domingo, 27 de enero de 2013

En el Centenario de José Alameda (XI)

Rodolfo Gaona
(El original está bordado en hilo)
Las razones que me hicieron parar abruptamente el pasado año, no me permitieron terminar esta serie de colaboraciones, pero es un tema que nunca pensé dejar inconcluso. Ahora, se traslapa el CXXV aniversario del natalicio de quien en el concepto de Alameda, universalizó el toreo, el llamado Califa de León de los Aldamas, Rodolfo Gaona y me permite, aunque apartándome del plan que me había trazado originalmente, continuar con el camino ya iniciado y recordar a quien es considerado uno de los más grandes toreros que este país ha dado.

El texto que me permite llegar a ese recuerdo compartido está en el libro autobiográfico de Alameda, titulado Retrato Inconcluso, mismo en el que el escritor nos narra lo que fuera su infancia, su paso por la Universidad, sus primeros encuentros con la Fiesta de los Toros y su profundo interés por la literatura y por ser considerado, más que un cronista y escritor de toros, un literato.

El texto en cuestión es el siguiente:

Gaona y la “gripe”  
En San Sebastián conocí a Rodolfo Gaona. Había ido mi familia a pasar una temporada de verano. Pero resultó una temporada corta y amarga, pues sobrevino la epidemia de lo que en Europa llamaban “influenza española”, – aunque nos la despacharan también con aquel nombre francés. "gripe" – y estuvo a punto de diezmar a la población. Mi primo Pepín, hijo de José María Fernández Clérigo, el hermano mayor de mi padre, fue una de las víctimas.  
Aunque San Sebastián es la capital de Guipúzcoa, no me llevaron al “jai alai”, pero sí a los toros. Y vi a Rodolfo Gaona.  
Lo recuerdo poco de la plaza, donde una lluvia fina y persistente – el “siri – miri” cantábrico, “chipi – chipi” se le dice en México – lo desdibujaba todo. Pero mucho de cuando lo vi en la calle, pues llegó a buscar a mi padre, de quien era buen amigo, y como estuviéramos para salir, nos fuimos con él un buen rato por la ciudad.  
Sin ser alto, su singular gallardía, su paso armónico y algo que había en él como de actor que añora el escenario, le atraía las miradas.  
Como torero le conocí bien después, en México, donde, ya retirado él, hicimos una gran amistad y alguna vez vino a un tentadero para que yo le viera torear. Y toreó maravillosamente. En la plaza de tienta, es difícil conocer el carácter del hombre, pero se puede conocer todo, o casi todo, de la calidad del artista.  
Tiró de una vaquilla remisa, trayéndose el capote de la línea de la cadera hasta el pecho, al mismo tiempo que alternativamente lo movía, breve, a derecha e izquierda, con un balanceo tan rítmico, que la becerra, primero enfadada, iba luego atónita tras el señuelo. 
Arrojó la capa. Requirió la espada. Y dibujó cuatro pases naturales, con el vuelo de la muleta lamiendo la arenilla de la plaza. Se complacía en hacerlo “a la moderna”, incorporando todas las afinaciones advenidas al toreo después de él. Con lo que corroboró algo que para mí no tiene duda: cualquiera de los grandes toreros de otra época, lo hubiera sido también en esta. Cambian en el toreo los modos, no la esencia.  
Luego, me acerqué a Rodolfo y le dije:
Cuentan que hacía usted muy bien la larga cordobesa. 
 
Me miró de soslayo, entre irónico y cordial y me espetó:
¿También quieres toreo a la carta? 
 
Pero tomando de nuevo el capote, fuese hasta la becerra y lo tendió ante ella, como el jugador que abre en abanico la baraja, sosteniéndolo tan sólo con la diestra. Pisó con el boto derecho sobre la tela, para encelar a la res y, cuando ésta vino, fue cosa de ver el juego armónico de las piernas – “como el astro, sin apresuramiento, pero sin retraso” – el de la muñeca que en giro lento y apretadísimo, llevó la capa al hombro, convirtiéndola en manto, mientras, a la espalda, el vuelo del percal conducía embobada a la vaquilla.  
Pero aconteció que, por recrearse Rodolfo en la suerte, hubo una demora en el último tiempo; y la res, al sentirlo, se revolvió e hizo de nuevo por él, obligándolo a reponer su terreno. Elástico Gaona, no sólo recobró la distancia, sino el porte. Y con igual armonía, pero acendrada por lo obligado del trance, repitió la suerte. Suerte bellísima, en la que el azar exigió un grado de afinación como pocas veces puede verse. Larga forzada, sin forzamiento alguno. “Pasos no hacía Apolo tan medidos”...

Así es como Alameda nos cuenta la manera en la que vio a Gaona por primera vez y cómo le conoció después. Aproximadamente en un mes, espero concluir con esta tarea que me he impuesto. Espero que disfruten de esta narración como yo lo he hecho.

domingo, 20 de enero de 2013

13 de enero de 1974: Jesús Solórzano (hijo) y Fedayín de Torrecilla

Jesús Solórzano (hijo)

La pasada semana se me presentó un conflicto con las fechas. Se acercaron demasiado el aniversario del natalicio del Rey del Temple y la efeméride que hoy comento, así que aplicando a esta materia aquél principio general del Derecho que establece que el primero en tiempo… y que es más o menos el mismo que informa el principio de la antigüedad en la tauromaquia, cedí el paso al padre y hoy me ocupo del hijo.

En algún otro sitio de esta Aldea había señalado que Jesús Solórzano Pesado pertenece a una generación de toreros que bien pueden ser considerados los hidalgos – hijos de algo – de la torería mexicana. Su padre, lo decía la pasada semana, es una de las columnas fundamentales de nuestra Edad de Oro y él sin duda es uno de los fundamentales en lo que, con todo el compromiso que implica – Benjamín Flores Hernández dixit – me atrevo a calificar como nuestra Edad Moderna. Su decisión de hacerse torero, se la contó así a Carmelita Madrazo:

Me hice torero porque comprendí que lo más bello de la vida era torear un toro como mi padre lo había hecho. Desde niño supe ponerme un traje de luces y jugaba a los toros con José Escutia, quien entonces era el chofer de mi abuela. Mi padre jamás me obligó o entusiasmó a que yo fuera torero. Más bien, todo lo contrario. Recuerdo que el día que le dije que quería ser torero, puso el grito en el cielo, diciéndome que estaba totalmente loco. Se lo dije enfrente de Arruza, y los dos me dijeron horrores. Pero yo estoy completamente convencido, que en el fondo de sus corazones a los dos les fascinó la idea…

Las plazas y su historia

Creo que no incurro en ninguna exageración si afirmo que la temporada 1973 – 74 marcó la historia de la Plaza México con tres grandes hitos: La gravísima cornada que Borrachón de San Mateo infirió a Manolo Martínez y que le hizo ingresar clínicamente muerto a la enfermería; la triunfal despedida de los ruedos de Luis Procuna y la gran faena que el 13 de enero de 1974 realizara Jesús Solórzano al toro Fedayín de Torrecilla, en tarde en la que alternaba con Eloy Cavazos y Mariano Ramos y que es la que da la ocasión para que yo esté aquí por ahora.

La historia de las plazas de toros se escribe a partir de los hechos que los toreros escriben frente a los toros sobre su arena. Algunos serán gloriosos, otros estarán firmados con sangre, muchos más tendrán tintes épicos, pero todos ellos construirán la trama de una relación viva que a través del tiempo dejará constancia de que son escenarios vivos, órganos de la comunidad en la que están enclavados y para la que en una armonía bien entendida, son puntos necesarios de confluencia y de convivencia.

Jesús Solórzano y Fedayín

Algunas informaciones de prensa de la época, sugieren que se tenían dificultades para cerrar el cartel del 13 de enero de 1974, sexta corrida de la temporada. Creo importante señalar que en esos días la ganadería de Torrecilla era una de las que los diestros más importantes se disputaban para lidiar sus toros y en consecuencia, sus encierros, en la Plaza México, eran los que las figuras mataban. Al parecer iban fijos Eloy Cavazos y Mariano Ramos, pero el tercero en discordia era la complicación. Al final, la empresa (DEMSA), se decidió por llevar a Jesús Solórzano, que iría como segundo espada.

