domingo, 15 de diciembre de 2019

Armillita y Nacarillo de Piedras Negras

Fermín Espinosa Armillita
La temporada 1946 – 47 en la Plaza México iba a ser la última en algún tiempo que vería el concurso de diestros hispanos y por razones de sobra conocidas, la final en la que actuaría Manolete en la capital mexicana. La tarde que me ocupa en este momento era la sexta que cumplía en el gran coso y le quedaban ya nada más en su historia las del 12 y 19 de enero de 1947 y la del 2 de febrero de ese mismo año, completando así las nueve tardes que en las que en su historia llenó ese escenario.

Ya estaba en vigencia el decreto que, publicado en el Diario Oficial de la Federación del jueves 18 de abril de ese 1946, limitaba por decisión del Presidente Manuel Ávila Camacho, la celebración de festejos taurinos en la Ciudad de México a dos por semana, por, dice la disposición: ...la frecuencia con que se han venido celebrando corridas de toros ha causado perjuicio en la economía de numerosas familias... debe considerarse cualquier contingencia futura, procurando moderación en los gastos, tanto colectivos como en los individuales... procurando que no se agrave la situación actual con gastos excesivos...

Así pues, apenas el miércoles anterior se había celebrado una corrida en la que alternaron el mismo Manolete, Lorenzo Garza y Leopoldo Ramos Ahijado del Matadero, quienes enfrentaron una corrida de Pastejé. Una corrida que pasó a la historia por las faenas de Garza a Amapolo y Buen Mozo y la de Manolete a Manzanito y el gran juego que dieron los toros de don Eduardo N. Iturbide.

La tarde del 15 de diciembre

Para el domingo siguiente se anunció un encierro de Piedras Negras, para Fermín Espinosa Armillita, Manolete y Alfonso Ramírez Calesero. El encierro de Tlaxcala sería el único de ese hierro que el Monstruo lidiaría entre los 38 festejos en los que actuó entre nosotros y al decir de las crónicas que tuve a la vista, esos toros lo trajeron aperreado, tanto, que el primero de su lote Tilichis, le echó mano y se pensó que había sufrido un serio percance, pero no pasó del susto. Las mismas crónicas resaltan el contraste de su actuar este día con el del anterior miércoles.

Calesero lució en sus toros con el capote y en los quites en los que tuvo oportunidad de intervenir, pero no tuvo mayor trascendencia el conjunto de su labor esa tarde.

Armillita y Nacarillo

La cima de la tarde se produjo en el cuarto toro de la tarde. Nombrado Nacarillo por su criador, desde la salida se mostró como un toro propio para la tauromaquia que siempre desplegó Fermín Espinosa. Contaba don Arturo Muñoz La Chicha, quien esa tarde salió en la cuadrilla de Calesero, que al iniciar Armillita la faena con la diestra, desde los tendidos la concurrencia le pedía que toreara como Manolete. Seguía contando don Arturo que en un momento determinado el Maestro se echó la muleta a la zurda y acabó con el cuadro.

Pero antes de la faena había otros intríngulis que desahogar. Don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, armillista de pro, encuentra algún sentido doble al brindis que de Nacarillo hizo Armillita a don Eduardo N. Iturbide y lo detalla así en la reflexión que hace en el número de La Lidia de México publicado el 27 de diciembre de 1946:
Sin intención premeditada, seguramente, el brindis fue dedicado a don Eduardo Iturbide, quien acababa de mandar a nuestro coso máximo una bravísima corrida, factor importantísimo en el triunfo alcanzado por dos colosos de la mano izquierda, pero tal parece que la proeza dedicada a tan escrupuloso ganadero vino a decirle: “Mire, don Eduardo, toros como los de usted son envidiados para la realización de estas hazañas, pero existe un torero que si bien los quisiera para sus triunfos, no le son indispensables, también de los mansos sabe sacar partido insospechado, y aquí estoy yo para probarlo ante miles de espectadores en cuyas retinas quedará grabada de manera imperecedera…”
Ya respecto de la faena, escribió en su día, en las páginas de El Universal del día siguiente del festejo, don Carlos Septién García El Tío Carlos, lo que sigue:
Estamos ante la faena perfecta. 
Y no nos atrevemos a tocarla. Sería un desacato rozar siquiera el contorno venerable de sus mármoles. Sería una mancha el querer reducir a yerta medida la armonía de su arquitectura serena y triunfal. Y sería un atentado el querer desmontar el ensamble prodigioso de sus partes para someterlas a un estudio prosaico y vulgar… 
Y mirémosla en toda la fuerza de su genuino valer. Veámosla hecha de los más puros y firmes elementos que la tauromaquia ha creado en siglos de lucha, de dolor y de triunfo con los toros bravos; admirémosla como expresión sólida, cabal, perfecta, de la más rancia y limpia doctrina torera: esa que formaran y probaran en mil tardes de sol y de hachazos los Paquiros y los Guerras; esa que sellaran con su sangre los Tatos y los Esparteros; esa que mantuvo en lucha de decenios a los Frascuelos y los Lagartijos. Esa que – en fin – hace hoy Fermín Espinosa, como entonces de aquellos definidores de la tauromaquia, el torero en que se depositan la mayor ciencia y la más ilustre escuela. 
Y gustémosla también en su profunda y exquisita suavidad. Saboreémosla en esa delicadeza, en ese tacto, en esa gentileza con que arropó al endeble torillo de Piedras Negras que – nacido para seis naturales y una estocada –, tomó dócilmente, transformado como una obra de cera calentada a fuego, el milagro eslabonado de esos veintiún naturales inmortales. Gocemos de ese temple cuidadoso y magistral, exigente y esmerado, con que el torero fue educando al toro, mostrándole el camino del pase natural, enseñándolo a embestir y a tomar con afán encendido la roja muleta, a repetir sobre ella el empuje, a graduar su marcha y su arrojo… 
¡Torero, Torero, Torero!... 
Torero, sí. Torero inmortal este Fermín de Saltillo con el que México se incrusta triunfalmente en la historia del toreo universal…
El Tío Carlos hace un análisis en el que, deja claro que el torero se impuso a lo que él consideró que eran unas malas condiciones del toro y como se expone en las relaciones taurinas de hogaño se inventó una faena donde no la había.

Por su parte, Carlos León, en el Novedades, también del 16 de diciembre de 1946, todavía no dado a las estridencias que le dieron fama, en lo medular, razona así:
…Citando desde lejos, con la muleta pendiente de la zurda, el maestro provocó la embestida para el primer natural. Arrancó la res sobre el trapo y Fermín dejó que los pitones se estrellaran contra ella, para ahí prender las astas y conducirlas atadas a su franela en una tanda prodigiosa de naturales, sin permitir que el toro, ya domesticado por el poderío de Fermín, se huyera de la muleta. 
Y la misma milagrosa escena se repitió varias veces. El torero se recreaba en la ejecución del muletazo más bello de la lidia, toreando cada vez más lento, más auténtico. La arena se convirtió en bazar de toda clase de prendas de vestir, mientras de arriba bajaba un torrente de aplausos, formando una de las ovaciones más merecidas que se hayan dado en la plaza de la Ciudad de los Deportes. Después de aquella inacabable teoría de naturales, salpicados aquí y allá por la pinturería del afarolado o el derechazo de respiro, Fermín logró una estocada desprendida, que bastó para que “Nacarillo” rodara a los pies del extraordinario lidiador. 
Veintisiete naturales en varias series habían compuesto la parte básica e inolvidable de la maravillosa faena. Y para ellos fueron la oreja y el rabo, tres vueltas al ruedo, salida a los medios y la admiración incondicional para este legítimo “Monstruo” nuestro, que cada vez que se lo propone viene a borrar fábulas y leyendas cordobesas…
Una tercera apreciación, algo más lejana en el tiempo es la de El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, aparecida en el ejemplar de La Lidia de México ya mencionado y que es del siguiente tenor:
...Grandes faenas se recuerdan realizadas por el torero de Saltillo, suficientes para criarle el título de “maestro de maestros”. De entre todas ellas, podemos destacar algunas cuyo asiento estuvo en plazas españolas, y para nosotros son inolvidables la de “Tapabocas” de Coquilla, “Hurón” de Pérez Tabernero, “Pichirrichi” de Coaxamalucan, “Chocolate” de Torrecillas, “Clarinero” de Pastejé, “Pituso” de La Punta y otros más que harían interminable la lista, pero para todas ellas contó con el elemento toro, de más o menos bravura, poderío y buenas cualidades, no así en el caso presente en que solo la ciencia, el poder y la maestría lograron hacer de “Nacarillo” de Piedras Negras, corrido en cuarto lugar, la memorable tarde del 15 de diciembre de 1946, en la monumental plaza “México”, un toro para escribir con él la página más saliente, no del historial de un torero, sino de toda una historia taurina. ¿A qué decir más? Muy cerca de cincuenta mil espectadores fueron testigos presenciales del maravilloso hecho, y puede asegurarse que no habrá uno capaz de desmentir la maravilla de tan milagrosa hazaña... 
Decir veintisiete naturales a un toro bravo, es muy sencillo, se dice muy pronto, más tiene sus bemoles. Sacar de un manso semejante proeza, parece impracticable. Pues sin embargo, ha habido un “Armillita”, que haciendo alarde de la más amplia sabiduría, ha realizado el milagro empleando procedimientos considerados como de ínfima especulación, creyéndose que el cite desde lejos no admite ajustamiento. ¡Qué disparate! Así es precisamente como se expone de verdad puesto que el toro empuja fuerte y llega a la reunión precisa para que el lidiador le marque la salida con el simple movimiento de la muñeca, salvando el derrote en el momento de mayor peligro. Pero si esto no bastara, vimos al coloso de Saltillo citar en varias formas ahora muy estimadas, no con el afán de imitación, sino con el propósito de demostrar su capacidad dentro de todos los estilos. Y hay algo más: el citar de largo demostró a los más ciegos suponer para hacer embestir, a esa distancia, a un toro soso y aplomado en demasía, con la magia de su saber, haciéndolo todo, sacando bravura de donde no la había...
Aquí se abre el espacio para una discusión numérica y por ende, bizantina. Carlos León y don Luis de la Torre cifran el número de naturales de Armillita a Nacarillo en veintisiete. Carlos Septién habla solamente de veintiuno. Don Arturo Muñoz, que afirmaba haber visto más cerca que ninguno de esos escribidores la faena – y decía verdad, pues ocupaba su puesto en el callejón con la cuadrilla de Calesero – siempre sostuvo que eran también veintiuno.

