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domingo, 19 de septiembre de 2010

Relecturas de verano I: Don Puyazo

Era un hombre que aprendía de la materia que escribía, de toros, pero que no necesitaba de ningún maestro para escribir: La pluma era lo suyo.

Rafael Ortega Domínguez
Matador de Toros

El primer encuentro

Hace casi diez años llegó a mis manos un ejemplar de la obra de mi amigo y colega, natural de Cádiz, la llamada tacita de plata que remata el Rincón del Sur, Francisco Javier Orgambides Gómez. El libro se titula Don Puyazo y tiene como finalidad el recordar o como fue en mi caso, el dar a conocer la persona y la obra de don Antonio Rosales Gómez, quien bajo el seudónimo que intitula la obra, a través de la radio y de los medios escritos, dejó para la posteridad su visión de la historia taurina de su tiempo.

Comencé la lectura y me fue imposible suspenderla, pues la obra invita a que uno la lea de corrido, de portada a portada, de un tirón, pues muchos de los conceptos de Don Puyazo siguen vigentes hoy en día y sus reflexiones, valen todavía para muchas cosas que suceden hic et nunc en el que Díaz Cañabate llamara el planeta de los toros.
La radio

En 1895 Marconi descubre el hecho de que se pueden transmitir mensajes telegráficos sin necesidad de hilos que los conduzcan. De aquí, a la transmisión de la voz humana por ese mismo medio, solamente había un pequeño paso. Puede decirse que la radio había nacido y ella sería el vehículo a través del cual, se llevaría a muchas gentes alrededor del mundo, información y esparcimiento.

La Fiesta de Toros no podía permanecer ajena a la revolución que para la comunicación representó la radiodifusión y así, la producción de programas con temática taurina cobra muy pronto un importante sitio dentro de las llamadas cartas de tiempo de las emisoras, primero en España y después en los demás países en los que tenemos el privilegio de disfrutar de la Fiesta de Toros, pues sus temas siempre atraen la atención de quienes nos consideramos aficionados a ella.

Don Puyazo vivió la historia de la radio gaditana casi desde sus inicios, pues nos relata Francisco Javier que ya en 1930 participa en el Noticiero Gaditano de su tierra y combina las actividades frente al micrófono con las de escribir para la prensa diaria. Es a partir de 1942 que inicia su andadura como cronista taurino, misma que reunirá en una serie de muy bien logrados Cuadernos Taurinos, mismos que cincuenta y dos años después, representaron – si mis cuentas no fallan –, dos mil setecientos cuatro volúmenes en los que se compila la historia taurina de ese tiempo y el pensamiento de su autor acerca de ella, que curiosamente, cubre la mayor parte de la segunda mitad del pasado siglo, lapso de tiempo en el que su autor los hizo públicos y con ellos, creó opinión.

Don Puyazo

Antonio Rosales Gómez nació en Cádiz en 1909. Como ya lo he mencionado, a partir de 1930 se dedica a los menesteres de informar a través de la radio y de la prensa escrita y es en 1942 cuando logra la feliz combinación del trabajo con la afición, iniciando cada martes, la emisión de sus Cuadernos Taurinos, en los que recoge y analiza la historia taurina de su tiempo.

Quizás lo más importante de esa visión de la historia, que durante ese medio siglo presentó don Antonio, montado sobre los lomos del mítico Veneno y con la vara en ristre, fue el sentido regional que dio al análisis que de la misma hizo, reflejando lo que la información que era objeto de sus opiniones podía representar para el entorno taurino de Cádiz principalmente. Los aficionados a los toros estamos acostumbrados, sobre todo hoy en día, a conocer versiones más cosmopolitas de las noticias, mismas que son difundidas en cuanto representan un interés para quienes las reciben. Las noticias locales o regionales, poca difusión tienen, porque supuestamente a pocos interesan. Así, las noticias taurinas viajaban por las ondas o por los teletipos y llegaban desnudas, con la finalidad de que cada uno de los que las recibían, sacara sus propias conclusiones, las que seguramente variarían, de acuerdo con el lugar en el que fueran analizadas.

