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domingo, 19 de junio de 2011

Jueves de Corpus de 1954: Juan Silveti sale en hombros de La Maestranza

Algunas razones para recordar esto

La entonada actuación que han tenido los toreros mexicanos en el reciente San Isidro y la proyección que les ha dado con cara a la realización de una real campaña en ruedos hispanos, me motiva a repasar la historia y a encontrar antecedentes en ella de diestros que en otros tiempos, mantuvieron en alto el pabellón nacional y con sus buenas actuaciones abrieron el camino para que los toreros de nuestros días pudieran cruzar el Atlántico y continuar con la obra que ellos iniciaron.

Suma además al hecho, que uno de los cinco nacionales que comparecieron a Las Ventas, es precisamente Diego Silveti, nieto de quien me ocupa en esta ocasión y representante de la cuarta generación de toreros de su dinastía que comparecía en la capital hispana y en lo general, representante de una dinastía de toreros de suyo larga, de las que la Historia del Toreo registra muy pocas.

Por último, además de la efeméride, creo que vale la pena entrar un poco más a profundidad en la trayectoria de Juan Silveti Reynoso en los ruedos de España. Siempre que se habla de ella, se llega al punto de algo que ya parece un mero lugar común, la tarde de los toros de Pablo Romero en el San Isidro de 1952, cuando en el fondo su historia en esas arenas es más profunda y rica que esa única tarde. Es por eso que recurro a ella, la que en su día, confesara a don Filiberto Mira, que había sido el día más feliz de su vida y se trata de la Corrida de la Asociación de la Prensa de Sevilla, celebrada el 17 de junio de 1954 – Jueves de Corpus por cierto –, en la que para lidiar toros de don Salvador Guardiola, alternaron Cayetano Ordóñez Niño de la Palma II, Jesús Córdoba y el nombrado Juan Silveti

¿Hoy cómo ayer?

La crónica que me sirve de apoyo para esta remembranza, es la de Gil Gómez Bajuelo, quien fuera cronista del diario ABC de Sevilla entre 1952 y 1960. Al inicio de ella, hace una reflexión que, pese al tiempo que ha transcurrido entre la celebración del festejo y estas calendas, creo que vale en todos sus términos:

Decíamos días pasados que lo de menos era el éxito económico. Y lo demás, procurar que el público saliera satisfecho. Creo que esto se ha conseguido plenamente. Lo primordial es darle a la afición sevillana su sitio, rendir a la plaza respetuoso vasallaje, velar por el rango de una fecha tradicional y la pureza de una fiesta de nacional raigambre y reiterar el prestigio de la entidad organizadora. Lo demás viene, o debe venir por añadidura, si es cierto que la rectitud del procedimiento tiene su premio…”

Hoy, pareciera que no se respeta ni a las plazas, a las aficiones ni se vela por el rango de fechas tradicionales o por la pureza de la fiesta. Igual, sale sobrando la integridad o el prestigio de la entidad que organiza o a cuyo nombre se organiza un festejo determinado. Ahora – el mundo al revés – el éxito económico es el principio y fin de la organización de cualquier festejo. Y sí la fecha tradicional, la pureza de la fiesta o el prestigio de la entidad organizadora se van al caño por un puñado de dólares… pues bien empleado, que de ganar se trata.

Hasta en eso han cambiado los tiempos, pues si vemos los festejos benéficos de estos días, veremos que la organización es rácana y en consecuencia, la finalidad es obtener el mayor retorno a cambio de una inversión mínima o nula y si no, remito a Ustedes al recuerdo de la últimas Corridas de la Beneficencia celebradas en Madrid, en la que ni la Asociación de la Beneficencia, ni la Plaza de Las Ventas, ni la fiesta en su conjunto, ni la afición, ni nada importaron a los organizadores. Sólo les interesaba el lleno y lo demás… pues lo demás era añadidura y si venía o no, parecía no importarles realmente.

