Mostrando entradas con la etiqueta Lorenzo Garza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Lorenzo Garza. Mostrar todas las entradas

sábado, 29 de agosto de 2009

Manolete en México, a 64 años vista (y II)

El Monstruo llega a México

Manolete era ya un personaje legendario desde antes de venir a México. En el año de 1941, apenas dos años después de la alternativa del Monstruo, con un guión de Alfredo B. Crevenna y Alejandro Galindo, así como con la dirección de éste último, se filmó la película Ni Sangre, Ni Arena, en la que Mario Moreno Cantinflas, importante cómico mexicano y un extraordinario torero bufo, amén de haber sido años después ganadero de reses de lidia, interpreta un doble papel, el de Cantinflas, que es un vendedor de golosinas en la plaza de toros y el de Manolete, el principal torero de ese momento. Es decir, Manuel Rodríguez, aún antes de pisar un ruedo mexicano ya daba lugar a la invocación de su nombre como atractivo e inspiración de cintas con motivo taurino.

Juan Soto Viñolo, crítico taurino catalán le califica como el torero para olvidar una guerra. Y a fe mía que logró cautivar la atención de un pueblo desgarrado por las heridas que dejan los fusiles y la discrepancia en los pensamientos, además de la diáspora que provoca la intolerancia hacia las ideas divergentes. Para nadie es un secreto que en la América Hispana, Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, a riesgo de su vigencia en el mundo taurino español, se reunió, como español, con diversos personajes republicanos – como Indalecio Prieto y Antonio Jaén – mismos que estaban proscritos en su patria y que fuera de cualquier filiación política, reconocían en el Monstruo, al más grande torero de su tiempo. Así pues, Manolete fue capaz, aunque fuera por los fugaces momentos en los cuales ejecutaba su arte, de unir a quienes en otras aristas de la existencia, tenían diferencias irreconciliables.

Son legendarias las entrevistas que para la prensa escrita le hicieron José Octavio Cano y para la radio y los noticieros cinematográficos Paco Malgesto, quienes se desplazaron a La Habana a capturar las primeras impresiones de quien en ese momento era la principal figura mundial del toreo. Son entrevistas realizadas en tres tiempos, pues se distribuyen en la etapa habanera al descender del barco y abordar el avión, después una segunda al llegar a Mérida y la tercera, con la llegada a la Ciudad de México, dónde ya el comité de recepción comprendía a casi la totalidad de los medios y a una notable cantidad de aficionados y curiosos que pretendían conocer de cerca al mítico Monstruo de Córdoba.

Uno de los detalles que llamaron la atención de quienes se acercaron a esos eventos, fue que Manuel venía con compañía femenina. Una bella mujer, de tez morena y ojos verdes no se separaba de su lado. Los primeros rumores que corrieron fueron en el sentido de que había contraído matrimonio y que era su esposa, pero después se supo que solamente era su novia, una actriz manchega llamada Lupe SinoAntonia Bronchalo Lopesino, que de su apellido materno toma su alias cinematográfico – con quien en América tendría mayor libertad de convivencia que en España.

No obstante, Manolete no hablaba abiertamente de su relación con Lupe Sino, según nos lo advierte Antonio de la Villa, quien refiere un encuentro que sostuvo el torero con una cronista de sociedad en San José Purúa, a quien únicamente identifica como R.H., y que entre otras cosas, le interrogó sobre lo siguiente:

...Alguien me ha dicho que Ud. trae loco todos los días a su ayudante, el Chimo, preguntándole como primer saludo cada mañana: - “¿Ha habido cable de Madrid?”

- Si señorita. Todos los días espero cable de Madrid. Pero no tiene relación con ninguna aventura de tipo amoroso.

- Sin embargo. Yo se que allá por un rinconcito del Paseo de Rosales, y en una casa con jardín, hay unos ojos de mujer que esperan con zozobra la vuelta del torero…

- ¿Tiene Ud. muchas aventuras que contar?

- Las hondas, no las cuenta uno nunca. Hay algunas frívolas en mi repertorio taurino, que precisamente por ser tan superficiales, no merecen ni siquiera ser mencionadas.

- ¿Es cierto que le siguen a Ud. muchas mujeres a través de sus viajes y de sus fiestas?

- ¿Muchas? Pues si son muchas yo no las veo. Esos son los cuentos de la popularidad.

- Se habla de una millonaria, morena ardiente, que ha venido a México – yo no sé de dónde – y que ocupa actualmente tres habitaciones en el mismo hotel donde Ud. vive.

Esta señorita que siempre está en acecho para abordarle.

- Pues trabajo le doy. ¡No señorita, no! Esos son cuentos, repito, que siempre acompañan al artista que goza de un poco de nombre.
(Antonio de la Villa, Manolete. Otra época del toreo. México, 1946, Pág. 213)


Como se puede ver de las esquivas respuestas del Monstruo, en el principio, la presencia de su amada y su relación con ella debía pasar desapercibida, hasta en tanto se pudiera percatar de la manera en la que sería aceptada por la sociedad de este lado del Atlántico.

Es la suite número 224 del Hotel Reforma la que se convertiría en el cuartel general del torero cordobés. Pero esos primeros días los pasará propiamente en la hacienda de don Julián Llaguno, El Sauz, donde pastan los toros de Torrecilla, que serán los elegidos por Camará para la corrida de la confirmación. Así pues, la estancia en tierra zacatecana servirá para que el Monstruo se acople a la embestida del toro mexicano y de igual manera conozca de primera mano la gran calidad de los productos del encaste Llaguno, que con el paso de los años, dominarían la cabaña brava mexicana.

No hay plazo que no se cumpla, ni fecha que no se llegue y así, una miajita más de un año después de aquella Corrida de la Concordia celebrada en el coso de la colonia Condesa, el 9 de diciembre de 1945, Silverio Pérez cedía la muerte del toro Gitano, número 3, de Torrecilla, a Manuel Rodríguez Sánchez, que de esa forma convalidaba la alternativa que Chicuelo le otorgara en Sevilla el 2 de julio de 1939. Las películas nos muestran que desde que se abrió de capa realizó una obra de gran intensidad, dejando a la afición reunida en El Toreo el convencimiento de que todo lo que se había escrito sobre su figura no rebasaba los límites de la realidad. El segundo toro de su lote, Cachorro, le infirió una cornada cuando toreaba de capa, retirándose a la enfermería entre el reconocimiento y la admiración de la afición allí reunida.