La lectura de Don Puyazo nos revela dos grandes pasiones: La que seguramente tuvo el personaje de la obra por la Fiesta de los Toros y la que sin duda también tuvo por que en Cádiz se conservara y se desarrollara ésta. Estos aspectos se advierten con claridad meridiana al ir avanzando la lectura, sobre todo, en la transcripción del Cuaderno número 773 – que abre la obra – y con el dedicado a la Plaza de Toros gaditana, que sucumbió a la picota en el año de 1976, debido a la incuria de que fue objeto. Cádiz se quedó sin plaza, pero cada martes, don Antonio seguiría analizando la información taurina y señalando la influencia que seguramente tendría en el Rincón del Sur.

Otro aspecto interesante de su labor, debidamente reseñada por Francisco Javier, fue la de llevar a los medios el recuerdo o la información de aquellos que en su día fueron toreros de medio sol, a través de su Galería de Toreros Olvidados, en la que aquellos a los que la cortedad de sus hazañas, poco espacio les conseguían en los medios. Es este un aspecto justiciero de su obra periodística, pues a todos, los de arriba y los de abajo, les procuraba su lugar, uno que muchas veces, en la vorágine de los acontecimientos, no es debidamente reconocido por aquellos que tienen confiada la tarea de dar cuenta de lo que en el planeta de los toros sucede.

Los géneros

La obra de Francisco Javier nos revela a un Don Puyazo poseedor de una extensa cultura, pues no solamente se limitaba a opinar sobre la información que difundía a manera de editorial o de ensayo, sino que hacía de la variedad literaria uno de los secretos de su éxito y así, vemos que lo mismo preparaba una farsa o un sainete para criticar tal o cual situación o preparaba verdaderos recitales radiofónicos de poesía taurina, de la cual, no me resisto a transcribir lo siguiente, de su Oda a Juan Belmonte:

En la taza de la plaza
Se vierte de sol el oro;
Al caer, cobre el icono del toro
De un hachazo de charol
Temblando en cada cairel
Queda una gota de sol.
Con dinámica bravía
De una vieja estampa ibera
Belmonte, junto a la fiera
Traza geometría torera

O sus Juzgados de Ultima Instancia Taurina, en los que sometía a imaginario juicio a quienes por su actitud irreverente hacia las cosas de la fiesta, mismo en el que se ventilaban con imparcialidad – tan ausente de la justicia de los hombres –, los aspectos positivos y negativos del personaje que por esa emisión, ocupaba el banquillo de los acusados.

En fin, que mucho más se puede comentar de la obra de Don Puyazo, porque durante mas o menos medio siglo, presentó y analizó la información taurina del tiempo que iba viviendo y actualizó también la de tiempos pretéritos, en un afán de formar aficionados a los toros con una verdadera Cultura Taurina.

El resultado de la obra

Francisco Javier Orgambides Gómez ha logrado en un breve número de páginas, el que quienes no somos de Cádiz, conozcamos la personalidad y lo más significativo de la obra de Don Puyazo, subsanando en alguna forma la omisión que señala el torero gaditano José Luis Galloso, al referirse a lo escaso de los reconocimientos hechos a la obra de don Antonio, que al contrario de muchos que ejercen esa azarosa profesión, obtuvo el reconocimiento de sus conciudadanos y de sus escuchas y lectores, lo que demuestran el Hostal, la marca de vino fino y los dos pasodobles que ostentan el nombre de su personaje radial Don Puyazo.

Curro, considero que la faena ha sido justa, aunque como todas aquellas que perduran en nuestra memoria, nos queda el deseo de haber visto más. No obstante, estoy seguro que como en mi caso, el pañuelo de todos tus lectores saldrá a sus balcones en cuanto culmine la lectura de tu bien preparado libro.