Información previa a la corrida

En la nota previa al festejo del que hago este recuerdo, se hacen los siguientes apuntamientos:

…La animación fue extraordinaria, especialmente después que los aficionados vieron el desencajonamiento en la plaza de los seis soberbios ejemplares escogidos y enviados por el prestigioso criador de reses bravas don Salvador Guardiola. Los aficionados salieron gratísimamente impresionados, haciendo encendidos elogios de la presentación de los hermosos toros… La baratura de los precios fue también gran aliciente para este movimiento taquillero, haciéndose gran acopia por los aficionados de las entradas de cinco duros, cifra "récord" en esta época, de precio económico, tratándose de una corrida de toros… La terna de maestros, todos ellos de categoría artística, pueden ofrecernos una gran tarde de toros. Y esperamos que, al hacer el paseíllo, el público les reciba con una cariñosa ovación, lo que en realidad merecen quienes han mostrado una elogiosa decisión al no oponer reparo alguno a la lidia de toros de respeto, como tiene que ser, si queremos que la fiesta mantenga el tono de riesgo, seriedad y majeza que la han hecho singular y famosa en el mundo…

Anuncio de la Corrida de la Prensa en el diario
ABC de Sevilla, la víspera del festejo
Los presagios que hacía el redactor del ABC de Sevilla, según veremos enseguida, serían debidamente honrados por el encierro y por los diestros actuantes, dado que la Corrida de la Prensa del año 54 fue triunfal – en el recto sentido del término – dado que los toros lo fueron y dieron juego de tales y los toreros cumplieron ante ellos lo que se esperaba.

La Corrida de la Prensa del año 54

Como lo indica el título de esta entrada, el triunfador del festejo fue Juan Silveti. No obstante, por fallos a espadas, Niño de la Palma II y Jesús Córdoba solamente tuvieron la ocasión de dar sendas vueltas al ruedo, manteniendo el tono de un calendario que don Filiberto Mira llama el año de los extranjeros, pues no olvidemos que en la Feria de Abril de ese año, es en la que César Girón salda su participación con el corte de dos rabos. ¿Pero cómo fue el triunfo del hijo del Tigre de Guanajuato? La crónica de Gómez Bajuelo, ya citada en parte líneas arriba, en su médula, dice lo siguiente:

Para Juan Silveti, la tarde fue de éxito. Cortó las dos orejas a su primero y salió a hombros de la plaza. Le tocó en suerte el mejor lote, y el mejicano sacó de ello provechoso fruto, dejando en el público una impresión inmejorable de torero valiente y de torero artístico. Si vino a Sevilla con ambiciosas metas, no cabe duda que las consiguió plenamente y las conquistó en buena lid. Silveti ganó a pulso la inclusión de su nombre en futuros carteles sevillanos. 
Su manera de torear en el primero, con lances bellísimos, de suavidad y mando, con las manos bajas, puso el ambiente en muchas atmósferas. En los cuatro colosales lances, repetida la calidad en otro tiempo y reafirmada en el quite soberbio, con remate airoso de pies juntos, coronando el temple precedente. Las ovaciones fueron entusiastas y enardecidas. En este tercio de quites, el «Niño de la Palma» y Jesús Córdoba pusieron también de manifiesto su indiscutible clase. Ya hacía tiempo que no se veía en la plaza un tercio de quites así. Parecía olvidado o soterrado en el recuerdo tejano de los aficionados, y ayer surgió en toda su belleza de plástica ejecución y noble competencia de los maestros. 
Así estaba el ambiente, abonado de felices presagios, cuando Silveti, tras brindar a la plaza, se dirigió al encuentro de la res, arropado por la expectación del graderío. Dos pases altos, pasando toda la caja del animal, fueron el inicio, seguidos por dos por bajo finísimos y con sello, en los que «mataba» la arrancada del animal con un corte del pase en el que la fiera quedaba «fijada» obediente al original y torero mando. Prodigó los redondos, y en el cambio de mano de muleta por la espalda engendraba los pases de pecho colosales, coreados por olés, con el alegre fondo de la música torera. La suavidad de los derechazos tenía una continuación en los personalísimos pases por bajo, de airoso remate. Se perfiló Juan Silveti y clavó todo el estoque en la carne del bravo y noble animal. Al toro se le dio lenta y apoteósica vuelta al ruedo. Y cuando ésta terminó, Silveti, con las dos orejas que Barrera le llevó, dio dos vueltas al ruedo, entre incesantes aclamaciones. Todavía durante la lidia del toro siguiente, el público seguía ovacionando al mejicano…”