El despliegue mediático y la confirmación de la sustancia de éste generó una euforia manoletista que motivó el reclamo del torero en todas partes. Es célebre un cartón de Rafael Freyre en el cual una persona lleva en la cinta del sombrero una tarjeta con una leyenda que dice No me hable usted de Manolete, porque la figura del Monstruo parecía ser el único tema de conversación que había en México, acentuando el importante carácter que adquirió en ese tiempo la presencia del diestro que acaparaba la mayor atención de aficionados y catecúmenos.

Recuperado de la herida, reaparece en Irapuato el 12 de enero de 1946 con Gitanillo, Silverio y Guerrita, para enfrentar por primera vez toros de La Punta y vuelve a cortar oreja y rabo entre el delirio de la concurrencia, quedando para la posteridad una placa que aún se puede observar en los muros de la Plaza Revolución de la ciudad fresera. Cuatro días después reaparece en El Toreo alternando con Armillita y Solórzano y el día 19 de enero en Orizaba vive uno de los momentos de mayor intensidad en su paso por las plazas de México.

Se le contrató para alternar con Fermín Rivera y Calesero en la lidia de toros de don Francisco y don José C. Madrazo. Ya se percibía que uno de los efectos de la presencia de Manolete en México era el de sacar de su marasmo a la torería nacional, que de aquella sensación de comodidad que percibiera Tono Algara en 1944, de pronto se vio dispuesta a dar la pelea al cordobés y a reivindicar el sitio y la clase que de siempre le había correspondido. Pero además de eso, transmitieron al tendido y al resto de la afición su deseo de competir y de superarlo en el ruedo. Tanto así, que habiendo realizado El Monstruo una de sus acostumbradas faenas plagadas de quietud, recibió la réplica del Poeta del Toreo que al oír sonar la música en su honor, fue con las notas del Himno Nacional, hecho que acabó con el director de la banda en la cárcel. Esa fue la clase de revulsivo que representó la presencia de Manolete en México, dio un nuevo impulso a la fiesta y de alguna manera ayudó a hacer viable un proyecto monumental que estaba a punto de ser echado a andar.

El penúltimo día de enero de ese 1946, se lidió en El Toreo la última corrida española completa que se ha jugado en la Capital de la República. Como el de la reaparición de Cagancho, la procedencia de este encierro es también motivo de contradicciones. Francisco Narbona y Filiberto Mira lo señalan como procedente de las dehesas de don Luis Vallejo Alba y por su parte, Guillermo Ernesto Padilla le fija su origen como de doña Carmen de Federico, en cualquier caso, su origen es puro Murube. Los alternantes son Armillita y Silverio Pérez. El Monstruo de nueva cuenta salió con un rabo en las manos, convenciendo a tirios y troyanos de la grandeza de la que venía precedido.

La Plaza México

Refiere Aurelio Pérez Villamelón, que desde el inicio de la cuarta década del pasado siglo se hicieron estudios tendientes a determinar el mejor lugar para construir una nueva plaza de toros para la Capital de la República. El sitio que en un inicio se determinó como ideal, era un paraje conocido como Cuatro Caminos, en el término municipal de San Bartolo Naucálpan, hoy Naucálpan de Juárez, limítrofe con la Ciudad de los Palacios.

Para Cuatro Caminos la suerte estaba echada, pues sería el asiento de una plaza de toros, pero no de la principal de la ciudad de México, sino del reconstruido Toreo, que después de pasar cuarenta años en la Colonia Condesa, tendría una nueva ubicación.

Neguib Simón Jalife era un político yucateco, de origen libanés y alguna vez líder de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión y adquirió unos terrenos ubicados en la confluencia de las actuales colonias Nápoles, Del Valle y Roma, a escasa distancia del trazo de la Avenida de los Insurgentes, diseñada en ese tiempo para fungir como la principal arteria vial del Distrito Federal. Esos terrenos, hoy sitos en la colonia Nochebuena, tenían como particularidad la presencia de unos enormes socavones, producto de las excavaciones hechas allí, para extraer el material necesario para la fabricación de ladrillos.



Neguib Simón fue sin duda un visionario. Ante la imposibilidad de rellenar los auténticos cráteres que dejaron las ladrilleras en esos terrenos, ideó la posibilidad de aprovechar los restos de las excavaciones, encargando el diseño de una Ciudad de los Deportes, que contaría con un centro comercial, un frontón, un estadio olímpico, una pista de patinaje y una monumental plaza de toros. Tras de muchas vicisitudes – que terminaron con la ruina de don Neguib – se concluyeron las obras del estadio y las de la plaza de toros, finalmente llamada México, planeada para contener en sus tendidos a cincuenta mil espectadores. El proyecto y la dirección de la obra se encomendaron al Ingeniero Modesto C. Rolland.

El 5 de febrero de 1946 se inauguró la plaza de toros con una corrida en la que para lidiar seis toros de San Mateo se acartelaron Luis Castro El Soldado, de Mixcoac, con Manuel Rodríguez Manolete, de Córdoba, España y Luis Procuna, también capitalino, pero de San Juan de Letrán, siendo estos dos últimos quienes a la postre, resultarían los triunfadores de la efeméride, cortando una oreja cada uno.

Hace algún tiempo leí una versión en el sentido de que la Plaza México fue construida al influjo de la aparición del Monstruo de Córdoba en el planeta de los toros. Durante mucho tiempo traté de recordar de quien era la afirmación, pero la memoria se ponía esquiva. Al releer algunos textos con la finalidad de preparar este trabajo, me encontré de nuevo con la cita, que es de don Filiberto Mira, quien al realizar un libro biográfico del hijo de doña Angustias, afirma lo siguiente:

...La afición española saboreó poco a poco la transfiguración que al arte de torear le imprimió el carácter propio de Manolete. La mexicana se lo encontró de pronto, y tal fue la colosalidad del impacto, que habiéndolo visto – y solo en un toro, pues su segundo lo hirió al abrirse de capa – por primera vez el 9 de diciembre de 1945, la conmoción hizo que se hiciera – para él, con él y por él – la mayor plaza de toros que en el mundo existe. Esta se inauguró el 5 de febrero de 1946. Es la de México, Monumental con monumento a Manolete. ¿Qué otro torero ha provocado que en tan corto tiempo – menos de dos meses – se haya construido un coso tan descomunal como el de Insurgentes, con cabida para 50.000 espectadores? (Filiberto Mira. Manolete. Vida y Tragedia. Valencia, 1984, Págs. 204 y 206).


