al ruedo. Las cuadrillas lograron quitarle al toro y éste saltar al tendido de sol sin lograr su cometido de torear al de Chinampas. Pero no tardaría en volver al ruedo.

El segundo de la tarde se llamó Aragonés, número 83, negro mulato y le correspondió a José Torres El Pajarito. De nueva cuenta Manuel Díaz de León se tiró al ruedo en cuanto salió el novillo por la puerta de toriles, sorprendiendo a todos los que estaban allí y de acuerdo con la crónica de Everardo Brand Partida, aparecida en El Sol del Centro al día siguiente del festejo, sucedió lo siguiente:

…Al mismo tiempo que aparecía el segundo de la tarde, Manuel Díaz de León, mejor conocido como el “Bule – Bule”, brincó de nuevo al ruedo y en esta ocasión sí logró su propósito, brindó al respetable varios ayudados por alto que le fueron coreados. El muchacho, sintiendo el respaldo del público, que lo aplaudía, se creció y de esta forma aguantó al novillo en varios pases por abajo.

Hubo uno que paró al público de sus asientos. El espontáneo siguió aguantando al novillo, lo supo llevar y torear, hasta que, finalmente el toro fue llamado desde el burladero de matadores por uno de los peones de brega, y se interrumpió “la faena” de Díaz de León, quien siguió al astado y se colocó frente a él. Lo citó, y en el momento que el burel embestía, fue tocado, y sobrevino el percance. El bicho le pegó un cornadón en el muslo izquierdo de tres trayectorias, que lo tiene al borde de la tumba.

En los tendidos se escuchó el comentario de un entendido, que cabe reproducir: “¿Quién le pegó la cornada al espontáneo?”, y ese mismo aficionado preguntó a la vez: “¿El público?”, “¿el toro?”, o “¿LA AUTORIDAD?...

Entre Pepe Caro y un monosabio levantaron al espontáneo herido y lo llevaron a la enfermería de la plaza, donde fue estabilizado y trasladado al Sanatorio La Esperanza para ser intervenido. El parte facultativo que se rindió por mi padre, que era el Cirujano Jefe de los Servicios Médicos de la Plaza fue el siguiente:

Herida por cuerno de toro que produjo desgarro cutáneo irregular de 25 centímetros de longitud, siguiendo una dirección oblicua a dos centímetros por debajo y paralela al pliegue inguinal del muslo izquierdo, desde 6 centímetros por abajo y por dentro de la espina ilíaca anterior y superior hasta la cara postero – interna del muslo en su tercio proximal, lesionando la Safena mayor en cayado de este vaso. Se profundiza en la parte media de esta trayectoria y presenta una segunda, con dirección posterior y externa hasta llegar al fémur donde descubre trocánter menor, diseca la inserción del Psoas y se vuelve hacia arriba rodeando el cuello del fémur en su cara posterior y se extiende hasta la cara anterior del Glúteo mayor. Tiene esta trayectoria una longitud de 25 centímetros, causando desgarros importantes en el abductor medio, interesando numerosas venas musculares que causaron hemorragia profusa y presenta una tercera trayectoria, por la cara interna del muslo hacia abajo, hacia afuera y hacia atrás desgarrando los planos musculares del aductor mayor, vasto interno, cuádriceps, hasta llegar al fémur en su cara posterior, disecando y contundiendo la arteria femoral posterior. Esta trayectoria tiene una longitud de 30 centímetros.

Se hace debridación de las tres trayectorias, se ligan los vasos mencionados y se canalizan con 4 tubos.

Estas lesiones son de las que ponen en peligro la vida por el sitio en que fueron hechas y el instrumento que las produjo y ameritan hospitalización. Tardarán en sanar más de 15 días sin que se puedan predecir sus consecuencias.

Firmado: Dr. Jesús González Olivares, Cirujano. Dr. Juan José de Alba Martín, Traumatólogo. Dr. Jesús Juan Esparza González, Transfusionista. Dr. Agustín Franco Zermeño, Anestesiólogo.

Grave sin duda el percance, además de aparatoso, pero, siguiendo la sentencia de Frascuelo, los toros dan cornadas porque no pueden dar otra cosa.

La evolución del herido

Dos días después de la cornada, una nota publicada en El Heraldo de Aguascalientes daba noticia de la evolución de El Bule – Bule:

Manuel Díaz de León “Bule – Bule”, el espontáneo que el domingo pasado recibiera fea cornada de uno de los astados, a grandes pasos se recupera, según los informes de los médicos que lo atienden, doctor De Alba y González Olivares. De no presentarse complicaciones en la herida el muchacho sanará en unos quince días, esta posibilidad cobrará fuerza al transcurrir las 72 horas reglamentarias para decir que se encuentra fuera de peligro.