Al Tigrillo le tocó el toro bueno de la corrida y sin cuidarlo, aceptó la competencia en los quites de sus alternantes. Sin falso celo aprovechó ese momento en el que tradicional y reglamentariamente los demás espadas del cartel pueden intervenir para hacer crecer el ambiente y dejarlo a punto para el momento en el que tuviera que enfrentar con el trapo rojo y la espada al toro, hecho que consumó con su toreo clásico, vertical y profundo.

A Juan Silveti se lo llevaron en hombros de La Maestranza al terminar el festejo. Por la calle Iris, pues no había cortado más de dos orejas para salir por la Puerta del Príncipe, pero con esa actuación quedó en el ánimo de la afición de Sevilla y encantado con la ciudad, tanto, que es Cófrade de San Roque y como decía antes, en los años 80, cuando Filiberto Mira vino a México a estudiar el origen de nuestro toro de lidia, le confesó lo siguiente:

El día más feliz de mi vida, fue aquél en el que le corté las dos orejas a un toro de Guardiola en La Maestranza…

Fue el jueves 17 de junio de 1954. Jueves de Corpus, fecha tradicional del calendario taurino de Sevilla y una de las páginas importantes en la historia de Juan Silveti Reynoso.

domingo, 2 de enero de 2011

3 de enero de 1954: Manolo Vázquez corta el rabo a un toro de Xajay en El Toreo de Cuatro Caminos

Monumento a Manolo Vázquez
Paseo Colón, Sevilla
Obra de Luis Álvarez Duarte
Ya expresaba en algún otro espacio de esta misma Aldea que Manolo Vázquez tuvo sus mejores momentos en México en El Toreo de Cuatro Caminos, plaza en la que se presentó ante la afición mexicana en la temporada 1953 – 54 y en la que fue uno de los ejes de la temporada allí ofrecida pues actuó en 5 tardes de las 14 que se dieron en ella.

Para la quinta corrida de esa temporada de Cuatro Caminos se anunciaron toros de Rancho Seco, y a los diestros Héctor Saucedo, Manolo Vázquez y Jumillano. La corrida al final fue remendada con tres toros de Coaxamalucan y ni los de la ganadería titular, ni los de la suplente dieron el juego esperado. El torero del barrio de San Bernardo, que esperaba refrendar la buena impresión dejada el 20 de diciembre anterior ante Cartero de Tequisquiapan, se vio precisado a recurrir al regalo de un toro. Estaba como sobrero uno de la ganadería de Xajay, del que no se anunció su nombre – en esos días no se acostumbraba hacerlo en la mayoría de las plazas – y la remembranza que hace Don José – presumiblemente José Octavio Cano – en el ejemplar de la Revista Taurina correspondiente al 6 de febrero de 1966 es la siguiente:


...Se anunciaron toros de Coaxamalucan y Rancho Seco, pero ni con “Estudiante”, el segundo toro de la primera ganadería, ni con “Tejedor”, de la segunda, había logrado el sevillano el éxito de la tarde de su presentación.