Aunque en la actualidad a veces no lo parezca, la Plaza México no es una plaza de talanqueras que pueda levantarse en dos meses. Por los antecedentes apuntados arriba, fue meramente circunstancial el hecho de que estuviera lista para ser inaugurada a los pocos días de la llegada de Manuel Rodríguez Sánchez a suelo patrio. Las obras de construcción de la plaza se iniciaron en 1944 y duraron dieciséis meses más de los referidos por don Filiberto, quien seguramente al socaire de su veneración por Manolete, incurrió en ese gazapo histórico.

El Monstruo tuvo el honor y el lugar histórico de haber cortado la primera oreja que se otorgó en ese monumental recinto, al toro Fresnillo, procedente de las zacatecanas dehesas de don Antonio Llaguno González, genio ganadero que creó un encaste propiamente mexicano que dignamente puede competir con cualquiera de los demás del mundo y dio junto con la terna de toreros el primer paso de una historia que aún se sigue escribiendo el día de hoy, pues es el máximo escenario taurino de nuestro país y quizás el de América.

El hecho de que la Plaza México emergiera al que Díaz Cañabate llamara el planeta de los toros, generó una competencia entre ésta y El Toreo, por lo que se empezaron a programar corridas a media semana y en domingo. Un genial poeta gitano, Agustín Rivero, dice en uno de sus versos, que en estas cosas -las de los toros-, a la política no hay que mencionarla siquiera, pero dado que el ansia de ver a Manolete generaba ya situaciones de dispendio en un país que apenas se recuperaba de una situación de guerra mundial, Javier Rojo Gómez, entonces Regente de la Ciudad de México, emitió una disposición en el que se establecía que solo se podían dar corridas los domingos y las de entre semana solamente en fiestas de guardar.

Así por ejemplo, el 16 de febrero de 1946, Silverio Pérez realiza, mano a mano con Manolete, lo que quizás represente su obra más acabada en el ruedo de la plaza más grande del mundo. Le tocó en suerte el toro Barba Azul de Torrecilla, con el que el Faraón pudo desplegar toda la gama de su tauromaquia inigualada y dígase lo que se quiera, sin continuadores. Quizás le han salido imitadores, pero éstos al final de cuentas, acabarán por resultar exhibidos como quienes pretenden hacer lo mismo que el imitado, no por llevarlo a un punto de evolución y de perfección. Así pues, Silverio Pérez cortó a ese Barba Azul el único rabo que obtuvo en el Coso de Insurgentes y demostró el por qué era taurina y sentimentalmente el amado Compadre de todos los mexicanos.

El regreso a España

Al día siguiente del mano a mano con Silverio en la México, Manolete vuelve a El Toreo, para actuar junto con Pepe Luis Vázquez y Luis Procuna en la lidia de toros tlaxcaltecas de Coaxamalucan. Es quizás la tarde más redonda de la presencia manoletista en la plaza de la colonia Condesa, pues Pepe Luis cortó el rabo a Cazador, segundo de la tarde, Procuna igual apéndice a Cilindrero, salido en tercer sitio y El Monstruo hizo lo propio con Platino, corrido en cuarto sitio. Resultaron tan redondas las faenas y tan bravos los toros, que tras la lidia de Platino, los tres diestros y el ganadero don Felipe González fueron llamados a recorrer el anillo en son de triunfo.

Manolete concluyó su primera campaña mexicana en El Toreo el 3 de marzo de 1946 y retornó a España, en dónde solamente actuó una tarde. Fue en Madrid, el 19 de septiembre de ese mismo año, en la famosa Corrida de la Beneficencia, cuando se enfrentaron a nueve toros de don Carlos Núñez, el rejoneador Álvaro Domecq y Díez y los espadas Gitanillo de Triana, Antonio Mejías Bienvenida, Manolete y Luis Miguel Dominguín. Es la legendaria corrida de la Beneficencia en la que Luis Miguel se cuela a un cartel ya hecho, pagando sus toros y donando cien mil pesetas a la fundación presidida por el Marqués de la Valdavia y de la que la crónica de K – Hito sentenció: Esta tarde, El Monstruo ha sido Luis Miguel.

Ese año de 1946, Manuel Laureano Rodríguez Sánchez dedicó su tiempo y su vida a cultivar la relación humana y sentimental que tenía con Lupe Sino. Sabidas son las etiquetas que se han puesto a la actriz manchega por la forma y el lugar en la que Gitanillo – y se dice que Pastora Imperio – la presentaron al torero. Quizás una sociedad pacata como la de entonces, veía con un importante aire de intolerancia, que uno de los baluartes de la reconstrucción de su pueblo se viera con una mujer que estaba marcada por pertenecer al mundo del espectáculo y por ello tener su integridad bajo sospecha.

No escapaba en ese aspecto, ni al escrutinio de su propia familia, que hasta donde se sabe, por todos los medios censuró y trató de obstaculizar esa relación. Sin embargo, el torero encontraba en ella el remanso de tranquilidad que requería para poder hacer planes hacia el futuro. Se habló incluso de un matrimonio morganático, pero la historia se ha encargado de desmentir esa versión, como en su momento lo hizo el propio Manolete, que tras de cumplir con la Corrida de la Beneficencia, obligado por circunstancias políticas y según el dicho del banderillero de esta tierra, La Chicha, como condición para obtener el pasaporte para poder salir de nuevo hacia América, regresaría a México al final de ese mismo 1946.

Tardes cumbres de la historia

El miércoles 11 de diciembre de 1946 se escribió una de las tardes más grandes de la historia de la plaza México. El Ave de las Tempestades, con el testimonio de Manolete confirmaría la alternativa de Leopoldo Ramos El Ahijado del Matadero, con toros de Pastejé, ganadería que se presentaba en el monumental escenario y que unos años antes había dado la materia prima para que Armillita y Silverio escribieran dos de las páginas más brillantes de esa Edad de Oro del toreo en México. Esas páginas tienen nombre propio y se llaman Clarinero y Tanguito. Creo que mayor explicación no se requiere.