Al final de cuentas la cantidad no importa. Lo que ha trascendido es la calidad de esos naturales y el hecho de que se le ligaron a un toro que en principio no parecía apto para ello.

Cierro esto con una reflexión que hace un cronista anónimo en el diario El Siglo de Torreón el 16 de diciembre de 1946, donde establece, creo, la justa medida de lo que hoy intento recordar:
Maravilloso tiene que ser un torero como ‘Armillita’ al borde de la despedida, con el nombre hecho y hondo surco en la historia de la fiesta brava; todavía pelea y se la juega para dar una exhibición de poderío y arte... México hablará muchos años de esa faena izquierdista de ‘Armillita’, porque fue una faena de escándalo...
Y efectivamente, a más de siete décadas de distancia, seguimos hablando de Armillita y Nacarillo

Edito (16/XII/2019): El amigo Octavio Lara Chávez me hace llegar la versión de don Alfonso de Icaza Ojo, aparecida en el semanario El Redondel del día de la corrida. Ojo transmitía por teléfono a su redacción, toro a toro su crónica, para que el periódico estuviera listo al final de la corrida. De allí que tuviera algunos dislates como en el caso que nos ocupa, se tuviera como nombre del toro el de Mascarillo. La relación de mérito es esta:
Cuarto toro. - "Mascarillo", cárdeno también, pequeñito, pero bien armado. 
Armillita lancea sin estrecharse, ante la indiferencia completa del concurso. 
Una buena vara de Carmona y paren ustedes de contar, ni el otro piquero hizo cosa de provecho, ni los matadores trataron siquiera, de sacarnos del terrible aburrimiento que nos invade. 
El bichejo, después de la última vara doble, quedó hecho una piltrafa. 
Zenaido Espinosa clava un par en la arena. 
Fermín Espinosa brinda a don Eduardo Iturbide, que es ovacionado, y dase a muletear a "Mascarillo", mucho mejor de lo que éste merecía. La faena va en crescendo poco a poco, y Fermín Espinosa agigantándose hasta tocar las nubes. 
¡Qué manera de torear, señores! 
Con la derecha corre la mano primorosamente y aguanta con auténtica hombría, con la izquierda... ¡Dos docenas de pases naturales! 
¡Y qué pases! Ni Armillita, ni nadie, había toreado así a un toro que no podía preverse que pudiese torearse así. 
¡Como que Armillita lo hizo! 
Estamos viendo la mejor faena de la temporada. Vuando el maestro de Saltillo, ahora sí maestro, torero grande, atiza una estocada casi entera, algo desprendida, cuarenta mil pañuelos piden para el maestro de maestros, la oreja, el rabo, el toro entero. 
Se conceden los máximos galardones y Armillita da incontables vueltas al ruedo, devolviendo sombreros y prendas de vestir. 
Insistimos lo que Armillita hizo hoy no lo había hecho antes ni él ni nadie. ¡Torerazo!...
Aviso parroquial: Los resaltados en los textos transcritos son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 8 de diciembre de 2019

8 de diciembre de 1956: La alternativa de El Callao en El Toreo de Cuatro Caminos

Alternativa de El Callao
Foto cortesía del blog Toreros Mexicanos
Fernando de los Reyes es un torero que cautivó a la afición mexicana. Tuvo una extensa carrera novilleril, toreó 37 novilladas en la Plaza México y como era casi preceptivo en su tiempo, cruzó el Atlántico y dejó buena impresión en sus actuaciones en el escalafón menor, tan buena, que en el tramo final de la temporada española de 1953, se le otorgó una alternativa en Segovia, donde lo apadrinó Manolo Vázquez, con el testimonio de César Girón, cediéndole el toro Cortadillo de don Felipe Bartolomé.

No ejercería como matador de toros con ese doctorado, pues regresaría a México y nada más iniciar la temporada de novilladas de 1954, se estaría presentando en la plaza más grande del mundo para, en la categoría de los festejos llamados menores, actuar ese ciclo y los de 1955 y 1956, sumando en ellos 16 festejos y firmando una de sus grandes tardes ante el novillo Tonino de Soltepec, al que le cortó el rabo, dejando en claro y de una vez por todas que estaba listo para mayores empresas.

La Feria Guadalupana de 1956

Por aquellas calendas se afirmó que la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe necesitaba importantes obras de reconstrucción. Para allegar los recursos necesarios, un grupo de personas allegadas a la fiesta de los toros, encabezados por don Guillermo Barroso Corici, su hijo Luis Javier Barroso Chávez – en ese entonces ya ganadero de Las Huertas –, el licenciado Lázaro Martínez – en su día juez de plaza – y don Antonio Algara entre los más destacados, formaron un patronato para dar una feria taurina que recaudara fondos para la restauración del llamado centro espiritual de México.

Fermín Rivera, Rafael Rodríguez, Antonio Ordóñez, Miguel Báez Litri, Joselito Huerta, José Ramón Tirado, Antonio Borrero Chamaco y Fernando de los Reyes El Callao con toros de San Mateo, La Punta, Jesús Cabrera, Rancho Seco, Matancillas y Las Huertas serían las bases sobre las cuales gravitaría esa feria, el primer intento serio de ofrecer a la afición de la capital mexicana una serie ininterrumpida de festejos intercalada en una temporada que de ordinario se desarrolla de domingo a domingo. 

Dada la buena causa a la que se dedicaba, el doctor Alfonso Gaona pospuso una semana la continuación de la temporada 56 – 57 de la Plaza México, a efecto de que la Feria Guadalupana se diera sin contratiempos.

A este propósito escribe Horacio Reiba:
La tramó en 1956 aquel taurino singularmente astuto y marrullero que fue Antonio “Tono” Algara. Para el efecto, arrendó el Toreo de Cuatro Caminos – no la México, en manos de su adversario Alfonso Gaona –, encampanó al arzobispo primado Miguel Darío Miranda y Gómez y proclamó a los cuatro vientos que las utilidades que esperaba obtener serían destinadas a obras de la basílica de Guadalupe. Y armó seis carteles con el concurso de dos primeras figuras hispanas – Miguel Báez “Litri” y Antonio Ordóñez –, una autóctona – el maestro potosino Fermín Rivera, recién recuperado del infarto que finalmente lo retiraría de los ruedos –, tres jóvenes en plan de irrupción triunfal a partir de sus recientes doctorados – los mexicanos Joselito Huerta y José Ramón Tirado, y el onubense Antonio Borrero “Chamaco”, flamante producto del tremendismo entonces en boga –, y la segunda alternativa de Fernando de los Reyes “El Callao”, triunfador de la última temporada chica con ese arte tan suyo, endeble siempre y por momentos genial. 
De enviar el material bovino se encargarían los señores Madrazo –de La Punta y Matancillas–, Jesús Cabrera y San Mateo, ambas del campo bravo zacatecano, y del de Tlaxcala Rancho Seco y Mimiahuápam, la divisa debutante de Luis Javier Barroso…
Era esta feria un primer experimento en ese sentido en la capital mexicana, replicado un par de ocasiones más en el mismo coso de Cuatro Caminos e intentado en alguna ocasión y de manera tibia en la Plaza México.