Fue con uno de Xajay, la ganadería queretana que entonces pertenecía a los señores Edmundo y Jorge Guerrero, que Manolo lució plenamente, aún más que en su primera tarde ante nuestro público. Si en aquella ocasión causó magnífica impresión por sus características, esta vez triunfó rotundamente, manifestando su torerismo, la alegría de su estilo, el arte luminoso que atesoraba y sus peculiaridades diferentes.

Casi todos los toreros podían verse y siguen viéndose hasta la fecha, a través de un mismo corte y bajo la influencia de una misma norma, confundiéndose en sus procedimientos y en la realización muy semejante de las pocas suertes que le han quedado al arte del toreo.

De ahí que Manolo Vázquez, con la gracia propia de los toreros sevillanos, con el celo propio de un lidiador joven e impetuoso, que salía en pos del triunfo siempre en todas las ocasiones y buscándolo en todos los toros y en cada tarde, hizo que el público se le entregara con todo su alboroto, por el sabor, el aroma y el colorido de su toreo, capaz de arrebatar a los públicos, que lo veían distinto y se dejaban embriagar con el son alegre de sus faenas, con la emoción de su verdad y con la diferente forma y variantes que presentaba.

Armó la escandalera al torear de capa al de Xajay, con cinco lances formidables. Y continuó alborotando a toda la plaza al quitar, combinando las verónicas y las chicuelinas, hasta rematar la serie con una ondulante rebolera.

Y más tarde, desarrolló un faenón indescriptible, ejecutando primeramente los pases por alto, estatuarios y engarzando enseguida los derechazos rítmicos, templados y de ligazón ejemplar. Como acostumbraba, citó de frente, a la manera más clásica, con la muleta pendiente de la mano zurda, desde largo, para correr la mano con suavidad maravillosa en varias tandas de naturales, que se sucedieron entre el escándalo del gentío, que los coreaba ensordecedoramente. Añadió adornos variados, el molinete, el afarolado, los medios pases, el remate por bajo, los cambios de mano, en medio de aquél manicomio en que saltaban millares de espectadores desquiciados, mientras el ruedo se alfombraba de sombreros.

¡Daba gloria ver torear así a Manolo Vázquez! Engarzaba los pases para luego rematarlos con gracia luminosa y desbordante y salir andando, paso a paso, acariciado por las aclamaciones y las dianas. Y para coronar su labor, entró decidido, recto, entregándose y metiendo un estoconazo, que hizo rodar al pupilo de los hermanos Guerrero a los pocos momentos, sin puntilla y con las patas por alto.

Entonces se cubrió de pañuelos toda la torera plaza cuatro caminera y se otorgaron las dos orejas y el rabo, pedido con creciente insistencia. Y vinieron las vueltas al ruedo, una, dos, cuatro, hasta cinco, así como otras tantas salidas a los medios, sin que aquella ovación ensordecedora ni aquella apoteósica escena, pareciera tener fin.
Del resto del festejo, cabe relatar que el saltillense Héctor Saucedo no tuvo posibilidad de lucimiento ante toros deslucidos y Jumillano salió con dos puntazos, uno en el pecho, otro en la cadera  y varias contusiones – según lo reportado por la Agencia Efe y con una cornada en el pecho, según Heriberto Lanfranchi – que le dejó Sultán, de Rancho Seco, sexto de la tarde.

¿Pero cuál es el recuerdo del torero acerca de esta faena? Transcribo lo que le contó a mi amigo Heriberto Murrieta en una entrevista realizada para su sección Jueves Taurino del noticiero 24 Horas del Canal 2 de la televisión mexicana, el año de 1985:

...Guardo como uno de los gratos recuerdos de mi vida profesional como torero el haber sido aquí en México, donde he toreado uno de los toros que yo recuerdo con muchísimo cariño, un toro de la ganadería de Xajay, en El Toreo de Cuatro Caminos, que tuve la suerte de acomodarme con él, de ponernos de acuerdo los dos y al final le corté el rabo. Para mí aquello fue muy importante, fue muy bonito y desde entonces, no he dejado de tener a México presente...
De esta manera Manolo Vázquez había entrado en el gusto de la afición mexicana, aún antes de confirmar la alternativa, pues su presentación en la Plaza México no tendría lugar sino hasta casi dos años después, ya que sería hasta el 11 de diciembre de 1955, en la inauguración de la temporada 1955 – 56 cuando Juan Silveti, en presencia de Jaime Bolaños le cedería al toro Bandolero de Tequisquiapan. Actuaría 3 corridas en esa temporada y no le volveríamos a ver en La México sino hasta el 12 de octubre 1985, cuando junto con Antoñete vino a torear un festival a beneficio de los damnificados por los sismos que casi destruyó la Ciudad de México el 19 de septiembre anterior, junto con Alfredo Leal, Joselito Huerta, Jaime Rangel y Eloy Cavazos.

Como podemos ver, la historia de El Toreo de Cuatro Caminos tiene muchos y grandes episodios que merecen ser contados. Este es uno de ellos, cuyo recuerdo me han despertado la propia efeméride y una hermosa viñeta de Enrique Martín, que pueden ver aquí.

Apostilla final

Esa temporada de El Toreo coincidirá con la 53 – 54 de la Plaza México y el mismo domingo 3 de enero de este último año, se ofreció en la plaza más grande del mundo, una corrida a beneficio de la Asociación de la Protección de la Infancia, en la que actuaron Rafael Rodríguez, Jesús Córdoba, El Ranchero Aguilar, Calerito, Pedrés y Antoñete para lidiar toros de Pastejé. Esa tarde Pedrés cortó la oreja de Gitanito, 5º de la tarde; Antoñete la de Giraldillo, el que cerró plaza y Jesús Córdoba escribió una de las páginas más importantes de su historia en los ruedos ante el segundo de la tarde, Estanquero, del que también se llevó la oreja. Lo que también es relevante aquí es que la Plaza México estuvo llena, al igual que El Toreo.

De este asunto del Maestro Córdoba con Estanquero, ofrezco ocuparme en otro tiempo y en otro lugar de esta misma Aldea.

Post - scriptum: El subrayado en la remembranza de Don José, es imputable solamente a este amanuense.

domingo, 8 de agosto de 2010

Óscar Realme

Óscar Realme, nacido Óscar Enrique Realme Flores en Saltillo, Coahuila, la tierra de Armillita, el 8 de agosto de 1936 es hijo de un afamado economista y hombre de letras que cultivó una estrecha amistad con el poeta salmantino de la Generación del 27, Pedro Garfias, afincado en Monterrey, México desde 1940. La afición de su padre por la fiesta de los toros le hace frecuentar las plazas desde la primera infancia.

Se presenta como novillero en Zapotiltic, Jalisco el 3 de enero de 1954, alternando con Eugenio Alvarado, Enrique Cervantes y Gabriel Linares y esa tarde corta una oreja al novillo de Cerro Prieto que le tocó en suerte. Su presentación en el Toreo de Cuatro Caminos fue el 18 de agosto de 1957 acartelado con el utrerano Juan Gálvez y Enrique Aguilar, yéndosele vivo uno de sus novillos por manejar mal la espada. En la Plaza México debuta el 7 de agosto de 1960, formando terna con Antonio Durán y David Maldonado para despachar un duro encierro de Tepetzala. Farolito, con 342 kilos, sería su primer novillo en la plaza mayor y su actuación le vale volver el 18 de diciembre siguiente.

Tardaría casi un año para volver al Coso de Insurgentes, pues reaparece allí hasta el 15 de octubre 1961 en la primera de 7 veces que se vería allí anunciado ese calendario, incluida la Novillada de la Oreja de Plata. Su tarde más destacada en cuanto a resultados fue la del domingo 10 de diciembre, cuando acartelado con Juan Gálvez y el tapatío Pedro Jiménez Pedrín se enfrentó a novillos de la Viuda de Miguel Franco y dio vuelta al ruedo tras lidiar a Siete Leguas, tercero de la tarde. A la semana siguiente, Lunero, 2º de los de Pepe Ortiz jugados ese domingo, le mandó a la enfermería con una cornada, cuando alternaba con Eduardo Moreno Morenito y Guillermo Sandoval.