El diagnóstico de los doctores que lo atendieron fue de gravedad, pero la fortaleza del muchacho ha permitido que la herida que recibiera en el muslo no se complicara, su estado de salud es satisfactorio y hasta el momento de cerrar la presente edición no se había reportado complicación alguna.

Por esas mismas fechas, el empresario Guillermo González ofreció públicamente a Manuel Díaz de León dos novilladas en la temporada, para cuando estuviera completamente restablecido y en condiciones de enfrentar a los toros.

Dramatis personae

Pepe Caro, el primer espada del cartel, tuvo una carrera prolongada en los ruedos. Se anunció que recibiría la alternativa el 12 de diciembre de 1981 en Calvillo, Aguascalientes, de manos de Manolo Espinosa Armillita. Ese hecho nunca se concretó. Actualmente es presentador de programas de televisión y radio y escribe una columna taurina en un diario de esta ciudad, titulada Arrastre lento.

Armando Chávez “Carnicerito de Puebla recibió la alternativa el 1º de febrero de 1976 en Manizales, Colombia. Le apadrinó Álvaro Laurín y fue testigo Fernando Manuel, los toros de Mondoñedo. Falleció en la Ciudad de México el 12 de agosto de 1999. Nunca la confirmó en la Plaza México.

José Torres El Pajarito recibió la alternativa en San Luis Potosí el 25 de agosto de 1976, de manos de Manolo Martínez y llevando como testigo a Eloy Cavazos, con toros de Tresguerras. Nunca la confirmó en la Plaza México.

Manuel Díaz de León El Bule – Bule, originario de Fresnillo, Zacatecas y que había llegado a Aguascalientes un par de años antes de estos hechos, fue devorado por sus demonios interiores. Nunca toreó las dos novilladas que le ofreciera Guillermo González y no recuerdo haberle visto anunciado en alguna por estos rumbos. Se convirtió en un personaje de la picaresca taurina de esta tierra, pero al final de esta historia, fue el que permaneció en la memoria colectiva.

En conclusión

Al final de cuentas terminó por suceder lo que Juan Belmonte contó a Manuel García Santos acerca de los espontáneos:

Ahora que soy torero me doy perfecta cuenta de lo que es en la plaza un espontáneo. No tiene medio de hacerle nada al toro como no sea por casualidad, ya que los toreros lo acosan para llevárselo y le distraen al toro para que no embista. Además, el espontáneo se echa al ruedo mal armado, con una muletilla insignificante y un palo, y antes de llegar al toro, entre la emoción que él lleva y las carreras que le hacen dar los toreros, la muleta se le lía y se le arruga, y cuando está delante del toro apenas si tiene con qué defenderse de la arrancada. Hay algo peor. Con ese ir y venir del espontáneo y los toreros, el toro se avisa mucho, estropean la lidia y se hacen odiar por nosotros… ¡Pero hay que soportarlos!...

Así es el paso del espontáneo por los ruedos...

domingo, 4 de octubre de 2020

30 de septiembre de 1945: Fermín Rivera y Rotario de Carlos Núñez

Fermín Rivera visto por Antonio Casero
El Ruedo, Madrid, 04 octubre 1945
Cuando al concluir el curso escolar de 1931 doña Concepción Malabehar premió a su hijo Fermín llevándolo a la plaza de toros El Paseo a ver un festejo en el que actuaron Guillermo Danglada y Carmelo Pérez, nunca se imaginó que su intención de que él fuera clérigo terminaría en ese momento. Y es que fue así, porque la luminosidad y la intensidad de lo que vivió en esa tarde de toros, señaló a Fermín Rivera el destino de su existencia. 

Enterado de donde podría aprender el oficio de torero, Fermín Rivera se acercó a Diego Rodríguez Silverio Chico, uno de esos diestros españoles que llegaron a México en el entresiglos del XIX y el XX y que había toreado en 1895 la corrida inaugural de El Paseo, a pedirle que le enseñara a torear. Y Silverio Chico lo tomó como discípulo y para el 29 de noviembre de ese año ya le había conseguido salir con un eral de regalo Santo Domingo en una corrida que torearon Jesús Solórzano y José Amorós, ante el cual se vio valiente, sobre todo si se tiene en cuenta el hecho de que cuando lo lidió cayeron las sombras de la noche.

Buscando nuevos horizontes, marcha en 1933 a la Ciudad de México y allí se integra a quienes reciben enseñanzas de Alberto Cossío Patatero, el que fuera banderillero de Rodolfo Gaona y que ya había sacado como toreros de importancia a dos hidalguenses: Heriberto García y Ricardo Torres. Patatero, uno de los forjadores de la auténtica escuela mexicana del toreo, le consigue primero, un festival en El Toreo el 5 de noviembre de ese año y después de continuar con su formación, logra su presentación como novillero allí mismo el 3 de mayo de 1935, alternando con Fernando López y José Salas Sirio, lidiando novillos de La Laguna.