Jesús Solórzano (hijo)
Ya arrancado el festejo, la corrida no dejó mal la fama de su divisa, aunque la falta de fuerza de los toros no permitió el lucimiento de los toreros ante la mayoría de ella. Y es que en ese año de 1974 el campo mexicano estaba convulso, agitado por una nueva implementación de la legislación agraria que regía en esos años, que afectó grandemente a la crianza del toro de lidia, lo que en ese tiempo y en el venidero, tendría consecuencias que aún no han sido debidamente justipreciadas.

El quinto toro de esa tarde fue llamado Fedayín – al socaire de las circunstancias políticas internacionales del momento – y le tocó en suerte a Jesús Solórzano hijo. Ante ese toro, Jesús Solórzano Pesado escribiría uno de los capítulos más trascendentes de la historia de la Plaza México.

Recurro al testimonio de Carlos León, quien en su sección titulada Cartas Boca Arriba, publicada en el desaparecido diario Novedades de la Ciudad de México – 14 de enero de 1974 –, dirigía en forma epistolar, a algún destacado personaje de la vida nacional o internacional, la crónica de la corrida en un tono a veces jocundo y casi siempre mordaz:

Con Chucho “Superstar” renació el toreo estelar: Dos orejas 
Sr. Don Lucas Lizaur
El Borceguí
Bolívar 27
México 1, D.F. 
En la Plaza México, el domingo 13 de enero de 1974 
Jesús Solórzano II, que inesperadamente entró al cartel como con calzador, parecía que iba a ser El Ceniciento de la tarde; un simple “arrimado”, marginado en un rincón de la cocina mondando patatas, mientras otros se despachaban el caldo gordo con la cuchara grande. Pero resultó que el “arrimado” salió a arrimarse, que es, si no lo primordial, sí indispensable para pisar fuerte. Pues, como tu bien sabes, esto del oficio del toreo es como un remendón poniendo medias suelas: Unos le dan al clavo y otros se destrozan los dedos… ¿Qué fue lo que hizo Chucho para armar la que armó y colocarse, de golpe y porrazo, en un sitial que nunca había tenido? Pues muy sencillo: Volver los ojos hacia el toreo de antaño, al toreo clásico, al torear rondeño. En vez de dejarse llevar por el camino herético de la supuesta e iconoclasta “Escuela Mexicana del Toreo”, retornó a la verdad y a la naturalidad, a la pureza de procedimientos, a la estética desahogada. Y con eso tuvo para abrirle los ojos al público, que en una revelación volvía a ver los viejos moldes que creían haber roto los falsos profetas… Por supuesto que, en esto del toreo, como en el bien calzar, cada quien necesita un ejemplar “a su medida”. Ni chicos que le aprieten, ni otros que le vengan grandes, para que el asunto camine. Ni duros, como los de anca de potro, a los que hay que amansar, pues normalmente, entre la torería moderna, se sienten más a gusto con los que ya vienen amansados… Pero Chucho, a la inversa del popular slogan, es un joven con ideas antiguas, con la añeja solera de su padre, el “Rey del Temple”. Si bien con el capote anduvo desdibujado – lo estuvieron todos –, en lo demás, hasta en adornarse en banderillas que ya casi nadie las clava, hizo una faena de “las de ayer”, un trasteo de los que quitan años de encima, con muletazos y buenas maneras de otras épocas. Todo lo gris que había estado en su primero, fue luminosidad con este quinto toro, que en mala hora bautizaron “Fedayín”, nombre aborrecible para personas civilizadas. Para tan bella faena, pocas nos parecieron dos orejas y dos vueltas al ruedo. Pero eso era lo de menos, había resucitado el bien torear y eso nos llenaba de regocijo…

La crónica de Carlos León resalta el valor intrínseco y esencial de la faena de Jesús Solórzano a Fedayín, la pureza en su trazo y en los procedimientos que utilizó y que no resultan ser más que el reflejo de una tauromaquia concebida a partir de la naturalidad en su ejecución y en una técnica muy depurada en su concepción. Es por eso que el cronista, al describirla, la señala como una “faena de las de ayer”.

Cinco años después del hito, en el programa de televisión Toros y Toreros que en ese entonces (1979) conducían Julio Téllez, Luis Carbajo y José Luis Carazo Arenero, se proyectó el vídeo de la faena y lo comentó el propio Jesús Solórzano, quien entre otras cuestiones dijo sobre ella lo siguiente: 

Esa tarde era de mucho compromiso, el único vestido que tenía para estrenar era ese y yo me dije: “o me retiro de los toros, o me compro más vestidos…”, me la estaba jugando al todo por el todo… son faenas que te ponen en tu sitio y que te dan aire para caminar… no podía yo fallar con el toro, todo lo que tenía que hacer era muy pensado, ya después te vas gustando, te olvidas de todo y te entregas al placer de torear… había que darle la pausa al toro, dejarle respirar… mi toreo tiene la influencia de la buena tauromaquia… hoy me doy cuenta de lo grande que puede ser la amalgama de las suertes que tiene el toreo… los toreros hemos perdido mucho porque estamos haciendo un toreo estándar, un toreo igual… esta faena recurre al toreo clásico, se inspira por ejemplo en Pepe Luis Vázquez, Manolo Vázquez, Paco Muñoz… lo de ahora es muy bueno, pero con lo de ahora y lo de antes, hay que hacer algo mejor…

Jesús Solórzano (hijo)
Apunte de Pancho Flores
Como se aprecia, a un lustro de distancia, Jesús Solórzano distinguía, creo que sin petulancia, el valor de su obra ante Fedayín, y establecía las líneas divisorias entre el toreo puro y lo que se pudiera considerar el toreo moderno. No se mostraba refractario a lo que algunos han dado en llamar la evolución del toreo, pero sí dejaba bien claro que las bases fundamentales de la tauromaquia son inamovibles, que son esenciales y cualquier modificación que se plantee, ha de ser a partir de ellas.

La leyenda de Jesús Solórzano Pesado no se constriñe solamente a Fedayín. Los capítulos de su historia en la Plaza México llevan también nombres como Bellotero, Pirulí, Sardinero o Billetero y aunque el epílogo pareció escribirse en ese ruedo el 8 de marzo de 1992 con un toro de nombre Joronguito, de vez en cuando se calza la guayabera y la calzona y se amarra los zahones para dejar en los ruedos lecciones de una torería que no se debe perder.

Concluyo con esta reflexión que sobre el torero hace Leonardo Páez:

Estilista, entendido no sólo como el torero de refinado estilo sino, más ampliamente, como el diestro poseedor de un estilo acentuado, interesante, distinto, capaz de provocar en las masas la necesidad de acudir a verlo cada vez que es anunciado…

El vídeo de la faena

Lo pueden apreciar en esta localización

La faena en sí corre del minuto 16:13 al 27:10 y tiene un agregado interesante, que es la faena al novillo Bellotero – del que me he ocupado aquí antes  –  que corre del minuto 6:02 al minuto 15:07.

Pertinente aclaración: Los resaltados en la crónica de Carlos León son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en el original.

domingo, 13 de enero de 2013

El Rey del Temple y Revistero de Aleas

Jesús Solórzano
El Rey del Temple

El pasado jueves, 10 de enero, se cumplieron ciento cinco años del natalicio, en Morelia, Michoacán, de Jesús Solórzano Dávalos, uno de los toreros mexicanos que integraron lo que con justeza puede ser considerada la Edad de Oro del Toreo en esta vertiente del Atlántico. Jesús Solórzano recibió la alternativa en El Toreo de la Ciudad de México el 15 de diciembre de 1929, de manos de Félix Rodríguez, que le cedió al toro Cubano, de Piedras Negras, en presencia de Heriberto García. Viaja a España el año siguiente y renuncia a ese doctorado, presentándose en Madrid como novillero el 20 de julio de 1930, dejando una muy buena impresión, lo que le lleva a recibir una segunda y definitiva alternativa en Sevilla, el 28 de septiembre de ese calendario llevando como padrino a Marcial Lalanda y de testigo a Cayetano Ordóñez Niño de la Palma, siendo el toro de la ceremonia Niquelado, de Pallarés Hermanos.