Reconocimientos

No puedo terminar este intento de reseña, sin expresar a la Diputación Provincial y a la Asociación de la Prensa de Cádiz, mi reconocimiento y gratitud por el esfuerzo realizado y el interés mostrado por dar a conocer la obra de uno de los más preclaros periodistas taurinos de esa Provincia, emblemática del llamado Rincón del Sur. Considero que ese interés se ve satisfecho con creces y en mi caso particular, considero que debiera considerarse la publicación completa de los archivos de Don Puyazo, pues contienen mucha información que hoy resulta invaluable para los aficionados a los toros, que aunque reflejan la visión de lo que parece un tiempo ido, presentarán en el fondo la esencia de una fiesta que requiere, con mucho, que se muestre lo que debe ser en realidad, en estos tiempos revueltos, en los que tan vilipendiada es.

domingo, 14 de febrero de 2010

Relecturas de invierno II: Cornadas al viento

En Cornadas al viento nos vamos a encontrar con una parte sustancial de la historia de la ganadería de La Punta. Pero no anticipemos vísperas. No es esa historia manida que nos habla de los toros y las vacas que El Pasmo de Triana le consiguió a don Francisco y a don José C. Madrazo y García Granados en las ganaderías españolas de Campos Varela y Gamero Cívico y que según su propia confesión, en tanto las embarcaba a tierras mexicanas, el cuidado de esos ganados le fascinó tanto, que acabó por hacerse ganadero él mismo.

La historia que recogió mi amiga Carmelita Madrazo (Aguascalientes 1940 – Guadalajara 2007), es la narración de su madre, doña María Luisa Solórzano Dávalos, esposa del ganadero don Francisco Madrazo y hermana de los toreros Jesús y Eduardo Solórzano, es la que se cuenta en el libro y es más bien la relación de los hechos que son concomitantes a la crianza de los toros y a la forma de vivir la vida en una ganadería mexicana de toros de lidia.

La narración de Cornadas al viento transcurre entre 1932 y 1959 y recoge una buena cantidad de las incidencias del diario vivir en una unidad de producción agropecuaria en la que, si bien la parte pública de su ser era la crianza de toros de lidia, su viabilidad económica se sustentaba en otro tipo de actividades como la crianza de ganado lanar y la siembra de distintos granos, porque a diferencia de otros lugares, en un clima semidesértico como el de la zona en la que La Punta se ubica, requiere diversificar las actividades para hacer viable las explotaciones.

Las vivencias contadas por doña María Luisa Solórzano a su hija y recogidas en  el libro, cubren las relaciones interpersonales y familiares de los ganaderos de La Punta con los habitantes de la Hacienda y contiene una interesante descripción de cómo era la vida en Aguascalientes y su región circundante en una época en la que a diferencia de la actual, toda la actividad económica descansaba en los talleres de los Ferrocarriles Nacionales (hoy extintos) y en la agricultura.

También presenta la visión desde dentro del hogar de la asimilación del éxito. Sobre todo cuando en ese tiempo se tuvo la única ganadería que lidiaba en su totalidad ganado de sangre española pura, mismo que era reclamado por los principales toreros y empresas de ese tiempo y que al paso de los años, sería considerada con una de las casas fundacionales de la ganadería de lidia en México.

Es este uno de los pocos libros, si no es que el único, en el que abandonándose algún criterio de corrección política, se aborda el tema de la influencia de la Reforma Agraria en la crianza del toro de lidia en México y en muchos otros textos se omite simplemente el asunto, ella toma el toro por los cuernos y relata el daño que desde su punto de vista, cree que hizo a La Punta y a la ganadería mexicana en general, dejando un principio de análisis que está aún por hacerse a profundidad y que puede arrojar interesantes respuestas a interrogantes que se plantean desde hace décadas.

Los toreros que pasaron por la casa de La Punta, los visitantes ordinarios, las fiestas, como se vivía la Semana Santa, quienes eran los dueños de las fincas vecinas y a que tipo de labores se dedicaban, recordando siempre que fueron parte del Mayorazgo Rincón Gallardo, que tuvo su sede en la Hacienda de Ciénega de Mata, ubicada a corta distancia de allí.