Fermín Rivera se alzará como triunfador de esa temporada novilleril de 1935, lo que le valdrá recibir la alternativa en la temporada de corridas siguiente y así el 8 de diciembre de ese año, ante toros de Rancho Seco, Fermín Espinosa Armillita, con el testimonio del vallisoletano Fernando Domínguez le cederá los trastos para matar al toro Parlero y adquirir así la dignidad de matador de toros. Ese toro, tuvo el gesto de brindárselo a Patatero.

Como era costumbre en esos tiempos, la intención de Fermín Rivera era la de ir a España al calendario siguiente, necesariamente a torear novilladas allá y obtener una nueva alternativa que le permitiera torear corridas de toros, pero el conflicto de 1936 con la torería española truncó su proyecto, por lo que sus campañas las realizó exclusivamente en ruedos mexicanos.

Logra por fin ir a Europa en 1944 tras reanudarse el intercambio taurino con España, se presenta en Lisboa el 7 de mayo de 1944; debuta en ruedos hispanos en Aranjuez el 4 de septiembre alternando con Luis Gómez Estudiante y Manolete y confirmará su alternativa en Madrid el calendario siguiente, el 8 de julio cuando Manuel Álvarez Andaluz le ceda al toro Algarrobo de Sánchez Fabrés, en presencia de Manolo Escudero.

La tarde del 30 de septiembre

El domingo 30 de septiembre se anunció un festejo que revestía interés, por delante iría el rejoneador portugués Murteira Correia con un toro de Sánchez Fabrés y seis toros de Carlos Núñez para Fermín Rivera, Rafael Albaicín y Jaime Marco El Choni. La plaza se llenó y al final del festejo, quienes completaron el cupo de Las Ventas no quedaron decepcionados. Fermín Rivera cortó dos orejas al sexto que mató por percance de El Choni, quien cortó una oreja al único que mató y Albaicín a su vez, cortó una oreja al segundo de su lote y pasó a la enfermería. El torero a caballo saludó desde el tercio después de que El Ferroviario, sobresaliente, despachara al toro que le tocara en suerte.

El ABC madrileño, tribuna en la época de Manuel Sánchez del Arco Giraldillo, expresó lo siguiente acerca de la actuación de Fermín Rivera:

...Fermín Rivera ha realizado una buena temporada en España. Le vimos en Valencia y allí me gustó mucho y acusé ciertas injusticias del público. Desde el farol de rodilla con el que saludó al primero hasta la gran faena que, con corte de orejas, coronó su labor en el último, Fermín se mantuvo en un nivel muy alto, sin decaimientos. De los tres toros que mató, banderilleó dos, con gran facilidad y guapeza, sobresaliendo en el primero. Muy alegre en los quites y con buen estilo en los lances de salida, mantuvo muy movido el tercio primero de sus toros. Buena la faena primera, variada, con pases sobre la izquierda y con otros de adorno, fue jaleado con olés. Mató de un pinchazo y una estocada sin puntilla, entrando muy bien las dos veces. Hubo ovación y petición de oreja. Brindó la muerte del cuarto al buen aficionado D. Antonio Berdagué. Pases por alto, quieto, y con buena planta, muy forzado uno de ellos; cuatro naturales y uno de pecho, echándose todo el toro por los rizos de la camisola... Faena buena, entre aplausos y aclamaciones, y una estocada hasta la mano, con descabello a la segunda. Hubo ovación y petición de oreja. Por las cogidas de «Choni» y «Albaicín», Rivera quedó solo en el toro sexto. Hizo una faena valiente y adornada. Pases de rodilla, afarolados, desplantes, quedando de rodillas de espaldas al toro. La gente aplaudía con entusiasmo. Fermín colocó una estocada. Pedían la oreja antes de caer el toro descabellado. Y las orejas se concedieron al mejicano, que salió por la puerta de honor, después de haber sido paseado en triunfo por el ruedo... De la corrida – en la que para todos hubo orejas – queda el recuerdo de un soberano tercio de quites en el toro cuarto. Rivera y «Albaicín» tuvieron un momento de inspiración como aquel del «Choni» en el toro primero...

Como podemos ver, Giraldillo describe lo que podríamos considerar una actuación redonda, en la que lo estricto – o cicatero – de la presidencia del festejo, le impidió cortar más apéndices, pero al final el reconocimiento popular fue para él.