Pues bien, los toros de Pastejé darían a Lorenzo Garza y a Manolete la oportunidad de replicar lo realizado por los maestros en El Toreo, cuando el regiomontano obtuvo los rabos de Amapolo y Buen Mozo y por su parte, el cordobés, el de Manzanito, amén de perder el de Murciano, por un deficiente manejo de los aceros. Refiere Pepe Alameda que tuvo la ocasión de charlar con El Monstruo acerca de esta tarde y que le hizo saber que solamente un error había cometido. Al preguntar el torero cuál había sido éste, le replicó el escritor: No haber mandado al taxidermista la cabeza de Manzanito, que es el toro con el que mejor has estado con los que te vi en México.

Cuatro días después de lo de Manzanito, en el mismo escenario, alternaría con Armillita y Calesero para lidiar toros tlaxcaltecas de Piedras Negras. Me contaba el citado don Arturo Muñoz, que esa tarde salió en la cuadrilla de Calesero, que la gente que llenaba la plaza apoyaba fuertemente a los toreros mexicanos, sin dejar de reconocer el buen hacer del diestro de Córdoba. Cuando salió el cuarto de la tarde, Nacarillo para más señas y cuando vieron a Fermín ponerse la muleta en la izquierda, la gente comenzó a pedirle ¡cómo Manolete!, ¡cómo Manolete! y el Maestro se los concedió, ligándole en el centro del anillo, según la versión de Carlos León, veintisiete naturales que calificó de impecables y según La Chicha, que sostenía haberlo visto evidentemente de más cerca, veintidós. Creo que la cantidad sale sobrando, lo que importa es la calidad y el hecho de que seguía la intención de dar la pelea hasta el final por los diestros mexicanos.

El 19 de enero de 1947, Manolete se lleva el último rabo de su trayectoria en la Plaza México, del toro Boticario de San Mateo, en tarde que alterna con Lorenzo Garza y Arturo Álvarez Vizcaíno y pasa a la enfermería con una fuerte contusión tras de ser prendido por este mismo toro. El día 5 de febrero actúa aquí en Aguascalientes, con Luis Procuna y Manuel Jiménez Chicuelín, en la lidia de toros de Peñuelas, pues la corrida anunciada de Pastejé no pudo ser trasladada debido a una veda de movimiento y transporte de ganado por una epizootia de fiebre aftosa y concluye su campaña mexicana en la Mérida yucateca, que fue el primer sitio en el que tocara suelo nacional, alternando con Fermín Rivera y Gregorio García en la lidia de toros de Palomeque, festejo en el que, corta de igual manera, la última oreja que se le otorgara en nuestro país.

Apostilla final

Manolete regresó a España a cumplir con lo que se dijo era la campaña final de su carrera, pues terminada esa temporada de 1947, dejaría los toros para contraer nupcias y dedicarse a vivir como un ciudadano más. Empezó a torear hasta el mes de junio y al 28 de agosto había sumado veintiún festejos, llevándose en las carnes un par de cornadas y la hostilidad de la afición que veía ya, como sucediera casi 30 años antes con Joselito, como fácil de hacer, todo lo que realizaba en los ruedos.

El 28 de agosto estaba anunciado para la feria de San Agustín en Linares, con Gitanillo de Triana y Luis Miguel Dominguín, con un encierro de Miura.El desenlace es conocido por todos y hoy se cumplen sesenta y dos años de que la muerte rompiera las ilusiones y los proyectos de vida que El Monstruo de Córdoba tenía por delante.

Manuel Laureano Rodríguez Sánchez seguirá siendo tema para discutir, investigar y proponer como personaje de diversas expresiones comunicativas. Su vida y su obra tienen ese germen cautivador y la suficiente cantidad de aristas, que a la vuelta de otras muchas décadas, cada 29 de agosto, tendremos temas para comentar en torno suyo.

domingo, 2 de agosto de 2009

1934 – 1935: Lorenzo Garza y El Soldado, mano a mano, los amos de Madrid (y II)


Para el año de 1935, la fiesta en Madrid se había trasladado a una nueva casa, la Plaza de Toros de Las Ventas. Como todos los escenarios taurinos nuevos, la plaza de toros que todavía hoy es el principal escenario táurico del mundo era objeto de múltiples críticas, tanto por su ubicación, como por la oportunidad de su puesta en funcionamiento, dado que la tradición y la historia registrada en la de la Carretera de Aragón hacían creer que la nueva era hasta cierto punto superflua.

Los personajes de esta historia ya no eran en este momento dos novilleros deseosos de gloria. Lorenzo Garza había recibido la alternativa el 29 de septiembre de 1934 en Aranjuez, de manos de Juan Belmonte – había renunciado a una que el 6 de agosto de 1932 le diera en Santander Pepe Bienvenida –, en tanto que El Soldado se había hecho matador de toros el 24 de marzo de 1935 en Castellón, de manos de Rafael El Gallo y había renunciado a una alternativa que Cagancho le había otorgado en El Toreo de México el 5 de marzo de 1933.

26 de mayo de 1935. 4 toros de Gallardo y dos de Ramón Ortega (5º y 6º) para Manuel Jiménez Chicuelo, Lorenzo Garza y Luis Castro El Soldado.

Solo Garza cortó la oreja del quinto esa tarde, que fue infumable por la combinación de los problemas que causaron los toros y el piso del ruedo. La relación de don Gregorio Corrochano en el ABC de Madrid del 28 de mayo siguiente resalta en lo siguiente:

...He de averiguar a qué término municipal pertenecen los terrenos donde está enclavada la nueva plaza de toros, porque tengo la esperanza de que no sea término de Madrid. Y me refugio en la esperanza, porque si lo que está ocurriendo en esa plaza ocurre fuera de Madrid, aun no siendo muy recomendable, tendría menos trascendencia; ahora si se demuestra que esa plaza es la plaza de Madrid, está la fiesta perdida...

...El hecho es que dede que nos hemos trasladado a las Ventas del Espíritu Santo, o nos hemos salido de Madrid o hemos perdido ya la noción de lo que eran las corridas en Madrid. La plaza vieja - ¡vieja admirable! - nos ve ir y nos ve venir y no se derrumba, como si esperara que una tarde, cansados, volvamos a ella, a ver si encontramos los toros de Madrid...