La alternativa de El Callao

La segunda corrida de esa Feria Guadalupana se programó para el sábado 8 de diciembre de 1956.  Encabezaba el cartel Fermín Rivera que reaparecía después de haber sufrido un infarto de miocardio toreando en Monterrey seis meses antes e iba de segundo espada Antonio Borrero Chamaco. Los toros anunciados originalmente eran de Jesús Cabrera, pero como uno de los signos del serial, hubo baile de corrales y al final se lidiaron solamente tres de los originalmente anunciados y se remendó el encierro con otros tres de San Mateo. Carlos León, con su cáustico estilo refiere lo siguiente:
…de Saín el Alto habían traído unos moruchos que con mucho optimismo se suponía que iban a componer el encierro de esta tarde. Pero a mis gestiones personales, para librar a la fiesta del cucarachismo, se desinfectaron los corrales y desaparecieron así tres de los insectos colmenareños, que ahora estarán clavados con alfileres en la colección de cualquier naturalista, el cual desde luego será un entomólogo y no un señor que se dedique a darles pases naturales. Pero fue peor el remedio que la enfermedad, pues las tres sabandijas desechadas se sustituyeron por otras tres cucarachas sanmateínas, las cuales contagiadas del virus de mansedumbre que ya había en los corrales, resultaron una verdadera calamidad para la lidia…
El primero de la tarde fue Clavelito, de San Mateo y las crónicas relatan que únicamente quedó para la conmemoración de la efeméride. Lo importante llegó con el que cerró plaza, llamado Gordito y del hierro de don Jesús Cabrera Llamas. En la ya citada crónica de Carlos León, de tono epistolar y dirigida a don Eduardo Miura, se expresa lo siguiente:
…al sexto de hizo maravillas con la franela. Era otro torillo en miniatura, sarcásticamente llamado “Gordito”, siendo que más parecía procedente de la vacada del “Flaco” Valencia. Por si eso fuera poco, daba la impresión de que era un búfalo con cruza de bisonte o un cebú cruzado con vaca Holstein. Una ridiculez de ejemplarillo, como todo lo que sale de la vacada chuchesca. Pero “El Callao” está tan torero, tan en su punto de madurez y asentamiento, que logró meterlo en su muleta y torearlo asombrosamente, dando unos derechazos superiores, lentos, largos, majestuosos. Lo mejor, sin duda, de cuanto se vio en esta tarde. A patadas obligó a embestir al descastado morucho, para luego poner tal señorío en sus muletazos, que la gente se olvidó de la insignificancia del bicho y se asombró de la inmensa calidad que Fernando pudo poner en sus muletazos. Por desgracia volvió a estar inseguro con el acero y se le fueron las orejas, Pero, con lo que apuntó de buen toreo, basta para predecir que “El Callao” puede ser el mejor de la feria…
Esa alternativa la confirmaría Fernando de los Reyes al siguiente domingo en la Plaza México. Le apadrinaría Humberto Moro y sería testigo el toledano de Santa Olalla Gregorio Sánchez. El toro de la ceremonia se llamó Fígaro y fue de La Laguna. Ese día y ante ese primer toro de la tarde, volvió El Callao a ser el que realizara lo más torero de la tarde, aunque sin cortar orejas.

Ya de matador de toros El Callao tendría una actividad intermitente. Los criterios para medir el éxito en la fiesta se regían por los baremos sembrados por el tremendismo y se volvía necesario cortar las orejas a como diera lugar para seguir en el candelero, el ser y mostrarse torero ya no era suficiente y así, la luz que emitía Fernando de los Reyes en los ruedos se fue apagando poco a poco y fue creciendo su leyenda, que llega hasta nuestros días.

Concluyo con esta apreciación del ganadero Carlos Castañeda, que nos describe con precisión al torero:
En la literatura taurina se habla de escuelas del toreo para hacer referencia a formas comunes de torear de ciertos toreros, normalmente agrupados por zonas geográficas. Es para mí que esto funciona para aquellos que no resaltan y cuyo toreo en sus tardes de éxito o en su mejor expresión, se relaciona o se parece al de otros toreros de su misma calidad expresiva o técnica que coinciden territorialmente con determinadas partes del planeta de los toros. Los heterodoxos y las figuras no caben en estos cajones, porque imprimen sellos muy propios a “su” tauromaquia o desarrollan, aportan y establecen nuevas formas a “la” tauromaquia universal. La personalidad y el contacto con el público, condición de estos, los convierte en privilegiados y parece ser, que nuestro sujeto de plática fue uno de estos. “El Callao” fue un torero inclasificable. No pertenece a ninguna vertiente del toreo nacional. Esto fue para mí lo que lo mantuvo dentro de la aceptación del público capitalino tantos años y dio origen y vida a su trascendencia en el toreo mexicano…

domingo, 1 de diciembre de 2019

Una fotografía con historia (VI)

18 de agosto de 1946. Calesero en Burgos

Calesero, Albaicín, Luis Mata, Ángel Luis Bienvenida y Cagancho
Burgos, 18 de agosto de 1946
Fotografía: Fede / Diario de Burgos
La campaña de 1946 fue la primera en la que los toreros mexicanos se presentaban en plazas españolas después de la ruptura de 1936 y de la Guerra Civil Española. Ya he contado en esta misma bitácora los esfuerzos de Antonio Algara para reparar los desacuerdos generados en aquel entonces primero y reafirmados a partir de 1939 después, para poder primero, traer a México a Manolete y después, conseguir que nuestros toreros pudieran ir a actuar a España.

Uno de los toreros que se beneficiaron con esa reanudación de relaciones taurinas fue Alfonso Ramírez Calesero, quien había recibido la alternativa al final de 1939 y gozaba en México de fama de artista. Partió a España al inicio de la campaña de 1946.

El balance numérico al final de la campaña puede parecer pobre, pues el escalafón definitivo de la campaña dice que Calesero toreó solamente 9 corridas de toros, pero si revisamos las plazas en las que lo hizo, fueron Barcelona, Sevilla, Madrid, Zaragoza y Granada en España; Bayona y Burdeos en Francia y Santarem en Portugal. Es decir, únicamente plazas de primera categoría. Además, como en el caso que me ocupa en este momento, toreó varios festivales y entre otros, ubiqué en la prensa de la época, uno en Logroño.

Y es que a veces, la calidad debe primar sobre la cantidad. Y Calesero era un torero de esos, de los que de poco en poco fueron construyendo su leyenda.

El festival de Burgos de 1946

En estos tiempos que corren, en los que la fiesta de los toros es denostada y considerada políticamente incorrecta, vale la pena a veces voltear atrás para ver que desde siempre quienes participan activamente en ella y quienes tenemos afición por ella, nos preocupamos y hacemos obra por causas nobles poniendo los medios de la propia fiesta al servicio de esas causas.

Así, en agosto de 1946, el Monte de Piedad, la Caja de Ahorros y el Círculo Católico de Obreros de Burgos organizaron un festival taurino a beneficio del Asilo de Ancianos de las Hermanitas de los Pobres de esa capital. El festejo se celebraría el día 18 de agosto y en él actuarían inicialmente Joaquín Rodríguez Cagancho, Alfonso Ramírez Calesero, Rafael Albaicín, Ángel Luis Bienvenida y Manolo Escudero en la lidia de novillos de Ignacio Encinas, vecino de Palencia.

El Diario de Burgos fue el encargado de dar difusión a la organización del festival y de invitar a la afición y al público en general a asistir al mismo, dada la obra benéfica que se perseguía con el mismo:
Ya ha sido fijada la fecha definitiva en que ha celebrarse el grandioso festival taurino organizado por los periodistas a beneficio del Asilo de Hermanitas de los Pobres. 
Tendrá lugar el domingo día 18 del actual, lidiándose reses del prestigiosísimo y escrupuloso ganadero palentino, D. Ignacio Encinas, tan acreditado en Burgos en cuyo coso con tanto éxito han desfilado corridas suyas. 
Ayer, lunes, se desplazó a la propia finca del señor Encinas una representación de los organizadores a fin de elegir en el propio campo, los bichos que han de lidiarse y conseguir, de este modo, la máxima garantía de presentación del ganado como base esencial para el rotundo éxito del festejo... (6 de agosto)
Los novillos a lidiarse llegaron a la plaza el día 14 de agosto al atardecer, el propio Diario de Burgos relató las características de los mismos:
Ya han llegado los bichos. Ayer, a última hora de la tarde, llegaron a los corrales de la plaza, los cinco hermosos erales de la ganadería de Encinas, que se lidiarán en nuestro festival. 
Sus pelos y señales son los siguientes: Número 37, negro zaino, “Garrochero”. Número 18, negro meano, “Cucaracho”. Número 4, negro zaino, “Manito”. Número 14, negro zaino, “Veletero”. Número 35, negro zaino, “Civilillo”. 
Por la hora en la que hicieron su entrada en la plaza fueron contadas las personas que presenciaron el desencajonamiento, pero a todos gustaron mucho, por su finura y excelente lámina... (15 de agosto)
El día del festejo se anunció, sin expresión de causa, la sustitución de Manolo Escudero por el diestro aragonés Luis Mata, torero que entre nosotros cobró notoriedad por haber sido el que alternó con Fermín Espinosa Armillita en la última corrida que éste toreó en su vida y quien además se quedó con nosotros para siempre. Fue presentado a la afición de esta manera:
...nunca nos resignamos a desaprovechar la posibilidad de mejorar el cartel. 
Y, a fe, que, a última hora, hemos conseguido incorporar a éste una muy grata novedad, que los aficionados acogerán con viva satisfacción. 
Nada menos que Luis Mata, que alcanzó éxitos de apoteosis en ruedos mejicanos, vino a principios de año a España y en Madrid confirmó la alternativa y desde entonces acá todas sus actuaciones se cuentan por triunfos, tan señalados como los recientes y reiterados en Madrid, Barcelona y Zaragoza, cuyas calles ha paseado en triunfo en hombros de los aficionados. 
He aquí la ejecutoria con que hoy se presenta el gran lidiador aragonés ante nosotros; brillantísimos triunfos en todas las plazas y un corazón entregado al servicio de los pobres. 
Digno compañero de esos admirables diestros que son Cagancho y Albaicín, Ángel Luis Bienvenida y “El Calesero”, desde el primer momento junto a nosotros...
La celebración del festejo tuvo tintes triunfales. Cagancho, Albaicín y Ángel Luis cortaron oreja, dieron la vuelta al ruedo y recibieron, como se acostumbra en esos casos, un obsequio de la presidencia de honor. La actuación de mi paisano Calesero, fue de la siguiente guisa:
SEGUNDO. – Calesero y Bienvenida torean a la verónica oyendo palmas. 
El mejicano ofrece los palos a Ángel Luis y a Mata y los tres diestros entreteniendo al público jugueteando con el bicho entre constantes aplausos. 
Clavan los rehiletes admirablemente y las ovaciones se suceden. 
El Calesero comienza la faena de muleta con pases por alto, erguida la figura, siguieron otros de diferentes marcas para buscar la igualada, ya que el bichejo no se presta a adornos y termina con una estocada y descabello. (Ovación, oreja, vuelta al anillo y regalo)…
Pero ocurrieron cosas interesantes en el festejo. Por ejemplo, Cagancho cogió los palos en el que cerró plaza y en el que Luis Mata se alzó como el gran triunfador del festejo:
QUINTO. – Mata le saluda con unos capotazos superiores, valientes y llenos de arte. 
Albaicín y Calesero son ovacionados, como Mata, en sus intervenciones con la capichuela. 
Cagancho coge los palos y cambia un gran par; Calesero clava un palo; el aragonés un par y cierra el mejicano con otro levantando los brazos y llegando a la cara como los mejores (Grandes ovaciones). 
Mata, de rodillas, sale en busca de su enemigo y después de pasarle por alto da varios molinetes en la misma posición, metido entre los cuernos y entre abundantes palmas. Sigue en pie con manoletinas, pases afarolados, molinetes y derechazos. Un pinchazo hondo en lo alto y descabello. (Ovación, dos orejas, rabo, regalo de la presidenta, vuelta al ruedo y además es despedido con palmas que no cesan hasta que abandona la plaza)...
Independientemente de lo anterior, para dar variedad al festival, todos los diestros alternaron en quites, los que lo acostumbraban también lo hicieron en banderillas y fuera del reparto de apéndices – retazos de toro Manolo Martínez dixit – tuvieron una jornada triunfal en la que hicieron las delicias del público que llenó la antigua plaza de toros de Burgos.