Por su parte, don Luis Uriarte, firmando como El de Tanda en la Hoja del Lunes del día siguiente al festejo, reflexiona lo siguiente:

...Pero Fermín Rivera, torero largo, completo y pundonoroso, no podía irse de la plaza sin redondear el éxito de una buena tarde de toros. Y en el sexto – que también se creció al castigo – se lió con él en singular batalla de muletazos inteligentes al principio, de adorno después y de gran valor al final, valor «in crescendo» desde los primeros pases, y antes aún de que el toro cayera descabellado, ya el presidente, impulsado por el clamor de las graderías y el flamear de los pañuelos, había concedido no una, sino dos orejas, que sirvieran como broche a la triunfal jornada de este buen torero a quien los «capitalistas» se llevaron en hombros por la puerta grande... Los toros de Núñez, muy bien presentados, salieron asimismo buenos. Todos fueron a más, creciéndose al castigo, como toros de casta. El cuarto – «Piconero», 74, negro zaino – fue un gran toro, un toro verdaderamente puntero, por su bravura y nobleza. ¡Bien mereció la vuelta al ruedo! Este toro dio lugar a un excelentísimo tercio de quites a cargo de Rivera y Albaicín. A los dos se les premió con una ovación de las de gala. Fue el momento más inspirado y emocionante de la corrida. Un momento de esos que constituyen la razón de ser – por la emoción del peligro salvado con arte – de la fiesta de toros...

Un par de días después de la corrida, de nueva cuenta en el ABC de Madrid, quien firma como C.S., revela el nombre del toro del triunfo y hace los siguientes comentarios:

...Pero en el que cierra plaza – que Rivera mata por su compañero herido, el «Choni» –, la furia de clamor popular se desata furiosa y unánime en la faena de muleta. ¡Qué faena señor! ¡Qué faena de torero grande, de lidiador perfecto! «Rotario» – tal es el nombre del bicho – es un toro castaño, largo, grande enmorrillado, delantero y desarrollado de armas. ¡Un ejemplar! Y este ejemplar, soberbio de estampa y soberbio de poder, asusta a todo el mundo por su presencia y lo poco claro de su pelea, en la que tiende a defenderse... El hombre torero y el torero hombre de Méjico se lía con el «respetuoso» «Rotario» y le domina hasta convertirle en un guiñapo y en una rosquilla; en un guiñapo, por lo certeramente que le torea y le vence de un modo rotundo, y en una rosquilla, porque se lo «come» a placer en los veintitantos formidables pases de que se compone la grandiosa faena, coronada con un volapié en la yema... La gresca gorda estalló esta vez arrolladora. Los pañuelos vuelven a «hablar», pero ahora más claro y más fuerte. Tan claro y tan fuerte, tan con caracteres de turbulencia, de regocijo, que Rivera no corta solo la oreja de «Rotario», sino las dos...

En el semanario El Ruedo, aparecido el 4 de octubre de 1945, Fermín Rivera declaró lo siguiente a F. Mendo:

Ha sido la corrida donde más contrarios sentimientos he experimentado. En mis dos primeros toros me llegué a gustar, y hasta creí llegarían a concederme alguna oreja, sobre todo en el segundo astado. A éste, desde su salida de los chiqueros hasta la estocada final, entendí haberle hecho cuanto sabía. Cuando le arrastraban, y ante aquel público que no acababa de entregarse, yo sentí una sensación de angustiosa desesperanza.

Pero salió el sexto, y, en mi deseo de vencer las reservas del respetable, me entregué de nuevo plenamente. Entonces fue cuando el público – este público de Madrid, tan temido y querido a un tiempo – se sintió justiciero, y trocando su pasada severidad en desbordante entusiasmo, me aplaudió, no solo por lo que estaba realizando, sino también por lo que antes había parecido no tomar en cuenta.

Y con las dos orejas y la salida en hombros he contraído otra deuda de gratitud imperecedera. La tarde de hoy la añoraré siempre, porque me parecerá mejor que cualquier otra futura...

Fermín Rivera había triunfado. Había vencido las reticencias que dijo sentir del público madrileño y se convirtió en uno de los toreros mexicanos más destacados de esa campaña de 1945, tanto así, que sin contar a Carlos Arruza, fue el que más toreó por aquellas plazas, pues sumó 40 festejos en el ciclo. Una auténtica revelación.

Fermín Rivera queda así instalado como una de las principales figuras del toreo en su tierra. En 1955, toreando en Monterrey, sufre un infarto de miocardio que le aleja de los ruedos y precipita su despedida de ellos, que se verificó el 17 de febrero de 1957 en la Plaza México. Sin embargo, la vida sana y un proceso de recuperación le permitieron seguir toreando de manera esporádica y toreó su última tarde en la plaza El Paseo – que lleva hoy también su nombre – el 10 de enero de 1964, alternando con Manuel García Palmeño y Guillermo Sandoval.

Fermín Rivera, cabeza de una dinastía de toreros, falleció en su ganadería de La Alianza, el 28 de junio de 1991.

Aviso parroquial: Los resaltados en los textos transcritos son imputables únicamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

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