En el epílogo de la obra doña María Luisa Solórzano Dávalos refiere lo siguiente:

…Paco falleció a la edad de 73 años. Había nacido el 11 de septiembre de 1886, y a las pocas horas del dia 12, cuatro años después, nacía su hermano Pepe. El sepelio de Paco fue el 11 de febrero de 1960, y al comenzar el día 12, nueve años después, moría Pepe.

Mis 30 años de vivir a su lado y en La Punta, van unidos y arrullados con el bramar de los toros, el relincho del caballo, el balar de los borregos y sobre todo, con las lágrimas de mis recuerdos.

Siendo ya viuda, fuimos invitadas a un día de campo en La Punta, las madres Teresianas Petra Ayerra y Aurelia de Moratín, dos españolas simpáticas y sumamente inteligentes que gustaban de los toros. Había tienta, y ellas felices con el terceto de guapos que eran mi sobrino Chucho, Currito Rivera y Paquirri. En esa ocasión yo fui como invitada a la que había sido mi casa.

Estando en la placita de toros, mi hija comentó:

Al estar en la placita de toros, vi los hermosos árboles que daban una sombra refrescante y acogedora. Sus enormes ramas cubrían el callejón y un tercio del redondel.

Ahora también dan sombra esos mismos árboles, pero la sombra que antes se veía esplendorosa, ahora se ve sombría. Antes, en La Punta había señorío. Ahora solo hay soledad.

La historia concluye allí y es una de esas que merecen ser leídas y contadas. Hoy La Punta pertenece a otras personas y las historias que allí se formaron siguen siendo parte de la memoria colectiva. Aquellos toros punteños serán siempre el paradigma del toro bravo y bien presentado, en suma el toro adulto, no adulterado.

Cornadas al viento
C. Madrazo
Editorial Emprendedores Universitarios – Secretaría de Cultura
Gobierno del Estado de Jalisco
Guadalajara, 2005
ISBN 970 – 624 – 405 – 0

domingo, 24 de enero de 2010

Relecturas de invierno I: Sangre de Llaguno

Escribía un ilustre iusromanista, nacido en los Países Bajos, pero mexicano hasta la médula, Guillermo F. Margadant, que la historia no es una serie de vistas fijas, sino que es como una película en la que hay varias tramas paralelas que transcurren al mismo tiempo, pero en lugares diferentes y que al final inciden en el desenlace. En Sangre de Llaguno, así nos presenta Luis Niño de Rivera las de la ganadería de San Mateo y de la Familia Llaguno, enlazando la historia patria con la universal y con la del toreo y en ese enlace, algunos pasajes influyen directamente sobre la trama y otros tendrán utilidad solamente para ubicar en tiempo y espacio eventos trascendentes en el devenir ganadero de Llaguno – San Mateo, lo que no deja in abstracto la presentación que de ellas se nos hace en la obra.

Me parece importante la presentación de la genealogía de los Marqueses del Saltillo, de quienes se habla en el ambiente taurino mexicano como una serie de personajes míticos, de los que la mayoría de los que los mencionan, ni siquiera saben ya no sus nombres, sino siquiera sus apellidos, precisando con puntual atención los pasos de una generación a otra, bien verificada en los archivos parroquiales de Sevilla. Lo único que le faltó a Luis, a mi juicio, fue el abundar, ya entrado en el tema, en la salida de la ganadería de la familia Rueda – Quintanilla – Osborne Böhl de Faber, para pasar a manos de las familias Moreno Ardanuy – Moreno de la Cova – Moreno de Silva, que es la que en la actualidad mantiene lo que de ella permanece en tierras hispanas.

A partir de analizar los libros de la ganadería, entre 1908 y 1953, Luis Niño de Rivera logra presentar algo así como el genoma en macro del toro de lidia mexicano, pues desentraña las principales líneas o familias surgidas de las 16 vacas y dos toros traídos por los hermanos Antonio y Julián Llaguno, de una manera bastante esclarecedora, dejando patente la gran obra ganadera realizada por el genio que fue el primero de los nombrados.