Jesús Solórzano fue un torero que desde sus inicios – su quinta novilleril se integró con toreros como Carmelo Pérez, Esteban García y Carnicerito de México – se distinguió por la naturalidad con la que realizaba el toreo y por la forma en la que templaba a los toros, razón por la cual, pronto fue apodado El Rey del Temple, apelativo que le seguiría durante toda su trayectoria en los ruedos y en la vida.

Confirmó su alternativa sevillana el 6 de abril de 1931, con el toro Espartero de Bernardo Escudero, previa la cesión de trastos que le hiciera Nicanor Villalta ante el testimonio de Joaquín Rodríguez Cagancho y Francisco Vega de los Reyes Gitanillo de Triana y en ese mismo calendario, el domingo 7 de junio, tendría una de las más grandes actuaciones que diestro mexicano alguno haya firmado en Madrid, cuando alternando con Valencia II y José Amorós, enfrentó una corrida de la ganadería colmenareña de don Manuel García, antes Aleas. Es la tarde en la que le corta las dos orejas al toro Revistero, tercero de los corridos ese día.

La versión de Federico M. Alcázar

En el semanario Crónica, Madrid, junio 1931
El primer testimonio al que recurro para recordar el suceso, es el de Federico M. Alcázar, publicado en el diario madrileño El Imparcial, del martes 9 de junio. La crónica de Alcázar es lo que los escritores de hogaño llamarían una crónica de concepto. No abunda en los detalles de la faena del Rey del Temple, sino que, intentando transmitir a sus lectores la sorpresa que le produjo la magnitud de la obra que presenció en el ruedo de la Carretera de Aragón, más bien pretende expresarles la impresión que aún lleva, considerando que por la Ley del Descanso Dominical vigente, tuvo más tiempo para escribir y no lo hizo a matacaballo inmediatamente después de la corrida. Lo más destacado de la crónica de Alcázar es lo siguiente:

Ha terminado la corrida y todavía no hemos salido de nuestra sorpresa, mejor dicho, de nuestro asombro. La faena de Solórzano al tercer toro ha sido un deslumbramiento. Mucho esperábamos del torero mejicano, pero la realidad ha superado nuestras esperanzas. Creíamos en su valentía, en su magnífico estilo de torero, en sus excelentes condiciones de matador y esperábamos el momento, no de la revelación, porque ya se reveló como novillero, sino de la faena de su consagración. Para nosotros era una cosa prevista, prevista y descontada. Era cuestión de fecha. Lo que no creíamos, debemos confesarlo lealmente, lo que no esperábamos, lo que no habían previsto nuestros cálculos, es que una tarde se remontara a las cumbres más altas de la inspiración torera y realizara una de las faenas más acabadas y perfectas de la historia en estos últimos quince años. Dice un poeta que las montañas sólo se unen por la parte más baja; lo más alto se eleva solitario al infinito. Así ocurre con las faenas que marcan una fecha y quedan como punto de referencia... ¿Cómo ha sido?, preguntará el lector impaciente. Ya he dicho en otra ocasión que los momentos de más sublime y gozosa emoción, son por su misma naturaleza inefable, intraducibles en palabras, inexpresables en imágenes. Hasta la hipérbole, tan socorrida otras veces, no nos sirve, porque la grandeza de la faena excede los términos de la ponderación. Ha sido algo tan asombroso, tan definitivo, que su recuerdo parece un sueño más que una realidad. Está tan viciado el toreo, tan mixtificado el estilo, tan corrompido el gusto, tan falseada la fiesta, que cuando nos encontramos con una faena como ésta, sentimos la misma alegría gozosa que el pueblo israelita al pisar la tierra de promisión... Para describirla tenemos que prescindir de toda esa visión amanerada y violenta, ramplona y cursi, del toreo de oralina y encajarla en las definiciones clásicas del arte del toreo. Clásica por su factura, por su porte, por su rumbo, la faena de Solórzano es un modelo de bien torear. Por las circunstancias, por el momento, por la época, es un punto de referencia, una cima ideal de suprema belleza clásica. Eso es el toreo; así se torea, esa es la verdadera escuela del arte. Cuando algún curioso nos pregunte cómo se ha de dar el pase natural, le remitiremos a esta faena memorable de Solórzano en la Plaza de Madrid... Cuando termina la corrida, un significado belmontista comenta la faena diciendo: «Ese toro va a ser el mejor toreado que se arrastre esta temporada»... «¿Esta temporada nada más?», preguntamos... Un gesto de duda, que es más expresivo que las palabras, corta el diálogo...

Como vemos, Alcázar llega incluso al riesgo de calificar la faena de Solórzano a Revistero, como la mejor de la temporada – que apenas mediaba – y quizás la de muchas más.

Cómo fue que vio la corrida Corinto y Oro

Una segunda versión de lo sucedido el 7 de junio de 1931 es la de Maximiliano Clavo Corinto y Oro, publicada en La Voz, menos abundante en impresiones, algo más concentrada en los detalles y que repara – importante detalle – en la presencia y comportamiento del toro y dejando ver además, que conoce en alguna medida la importancia de Solórzano en el medio taurino mexicano. Extraigo de la crónica de Corinto y Oro esto:

La tarde en que el año pasado debutó Jesús Solórzano en la plaza «grande» tuvo una actuación tan brillante, que mereció este título en la crítica del revistero que suscribe: «Solórzano; la estatua que torea». La estatua volvió ayer a manifestársenos en toda su original pureza de arrogancia, quietud, sabor y gesto estético... Los acontecimientos han surgido, traídos de la mano por la lógica. Solórzano arma recientemente un alboroto en Barcelona, repite en Granada, en el Corpus, y ayer, en Madrid, en la renovación del abono, acaba de consagrarse... Entra el tercero en escena. Es un «mozo» y es colorao retinto, más «Colmenar» que el arrastrado. Se acerca el momento cumbre de la corrida. ¡Ya está! Solórzano busca al retinto, le ofrece el capote con firmeza y se le escapa. Otra tentativa, ya sin dejarlo escapar. Tres lances maravillosos y una preciosa serpentina entre los mismos pitones arrancan una ovación e inician el alboroto. Otros tres lances con los pies clavados y juntos y media verónica formidable. ¡Qué bien torea este «Chuchito»! El bicho, voluntario, tardea; pero tiene buen estilo. Ahora viene un tercio de quites que se recordará toda la temporada... El público, frenético de entusiasmo, obliga a los tres matadores a salir a los medios montera en mano. (¡Viva la fiesta española!) Solórzano coge los palos y se banderillea al colmenareño con tres pares por la cara, el segundo, gramaticalmente monumental. El alboroto sigue sin interrupción, para verse inmediatamente coronado por una faena que es un asombro de valor y arte... La ovación y los olés puede que se oyeran hasta Chapultepec. Dos pinchazos superiorísimos, en los que el diestro se va tras la espada; un estoconazo y el toro rueda. Ovación inenarrable, la oreja y vuelta al ruedo entre merecidas aclamaciones. También al colmenareño se le da la vuelta al redondel. Esta decisión – ¿de quién ha sido esta decisión? – es un poco arbitraria, porque el toro, aunque muy dócil, ha embestido realmente obligado por el torero. El toro no ha sido de bandera ni mucho menos; el que ha sido de bandera es el nuevo embajador de la tauromaquia mejicana, al que sin reservas lo ha proclamado el público figura del toreo…

El recuento de Federico Morena

Así lo vio Roberto Domingo
(La Libertad, Madrid, 9/06/1931)
Dejo al final la primera crónica que apareció, la del Heraldo de Madrid, firmada por Federico Morena y salida a los quioscos la noche del 8 de junio. Es esta la que más abunda en detalles – desde proporcionar el nombre del toro – y también en establecer una comparación que los demás no hacen, en el sentido de establecer que la tauromaquia de Jesús Solórzano es similar a la de Antonio Márquez. No obstante, coincide con las dos anteriores, en la grandeza de la obra del moreliano y difiere con la de Corinto y Oro en dos aspectos, primero, en el número de apéndices otorgados y después, en el hecho de la concesión de la vuelta al ruedo al toro, que según Morena no se otorgó y según Maximiliano Clavo sí, pero de manera indebida.