...El domingo vino una de esas corridas que antes no venían a Madrid, y que vienen ya sabemos por qué, y fue, como era de esperar, una corrida impresentable: toros que no tenían fuerza, ni la precisa para sostenerse en pie... toros que había que lidiarlos con gran cuidado, por delante y con las manos altas, para sostenerles, evitar que se cayeran y no hacerles daño. Es decir, todo lo contrario de lo que debe ser el toreo cuando hay toros, que es castigo y dominio y riesgo. Los toros de Gallardo venían ya castigados desde Algeciras... Dos toros fueron retirados, el quinto, que parecía tener más fuerza que los otros, porque salió correteando abanto y el sexto porque no se podía tener, ahora que los sobreros de Ramón Ortega eran más chicos, sobre todo el último, verdaderamente abecerrado... Nota curiosa. Como el piso de la plaza está en muy malas condiciones, y constantemente tienen que tapar hoyos los areneros, me hicieron observar que con los toros en la plaza, estaban los areneros tranquilamente trabajando. Ni para los areneros había toros. Y sin toros no puede haber ni corrida, ni reseña…

30 de junio de 1935. 5 toros de Clairac y uno de Bernardo Escudero (6º) para Marcial Lalanda, Lorenzo Garza y El Soldado.


Con este festejo se dio por terminada la temporada madrileña de ese año y fue uno de esos que solamente quedan para la bitácora, pues ningún hecho memorable se produjo en el mismo. El juicio que de este festejo hace don Gregorio Corrochano en el diario madrileño ABC del 2 de julio siguiente es agrio, sin acabar de digerir la manera de hacer en el ruedo de Lorenzo y de Luis y cuestionando duramente la actuación de Marcial. De su crónica extraigo lo siguiente:

...Marcial era el único que podía poner en la tarde la nota de torero. No la puso y la corrida fue una calamidad. Para mí estuvo desacertado incluso en hacer señas al presidente para que cambiara el tercio de varas. No porque el toro necesitara más, sino porque nos estamos lamentando siempre que no se pican los toros, y es preferible un error por exceso que por defecto; no vayan a contribuir los propios toreros a lo que luego lamentan...

...Con Marcial falló toda la corrida, pues Garza y El Soldado demostraron una vez más todo lo que desconocen del toreo...




Este fue el epílogo de una historia que dos de los más grandes toreros que ha dado este país iniciaron en Madrid. De allí salieron a labrarse una gran carrera que les puso en un lugar privilegiado en la Historia del Toreo y es por eso que hoy pongo a consideración de Ustedes el recuerdo de estos fastos que sin duda, son parte de la razón de la grandeza de esta fiesta.

sábado, 1 de agosto de 2009

1934 – 1935: Lorenzo Garza y El Soldado, mano a mano, los amos de Madrid (I)

El pasado miércoles se cumplieron 75 años de una hazaña en la que los personajes centrales son dos de los más grandes toreros que ha dado este País. El primero, originario de Monterrey, destacado intérprete del pase natural, Lorenzo Garza, llamado por sus desencuentros con las masas El Ave de las Tempestades y el otro, capitalino, Luis Castro, El Soldado, uno de los más puros ejecutantes del toreo a la verónica que conocemos.



Garza y El Soldado se encontraron 5 veces en Madrid. Tres veces como novilleros y dos ya con alternativa, estas en la Plaza de Las Ventas. El sumario de sus encuentros en la primera plaza del mundo es como sigue:

29 de julio de 1934. Novillos de Gamero Cívico, antes Torre Abad, para Cecilio Barral, Lorenzo Garza y Luis Castro El Soldado.

Es este quizás, el más conocido y por ello, el encuentro de estos dos toreros mexicanos en la Villa y Corte, que se ha convertido en una especie de lugar común. Cecilio Barral, un torero al que Cossío califica de enterado y con buenas maneras, que entró en sustitución de última hora por el originalmente anunciado Juanito Jiménez se fue al hule tras de matar al primero de la tarde y los dos mexicanos se quedaron con el resto del encierro.

La versión de Eduardo Palacio, que hizo la crónica del festejo en la edición del diario ABC de Madrid correspondiente al martes 31 de julio de 1934, destaca lo siguiente:
Gestación de un mano a mano… La corrida era de Torre Abad, bien puesta, brava y de bonita presentación, aunque desigual en tamaño, por culpa del bicho lidiado en tercer lugar, de bastantes menos arrobas y mogón del derecho por añadidura. La res que rompió plaza y la jugada en quinto lugar eran gazapona; mas ninguna de las seis, ofreció grandes dificultades para la lidia. El primitivo cartel de la fiesta tenía al frente de la terna de espadas a Juanito Jiménez, pero se negó, mal aconsejado, a torear la corrida en cuestión, previos los requisitos legales, claro es, y se le substituyó con Cecilio Barral, diestro modesto, desentrenado, veterano ya en la profesión, pero, que, puso un destello de amor propio en la actuación brevísima que tuvo. . .

Acerca de El Soldado ante el segundo de la corrida

Cuadró éste, y aquél paseó la vista por la plaza, y después como la cosa más natural del mundo, arrojó la muleta a sus espaldas, sacó parsimoniosamente su pañuelo de bolsillo; y con él en la izquierda, arrancó a herir guapamente y, dejó media estocada lagartijera, que tumbó patas arriba al astado, Lo que vino después se lo imaginara el lector. Una verdadera apoteosis: las dos orejas, el rabo, dos vueltas, al ruedo, salidas a los medios, aclamaciones, Un verdadero delirio. Aficionado antiguo, había, el célebre Vidriero de Ministriles, entre otros, que no podía ocultar su emoción al pensar que lo que acababa de ver le quitaba de encima cincuenta o más años...

Respecto de Garza ante el cuarto de la tarde:

...en cuanto cuadró éste tiró la muleta, y sin nada en la mano izquierda, entró a herir, con mil toneladas de valor en el corazón y su infantil sonrisa en los labios, señalando un gran pinchazo. Se agachó, tomó de nuevo la franela, dio cinco o seis pases más y se volcó sobre el morrillo en un magno volapié. Hizo explosión el legítimo entusiasmó del público, se le concedieron al espada las orejas, se paseó en hombros por el ruedo, y el muchacho se zafó de los que le llevaban, se dirigió: al burladero, donde su compañero descansaba, le obligó a salir de él, y juntos dieron la vuelta al anillo y salieron a los medios. Ya estaba gestado el mano a mano...