Ya en análisis de los aspectos propiamente familiares, Niño de Rivera nos deja ver que la transición del ganadero Antonio Llaguno González al ganadero José Antonio Llaguno García realmente nunca se produjo. El hijo lo acompañó en su andadura, pero el viejo aparentemente no se preocupó por enseñarlo; así como él entendió los vericuetos de la genética de una manera intuitiva, creyó que su hijo, sangre de su sangre, saldría como muchos de sus toros Superior Superiorísimo en ese aspecto y aprendería – o intuiría – de la misma manera en la que él lo hizo, pero no fue así, por eso la trayectoria de José Antonio Llaguno García como ganadero fue más breve y menos regular, diferente que las de sus primos hermanos, los Llaguno Ibargüengoitia, que abrevaron todo el conocimiento que Don Julián se preocupó por transmitirles.

En cuanto a la presentación material del libro, me parece que es de formato feo – a imagen y semejanza del pocket book americano – y creo que la calidad de la obra merecía uno mejor, con mayor cantidad de ilustraciones, aunque la justificación de los editores reside en el hecho de que al presentarlo así, se consigue una mayor penetración de la obra. Veo que también tiene algunos gazapos ortográficos, pero estos seguramente no son culpa del autor. Aparte, considero que faltaron un índice onomástico y árboles gráficos de la progenie de las vacas españolas, que harían más explícito el trabajo.

Concluyo citando a Don Paco Madrazo, ganadero también de prosapia, quien en su libro, El Color de la Divisa, publicara en 1985 en una carta abierta dirigida a José Antonio Llaguno García estos sentidos razonamientos:

…Hoy la mayor parte de los ganaderos mexicanos se enorgullecen de tener en sus piaras reses procedentes de Saltillo – ellos así lo dicen – y qué lástima me da el que hayan olvidado, a veces, que las vacas y toros que les han dado prestigio a través de los años son de San Mateo…

Yo creo que ellos deben reconocer la gran afición de tu padre y de tu tío para hacer, con muchos sacrificios, una ganadería de bandera, y que ya dejen de decir que tienen sangre de Saltillo, cuando lo que tienen, es sangre de San Mateo…

¿Por qué no les gritas que tu padre, y vamos tomando como fecha la venida de las vacas españolas – 1908 – hasta el 15 de enero de 1953 en que murió, estuvo al frente de una extraordinaria ganadería hecha a base de esfuerzos, de malos ratos y de romperse día a día con la vida del campo y de los toros, para qué hoy tanto ignorante diga y anuncie que tiene sangre de Saltillo?

Ya no somos ganaderos de bravo, ni lo seremos jamás. Nuestra vida entre los toros será hoy dispersa, vaga y al poco tiempo, olvidada…


José Antonio Llaguno García nunca escribió el libro que le pedía su amigo – y compañero de infortunio – Paco Madrazo, pero en el que pone a la consideración de todos nosotros, Luis Niño de Rivera reivindica en buena medida ese justo reclamo de alguien que sí entendió la realidad de la existencia de la Sangre de Llaguno, un libro que vale la pena leer y releer.

Sangre de Llaguno
Luis Niño de Rivera
Editorial Punto de Lectura - UNAM
1ª edición, México, 2004
ISBN: 9707310588



viernes, 1 de mayo de 2009

Un buen amigo y un buen libro…


Ayer por la mañana recibí una llamada telefónica del buen amigo don Gustavo de Alba, que me notificaba que en una librería del centro de Aguascalientes estaba en oferta un libro sobre la obra del pintor valenciano Roberto Domingo.

Ante el encierro casi forzado al que nos vemos compelidos por estos días, hay que encontrar algo que hacer y en estos casos, la lectura es un buen paliativo para evitar los efectos nocivos de la falta de actividad.

Quizás a muchos no les represente novedad, pero la obra en cuestión se titula Roberto Domingo. Arte y Trapío y es de la autoría de María Dolores Agustí Guerrero, madrileña de origen valenciano, quien de acuerdo con la solapa del libro, cuenta con carnet de Investigadora del Ministerio de Cultura Español y es además filósofa, gemóloga y perito judicial en materia de Bellas Artes.