Así pues, esa es la historia de una fotografía que por sí sola encierra mucho arte.

Agradezco a Joaquín Albaicín haberme puesto tras la pista de este interesante asunto.

domingo, 24 de noviembre de 2019

1964: El maratón mexicano de El Cordobés

El Cordobés
Aguascalientes 21/01/1964
Colección Dr. Antonio Ramírez González
Cuando a finales de 1963 Dolores Olmedo, el rejoneador Juan Cañedo y Manolo Prieto Crespo se fueron a Sudamérica a tratar de traer a El Cordobés para actuar en las plazas de México, quizás nunca se imaginaron que en esa aventura empresarial escribirían uno de los grandes hitos estadísticos de la historia taurina mexicana. Se plantearon sí, que el de Palma del Río toreara un importante número de festejos en la República, pero no creo que hayan dimensionado el efecto del resultado final de eso que hoy podemos considerar, valga la expresión, un verdadero maratón taurino.

Y es que Manuel Benítez toreó 32 corridas de toros en 39 días entre el 18 de enero y el 25 de febrero de 1964. Una hazaña numérica y hasta cierto punto artística de esa envergadura nunca se había realizado en México y a la fecha, no se ha vuelto a dar por un matador de toros. Cierto es que en aquellos días fueron puestos a la disposición del Mechudo algunos avances de la tecnología que le permitieron desplazarse con rapidez y cierta comodidad entre las distintas ciudades en las que actuó – el avión de Cantinflas – y que en muchas de las ocasiones, las actuaciones se programaron en plazas más o menos contiguas para amortiguar los efectos del transporte por carretera – las que teníamos en los 60 –, sin embargo, dada la época, el resultado es, diría don Aquiles Elorduy, una verdadera tarea de romanos.

El maratón se produjo en dos partes bien diferenciadas. Inició el sábado 18 de enero en el Toreo de Cuatro Caminos, donde el de Córdoba alternó con Rafael Rodríguez y Juan Silveti en la lidia de toros de Reyes Huerta. Allí las cosas no se le dieron bien y hasta tuvo que regalar un séptimo. El final de esta etapa se produjo el 28 del mismo mes, en Torreón, en corrida en la que completaron el cartel Manuel Capetillo y Jaime Rangel con toros de Valparaíso. Allí El Cordobés sufrió un corte profundo en el dorso de la mano derecha al matar a su primer toro y ya no salió de la enfermería. Esa herida le hizo perder las tres actuaciones que tenía pactadas en la feria de Manizales, Colombia, los días 30 y 31 de enero y 1 de febrero. Así fue como completó los primeros once festejos del ciclo.

La segunda y más intensa etapa dio inicio el 6 de febrero en Nuevo Laredo y concluyó el 25 del mismo mes en Uruapan. La revisión de las fechas nos deja ver que Benítez toreaba a plaza llena todos los días de la semana y que por ejemplo, el 14 de febrero, lo hizo dos veces, por la tarde, en Reynosa, alternando con Luis Procuna y Gabriel España en la lidia de toros de Santoyo y por la noche en Monterrey, compartiendo cartel con Raúl García y Jaime Rangel en la lidia de toros de Piedras Negras y Santacilia. Es en este lapso de tiempo es cuando se producen sus grandes faenas a Conejo de Soltepec en el Toreo de Cuatro Caminos, al que le corta el rabo – 22 de febrero – y a Cuadrillero de San Mateo en El Progreso de Guadalajara, del que obtiene el rabo simbólico, pues el toro fue indultado – 24 de febrero – y completa en Uruapan al día siguiente el ciclo de los 32 festejos toreados.

No obstante el éxito alcanzado, el camino al mismo estuvo lleno de obstáculos. El doctor Alfonso Gaona era en esas calendas el Gerente de Diversiones y Espectáculos de México (DEMSA), la empresa que tenía a su mando los destinos de la Plaza México y que resentía directamente los efectos de la competencia del coso de Cuatro Caminos. Así, se dedicó a poner piedras en el camino de la empresa formada por la señora Olmedo, según lo contó el empresario Alejo Peralta al periodista Luis Suárez:
La empresa de la México, regenteada aún por Gaona, paró mientes en el asunto, pues si bien El Cordobés no era conocido en México, aquí ya retumbaba la fama que su figura y valor levantaban en otras arenas. Lo primero que hizo la más experta competencia fue controlar las ganaderías, de modo que los ganaderos no vendían toros a la señora Olmedo…
Y en consecuencia de la revisión de la estadística vemos que Manuel Benítez lidió toros de ganaderías emergentes o de otras cuyos mejores días ya habían pasado, incluso alguna de ellas, en el balance final de la temporada – Ernesto Cuevas – lidió únicamente el encierro que El Cordobés mató y sería hasta el final del maratón cuando los encierros de los considerados de garantía empezaran a estar disponibles para el entonces pupilo de Chopera.

En cuanto a las plazas, repitió actuaciones en Cuatro Caminos, Mérida, Aguascalientes, Querétaro, Monterrey y Guadalajara siendo la primera de ellas en la que más actuó. De los diestros con los que más alternó se encuentran Jaime Rangel, Rafael Rodríguez, Alfredo Leal, Manuel Capetillo, Paco Camino, Raúl García, Antonio Velázquez y Joselito Huerta.

Decía que en Aguascalientes repitió actuaciones. La primera fue el 21 de enero alternando con Calesero y Jaime Rangel, con toros de La Punta y la segunda, el 19 de febrero, completando el cartel Raúl García y El Imposible con toros de Santacilia. Ninguna de las dos corridas le representó un triunfo a El Cordobés. La primera, por la debilidad manifiesta de los toros de La Punta y en la segunda, los mejores lotes los sortearon Raúl García – que a la postre solamente mató a su primero por haber sido herido en una axila – y El Imposible que fue el gran triunfador al final de la tarde.

Esas dos tardes representaron la obligada cita de Aguascalientes con la historia. Así como en los albores del siglo XX estuvieron en el ruedo de la San Marcos Luis Mazzantini, Bombita y El Gallo, en la década de los 20, Ignacio Sánchez Mejías; en la de los 30, Marcial Lalanda y Chicuelo; en la de los 40, Manolete; en la de los 50, Antoñete y Luis Miguel Dominguín, en la de los 60, una de las principales figuras del toreo, El Cordobés, acudía a reiterar la taurinidad de nuestra ciudad.

Cuando en 1919 Juan Belmonte toreó todos los días del mes de septiembre, nadie reparó en el extenuante ejercicio que eso representó y en el número importante de festejos seguidos que quizás por primera vez un diestro ligaba. Eso fue hace un siglo. Hoy, hace 55 años, traigo al recuerdo otro hecho similar que sucedió por estas tierras y que como decía al inicio, por un matador de toros, no se ha vuelto a repetir.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Carmelo Pérez y Michín de San Diego de los Padres. 90 años después (II/II)

Anuncio de la reaparición de Carmelo Pérez
para el 24 de noviembre de 1929
Decía ayer que la recuperación de Carmelo fue lenta, como lento debió ser su andar por los ruedos. Las opiniones autorizadas de su tiempo señalan que se le adelantó a la alternativa y que no se le permitió madurar un concepto del toreo que le era propio, distinto a todo lo visto hasta entonces y que quizás, requería un toro distinto al que se lidiaba por esos entonces.