La relación que hace Morena repara además en un hecho que parece que se repite a través de los tiempos. La selección del ganado según la conspicuidad del diestro que enfrentará y por lo visto, en ese verano madrileño Valencia II, José Amorós y Jesús Solórzano tenían que mucho que justificar tanto a la cátedra como al resto de la afición española. De esta última crónica extraigo esto:

En la Academia de Tauromaquia - vulgo Universidad taurina de la carretera de Aragón - hubo ayer, en la tarde, sesión solemne. El ilustre doctor mejicano D. Jesús Solórzano ha ocupado, con el ceremonial de costumbre, el sillón que en la docta casa – casa sin tejado, pero con tejadillo – dejó vacante, por renuncia, el insigne D. Antonio Márquez… El recipiendario explicó prácticamente una magistral conferencia de tema de tanta monta en tauromaquia como «El valor, el temple y la naturalidad». El nuevo académico recibió muchas y muy enardecidas felicitaciones… Quiere decir esto, bien traducido, que Solórzano ha triunfado plenamente en la primera plaza de la República. Y como yo creo que la función del crítico es hacer justicia y dar a cada uno lo que es suyo, sin detenerse a averiguar en qué tierra, próxima o apartada, indígena o exótica, rodó la cuna del torero, digo y proclamo a los cuatro vientos de la celebridad que Jesús Solórzano, el flamantísimo matador de toros mejicano, se colocó ayer en las avanzadas de la torería por méritos indiscutibles y generalmente reconocidos que contrajo en la lidia y muerte del toro «Revistero», colorao, número 96, de la ganadería colmenareña de D. Manuel García, antigua y famosa vacada de D. Manuel Aleas… «Revistero» fue un toro. Un toro con la edad y el peso reglamentarios. No fue uno de esos toretes al uso del campo de Salamanca – y a veces también del campo andaluz –, criados expresa y deliberadamente para que los conspicuos de la tauromaquia se enriquezcan con el menor riesgo posible. ¡Un toro! Siquiera no mereciese los honores de la vuelta al ruedo. Salió con muchos pies, y un peón excelente, conocedor como pocos de su arte, el gran «Rerre», lo prendió en la punta de su capotillo y tiró de él en zig – zag portentoso, matemático, desde los medios hasta el tercio. Y allí pasó «Revistero», sin brusquedades, en una solución de continuidad perfecta, del capote de «Rerre» al capote de Solórzano. Y al grito entusiasta y justiciero que decía «¡Así se torea a punta de capote!», hubo de suceder otra voz fervorosa e igualmente justa: «¡Así se torea a la verónica!»... lances largos, templadísimos; bien cargada la suerte; las manos bajas – que no es vicioso el procedimiento, aunque yo prefiera, en esta como en todas las suertes, la naturalidad –; el pecho fuera, sobre el balconcillo del capote y el mentón clavado en el pecho para ver pasar «todo» el toro... Una media verónica finísima, elegante, majestuosa, de la escuela de Antonio Márquez – llevaba el sello característico, inconfundible –, y al rojo vivo los entusiasmos populares... Solórzano cogió las banderillas. Había que redondear la lidia tan admirable tan admirablemente comenzada... Jesús colocó tres pares al cuarteo citando sobre corto y casi sin salida. Valor y dominio de la suerte... Así llegamos al gran momento. El toro, en el tercio del 2. El espada avanzó despaciosamente a su encuentro, la muleta en la diestra mano. «Revistero» escarba en la arena y retrocede. Inquietud en el público. ¿Tendremos toro? El espada citó de nuevo. Se arrancó el toro suave y la muleta peinó los lomos de la res y salió por la penca del rabo. Se revolvió el toro y Solórzano se lo echó por delante en un gran pase cambiado por arriba que arrancó las primeras exclamaciones de asombro. Otro pase por alto, con colada. Y la muleta a la zurda. El toro tardo en la embestida. El torero adelantó la muleta bravamente para provocar la arrancada. Y se llevó prendido a «Revistero» en un buen pase al natural, que ligó con el de pecho, magnífico. (Ovación)... Una serie de tres naturales... la mano del torero deslizóse suavemente, templadamente y la figura del torero no perdió un solo instante la naturalidad, cosa esencialísima y en la que el público, el gran público, apenas para mientes... la muleta, vencedora, triunfante, volvió a la derecha para dibujar unos pases muy toreros. Y en un instante en que el toro se arrancó brusca e inopinadamente, se libró el espada del embroque jugando con soberana habilidad la mano zurda para ganar la acción a «Revistero» y echárselo otra vez por delante en un pase de pecho que levantó en el graderío murmullos de admiración... Tres veces entró a matar. Las tres sobre corto y sin separarse un milímetro de la línea recta. Dos pinchazos magníficos y una estocada corta superior. Toda la faena fue coreada por el público, y cuando el toro dobló, millares de pañuelos se agitaron en el aire. Y no volvieron a los bolsillos hasta que el espada cortó las dos orejas del noble animal... Entonces estalló una verdadera tempestad de aplausos... ¡Salud, Solórzano ilustre!...

En el semanario Mundo Gráfico, Madrid, junio 1931
(Foto: Alfonso)
Es así como fue contada a la afición de Madrid y de España una de las páginas brillantes de la historia del toreo.

Concluyendo

El paso en los ruedos de Jesús Solórzano no solamente está señalado por la tarde de Revistero. También la gloria le llegó con los nombres de Granatillo, Redactor, Cuatro Letras, Batanero, Brillante, Príncipe Azul, Pies de Plata, Tortolito, Picoso o Pimiento y que lograron construir la historia y la leyenda de El Rey del Temple.

Jesús Solórzano se despidió de los ruedos el 10 de abril de 1949 en la Plaza México, en una corrida de toros en la que alternó con Luis Procuna y Rafael Rodríguez en la lidia de un encierro de Matancillas. El último toro que mató vestido de luces fue Campasolo y llevaba en el anca el hierro de La Punta – ganadería hermana de la anunciada – también propiedad de sus cuñados Francisco y José C. Madrazo, al que le cortó una oreja. Falleció en la Ciudad de México el 21 de septiembre de 1978.

Aclaración necesaria: Los resaltados en los textos de Corinto y Oro y Federico Morena no obran en sus respectivos originales, son imputables exclusivamente a este amanuense.

domingo, 6 de enero de 2013

De fiesta a espectáculo. El sostén del edificio de la Fiesta

Una verdad incontrovertible

Durante los días que me vi compelido a estar fuera del éter, medio me enteraba de lo que por aquí sucedía. Me daba cuenta de que seguían adelante los lamentos – debates acerca de los intereses crematísticos de aquellos que afirman cargar sobre sus hombros el peso de esta Fiesta, invocando que el esfuerzo que hacen por los menos favorecidos merece ser recompensado en sus alforjas. Y también me enteré que un conspicuo criador de reses de lidia afirmó que el eje de esta Fiesta es el toreo. Y hoy me entero, haciendo hilo con esta última afirmación, que el autor de lo que quizás resulta ser la última hazaña épica en la historia de la plaza de Las Ventas, el colombiano César Rincón, ahora aboga por las corridas incruentas, porque al fin y al cabo, lo importante es torear. Como diría uno que fue mi profesor de Derecho Agrario: ¡habráse visto!

Nadie puede negar que la Fiesta de los Toros, tal como la conocemos, es una especie de edificio que descansa sobre cuatro columnas que por su orden son El Toro, las plazas, la afición y los toreros. Afirmo que siguen ese orden, porque aunque existieran toreros, la ausencia de toros, plazas o afición, o de cualquier combinación de estas tres últimas, haría imposible el juego de vida y de muerte que es la tauromaquia.

En el último año se han levantado algunas voces – varias rayanas en la obcecación – que demandan un respeto para los toreros y como el criador de reses de lidia al que he aludido, señalan que la tauromaquia de estos tiempos se debe únicamente a ellos. La finalidad de esas afirmaciones, es la de fundamentar una especie de star system para justificar el pago de los llamados derechos de imagen y que de manera gángsteril, un grupo de las llamadas figuras del toreo pretendieron obtener de las principales empresas europeas la pasada temporada.