El prólogo de Ángel Luis Bienvenida nos refiere una visita que en el otoño de 1944 realizaron él y el Papa Negro al estudio del artista, para pedirle que le pintara un óleo en el que aparecieran sus hijos Pepe, Antonio y el propio Ángel Luis jugando con banderillas en la Real Maestranza de Sevilla. El objeto del cuadro era corresponder a Antonio un brindis hecho a Ángel Luis en una corrida que habían toreado juntos ese año.

El lienzo que llevaba don Manuel Mejías era descomunal y eso disgustó a Roberto Domingo, que pidió uno más pequeño. Refiere el torero que se fueron a Sevilla y a la semana siguiente volvieron al estudio del pintor con dos sacos de albero, los que esparció en el piso de madera del lugar diciendo: ¡Aquí lo tiene para que lo pueda hacer más exactamente!.

Al año siguiente el cuadro estaba listo, Antonio, de grana y oro, iba en la cara del toro; Pepe de azul y oro estaba en un segundo plano y Ángel Luis, de verde y oro quedó al fondo. Antonio no aceptó el cuadro, argumentando que tenía muchos de don Roberto, por ello, Ángel Luis remata su prólogo agradeciéndose la oportunidad de poder admirar todos los días por haberlo conservado, tan grande obra, de tan grande y olvidado pintor taurino.

El libro contiene una prolija biografía de quién, de acuerdo con la declaración de intenciones de su autora, refleja luminosa y sincera, la vida misma con todo su aroma y todo su dramatismo, reconociendo que en alguna medida su trabajo no hubiera sido posible sin una obra de 1957, publicada por Valeriano Salas y escrita por J. Peñasco.

La obra contiene, como dice su contraportada, extensa documentación gráfica, cerca de ochocientas fotografías y documentos que dan una idea completa de tan insigne pintor, devolviéndole la actualidad y el lugar preeminente que le corresponde en el mundo del arte, con especial referencia a su genial interpretación de la fiesta taurina.

Pero lo que más me llamó la atención, es este pequeño epílogo, que tiene mucho de verdad y que creo que explica, en unas cuantas palabras, el verdadero sentido de la obra:

He aquí una modesta aproximación a la vida y obra del insigne pintor Roberto Domingo. Sirva como llamada de atención sobre su injusto olvido y llegue algún momento, que deseamos esté próximo, a ocupar el lugar destacado que por derecho le corresponde en la historia de la pintura contemporánea.

Ya les contaré el resultado de la lectura completa.

Referencia bibliográfica: Agustí Guerrero, María Dolores. – Roberto Domingo. Arte y Trapío. – Editorial Limusa S.A. de C.V. – Grupo Noriega Editores, 1ª edición, México, 1998. La edición española es de Agualarga Editores S.L.

domingo, 1 de febrero de 2009

El Tío Carlos


Un buen amigo me ha hecho llegar una obra titulada Crónicas Taurinas (Colección Autores de Querétaro, número 20, selección de Carlos Jiménez Esquivel, Gobierno del Estado de Querétaro, 1991), una recopilación de crónicas escritas por el abogado, político y periodista queretano, don Carlos Septién García (1915 – 1953), mayoritariamente conocido por su alias periodístico que titula este post, pero que también firmó en lo taurino como Don Pedro y El Quinto.

El Tío Carlos cubre con su narrativa de los acontecimientos taurinos una etapa que resulta importante para la comprensión del devenir actual de la Fiesta en México, pues entre 1941 y el año de su defunción, tuvo la ocasión de presentar a la afición mexicana una visión más o menos ecuánime – su preferencia por Silverio y por Arruza trascienden a su obra – y absolutamente desinteresada de lo que sucedía en las plazas de toros de la Ciudad de México, las principales de esta República.