La manera en la que se le llevó a la alternativa fue retorcida, por lo menos. Si lo que escribe Verduguillo lleva algo de verdad, más que facilitarle el camino para ser una figura del toreo, se le envió directamente al cadalso:
Yo hablé con Carmelo con toda claridad. 
- Mira Carmelo, tú todavía no estás preparado para la alternativa: te cogen mucho los novillos, y si no te lastiman seriamente es porque ‘El Conejote’ trae enemigos sin fuerza, sin grano, apropiados para que tú hagas con ellos ese tipo de toreo tan peligroso que tienes metido en la cabeza. Cuando vengan las corridas gordas y graneadas, va a ser diferente el caso, vas a tener que sortear y si te toca un toro fuerte te puede lastimar de VERDAD. 
Pocos fuimos, ciertamente, los que nos atrevimos a hablar con Carmelo Pérez con sinceridad, los demás taurinos, temerosos de que Gaona se disgustara si se le quitaba un elemento de gran arrastre, preferían guardar un medroso silencio… 
Llegó esa tarde Carmelo de la Rosa a hablar con Rodolfo Gaona y entró temblando como tiembla el conejo en la presencia del león. El que lo hubiera visto abrir la puerta de aquel despacho, habría comprendido que todo estaba perdido… 
- Te he llamado, dijo Rodolfo, para que firmes el contrato de Carmelo Pérez. Ya él te habrá hablado del asunto. Son dos corridas a tres mil pesos cada una, lo que siempre se ha pagado por las alternativas. 
Como Carmelo de la Rosa musitara que su torero valía un poco más, Gaona lo atajó: Eso ya se verá con el toro: si como yo creo Carmelo Pérez está bien, ya toreará más corridas a mejor precio. 
En eso entró ‘El Chato’ Padilla que fue quien aceleró la firma del funesto contrato: 
- Si no firmas, le dijo a Carmelo de la Rosa, ya te puedes despedir del zarzo de banderillas. No lo volverás a hacer en todos los días de tu vida… 
Y al ver Carmelo de la Rosa que se le escapaba un ingreso de aproximadamente QUINCE PESOS a la semana, firmó la alternativa de su poderdante Carmelo Pérez… No era el contrato de la alternativa, era la sentencia de muerte…
Y esa relación de Rafael Solana no era la única en ese sentido. Se habló también en El Taurino del 31 de diciembre de ese 1929 del hecho de que su deficiente administración lo había llevado a esa penosa situación en la que se encontraba:
En un periódico de la tarde, que tiene el sólido prestigio de su seriedad, se publicó hace pocos días una información relacionada con el estado que guarda Carmelo Pérez. En esa información, que debemos considerar honrada, porque en ese concepto tenemos a su autor, se pintaban, con los más vivos e impresionantes colores, la desilusión del matador herido, su pesimismo para continuar en la peligrosa profesión a que se ha dedicado, su desencanto por la explotación de que fuera víctima y su amargura por los padecimientos sufridos y por la situación lamentable en que se encontraba. 
Pocos días después, en el mismo periódico de la tarde, aparecía un nuevo reportazgo, que para nosotros tuvo todas las características de una gacetilla de la empresa, en el que pretendió desvirtuar aquella impresionante noticia que tan comentada fuera por el público, haciendo aparecer, en boca del propio Carmelo Pérez, opiniones y conceptos completamente distintos a los que expusiera al periodista que primeramente lo entrevistó… 
Mas, a pesar del cambio radical que se operó en el ánimo de Carmelo, los aficionados sensatos, los que hemos seguido paso a paso el viacrucis de este desafortunado muchacho, los que no comulgamos con ruedas de molino, vimos en su nueva actitud la presión moral de alguien a quien interesa que el público confíe en su pronta reaparición en “El Toreo”, para seguir siendo objeto de la misma incalificable explotación que, desde que vistió por primera vez el traje de luces, se ha venido cometiendo con él… 
¡Qué distinto hubiera sido si Carmelo Pérez cae en manos de un apoderado consciente, de un administrador que, lejos de buscar un rápido enriquecimiento, a costa de la sangre de este esforzado mozo, con inminente peligro de su vida, se hubiera preocupado por enseñarle lo mucho que le faltaba por aprender, antes de llevarlo a que tomara la alternativa, por mil conceptos prematura!... 
Porque los apoderados de Carmelo tenían la seguridad de que este muchacho, al doctorarse, arrastraría a las multitudes hasta proporcionar a la empresa que lo contratara, el único lleno que, como nosotros lo aseguramos al iniciarse la temporada, se registraría en “El Toreo”…
No obstante esos comentarios, surgían voces que intentaban alentar al torero herido y que dejaban patente, que como lo dijo Frascuelo, los toros dan cornadas porque no pueden dar otra cosa. Así parece hacerlo entender don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada en su comentario titulado El Caso Carmelo Pérez, donde expresa:
…El punto de mira de todas las opiniones ya citadas, no es otro que señalar como causa fundamental del accidente la ignorancia del diestro y su temeridad al enfrentarse con enemigos mayores a sus fuerzas, aprovechándose para ello de las circunstancias aparentemente favorables en apoyo a sus tesis… Carmelo Pérez, no hay que dudarlo, está muy lejos de ser un lidiador consumado, está muy lejos de conocer a la perfección todos los secretos de la lidia, que para eso se necesita tiempo; pero de esto a que sea un ignorante y todavía más, a que su ignorancia y falta de recursos haya sido el motivo de su horrenda cogida, media un abismo. ¿Acaso no hemos visto caer al más sabio de los toreros, al golpe certero de un utrero? ¿Vamos a buscar en su sabiduría lo que sólo fue obra de la fatalidad?... No señores, limitémonos a lamentar las continuas caídas de quienes se dedican a tan difícil y peligrosa profesión, sea quienes fueren, un maestro o un principiante; pero no nos asustemos de esos percances, hijos legítimos de la fiesta, y mucho menos nos aprovechemos de las circunstancias para sacar avantes nuestras ideas por sofísticas que sean. 
Carmelo Pérez, ¡ese loco desenfrenado!, algo debe tener para haber electrizado a las multitudes, no una vez, sino durante toda una temporada, siendo él un principiante y toreando al lado de lidiadores reconocidos ya unánimemente como cuajados, y de los cuales, por enorme desgracia, hemos visto caer también a uno…
Concluyo esta intervención con algo de la apreciación que José Alameda hace sobre Carmelo Pérez en su libro Los Heterodoxos del Toreo y que dice así:
Carmelo era un torero roto que traía la muerte en el cuerpo… Sin facultades y con poca luz aparente, toreaba muy cerca de la tierra (otra similitud con «El Espartero»); tanto que sin el arte de «Chicuelo», claro; y sin la grandeza de Ortega, desde luego; era más «moderno» que ellos. Y con más drama, con más misterio… Fue Carmelo Pérez un heterodoxo no tanto por el «qué», pues no hacía suertes distintas a las conocidas, sino por el «cómo», pues las hacía en una forma totalmente suya, no mimética, creada y con un acento marginal fortísimo, con ese sabor a légamo que hay en los que están en el río, pero no en su corriente, sino en su doliente…
Carmelo Pérez falleció en Madrid el 18 de octubre de 1931, a consecuencia las secuelas de las cornadas que le infirió Michín de San Diego de los Padres.

domingo, 17 de noviembre de 2019

Carmelo Pérez y Michín de San Diego de los Padres. 90 años después (I/II)

El tránsito de los años de 1929 a 1930 estuvo marcado por el sino de Carmelo Pérez. El torero texcocano fue el eje de esos calendarios, primero porque en la temporada de novilladas que se dio en el primero de esos calendarios, que constó de 21 festejos, toreó dos terceras partes de ellos, después de renunciar a una fallida alternativa que había recibido en Puebla el 13 de enero de manos de Cagancho y después, porque casi al final del año, recibió una de las cornadas más pavorosas que recuerda la historia del toreo en México.

La temporada grande 1929 – 1930 en El Toreo de la Condesa gravitaba principalmente sobre los nombres de los toreros hispanos que vendrían a sostener el interés de los carteles que en ella se ofrecerían. El toreo mexicano seguía padeciendo la orfandad en que la despedida de Rodolfo Gaona – para esas fechas metido a empresario – lo había dejado y así, los nombres del ya mencionado Joaquín Rodríguez Cagancho, Antonio Márquez, Félix Rodríguez, Mariano Rodríguez Exquisito y Ricardo González vendrían a apuntalar a los emergentes Heriberto García, Jesús Solórzano, Pepe Ortiz, Paco Gorráez y a un Juan Silveti que seguía derrochando valor ante los toros.

El imán mexicano para la temporada era la alternativa de quien revolucionó la temporada de novilladas: Carmelo Pérez. La cosa hubiera resultado redonda si su epígono novilleril, Esteban García no hubiera perecido en una novillada en Morelia, asunto del que me he ocupado ya en este sitio de esta Aldea, porque de esa manera la empresa que regentaban Gaona y El Chato Padilla hubieran podido mantener un enfrentamiento delante de los toros que había nacido en los festejos menores, pero el hombre propone y viene el toro y todo lo descompone…

La quinta corrida de la temporada 29 – 30

Para el domingo 17 de noviembre de 1929 se anunció un encierro de San Diego de los Padres para Antonio Márquez, que se presentaba en la temporada, Pepe Ortiz y Carmelo Pérez, que reaparecía después de una triunfal alternativa recibida en la tercera corrida del ciclo, el 3 de noviembre, de manos de Cagancho, con Heriberto de testigo y toros de Piedras Negras.