Hago aquí un paréntesis para reiterar que efectivamente, lo que esos toreros reclamaban para sí – y que en solidaridad profesional, debieron pedir para los demás – era su derecho, pero también reitero que en la vida pública – la de los toreros lo es –, la forma es también fondo y en este caso, al no observar las formas debidas a la hora de pedir, su movimiento nació hueco, sin posibilidad de permear a los demás estamentos de la fiesta y de permanecer. El tiempo – implacable juez – se encargó de dejar en claro que el llamado G – 10 no es más que el recuerdo de una amarga pesadilla… para algunos de los que lo formaron.

Pero me he desviado. El objeto de que esté yo aquí es otro. Decía que nadie puede negar que la Fiesta, tal y como la conocemos está construida en torno al toro. Por eso es la Fiesta de los Toros. Por eso, dígase lo que se diga y dígalo quien lo diga, el toro es y será – mientras esta Fiesta sea como es –, el eje y razón de ser de la misma. Y el toro al que hago alusión, como afirmó en su día Ortega y Gasset, no es cualquier macho bovino – adulto, agrego yo – sino aquél que tiene casta, poder y pies. Es decir, el toro debe ser bravo, fuerte y lo más importante, transmitir a los tendidos una sensación de peligro que le de al toreo que se le realice a ese toro, un ingrediente indispensable para que sea atractivo: emoción.

Esa sensación de peligro deriva de la bravura del toro, que se observa en el primer tercio, que se corrobora en el segundo y que culmina en el último. No me refiero al toro que pasa, sino al toro que embiste, al toro que busca prender al que – por decirlo de alguna forma – le hostiga y pelea con él. En esa clasificación del toro bravo pues, para mí, están excluidos los llamados toro artista y toro colaborador, porque no embisten, pasan y le quitan a la lidia la emoción que le es consustancial.

Sin toro pues, no hay Fiesta posible y en estos tiempos que corren, estamos viendo la realidad de tal afirmación. Lo podemos apreciar por la alarmante escasez de bravura en la mayoría de las reses que se lidian en las plazas y también por la falta de presencia y quizás de edad que muchas de ellas exhiben también. El que la afición pida el toro, no implica que se le presenten moles de carne y de abundante cornamenta. El toro ajustado al tipo zootécnico de su encaste, con su edad adulta, debe ser suficiente. Y en lo que a la bravura refiere, debe ser una cuestión de principio de los criadores, el intentar retornar a una situación en la que el toro al menos cumpla con los caballos, galope en las banderillas y pelee en el último tercio.

Las faenas no han de ser centenarias. La calidad no debe ser objeto de mensura, así como tampoco han de ser necesariamente siempre obras de arte. El toreo no es necesariamente estilismo. Cada toro tiene su lidia y a veces, ésta tendrá que ser meramente utilitaria y con la finalidad de terminar con la vida del toro. Desgraciadamente, esa tendencia al estilismo y a la primacía de la faena de muleta, han hecho casi obligatorio el que la cantidad prime sobre la calidad y que las faenas tengan casi necesariamente ser “de lucimiento”, sin importar las condiciones del toro ante el cual se está.

El segundo elemento en el orden que he planteado, son las plazas de toros. Cuando las fiestas populares con toros se comenzaron a regular a partir del Siglo XII de nuestra era, comenzaron a perder la espontaneidad que les resultaba natural y en cierta medida, el carácter de fiesta popular y cuando se recluyeron en recintos cerrados, se transformaron en espectáculo. Esos recintos cerrados, edificados en principio ex – profeso para ese fin, son propiedad de personas y corporaciones públicas y privadas que invierten en la organización de los festejos, mismos que se organizarán en la medida en que las instalaciones – plazas de toros – existan y en la medida en que esas personas o corporaciones estén interesadas en invertir a cambio de obtener el retorno de su inversión y una utilidad razonable a cambio.

Después tenemos a la afición, que es la que genera el interés por la Fiesta. Es el principal proveedor de la economía de la Fiesta y es, en una medida importante, la que decide, a partir del juicio que hace con su preferencia por toros y toreros, de quienes son los más importantes de un lugar y tiempo determinados. Dejo claro que hablo de afición, de personas que tienen un cierto conocimiento de lo que en el ruedo y en el ambiente de la Fiesta sucede, porque existen otros tipos de asistentes a los festejos, reconocidos como público, que muchas veces comparecen a ellos por un mero atractivo mediático, pero que no tienen el nivel de permanencia como para juzgar al medio.

Señalo en cuarto lugar a los toreros. Más de alguno seguramente me hará un airado reclamo. Pero resulta que los toreros dependen de las tres variables anteriores, si no hay toro, si no hay plazas y si no hay afición, ser torero sería, como alguien dijo burlonamente por allí, como ser almirante en Suiza. No tendría caso. El hecho de que hoy en día se les pretenda señalar como la columna fundamental del edificio de la Fiesta es irrespetuoso y es la señal inequívoca de la descomposición que se vive en ella. Se reclama respeto para los toreros, pero en esa actitud – concediendo el beneficio de la duda, pensaré que no es de ellos, sino de su entorno – los primeros que no ejercitan esa virtud son ellos mismos. Faltan al respeto a la Fiesta, faltan al respeto al Toro, faltan al respeto a la Afición y se faltan al respeto a ellos mismos.

Todo tiene un sitio y para exigir respeto, primero hay que otorgarlo. Al toro se le respeta lidiándolo en su integridad física y psíquica; a la afición se le respeta dándole lo que se le ofrece y a las plazas se les respeta actuando en ellas conforme a la categoría y a la tradición que las mismas representan. Una vez que se ha respetado todo eso, entonces sí se puede exigir un respeto, pero antes, jamás.

Los toreros tienen la delicada misión de instruir a afición y públicos. De dejar claro a todos aquello que antes decía, que cada toro tiene su lidia; de que las orejas al fin y al cabo, no son más que meros retazos de toro que pueden o no reflejar el triunfo y que igual se puede lucir con una faena de mero aliño que con cien muletazos artísticos. El respeto que demandan lo ganarán formando afición.

Al final de todo esto, vemos que el único elemento permanente y por ello resulta ser el eje, es el toro. Los demás se van renovando con el tiempo. Unos por razón natural y los toreros además, por el hecho de que están sujetos al gusto y a la voluntad de la afición y de los públicos. Entonces, el afirmar que el toreo es el eje de la fiesta o que torear es lo que importa, resulta ser una de las sinrazones más grandes que se han expresado en la Historia del Toreo, las haya dicho quien las haya dicho.

En el estado actual de cosas tal pareciera que vamos encaminados hacia algo que vislumbró hace cerca de seis décadas el profesor Cecilio Muñoz Fillol y que es lo siguiente:

…En la fiesta de toros se inoculó el germen de la decadencia desde el momento mismo en que se hizo espectáculo… Significa, pues, esta transformación, que la “fiesta popular de toros” se ha convertido en teatro… Con tal contaminación se prostituye el teatro y se contaminan los toros; porque ni en el escenario de la farándula cabe la tauromaquia, carente de aire y de técnica teatral, ni los toros pueden exhibirse como teatro, en pura estética… (Metafísica Taurina, Págs. 60 – 61)

De la reflexión de don Cecilio se puede deducir algunas cuestiones, principalmente la que implica la transformación de la fiesta popular en espectáculo y su consecuente estandarización en la actuación y en el funcionamiento de todos los elementos que forman parte del mismo. En ese orden de ideas, todos los participantes deberán guardar una calidad razonablemente uniforme, terminando con la idea aquella que Alameda resumía en la expresión: Seguro azar del toreo. Esa “uniformidad” es la que nos lleva a la mediocridad que hoy vivimos y a la subversión de los valores de los factores que constituyen la Fiesta, sin duda.

Esta es mi carta a los Reyes. No obstante, como decía Rafael Rodríguez El Volcán de Aguascalientes, no dejaré de seguir siendo un comprador de ilusiones, porque espero, como dijo Domingo González Dominguín, que venga un destripaterrones a poner de cabeza esto y en consecuencia, las cosas en su sitio, especialmente la idea de que el toro es la razón de ser y la esencia de esta Fiesta.

martes, 1 de enero de 2013

¡Feliz año 2013!