En sus propias palabras:

…la valorización simplemente técnica de las corridas – tan útil y necesaria a la pureza de la tauromaquia – no podía constituir por sí misma el atractivo principal de una reseña para esas grandes multitudes que llenan las plazas con más sed de emoción plástica o dramática que de perfección de procedimientos… el olvido de la pureza técnica podía desviar al toreo por las sendas del barroquismo sin sustancia, del esteticismo decadente o del drama sin dignidad… consideró por todo eso que si alguna misión habría de cumplir como cronista de toros ella sería la de servir el inagotable buen gusto del público mexicano ayudando tanto a definir los valores estéticos que cada torero representa, como a darles una jerarquía justa y fundada…


Esta cita la hago del prólogo que hace al primer libro que sobre el tema publicó, titulado Crónicas de Toros, que vio una primera edición en 1948 y una segunda 30 años después, en la que recopila en una primera sección las crónicas que escribió bajo el seudónimo de El Quinto en el semanario La Nación, del cual fue fundador y en la otra, las que como El Tío Carlos alumbró en el diario El Universal de la Ciudad de México, dándose el caso, de que de algunos festejos, seleccionó las dos para integrar la publicación.

La mayoría de los historiadores de la prensa taurina en México le ubican como cronista solamente entre 1941 y 1948, pero la obra que motiva este comentario nos deja en claro que siguió adelante prácticamente hasta su muerte, cubriendo entonces la cúspide de la Edad de Oro del toreo en México y su transición hacia la Edad de Plata, dejándonos en sus crónicas una imagen escrita con la pluma sobre el papel, que nos permite conocer con bastante fidelidad lo que representó en su momento cada uno de los ganaderos y diestros a los que se refiere en sus relaciones.

Horacio Reiba Alcalino, evocando a Ryszard Kapucinski comenta que varias de las virtudes del periodismo taurino se han perdido hoy en día y hace especial énfasis en dos: la cultura general del escribidor y la falta de estilo personal, lo que no permite ni identificar, ni disfrutar el contenido del relato de los sucesos acaecidos en los festejos, pues o como decía El Tío Carlos, se cae en una sesuda descripción técnica que tiene como característica principal su ininteligibilidad o en una serie de barroquismos hueros que dicen menos que nada. Por eso, considera el cronista de la Puebla mexicana, Carlos Septién García pertenece a una aristocracia que está prácticamente extinta.


Los textos contenidos en Crónicas Taurinas hacen una transición casi silenciosa del primer libro de Septién. Si bien se repiten algunos textos que son obligados, como aquél de El Castaño Expiatorio, los relativos a la muerte de Manolete y el entierro de Joselillo, extraídos de lo que el autor titulara como el Martirologio de 1947, el relativo a la tarde de Garza con Amapolo y El Monstruo con Murciano o el de la faena de Armillita a Nacarillo de Piedras Negras, el resto constituyen un interesante panóptico del desarrollo de la Fiesta mexicana en el lapso de tiempo que cubre su actividad como cronista, en el que podemos ver la consolidación de toreros como Rafael Rodríguez El Volcán de Aguascalientes, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba, o conocer, prácticamente de primera mano, el transcurso del hacer de Manolo González, José María Martorell o Julio Aparicio en la cumbre de sus carreras por los ruedos de México.

Concluyo con otra reflexión de Carlos Septién García, que a mi juicio resulta enriquecedora:

…los toros son más que una simple “fiesta” sujeta a tales o cuales costumbres… tenemos en ella una de las mejores expresiones populares del genio de nuestra raza y de muchos de sus más nobles impulsos. Gracia, valor, autenticidad, liturgia, capacidad de hazaña, sentido del sacrificio, religiosidad, belleza, generosidad, entrega… Todo esto y más forma la sustancia humana de las corridas de toros, caudal de temperamento, de tradición y de anhelos que fluye en los toros con poderío y libertad incomparables… Es la misma sustancia de que está hecha la Patria; la misma de que están amasadas las grandes creaciones de nuestra estirpe en cualquier otro campo del espíritu. Resulta entonces no sólo legítimo sino aun en cierta forma debido el dar a los toros el rango de magnífica creación popular de nuestra cultura…


En suma, estamos ante una obra que aparte de servir de referencia, nos lleva por los caminos de un conocimiento culto de lo que fue en su día, la Fiesta de los Toros en México.

Aldeanos