Rafael Solana Verduguillo cuenta que se pensó repetir a Carmelo al domingo siguiente de su alternativa, con la corrida de San Diego de los Padres, pero que había en ella un toro que desentonaba con el resto del encierro y que al pedirse a don Antonio Barbabosa que lo cambiara por otro, se negó rotundo. Por ello, se pospuso su reaparición para el domingo 17, en espera de que don Antonio recapacitara y escogiera otro toro para completar la corrida.

Llegada la fecha, El Chato Padilla fue de nuevo a San Diego y lo que cuenta Verduguillo es lo siguiente:
No tengo otro, contesta el ganadero. Si quiere usted esos seis, bien, si no, déjelos.  
El empresario explica a don Antonio: es que va a torear Carmelo Pérez y si ese toro llegara a tocarle, podría lastimarlo. 
¿Y por qué le va a tocar?, dice don Antonio. Son tres los matadores. Puede que le toque a alguno de los otros. 
Con esto se dio por convencido “El Chato” Padilla y vino la corrida de San Diego, integrada como dije, de cinco ejemplares muy a modo y uno que tenía cara de Barrabás…
Por lo visto Michín – el que tenía cara de Barrabás – era el sino de Carmelo Pérez.

La crónica del suceso

En el ejemplar del semanario El Taurino, que viene a ser algo así como la última etapa de El Universal Taurino, aparecido al día siguiente del festejo, viene la crónica de Edmundo Fernández Mendoza, bajo el seudónimo de Martín Galas, de la que rescato lo siguiente:
¿No será posible que lleguemos a ver una buena corrida de toros esta temporada? Porque tardes van, tardes vienen y siempre lo mismo: El eterno desfile de toros mansurrones, difíciles, broncos, reparados de la vista y resentidos de los remos. Toros de encargo para quitar la personalidad a los lidiadores. 
Ayer se encerró una corrida de San Diego de los Padres, desigual en presentación como en bravura; y el público, que está cansado ya de tantos camelos que le vienen dando los señores ganaderos, no pudo contener sus iras y se dio a protestar, primero, a voz en cuello, después, uniendo la acción a las palabras, destruyendo los anuncios de lámina que había en el tendido, arrojando los cojines, maderas y toda clase de proyectiles a la arena, cuando el cuarto toro, un manso perdido que había vuelto la cara vergonzosamente a los caballos, fue impuesto por la autoridad y por el cambiador de suertes, a pesar de la gritería enorme, de la bronca más grande que hemos visto en “El Toreo”. 
La actitud del público es explicable y justificada, puesto que, a pesar de que paga sus boletos al precio que se les fija, no se les cumple lo que los carteles ofrecen. ¿No hay toros de primera clase en las ganaderías? ¿Se acaba el ganado de lidia en México? ¡Vayan ustedes a saber; pero el caso es que, de seguir las cosas como van, la temporada fracasará irremisiblemente!... 
¡La Tragedia! 
Fue en el sexto, un retinto albardado, bien puesto de pitones, que se llamó “Michín”, donde se registró la tragedia que tiene luchando entre la vida y la muerte al bravo torero de Texcoco. Apenas salido el animal y sin esperar a que los peones lo fijaran – tal era su deseo de desquitarse ampliamente – Carmelo le largó un capotazo por abajo y al ejecutar una verónica de las suyas, es decir, ceñidísima y parando lo indecible, fue empitonado por el burel que, al derrotar, se lo pasó de un cuerno al otro, para arrojarlo a la arena, meterle la cabeza varias veces y arrastrarlo, porque, seguramente, el pitón estaba atorado en la ropa. ¡Momentos de intensísima emoción, de inenarrable angustia! Todos intentan hacer el quite, arrebatar su presa al burel que, codicioso, seguía tirando cornadas al cuerpo del lidiador, que fue recogido en grave estado por las asistencias y conducido a la enfermería…
Otra versión del hecho está en el libro Tres Décadas de Toreo en México, de Rafael Solana Verduguillo, también testigo del hecho y versa de la siguiente manera:
No esperó más Carmelo y sin ver un segundo capotazo, saltó a la arena… sin ver el estilo del toro, al ver solamente que era muy bravo, se plantó muy entablerado, casi a la puerta misma del burladero de matadores, para largar un capotazo por el lado izquierdo, sobre el que el toro se revolvió con la velocidad de un relámpago. Carmelo entonces se hizo arco para dejar pasar al bravo sandieguino en un lance por el lado derecho comprometidísimo; nuevamente se revolvió el toro con enorme rapidez, ganando terreno y entonces Carmelo, por más que estiró el brazo izquierdo, no pudo darle salida; ‘Michín’ lo prendió con el pitón izquierdo, por el muslo izquierdo, más arriba de la rodilla. 
Lo que la afición mexicana presenció en los siguientes segundos fue una verdadera pesadilla, un drama espantoso; jamás la fiesta de toros fue más sangrienta, jamás hubo en plaza alguna una cogida más impresionante; lo que ‘Michín’ hizo con Carmelo fue una verdadera carnicería, parecía un perro bravo destrozando una gallina, saltaban trozos de la ropa de Carmelo, de la ropa blanca y de la ropa roja… Los toros de San Diego siempre fueron sanguinarios con los caballos; pero esta era la primera vez que se veía a uno cebarse tan golosamente no en un cuadrúpedo, sino en un hombre. 
Era imposible hacer un quite; por más que los otros matadores y los subalternos luchaban, no conseguían que la atención del codicioso animal se separase por un solo instante de la víctima que estaba destrozando. La cogida duró más de un minuto y medio, y es la más larga que jamás haya habido… ‘Michín’ se pasaba al sangriento muñeco de trapo en que Carmelo se había convertido, de un pitón a otro, aunque siempre se pudo ver que el que usaba para herir era el izquierdo; solo lo alejaba de sí para tomarle nuevamente puntería y volver a herir… la cornada del tórax fue perfectamente visible; y la mayor del muslo se produjo también en una forma en la que todo el público la pudo ver; el toro se puso a Carmelo entre las patas, y bajó el pitón para arar con él sobre la carne viva del infortunado diestro, haciendo brotar un torrente de sangre...
Espeluznante debió ser presenciar la escena. Si la lectura de este par de relaciones es sobrecogedora, quiero suponer que haber presenciado en la plaza el hecho, debió serlo aún más, y es que aunque la Historia del Toreo de este lado del mar nos habla de percances graves, no nos refiere alguno donde el toro se haya encelado con tal fiereza con su víctima.

Los partes facultativos

El parte que quiero suponer previo, está en la crónica de Martín Galas y es de la siguiente guisa:
Durante el primer tercio de la lidia del último toro, ingresó a esta enfermería el diestro Carmelo Pérez, que presenta las lesiones siguientes: 
Herida causada por cuerno de toro en la cara antero – interna de la unión de los dos tercios, medio y superiores del muslo izquierdo, que interesó, tejido celular y músculos. Herida causada por cuerno de toro, en la cara posterior del hemitórax derecho, a la altura del noveno espacio intercostal y sobre la línea axilar posterior, penetrante de tórax. Otras tres heridas causadas por cuerno de toro: Una en el escroto, como de tres centímetros de extensión, que interesó piel y tejido celular; otra en la cabeza de la ceja izquierda, de un centímetro de extensión, que interesó piel y tejido celular; otra en el párpado superior del mismo lado, como de tres centímetros de extensión que interesó los mismos planos que la anterior. 
La herida del muslo tiene una extensión como de veintiocho centímetros. La del tórax, una extensión como de ocho centímetros. Las dos primeras lesiones son de las que ponen en peligro la vida. 
Además presenta contusiones dermoepidérmicas en diferentes partes del cuerpo…
Por su parte, Verduguillo, en su libro citado, expone un parte más elaborado, quizás redactado con posterioridad y sin la prisa que requiere la inmediatez de la crónica y que es del tenor siguiente:
Los médicos cirujanos que suscriben, encargados de la enfermería de la plaza El Toreo, dan parte a la autoridad que preside, de que durante el primer tercio de la lidia del sexto toro, ingresó a esta dependencia el diestro Carmelo Pérez con las siguientes heridas: 
Primera: Herida causada por cuerno de toro, de veinticinco centímetros de longitud, situada en el tercio medio e inferior de la cara interna del muslo izquierdo, interesando las partes blandas, faltando solo la piel para salir por la cara externa; descubrió las venas femorales y desgarró el nervio crural, destruyendo grandes porciones musculares. 
Segunda: Herida causada por cuerno de toro en el hemitórax derecho a la altura del noveno espacio intercostal, de nueve centímetros de extensión. 
Tercera: Herida contusa de tres centímetros en la región axilar, que interesó el tejido celular. 
Cuarta: Herida contusa de dos centímetros de extensión en la cabeza de la ceja izquierda, interesando el tejido celular. 
Quinta: Herida con desgarradura de la porción izquierda del escroto central de tres centímetros de extensión. 
Sexta: Varios varetazos en distintas partes del cuerpo. 
Pronóstico: El conjunto de las lesiones pone en peligro la vida del diestro.  
Curación: Bajo anestesia mixta amplióse la herida del muslo haciéndose una contraabertura en la cara externa; canalizóse con tubo de goma y taponóse con gasa yodoformizada la herida del hemitórax, suturándose las contusiones; inyectáronsele quinientos centímetros cúbicos de suero fisiológico, aceite alcanforado y adrenalina…
La recuperación de Carmelo Pérez fue lenta. Duró más de un año, porque en un principio al parecer se concedió poca importancia a la herida del tórax y fue la que generó mayores complicaciones y la que al final de cuentas vendría a costarle la vida.