(Imagen cortesía de bancodeimagenesgratis.com)
Vista la secuencia de los acontecimientos que se producen en la Fiesta que aquí nos congrega, pareciera que los motivos para augurar felicidad no son muchos. Sin embargo, la voz popular señala que la esperanza es lo último que muere, así que todavía creo que vale aferrarse a ese último hálito con la idea de que de algún lugar o de alguna persona saldrá el revulsivo que cambiará el curso que aquí las cosas llevan.

Pero todo eso no me impide el desear a todos Ustedes que el año que hoy inicia les resulte bueno, que les traiga salud y trabajo, pues como dice un buen amigo mío, lo demás nos lo podemos ir agenciando por el camino, haya buena fiesta o no.

Y tratándose de toros, pues que sean eso, toros y bravos; que si de toreros, pues eso y no señoritos o figurines de ocasión y que al menos en los trescientos sesenta y cinco días que están por transcurrir, tengamos la dicha de ver al menos, una tarde de toros como Dios manda. Una sola, que como están las cosas, creo que con eso, podemos darnos por bien pagados.

¡Feliz año nuevo!

domingo, 30 de diciembre de 2012

Cuando un amigo se va...

Arturo Díaz (1957 - 2012)
Hubiera querido reintegrarme aquí de otra manera, pero la fatalidad ha establecido que sea así como lo hago. Un amigo muy querido, Arturo Díaz, residente en San Diego, California y entregado a esta afición como pocas personas he conocido, se nos ha adelantado en el camino la noche del pasado día 24 de diciembre.

Yo le conocí hace unos quince años, quizás veinte, a través de los incipientes foros de discusión que se iniciaban en la internet y posteriormente, en el desarrollo de una Corrida de Calaveras, un mes de noviembre, en la Plaza Monumental Aguascalientes, iniciamos un camino amistoso que por ahora, se ha visto interrumpido.

Arturo ha sido un distinguido miembro de la Peña Taurina más antigua de los Estados Unidos, Los Aficionados de Los Ángeles - de la que me he ocupado por aquí - y además, presidió la Asociación Nacional de Clubes Taurinos de los Estados Unidos - NATC por sus siglas en inglés - del año 2003 al 2009, asociación que le otorgó dos galardones por su actividad, el O. P. Houston en el año 2004, por su meritoria actividad a favor del mundo de la tauromaquia y el Nancy A. Slayton, este mismo año, por servicio meritorio a la NATCArturo Díaz se distinguió siempre por reconocer de manera pública y con orgullo su afición a los toros, aún en una tierra y en un ambiente en el que la Fiesta no es considerada como un ejemplo de corrección política.

Por eso es que quiero recordar aquí a quien fuera una gran persona que siempre tuvo una palabra de aliento para aquellos que se encontraban en alguna tribulación, que el camino no tenía que ser andado en soledad, porque existía la posibilidad de hacerlo en la compañía del amigo, del hermano.

¡Qué descanse en paz!
Cuando un amigo se va,
se detienen los caminos
y se empieza a avinagrar
el duende dulce del vino.

(Alberto Cortez, fragmento de: Cuando un amigo se va...)

lunes, 24 de diciembre de 2012

Mis deseos para todos Ustedes...


A Christmas Homecoming
Norman Rockwell, 1948
Hoy reaparezco por aquí y no lo hago abordando el tema que corresponde a esta bitácora. Las causas que me han alejado de aquí y de quienes me honran con pasar por estas virtuales páginas están casi superadas.

En esta ocasión lo que quiero es expresarles mi deseo de que estas fiestas sean para todos Ustedes un momento de regocijo y como se los expresé el año pasado, espero:

  • Que estén reunidos con su familia. 
  • Que todos sus viajeros hayan llegado a casa con bien y que ya estén a su lado. 
  • Que los que quieren y estiman tengan salud y que Ustedes gocen de ella también. 
  • Que en estos tiempos complicados tengan ese bien tan escaso que es el trabajo. 
  • Que su mesa esté servida y que la providencia les haya permitido ayudar a servir la de otro menos afortunado. 
  • Que su afición a esta fiesta siga adelante y que les anime a seguir haciendo amigos y a conservar los que tienen...

Desde aquí les doy a todos Ustedes un virtual abrazo y espero que en el tiempo por venir, las cosas les resulten mejor, que como decía una persona muy querida para mí, el sol sale para todos.

Y continuando con ese ya acostumbrado apelar a mi alícuota sajona, ilustro esta entrada con otra de las obras del pintor estadounidense Norman Rockwell, titulada A Christmas Homecoming (Regresando a casa en Navidad), del año 1948, misma que creo que no requiere mayor explicación. Ojalá lo encuentren interesante.

¡Feliz Navidad!

domingo, 18 de noviembre de 2012

Parada forzosa...

Una circunstancia personal - personalísima en realidad - me hace tener que hacer un alto en el camino iniciado aquí hace ya cuatro años y unos días. No es que se me haya secado el seso, o que se me haya acabado la afición, la voluntad o las cosas para contar aquí. Es simplemente que se me ha recomendado parar un poco.

Espero estar de vuelta en unas cuantas semanas. Les agradezco su atención a lo que yo pueda o quiera expresar por aquí.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Una fotografía con historia (III)



Fotografía: Manuel Vaquero. © Archivo Ragel.
Cortesía: Carlos González Ximénez
Para su actuación del 22 de septiembre de 1935 en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid, Juan Belmonte hizo saber que esa sería su postrera presentación vestido de luces ante el público de la capital española. Y se fue triunfalmente, cortando el rabo al toro Ocicón de don Francisco Sánchez de Coquilla, corrido en cuarto lugar esa memorable tarde. 

Apenas un año antes, al reaparecer ante la cátedra, había cortado, en la cuarta corrida de toros que se ofrecía en ese nuevo escenario, el primer rabo de su historia, a Desertor de doña Carmen de Federico. Eran los tiempos en los que se podía ser el primero en varias cosas en esa plaza. Así, Fortuna mató el primer toro en ese ruedo, Hortelano, de Juan Pedro Domecq, antes Veragua; Maravilla cortó allí la primera oreja; Armillita y Domingo Ortega dieron la primera gran tarde de toros y podemos seguir en una sucesión de primicias, pero no es aquí el caso.

La reproducción del hecho en La Voz

El día en el que probablemente su amigo Sebastián Miranda le hizo entrega del busto que carga en la imagen que da pie a que meta yo los míos, Juan Belmonte pronunció lo que sería su última lección magistral ante la afición de Madrid. Y lo hizo vestido de plata, así como cuando el día que reapareció, su vestido iba bordado en hilo blanco. Federico M. Alcázar, que por esos días tenía su tribuna en el diario La Voz, expresa estos pareceres acerca de la comparecencia de El Pasmo esa señalada tarde:

...Yo no sé si esta nueva estética llegará a su completa realización o quedará sólo en Belmonte, pues depende de que encuentre otro genio interpretativo – no creador – que lleve la lleve al término de su desarrollo dándole cabal y perfecta expresión... Yo no sé si Belmonte se va o se queda y si la de ayer es la última o penúltima corrida que va a torear. Si no es merece serlo, para que su recuerdo quede en la memoria de la afición... Como amigo, quiero que se marche y no se exponga a los riesgos que tiene la profesión, a pesar de que el riesgo – como ha dicho D'Annunzio y ayer me recordaba Sebastián Miranda –, es el eje de la vida sublime... ¿Qué faena fue la mejor? Las dos: pero de más mérito la del cuarto. Y el mérito de esta faena no radica en el número y calidad de los pases... sino en ver dónde estaba la faena y realizarla precisamente allí. En darle al toro lo que pedía... Y después de torear, matar. Y matar bien, esto es, con estilo de matador. Una tarde de apoteosis, con la oreja del primer toro, las orejas y el rabo del cuarto y un público enardecido que no cesa de aclamarlo delirante, loco de entusiasmo... 