Aquí una observación, el lugar común en la narración popular de esta tarde, es que Garza mató al cuarto sin la muleta en la mano izquierda, cuando de las crónicas, tanto la de Eduardo Palacio del ABC, como la de José Tulla en El Siglo Futuro y C.A. en La Época coinciden en que cuando se tiró a matar a cuerpo limpio, pinchó al toro y después, se tiró a matar de manera ortodoxa e hizo la suerte del volapié con todas las de la ley. Es entonces que así mató al toro y es también que es un detalle omitido por la conseja popular y que aquí, con la consulta de las fuentes disponibles y apropiadas, aclaro.



8 de agosto de 1934. Novillos de Juan Sánchez de Terrones, para Miguel Cirujeda, Lorenzo Garza y El Soldado.

En esta oportunidad la buena novillada salmantina de Terrones permitió a nuestros paisanos reiterar que lo logrado dos domingos antes, no fue obra de la casualidad, aunque el saldo en apéndices no fuera igual para todos, pues en esta ocasión es solamente Lorenzo Garza quien se lleva las orejas, aunque el ambiente continúa favorable a ambos. De la relación de José Tulla en el diario El Siglo Futuro de Madrid, del 10 de agosto de ese año destaco lo siguiente:

…Pocas horas estuvo abierto el despacho de localidades. A las cuatro de la tarde del miércoles todo el papel lo tenían los «reventas» y algunos afortunados aficionados. La corrida de ayer salió tan cara como las de Beneficencia, Y esto ocurre cuando la empresa tiene «género» que vale y se saben componer los programas...

Lorenzo Garza repitió lo ejecutado en su última actuación; toreó como nos tiene acostumbrados con el capote y la muleta, y con el acero en su primero dejó media superior, por lo que escuchó ovación, orejas y vueltas al anillo y salida a los medios. En el cuarto la faena de muleta fue sublime, inmejorable, y, en cambio, no le fue concedido más que un apéndice, para mí ésta fue mejor faena que la del primero, para otros, no sé.

Con el capote hizo quites variados en todos los toros, y en el quinto, al querer ayudar a su paisano «El Soldado», haciendo entrar al tercio al novillo, «El Soldado» le recriminó, y el público gritó de lo firme a Luis, pero éste al terminar con el novillo se reconcilió con Garza y ambos se abrazaron, dando la vuelta al ruedo acompañados también por Cirujeda. Garza brindó su primer toro a don Carlos Gómez de Velasco, gerente de la empresa...

Como vemos, el celo profesional del torero de Mixcoac, Luis Castro Sandoval salió pronto a relucir al ver que su paisano y alternante se le había ido por delante. Pero tras el instante de reflexión, comprendió que el auxilio en la lidia solo tuvo por objeto el facilitar las cosas y nunca el taparle, motivo por el cual, compartió con él y el turolense Cirujeda una triunfal vuelta al ruedo.

Eduardo Palacio, en el ABC de Madrid de la misma fecha proclama:

...Pero, pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, lo cierto y positivo es que el mano a mano Garza - El Soldado es ya, más que un ansia de la afición, una necesidad imperiosa de la propia fiesta. Llegará pues, el mano a mano, cuando sea, donde sea y el éxito económico de la Empresa está en absoluto descontado...


El tercer capítulo de esta saga será precisamente el que este escritor había pronosticado desde su primera crónica sobre el particular.

23 de agosto de 1934. 5 Novillos de Coquilla y uno de Santos para Lorenzo Garza y Luis Castro El Soldado, mano a mano.

En algunas entradas anteriores comenté tanto las fechas en las que dos toreros mexicanos habían actuado en corridas y novilladas en las Plazas de Madrid, como también me referí ya en específico a las dos ocasiones en las que toreros mexicanos – Rodolfo Gaona y Armillita – han matado corridas en solitario en ese mismo ruedo. Antes de esta ocasión, el 17 de abril de 1932, se dio un cartel todo mexicano, cuando el nombrado Armillita, Heriberto García y David Liceaga lidiaron una corrida de don Alipio Pérez Tabernero Sanchón.

El mano a mano de El Ave de las Tempestades y El Soldado era la respuesta a los reclamos de la afición madrileña, y su trascendencia, al margen de los trofeos, nos la describe de la siguiente manera Eduardo Palacio del ABC de Madrid, en su crónica del 24 de agosto:

...Y de improviso, sin esperarlo nadie, sin sospecharlo siquiera el que presume de más agudo, saltan una tarde al ruedo Garza, El Soldado y otro torero indígena y la pareja de mejicanos forma un lío espantoso en la fiesta de toros, la pone patas arriba y los comentarios, la pasión, el entusiasmo, la contradicción, salen de la plaza, llegan a los cafés, a los talleres, a las oficinas y solo se detienen ante los cabarets, santuario cada uno de tal o cual figura, cuyos amigos forman una barrera inexpugnable hecha con estas siete palabras: "Dicen que están descarados con los becerros." No se permite otro comentario; la frase asemeja una consigna.

Más todo es en vano. Repiten la hazaña los dos mejicanos, haciendo ricos a los revendedores y entonces empiezan a bambolearse los tinglados, y por todas las rendijas penetra la luz, huyendo despavoridos los ratoncillos. Se hace preciso rendirse a la evidencia; se teme a la comparación; ya no puede hurtarse el éxito a la pareja mejicana Garza - El Soldado. Se espera con ansia el mano a mano de ellos, entre comentarios de se da, no se da, no quiere este, no quiere aquél, piden mucho dinero, la Empresa no transige y toda la escala del ratimagueo defensivo...

...La novillada fue terciada, bien puesta y poco desigual en cuanto a bravura. El primero fue un gran toro, suave y noble; el segundo se vencía del lado derecho; el tercero era grande y bien puesto de cuerna; el cuarto mansote, de muy mal estilo y reparado de la vista; el quinto, muy chiquito, cumplió bien en varas y el sexto, de mucho respeto, gordo y hondo, resultó tan manso, que no hubo posibilidad de librarle del fuego. Todos tenían poder y derribaron con estrépito...