Carmelo Pérez reapareció vestido de luces en El Toreo de la Condesa hasta el 4 de enero de 1931.

Pero dada la extensión que va adquiriendo, aquí dejo esto por hoy y espero concluirlo el día de mañana.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Detrás de un cartel (XV)

La confirmación madrileña de Juan Espinosa Armillita

Colección: Biblioteca Digital de Madrid
Juan Espinosa Saucedo fue el primer Armillita en alcanzar la dignidad de matador de toros. Su recuerdo en la memoria colectiva reside como parte de la mancuerna de extraordinarios hombres de plata que formó con su hermano Zenaido en la cuadrilla de su hermano menor Fermín, integrando una de las mejores cuadrillas que ha conocido la historia del toreo, sin embargo, su paso por los ruedos como jefe de cuadrillas tiene momentos interesantes que vale la pena traer al recuerdo.

Acerca de la carrera de Juan Armillita escribió Rafael Solana Verduguillo:
Es un buen torero fundido en los moldes antiguos, pero con mucha personalidad, no tiene la finura de Ortiz ni de José Flores, ni de Cayetano González, pero tiene mucho sentido del toreo. Es valiente, se pasa los pitones cerca; apunta un gran banderillero. 
Se abre paso Juan, con la cooperación de la mala suerte de Pepe Ortiz y las disipaciones de José Flores. Tiene Armillita un numeroso grupo de partidarios... 
Juan Espinosa Armillita fue el triunfador de esa temporada chica de 1924 y a principio de la temporada formal, la última del Califa de León, recibió la alternativa de manos de éste, con todos los honores. 
Buen torero Juan Armilla, se malogró a causa de una terrible cornada que recibió en una plaza española. Se hizo banderillero, y varios años estuvo en la cuadrilla de su hermano Fermín...
Es un breve resumen de su paso por los ruedos. Por mi parte, ya hice algunos apuntes biográficos en esta ubicación y por esta oportunidad me ocuparé de la confirmación de su alternativa española en Madrid.

La alternativa hispana

Si bien Juan Espinosa había sido doctorado por Rodolfo Gaona en El Toreo de la Condesa el 30 de noviembre de 1924, con la cesión del toro Costurero de Zotoluca en presencia de Antonio Márquez, al emprender el viaje a España, esa alternativa no le fue reconocida, razón por la cual tuvo que recibirla nuevamente en Talavera de la Reina el 16 de mayo de 1925. Le apadrinó Marcial Lalanda en festejo que torearon mano a mano. El ganado anunciado fue de Justo Puente, antes Vicente Martínez, pero las crónicas del festejo indican que el toro de la ceremonia fue de la señora Viuda de Ortega. De la actuación de Armillita esa tarde, para el Heraldo de Madrid, escribió lo siguiente Federico Morena bajo el seudónimo de Chatarra:
...El toro de tu alternativa – le anunciaron – pertenece a la Viuda de Ortega. 
Ese – respondió – es un accidente sin importancia. 
Y en efecto, aunque el toro no estaba para dibujos, como suele decirse, Espinosa le tomó de capa valerosamente y ciñóse con él en varios lances a la verónica que levantaron una tempestad de aplausos. 
– ¡Viva Mejico! – se oyó decir en las graderías. 
Cambiado el tercio, Espinosa tomó las banderillas. En esta suerte, al decir de los mejicanos, no tiene rival. Dicho queda que no permitía el astado florituras. Empero le clavó Armillita un par soberbio en las mismas péndolas. Fue algo así como un pequeño anticipo que plugo al rey del arponcillo hacernos en la fecha de su alternativa. 
La característica de la faena con el trapo rojo fue el valor, un valor frío, sereno, que le permitió sortear impávido los peligros de un bruto que no era ciertamente un dechado de nobleza; pero hubo además una serie de muletazos magníficos, oro de ley de 18 kilates. 
Y cuadró el toro. Armillita perfilóse sobre corto y avanzó con deseo de matar bien. ¿Qué importa si la espada quedó vertical y unas mijitas delantera? Así lo entendió, como nosotros, el pueblo soberano, que hubo de conceder al neófito el galardón supremo; la oreja de la víctima. 
Espinosa dio la vuelta triunfal y saludó en fin, desde los medios. 
Talavera de la Reina, la ciudad hidalga, había dado al toreo, a modo de cumplida reparación, un lidiador excepcional, ya que no, como Joselito, un lidiador único...
Grata impresión causó Juan Espinosa en su presentación en ruedos españoles, haciendo válida la publicidad que le precedió en la que se le anunciaba como el heredero de Gaona y dejó desde el inicio el interés de seguirle viendo por las posibilidades que apuntaba su hacer en los ruedos.

La confirmación en Madrid

La revalidación de la alternativa de Talavera se programó para el 20 de septiembre de ese 1925. Le apadrinaría Serafín Vigiola Torquito y sería segundo espada José Roger Valencia. El encierro que se anunció era de Florentino Sotomayor, de Córdoba. Al final solamente se lidiaron cinco de los inicialmente anunciados, puesto que uno de ellos se inutilizó en los corrales, siendo sustituido por uno de José Bueno, antes Albaserrada, que fue el que abrió el festejo y que se nombró Rebozado.

Varias son las crónicas del festejo que localicé y que detallan una lucida actuación de Juan Espinosa en esa señalada fecha. En primer término cito la que publicó el diario madrileño el Heraldo del día siguiente al del festejo, firmada por Ángel Caamaño El Barquero, que en lo medular dice:
Armillita. – Por ser la primera vez que le hemos visto ante los toros, cae dentro de nuestro sistema de no juzgar definitivamente por la primera exhibición. Vimos, sin embargo, en él cosas tan estimables, que aunque no repita merecen ser consignadas. Ellas son: vista para enmendarse capoteando a bueyes inciertos como el primero; dominio absoluto y grandioso del asunto banderilleril, demostrado con todas las excelencias en el primer par al cornúpeto que rompió plaza, y en el inmensísimo que clavó al último; inteligencia para medir las faenas de muleta (breves ambas, la una por mansedumbre de uno de los enemigos y la otra por acabamiento del otro) y decisión al meter el brazo de la espada. 
Quien hace todo eso, y en ello pone maneras y no se acobarda ni se duele en lances como el que le ocasionó el toro sexto, y, en fin, pisa tranquilamente la arena sin hacerse un lío ni ofrecer una vacilación, no es lógico emparejarle con la diosa casualidad. Al tiempo confiamos la afirmativa o la negativa. Esperemos pues...
La versión de quien firma como Rafael en el ejemplar de La Libertad aparecido el 22 de septiembre siguiente, es en el sentido que sigue:
El mejicano Armillita es de los pocos que ha venido a España modestamente, sin fantasías ni reclamos a la americana, para someterse al fallo del público y recibir su placet. Tomó la alternativa en Méjico de manos de Gaona, y luego, más respetuoso que muchos toreros nacionales con los prestigios de la plaza de Madrid, vino a que el público español rubricara su doctorado en la más importante de todas sus plazas, y aceptó para ello una corrida dura y difícil como suelen ser las del ganadero cordobés D. Florentino Sotomayor. Todas estas consideraciones debió tenerlas el público en cuenta, porque al hacer el paseo fue saludado el mejicano con cariñosas palmas de simpatía, que debieron quitarle el miedo, si es que lo tenía, a esa severidad que la leyenda adjudica a los aficionados madrileños. 
No fue la alternativa de Armillita todo lo brillante que hubiera podido ser, dadas las buenas condiciones que apuntó el muchacho; pero lo que no tuvo de brillantez ganó de efectividad para los efectos de comprobar la capacidad taurina del nuevo doctor. Luchando con toros difíciles, con el aire, que soplaba fuerte, y con ese natural azoramiento que producen todas las ceremonias, por sencillas que sean, logró Armillita ser ovacionado y dar la vuelta al ruedo después de la muerte del primer toro, un marrajo de D. José Bueno, grande y difícil, y ser aplaudido también en la muerte del que cerró plaza, así como en cuantos quites tuvo ocasión de hacer. 
Párrafo aparte merece su labor como banderillero. En la corrida del domingo demostró Armillita que si como torero es, después de Gaona, de lo mejor que ha venido de Méjico, con las banderillas puede emparejarse con aquel. Los tres pares que clavó al primer toro, uno de poder a poder, otro de frente y otro por los terrenos de dentro, fueron tres pares de maestro por la ejecución, el valor y la seguridad que demostró, ya que el toro no era una pera en dulce ni mucho menos...
En el sentido de que Juan Armillita demostró ser un avezado banderillero, también se pronunciaron Corinto y Plata en La Voz, Federico M. Alcázar en El Imparcial, César Jalón Clarito en El Liberal y M. Reverte en el ABC.