La conclusión generalizada de quienes vieron al torero de Triana irse de los toros por propia decisión, era de cierta extrañeza. Se veía pleno de facultades y anunciando, como lo apunta la crónica de Alcázar, una nueva manera de hacer el toreo. Así también parece advertirlo Federico Morena, de El Heraldo de Madrid, que reflexiona lo siguiente: 

...El traje que lleva puesto – corinto y plata – es un símbolo. La montera también. Son – o lo parecen al menos – de aquella época, de la época de la alternativa. Representan cuanto de viril y grandioso tenía el toreo entonces. Representan también cuanto aportó al toreo Juan Belmonte, el verbo, el generador del nuevo arte... Los discípulos de Juan han aprendido, al cabo del tiempo, a parar y a templar. En esto alcanzan, sin duda, un alto grado de perfección. Pero no han dado con el secreto de ligar, pese a las lecciones que el maestro ha explicado en reiteradas salidas... 

Lo que Morena y Alcázar, ambos en su éxtasis por el triunfal adiós de Belmonte no alcanzan a vincular, es que unos cuantos años antes, otro torero sevillano – y trianero también – Manuel Jiménez Chicuelo, había encontrado la manera de reunir las piezas de ese rompecabezas suelto que implica el parar, templar y ligar al mismo tiempo. Lo había hecho ya en el viejo Toreo de México con los toros Lapicero y Dentista, ambos de San Mateo en 1925 y que en la Plaza de la Carretera de Aragón que estaba a punto de sucumbir a la picota, lo dejó patente con el toro Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero.
La entrega del busto vista por Martínez de León
en el diario madrileño El Sol

Quizás ese 22 de septiembre de 1935, cuando para lidiar esa corrida de Francisco Sánchez de Coquilla se acarteló con Marcial Lalanda y Alfredo Corrochano, Juan Belmonte decidió que era ya la hora del adiós, era porque sabía que el círculo se había cerrado y que, sus continuadores tendrían, a partir de ese momento la responsabilidad y el peso de llevar adelante la evolución del toreo.

Agradecimiento: Se lo expreso a Carlos González Ximénez, custodio y titular del Archivo Ragel, por haberme permitido utilizar la imagen que me permite expresar estas ideas y reciclar este texto publicado originalmente en su Tauropedia en mayo de este año.

Aclaración: Rebuscando sobre el tema, me encuentro en el ejemplar del semanario madrileño Crónica, aparecido el 29 de septiembre de 1935, una reseña firmada por Federico Piñero, en la que asegura haber visto esta corrida acompañado por el escultor Sebastián Miranda y que el que entregó el busto a Belmonte, fue un joven aficionado. La reseña de mérito, la pueden consultar aquí.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Los toros en el cine: The Brave Bulls (Toros Bravos) y II

La cinta

El anuncio de la cinta en los vestíbulos de las salas
Rossen intenta concentrar Brave Bulls en la lucha de Luis Bello, el matador de toros que es el personaje central de la novela de Tom Lea con sus demonios interiores. Esos demonios en realidad serán un triángulo. La lucha por encontrar su verdadera identidad; la lucha por superar su propio miedo y la lucha constante por encontrarle sentido a su sitio dentro de la fiesta de los toros.

Luis Bello es en la trama de la novela un huérfano de la Revolución Mexicana, uno de esos que a pesar de que todo lo dieron en la guerra, perdieron a sus seres queridos y continuaron sirviendo a quienes pretendieron derribar de la cúspide de la pirámide social. En un flashback de la cinta, se le ve trabajando para los Pedrazo, grandes terratenientes y criadores de caballos de raza, desde una muy corta edad. Es a través de ellos que tiene su primer contacto con los toros de lidia, en la finca de don Tiburcio Balbuena, Santín en la cinta, Las Astas en el libro y es allí, según la trama, cuando decide hacerse torero para sacar a su familia de la miseria en la que vivían y de la que las promesas generadas por una guerra fratricida nunca los sacó.

Rossen logra dibujar de una manera más o menos fiel ese conflicto del torero – Mel Ferrer – quien se convierte en la víctima de la incomprensión de su familia. Su madre no comprende por qué solamente va a la casa familiar a recuperarse de las cornadas o a los funerales de los familiares cercanos. Tampoco entiende por qué Pepe – el debutante Eugene Iglesias – su hijo menor, decidió seguir los pasos de Luis y jugarse la vida delante de los toros. Los demás miembros del clan ven al diestro como una especie de caja registradora, al que solo recurren cuando se requiere dinero y esa suma de incomprensiones le produce una crisis de identidad personal.

Esa crisis se va a acentuar cuando se involucre sentimentalmente con una educada viuda de las altas esferas sociales de la Ciudad de México, Linda de CalderónMiroslava Stern – quien en la trama de la película, le es presentada por su apoderado Raúl FuentesAnthony Quinn – en vísperas de su presentación en la Plaza México para sustituir a Antonio Velázquez, herido días antes en Puebla y es este quizás uno de los deslices del guionista John Bright, pues en el texto de la novela, Luis Bello conocía a Linda de Calderón con antelación y ya pretendía una relación con ella, pues en la película lo hace aparecer como un amor a primera vista y en realidad, era una relación que se venía generando del hecho de que el torero frecuentaba los círculos de su apoderado, que era un miembro de una de las familias más renombradas de la capital y no un taurino profesional.

Todas esas cuestiones harán mella en Luis Bello, que en toda la trama de la historia se encontrará en la búsqueda de su realidad personal, de su verdadera identidad, porque la confusión sobre ella, es la que le está llevando a otros conflictos, de igual o mayor gravedad que estos y que están en la posibilidad de dar al traste con su vitola de torero triunfador.

Mel Ferrer y Miroslava en Toros Bravos
Los miedos de Luis Bello son consecuencia de su crisis de identidad. El no tener la certeza de cuál es su sitio en el mundo. La tarde en la que sustituye a Velázquez, el miedo a ser herido no le permite estar bien, aun habiendo brindado a Linda el primero de su lote. El primer espada, Juan Salazar será muerto por el cuarto de la tarde, al que Bello, como segundo espada tiene que dar muerte. En la muerte de Salazar, un torero viejo, con nombre pero sin fortuna, ve Luis su futuro y encuentra también la justificación para las precauciones que exhibió esa tarde. Es cuando le dice a su hermano Pepe y a su cuadrilla – representada entre otros por los toreros Pepe Luis Vázquez – mexicano –, Vicente Cárdenas Maera, don Felipe Mota y Pancho Balderas – que así como los toros dan dinero, también reparten cornadas y muerte.

Esos temores se acentuarían cuando Raúl Fuentes y Linda de Calderón perezcan juntos en un accidente de automóvil – el Cadillac del torero – mientras éste torea en Guadalajara. Volverá a sentir la presencia cercana de la muerte con el ingrediente añadido de la traición – misma que ignoraba, pues Fuentes y Linda de Calderón se entendían desde antes a sus espaldas – lo que le hace perderse de vista, para reaparecer en un bar de barriada – en la novela es en un discreto burdel, pero el Código Hayes seguramente exigía ese ajuste – unos días antes de la corrida con la que cierra la historia.

Los miedos de Luis Bello lo comienzan a desubicar acerca de su posición en la fiesta. Pierde la conciencia de su responsabilidad hacia la afición, hacia su cuadrilla y hacia sí mismo. Su primera intención es la de dejar los toros, pero el examen de la situación financiera de Salazar tras de su funeral, le deja ver que no está en aptitud de hacerlo. Ha gastado dinero a manos llenas y no tiene otros medios para subsistir, pues como dice repetidamente a Linda, torear es lo que hace para vivir, no sabe hacer otra cosa y entonces, tiene que prepararse para el futuro.