...¿Que es doloroso que hayan sido dos mejicanos los que han actuado de fuerte revulsivo en la fiesta de toros? Puede ser cierto. Pero no lo es menos que ello constituye una realidad, que de sobra nos puede compensar de tal dolor. Dígalo si no el hervor de entusiasmo que reinó en la muchedumbre que llenó ayer la plaza.


Lorenzo Garza solamente mató dos de los tres novillos que le tocaron en suerte y cortó dos orejas, pues el tercero de la tarde, durante la faena de muleta, le volteó de mala manera, provocándole una conmoción, misma que provocó su ingreso a la enfermería y no permitió su salida de ella. El Soldado se alzó como el gran triunfador de la tarde, pues obtuvo las dos orejas y el rabo del fogueado sexto y fue retirado en volandas de la plaza.

jueves, 5 de marzo de 2009

Cañitas


Cañitas (27 de septiembre de 1920), es el torero mexicano que más veces ha actuado en la historia de la plaza de Las Ventas. El interés hacia su figura deviene de que en los algo más de tres cuartos de siglo del ruedo venteño, han hollado su arena las zapatillas de diestros que son atesorados con mayor renombre en la memoria colectiva, pero la historia de Carlos Vera Muñoz es una que merece ser contada.

El caso de Cañitas es el que se genera a partir de la precocidad, pues antes de cumplir nueve años de edad, el 16 de septiembre de 1929, se presentó en El Toreo de la ciudad de México, lidiando un eral de Malpaso. Ese sería el preámbulo de una campaña novilleril que iniciaría una década después, en el mismo ruedo de la colonia Condesa y que estaría marcada por dos hechos notables, el valor que derrochaba ante los toros y la facilidad con la que cubría el segundo tercio.

Carlos Vera recibe la alternativa en Ciudad Juárez el 26 de octubre de 1941 de manos de Lorenzo Garza, con el testimonio de Manuel Gutiérrez Espartero, con toros de El Cortijo, confirmándola en El Toreo el 9 de noviembre siguiente, de manos de Armillita y ante el hidalguense Ricardo Torres, siéndole cedido el toro Robalero de Piedras Negras. El sexto le envió a la enfermería con una cornada grave, lo que marcaría el inicio del sino de este menudito torero.

Las campañas siguientes, junto con David Liceaga se enseñorea de la parte llamada económica de la temporada mayor, obteniendo sonados triunfos en la capital mexicana como los logrados con Serranito de don Carlos Cuevas o el de la despedida del Meco Juan Silveti, culminados ambos con el corte de un rabo.


Al destrabarse uno de los conflictos entre las torerías de España y México, cruza el Atlántico y confirma su alternativa en Madrid el 10 de septiembre de 1944, de manos de Paquito Casado y con el testimonio de Rafael Albaicín y su paisano Arturo Álvarez Vizcaíno con toros de Concha y Sierra, iniciando un idilio con la afición madrileña que terminaría hasta 1951.


Su facilidad con los palos logró que se le emparejara con uno de los principales ases del segundo tercio de su tiempo, Morenito de Talavera, con quien alternó en seis de las catorce tardes que pisó el ruedo de Las Ventas, dos de ellas mano a mano. La hora dorada de su paso por esta plaza la tuvo el 10 de junio de 1945, cuando alternando con Domingo Dominguín y Angelete en la lidia de toros de Juan Pedro Domecq, abrió la puerta grande después de tener que matar tres toros por herida de Dominguín.

El año de 1946, fue el diestro mexicano que más veces se vistió de luces en España con 26 actuaciones y mantuvo un discreto cartel en los años siguientes, hasta el año de 1951, cuando cerró su paso por las plazas españolas.


El 21 de agosto de 1960, actuando en El Toreo, por entonces en su nueva ubicación de Cuatro Caminos y llevando como alternantes a Luis Briones y Juan Estrada, el cuarto de la tarde, Buen Mozo de Ayala, le infiere una grave cornada en la pierna derecha. Cinco días después las infecciones y la gangrena hacen necesaria la amputación poniendo fin a la carrera de un torero que sin duda fue un dechado de valor.


El 16 de septiembre de ese mismo año, sus compañeros organizaron una corrida en su beneficio, llenando la Plaza México, festejo en el que Carlos Arruza se presentó como rejoneador y Calesero, Luis Procuna, Rafael Rodríguez, Jorge El Ranchero Aguilar y Joselillo de Colombia, enfrentaron toros de don Jesús Cabrera, logrando aliviar al menos en lo económico la aflicción del valentísimo Cañitas, quien falleció en la Ciudad de México el 19 de febrero de 1985, a causa de un infarto de miocardio.

Poco se comentó en México después de la muerte de este valentísimo torero, pero en Madrid se le recordó en esa triste oportunidad, pues es sin duda uno de los hacedores de la historia y la leyenda de la Plaza de Las Ventas.

Edito: Una interesante versión del pasodoble dedicado por Segundo Galarza al diestro mexicano, interpretado por el tenor venezolano Alfredo Sadel y la orquesta de Pedro Mesías, la pueden escuchar en esta localización del Cancionero Torero.

Re - Edito: Igualmente el paso de Cañitas por la plaza de Las Ventas, lo pueden consultar en esta localización.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Sismo y estatua


Vuelvo a distraer su atención más pronto de lo pensado, pero el pasado jueves 14 de noviembre Lorenzo Garza hubiera cumplido cien años de edad. Muchas y muy buenas cosas se han escrito acerca de su trayectoria en los ruedos, que fue triunfal en México y en España. Hoy, como recuerdo del gran torero que ha sido, traigo a este espacio esta anécdota, narrada por el propio Magnífico y recuperada por José Pagés Rebollar en su libro Los Machos de los Toreros, una colección de entrevistas biográficas a figuras del toreo publicado en el año de 1978 – tuvo dos ediciones en ese calendario – , e ilustrado por los caricaturistas de la revista Siempre!, Ernesto García Cabral, Rafael Freyre y Carreño, dirigida en ese entonces por su padre, José Pagés Llergo. La narración del suceso que dibuja con claridad al diestro regiomontano es la siguiente:



…sucedió que Armillita (un torero extraordinario) y yo fuimos contratados para un mano a mano un día primero del año allá en Guadalajara. 