El encierro

La corrida a lidiarse no era de las consideradas fáciles. Como podremos leer a continuación, enfrentar los de Sotomayor tenía su dificultad añadida. Como ejemplo, recurro a la apreciación de Clarito, que para El Liberal del 22 de septiembre escribió:
Como ocurre más de una vez con las corridas «pregonadas», la de Sotomayor, que llevaba en los prados de la empresa desde el mes de abril, resultó punto menos que inofensiva. Sólo salió a la plaza un toro verdaderamente manso y de lidia peligrosa, por lo que se defendía y acechaba el momento de «hacer carne», y para eso no pertenecía a la vacada cordobesa; era un sobrero de D. José Bueno, que sustituyó a un inútil y que rompió plaza por respetar la absurda costumbre de que también con los sobreros se considere el turno de antigüedad... 
El Sr. Sotomayor ha encastado sus reses, hasta hace poco de media sangre miureña, con Parladé. Buen andaluz, hablará de las excelencias de los Miura ganaderos; pero luego, a la chita callando, irá «echando abajo» todo lo que en su vacada conserve las características de Miura, guardándose y reforzando lo que trascienda a Ibarra...
En ese año de 1925 Juan Espinosa inició su camino como matador de toros, mismo que andaría hasta el año de 1933, cuando cambiaría el oro por la plata y se integraría a la cuadrilla de su hermano Fermín, misma en la que permanecería casi hasta el final de su carrera.

Vuelvo a traer aquí algo que ya había citado y que escribió el biógrafo del Maestro Fermín, don Mariano Alberto Rodríguez, acerca de Juan Espinosa Armillita:
...Juan tenía el toreo en la cabeza y fue un eficaz peón de brega. Con los toros difíciles el capote de Juan fue látigo y tralla para domeñarlos, quitarles resabios, toreando sin enseñarles malas ideas. Solía cambiar los toros de tercio con el capote a dos manos, moviéndolo rítmicamente mientras se movía hacia atrás. En el sitio en que lo quería su matador entraba el capote de Zenaido y cortaba el viaje del toro. La colocación de aquella pareja de Juan – Zenaido fue única…
Juan Espinosa falleció en la Ciudad de México el 24 de mayo de 1964.

Aviso parroquial: Los subrayados en los textos transcritos son imputables exclusivamente a este amanunense, pues no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 3 de noviembre de 2019

Óscar Hernández Duque, médico de toreros

Autógrafo de Paco Malgesto
dedicado a la esposa del médico
Hoy en día están en la mira de la afición los médicos que atienden a los toreros. Las graves heridas sufridas en las plazas de Madrid y Zaragoza por Gonzalo Caballero y Mariano de la Viña ponen en valor el invaluable servicio que los facultativos hacen a los hombres que se juegan la vida delante de los toros y al conjunto de la fiesta en general.

Hoy quiero recordar a un médico que, por los azares de la vida, post – mortem, resulta ser parte de mi familia. Pero su tránsito por la fiesta no deja de ser trascendente. Gracias a su labor, muchos toreros pudieron seguir adelante con su andadura por los ruedos y muchos otros, sin pasar por lo que K – Hito llamara el taller de las reparaciones, tuvieron la oportunidad de iniciar una carrera dentro del llamado planeta de los toros, porque a más de ser médico, fue un gran ser humano.

El doctor Hernández Duque

Óscar Hernández Duque nació en Aguascalientes el 16 de julio de 1908, fue hijo de Atanasio Hernández Duque y Librada Medina. Estudió medicina en la Facultad de la entonces Universidad Nacional de México concluyendo sus estudios en el año de 1936 y desde su temprana juventud se aficionó a la fiesta de los toros, integrándose a uno de los primeros círculos taurinos de esta capital, el Rodolfo Gaona.

Casa en noviembre de 1938 con la señorita Isabel Jaramillo Mayagoitia y casi al tiempo asume la jefatura de los servicios médicos de la Plaza de Toros San Marcos, misma que dejaría hasta el año de 1968 mismo en el que falleció. Independientemente de sus funciones en el servicio de plaza, el médico Hernández Duque ejerció además como Presidente de la Cruz Roja, Médico de la empresa Productos de Maíz, Director del Sanatorio La Esperanza y se dedicó a la docencia en el Instituto de Ciencias (hoy Universidad Autónoma de Aguascalientes), llegando a ser Rector del mismo.

Algunos momentos de su paso por las plazas

La profesión del médico de plaza es complicada. Me consta porque mi padre lo fue. Don Óscar tuvo además en sus manos la integridad y la vida de los toreros en los días en los que los antibióticos eran bienes primero inexistentes y después escasos. Los heridos dependían de la habilidad y del profundo sentido de la asepsia del médico que los atendía para evitar primero, una infección que podría ser mortal y después, esperar una intervención adecuada a las condiciones de la herida sufrida, para poder retornar a la actividad en un tiempo razonable.

Óscar Hernández Duque es uno de esos médicos que se tuvo que enfrentar a la otra muerte en el ruedo. El 1º de enero de 1940 toreaban en la Plaza de Toros San Marcos a caballo Conchita Cintrón, Jesús Solórzano y Alberto Balderas reses de Matancillas. El sobresaliente era el novillero hidrocálido Juan Gallo. En el quinto toro de la tarde, El Rey del Temple permitió al sobresaliente hacer un quite. Al iniciarlo, el toro lo prendió por la entrepierna y al soltarlo el toro de inmediato se observó que brotaba un chorro intermitente de sangre. Fue llevado a la enfermería. Tras de la primera intervención fue trasladado a la Cruz Roja donde se continuó la lucha por su existencia.

Juan Gallo falleció a las 9:45 horas del día seis de enero de ese 1940. El parte facultativo firmado por don Óscar decía:
...ayer a las nueve horas con cuarenta y cinco minutos falleció por herida por cuerno de toro en muslo derecho, toxemia, con destrozo de femoral, en la Cruz Roja el señor Juan Gallo, soltero, mexicano, de veintinueve años de edad…
También tuvo la necesidad de atender a toreros como Ricardo Balderas, Rafael Rodríguez, al norteamericano Rocky Moody quien años después perdiera una pierna a causa de una cornada, a Calesero, a Gregorio García, a Raúl García y a Pepe Luis Vázquez mexicano entre otros.

Y todo esto lo hacía de una manera curiosa. La infraestructura hospitalaria en Aguascalientes era escasa en esos entonces. Como él y doña Isabel no tuvieron hijos, en su casa de la calle Pedro Parga número 122, adaptó una de las habitaciones para atender allí a los toreros heridos después de haberlos intervenido hasta su total restablecimiento.

Su reputación ante los medios

José Jiménez Latapí Don Dificultades, escribió esto acerca del doctor Hernández Duque y de los médicos de su tiempo y que a fe mía, vale aún para los de hoy:
…diremos que lo único que no da olor a letrina en la fiesta de los toros es el servicio médico de plaza, y de fuera de ella; el servicio médico a los toreros, a la gente del toro… Lo único que se ha salvado de la porquería es eso, el servicio médico de la plaza, que siempre tiende la mano franca y abierta al rico y al pobre; al vencido y al vencedor. Ahí, en donde está el palco o el burladero de los santos laicos, se detiene la ola de inmundicia que cada día más trata de ahogar a esta fiesta tradicional y racial que es la de los toros… ¡Los médicos de plaza! ¡Quién ha sido capaz de llevar la cuenta de la gente salvada por ellos? El actual servicio, jefaturado por Rojo de la Vega e Ibarra tiene ya más de siete lustros dando servicio, desde que un empresario, hombre cabal, con sentido humano, que es ya casi divino por lo escaso, lo nombró. Me refiero al ex – empresario Dr. Jesús Luna Echeagaray. La roja figura de don Pepe y la magra de don Javier tienen ya todo ese tiempo en la plaza… A ellos, a Rojo y a Ibarra, representando a todos los médicos de plaza de la República les queremos rendir el homenaje antes dicho… al santo Mota Velasco y Pérez Lete en Guadalajara; a Gaspar Rubio en Morelia; a Hernández Duque en Aguascalientes; a don Pepe Contreras en la blanca Mérida… Y a los que no lo son y sin embargo de ello, llevados por su afición, por su amor a la fiesta y a la profesión médica operan y curan de enfermedades no profesionales no solo a los toreros, sino a la gente del toro… 
Como se puede ver, desde hace casi seis décadas, se reconocía la vocación del médico del servicio de plaza, que va más allá del mero servicio profesional, que implica el entregarse en cuerpo y alma al beneficio de aquellos que se someten a la atención de quienes prestan esa clase de servicios.

El testigo

Mal está que uno hable en primera persona, sobre todo cuando se trata de asuntos propios. Pero en esto que nos ocupa, hay razón para hacerlo. Mi padre fue el médico personal de don Óscar Hernández Duque quien falleció el 14 de septiembre de 1968 y fue también quien recogió el testigo en la jefatura de los servicios médicos de la Plaza de Toros San Marcos, donde permaneció un par de años a cargo.

En conclusión

El médico de plaza no es solamente un profesional especializado. Es una persona que transmite ánimo e ilusión a quienes salen al ruedo a jugarse la vida y representan con su mera presencia en su contraburladero, un sentimiento de seguridad en el sentido de que si las cosas se tuercen, allí estarán ellos para tratar de llevarlas a buen puerto.

En alguna oportunidad, por razón de un cargo público que ocupé, le dije a un amigo y condiscípulo torero espero no tener que servirte y él me contestó que esa es exactamente la respuesta que los médicos de las plazas les dan cuando les saludan en los patios de cuadrillas, pero me decía, resulta siempre un gran alivio saber que allí están, siempre a la orden.

Nota aclaratoria 1. - Transcripción del autógrafo de la imagen: “Con todo mi respeto para la esposa de un Médico, Médico de toreros y por eso un hombre casi superior. Paco Malgesto. 1945”

Nota aclaratoria 2. - Los subrayados en el texto de Don Dificultades son obra de este amanuense, pues no aparecen así en su versión original.

Aldeanos