El abogado de la familia de Fuentes, Félix Aldemas LeónFernando del Valle – cuando se acerca a los Bello para encargarse temporalmente de sus asuntos, le dice a Pepe lo siguiente:

Quiero decirte esto. Méteselo en la cabeza a Luis y piensa tú también en ello, ahora que empieza tu carrera. Es criminal desperdiciar el dinero que ganan en las plazas a costa de arriesgar su vida. A menos de que Luis cambie, terminará en la calle. Como Salazar y como un centenar de toreros más a los que puedo nombrar. Es tiempo de que Luis cambie. Y este triste momento es oportuno para decidir este cambio. Tengo el más profundo afecto por el recuerdo de Raúl Fuentes y comprendo las irresponsabilidades y la falta de criterio de los jóvenes con sangre ardiente. Pero no quiero ver que tu hermano siga cometiendo errores…

Aun cuando en principio Aldemas se refiere a la cuestión monetaria, advierte en el fondo que Luis Bello se encuentra en una situación en la que no sabe cuál es exactamente su sitio en el entorno en el que domina y esa falta de ubicación le puede impedir el cristalizar sus esfuerzos en conseguir el merecido reposo del guerrero.

La catarsis vendrá en una corrida que se celebra en honor de Santa Bárbara en un pueblo llamado Cuenca. Allí actuarán mano a mano los hermanos Bello ante toros de Santín – insisto en que en la novela la ganadería era Las Astas – ante un singular encierro, en el que se incluye un toro que, a pesar de sus defectos – le faltaba el rabo y tenía la jeta deforme por haber sido atacado por coyotes cuando becerro – era de la mejor genealogía de su vacada. En esa tarde Luis Bello despejaría todas sus dudas acerca de quién era, de qué papel jugaba en el planeta de los toros y de su capacidad de sobreponerse a su propio miedo y a su instinto de conservación para así poder crear arte delante de los toros.

Mel Ferrer y Anthony Quinn
El detonante de la recuperación será el ver a su hermano Pepe en un momento de apuro ante el primero de su lote. Allí se dará cuenta de que no es él la única víctima de los cuernos de los toros y que también pueden herir a los que están cerca de él. Se percatará de que tiene ante ellos una responsabilidad, como la tiene ante el público que asiste a las plazas y al hacerlo, el destino le deparará un toro bravo – el defectuoso, llamado Brujo – que le permitirá el reencuentro necesario para retomar una carrera que iba en ascenso hasta antes de la sucesión de defunciones que le confunden en cuanto a su ubicación personal y taurina.

La expresión con la que la película concluye, es la que Luis Bello dirige a su hermano Pepe expresándole que un hombre no puede vivir siempre presa de sus miedos, cuando van camino a la enfermería, entre la algarabía de un público enfebrecido por el triunfo de dos toreros que aprovecharon la bravura de los toros y que se sobrepusieron a sus propias debilidades.

La crítica

En su día The Brave Bulls fue objeto de una exhibición efímera. Los líos de Robert Rossen con el HUAC motivaron su pronto retiro de las carteleras y por ello, me atrevería a decir que es una cinta de un raro culto, casi radicado entre los aficionados a los toros, más que entre los cinéfilos, dada la escasez de material sobre el tema.

Bosley Crowther, en la edición del 19 de abril de 1951 del New York Times, encuentra la traducción de Rossen a la obra de Tom Lea: brillante y que captura la crudeza salvaje y poderosa de la fascinación y repulsión que provoca la fiesta de los toros en la vida de las personas… Aclara que esa afirmación es para él importante, porque lamentablemente en los términos del Código de Producción –   el ya citado Código Hayes –, la muerte del toro y el proceso para llevarlo a ella, no puede ser mostrada y eso es observado a cabalidad.

Por su parte, la crítica sin firma aparecida en la revista Time del 23 de abril del propio año se pronuncia en sentido contrario al proclamar que: 

Rossen indispone el delicado equilibrio que existe entre la dureza y la nobleza que hay en la fiesta de los toros… (y) falla en hacer justicia al toreo como arte, como código de honor y como símbolo de valor… la falla se vuelve evidente en el clímax de la película cuando el protagonista se sacude su miedo y calmadamente enfrenta la muerte… Ferrer nunca se introduce en su personaje… Miroslava, una edición rubia de Rita Hayworth, irrumpe en la atmósfera mexicana como una femme fatale de “stock” hollywoodense. Los aficionados a los toros pueden solazarse con algunas escenas taurinas escogidas por el director Rossen, aunque siempre sujetas al “Código de Producción…

En el Variety del 1º de enero de 1951, se decía:

…las secuencias taurinas tienen una calidad que provocarán fascinación y repulsión. El guión se refiere a un matador que de ser un campesino, llega a la posición de ser un verdadero ídolo popular y que en la cúspide de su fama, se encuentra en un estado de confusión al creer que la posición de la que goza la debe exclusivamente a su apoderado y mentor…

La realidad de las cosas es que el entendimiento del sentido de la película – al menos desde mi punto de vista – no se puede dar si no se entiende la cuestión taurina y eso es lo que comenzó desde la elaboración del guión por John Bright. Al adaptar la novela de Tom Lea para el cine, omite un par de referencias personales que a mi juicio son fundamentales para entender los demonios contra los que Luis Bello lucha. El primero de ellos es de carácter temporal respecto de su relación con Linda de Calderón. Sí se planteara su relación con ella desde el inicio de la película, quedaría claro por qué le produce tanto dolor el engaño del que lo hace objeto su apoderado Raúl Fuentes con ella, el que descubre cuando mueren juntos en el accidente de automóvil que tiene lugar mientras Luis torea en Guadalajara.

Mel Ferrer
El segundo y que explicaría muchas cosas relativas a la personalidad taciturna y retraída del diestro, es el dejar sentado que era viudo. Que su esposa había muerto diez años antes mientras él hacía campaña en Lima y que se llamaba Bárbara y que era por eso que la fiesta de Cuenca tenía cierto significado para él y que esa ausencia de la mujer amada le impedía relacionarse, al menos de manera sentimental y con visos de permanencia, con otras mujeres, algo que pensó que pudo tener con Linda de Calderón y que vio disiparse en un abrir y cerrar de ojos.

La ausencia de esos dos detalles en el guión hace parecer a los dos personajes, Luis Bello y Linda de Calderón, huecos, incompletos y malos intérpretes a quienes los llevan a la pantalla. Debo diferir también con el crítico de la revista Time – a toro pasado – en su apreciación de la femme fatale de stock, pues no todas las mujeres mexicanas son morenas de larga cabellera como supongo querría ver el crítico a una belleza del Sur del Río Bravo que no desentonara. 

Se alaba y se critica el uso de los stock shots y la realidad es que aunque Floyd Crosby y James Hong fueron los encargados de las cámaras durante la filmación, y que el primero fue procurado por Rossen por su experiencia en la filmación de documentales, el uso de las escenas taurinas filmadas previamente es desastroso, pues en una misma faena se usan materiales de dos o tres distintas, sin cuidado de siquiera compaginar el color de los vestidos de los diestros, por lo que puede abrir de capa un diestro con vestido oscuro y torear con la muleta otro con vestido claro, lo que insisto, refleja una defectuosa asesoría técnica en la materia, no obstante que se diga en los créditos que el matador mexicano Pepe Luis Vázquez y el doctor Alfonso Gaona la prestaron durante la filmación, cuando en realidad, cuando debieron hacerlo fue durante la post producción.

Reportaje sobre Toros Bravos
En cuanto a las locaciones, las de los tentaderos se efectuaron en la plaza de tientas de lo que en su día fue la ganadería del Orfebre Tapatío Pepe Ortiz, en la Hacienda de Calderón y la corrida de Cuenca, en la Plaza de Toros Oriente, de San Miguel de Allende, Guanajuato. Igualmente, se hicieron tomas en diversas dependencias de la Plaza México.  

En cuanto a la novela original, ya apuntaba que los toros lidiados en la corrida de la catarsis eran de Las Astas, ganadería que se inspira, según detalles que se captan de su lectura, en la ganadería de La Punta, cuando el personaje Tiburcio Balbuena, propietario de Las Astas, refiere a Eladio Gómez, empresario de Cuenca, señalándole una habitación, que en ella durmieron todos los toreros importantes de la historia, desde Bombita hasta Manolete, sin faltar uno solo y eso en la vida real es así, en La Punta hay una habitación con esas características, que lleva en la puerta el nombre del Monstruo de Córdoba.

En suma, The Brave Bulls es una película que merece la pena ser vista, porque escapa a la temática común de las cintas comerciales de toros y toreros, abordando desde un ángulo distinto lo que vive en su interior uno solo de los personajes de la fiesta.

Aldeanos