Una vez en Guadalajara llego al hotel, me baño, me afeito muy bien, porque tenía invitación para esperar la entrada del año. Como nunca me había puesto un frac, lo primero que pensé fue: “Ahora sí voy a ponerme este traje”. Y me lo puse. Bien vestido de frac, con abrigo y pañoleta recibí un llamado del ganadero González Lugo quien me dijo: “Vente Lorenzo, aquí el ambiente está precioso”. 

Llegué a la reunión pero cuando iba subiendo las escaleras iba sintiéndome un poco cohibido, como diciendo: “Caray, no iré a hacer el ridículo como vengo vestido?”, y lo pensaba pese a que sabía lo bien vestido que iba. 

Ahora, si era el momento oportuno no lo sabía. Entonces, mandé llamar a González Lugo con un camarero y lo primero que le dije fue: “Oye, ¿cómo me veo?” “Vienes hecho un señor”, me dijo, y yo le respondí que tenía miedo, que procurara traerme un poquito de brandy para cobrar aplomo. 

Total, me trajo medio vaso de whisky que bebí directo. Cinco minutos después reaccioné y dije: “Ahora sí entro”. Aquello parecía de momento el paseo en la puerta de cuadrillas, porque llego, las gentes suspenden momentáneamente el baile, la música hace un toque de atención y me anuncian: ¡Un detalle preciosísimo de los que había en ese baile!... 

En fin, cuando menos lo vi ya eran las 4 de la mañana, concluía el baile y uno de mis amigos me propuso ir a “El Patio”, lugar muy similar a “El Patio” de la ciudad de México. 

¡Vamos!, dije. y allí estuvimos felices hasta que el sol salió y de allí me dicen: “¡Vámonos al Club de Golf!”. 


¡Vamos!, repuse, aún sin recordar que yo toreaba ese día y, total, daban ya las 3 de la tarde cuando el mozo de estoques, desesperado, me localizó y me dijo: “Matador, que hay que irse a torear”. 

“¡Usted no se preocupe! le contesté confiado y nos fuimos al hotel, me di un baño de agua bien fría, empecé a afeitarme, pero tina vez pasada la impresión del baño helado comencé a sentirme un poco deprimido pues ya se me estaba bajando ese fuego interior que traía por lo que dije al mozo de espadas: “Por favor, vaya usted al bar y tráigame un medio vaso de brandy... 

El mozo de espadas, por cuidarme, trajo tan sólo un traguito y yo le decía: “No. hombre, tráigame usted medio vaso”, pero uno de los amigos que me había invitado al Club de Golf me dijo que no pasara cuidados, que ellos llevarían una coca colas sin nada de coca cola y rellenas de brandy. 

Ya el clarín anunciaba el paseíllo en la Plaza y yo aún me encontraba en el hotel. Cuando se escuchaba la cuarta llamada entré al coso y entré mal pero con una ventaja: Yo nunca he perdido sentido de lo que hago, con copas o sin ellas. 

Estando en el callejón, el hermanito de Armillita se “movilizó” y me trajo Sal de Uvas Picot. Yo, sencillamente, le dije: “¿Qué quieres, chaval, que en el ruedo me duela el estómago? Anda ve y tráeme brandy que es lo que a ml me hace falta...” 

Entonces, a una distancia no muy grande, oigo la voz de Armillita que decía que yo no estaba en condiciones de salir al ruedo, que él mataba los seis toros, y como yo lo alcancé a escuchar para mí eso fue una ofensa por lo que le repuse: “Eso te voy a dar de ventaja, que tú no sirves ni para abrocharme los moños de las zapatillas...” 

En fin, hicimos el paseíllo y la gente de Sombra me veía y yo me decía que, total, esos me habían visto en el Club pero la gente de Sol no, y dentro de mi “cuete” me percaté de que mi compromiso era con ellos y me fui allá y les eché mi capote de paseo. 

Bueno, pues Armillita salió prendido, con un amor propio y con un celo extraordinario, y molestísimo por lo que yo le habla dicho. 

Salió el primer toro. Armillita, entusiasmado por el “pique”, comenzó a recibirlo con “Farolas” poniendo las dos rodillas en tierra ¡una verdadera locura para la gente! 

Viendo como estaban las cosas me fui hacia a mi amigo: “¡Dame un sorbo de coca cola!, precisamente cuando el animal recibía el segundo puyazo y era un toro de Atenco, ¡no se me puede olvidar!, y me tocaba a mi hacer el quite y allá voy gritando entusiasmado ¡Aaaja, Aaaja toro!, y la bestia se me “arranca” y que le pego un lance rodilla en tierra, ¡Dios mío!, sólo que cuando que cuando le quise pegar el segundo se me dobló la otra por lo que me quedé con las dos y el toro me repitió y que le pego el siguiente lance con las dos rodillas en tierra, y el otro, y ya en el tercero remato pues ya le había gritado a uno de los banderilleros para que tocara el toro ya, al rematar, con la mano en la arena, para levantarme, con gran sorpresa pues el aire se oscureció porque cerca de cien sombreros venían hacia mí, volando. 

Le diré, Pepe, lo único que se me vino a la mente fue un pensamiento: “Jesús, si no me puedo ni parar”. 

Pero la historia no quedó allí, Armillita cortó dos orejas; salió el toro mío y yo estuve discreto. Sale el otro toro de Fermín y también estuvo extraordinario. Entonces había un picador, yucateco para más señas, que a lo lejos exclamó: “¡Ya acabarnos con el Ave de las Tempestades!”. 

Disgustado por lo que había oído, solo alcancé a decirle: “Vas a ver…” y así se desarrolló aquella corrida hasta que maté el sexto toro que venía embistiendo y a mi me llegó una de esa cosas. Uno de esos momentos de inspiración que tienen los artistas, y de repente todo une salía bien. El pase natural de rodillas, los pases girando (que algunos dicen de manoletistas) hasta que entro a matar y le corto las dos orejas y el rabo a la bestia y la gente me saca en hombros. 

Fermín iba al lado caminando. 

Entonces, impulsado por el deseo de desquitarme le dije: “Ya ve usted Fermín, uno no necesita trabajar tanto...” 

La fotografía de Lorenzo Garza es de Reynoso y pertenece a la colección del Dr. Antonio Ramírez González.

Aldeanos