Marcha a España en 1962 y antes cierra sus actuaciones en el escalafón novilleril mexicano en la Plaza Monumental de Monterrey el 4 marzo, alternando con Joel Téllez El Silverio y Carlos Peña Peñita para dar cuenta de un encierro de La Playa. Inicia su campaña española en Palma de Mallorca el 15 de abril alternando con Alfonso Vázquez II y Rafael Chacarte en la lidia de novillos de la Viuda de Alicio Tabernero y José Matías Bernardos. Logra presentarse en Las Ventas el 26 de agosto, alternando con Rafael Montero Rafaelete y el canario Pepe Mata y obtiene la oreja de su primer novillo, que llevaba el legendario hierro de don Manuel García – Aleas. Además logró presentarse ese año en otras plazas de importancia como Barcelona, Zaragoza y San Sebastián.

En 1963 torea novilladas también en las principales plazas españolas. Se presenta en Sevilla el 12 de mayo, en cartel formado por el rejoneador mexicano Gastón Santos y los novilleros Luis Parra Jerezano Curro Montenegro enfrentando todos novillos de don Clemente Tassara. Actúa 4 tardes en Madrid, una de ellas en la Feria de San Isidro y pasa además por plazas como Logroño, Valencia y San Roque. Más o menos 80 novilladas toreó Óscar en nueve años en el escalafón menor. De ellas 60 fueron en México y el resto en España.

Recibe la alternativa en Plaza de Oviedo el 21 de septiembre de 1963 de manos de Diego Puerta y con el testimonio de El Cordobés. Los toros fueron de Atanasio Fernández. Contra la costumbre, esa tarde estrenó un terno azul purísima y oro. La tarde de la alternativa la saldó con la vuelta al ruedo en el de la ceremonia; una salida al tercio en el que cerró plaza y la fractura de un metacarpiano de la mano derecha. Al día siguiente confirma en Madrid de manos de José Martínez Limeño que le cedió un toro de Francisco Ramírez, en presencia de José María Montilla, quien también confirmaba su doctorado. Esa tarde la mansedumbre del ganado no permitió a Óscar pasar de estar discreto.

Se le anuncia para confirmar en la Plaza México el 5 de enero de 1964, pero el toro de la ceremonia Señorito, de La Punta, le pega dos cornadas, una en el muslo derecho y otra en el glúteo del mismo lado, quedando la corrida en un forzado mano a mano entre quien iba a ser su padrino, Jaime Rangel, quien tuvo una gran tarde con Malicioso y Manuel García Palmeño el encargado de atestiguar la ceremonia, quien dio la vuelta tras pasaportar a Estrechito. Por esta razón, la confirmación se postergó hasta el 13 de diciembre siguiente, cuando Jaime Bolaños le cedió al toro Chamacón, de Zamarrero, en presencia de Benjamín López Esqueda, también confirmante ese día. Esa fue la única actuación de Óscar como matador de toros en la Plaza México.

Por esas calendas Óscar Realme entró en una dinámica sindical - que a la postre resultó de efectos desastrosos para sus actores - junto con Luis Procuna, Jesús Córdoba, Jorge Medina, Eduardo Moreno Morenito, el rejoneador Juan Cañedo y Joselito Huerta, surgida inicialmente de la postura del Secretario General electo de la Unión Mexicana de Matadores de Toros, El Ranchero Aguilar, acerca de la presencia de las cámaras de televisión en las plazas de toros. Eso produjo un cisma en la Unión y se celebró una nueva elección, siendo electo nuevamente El Ranchero. Los toreros disidentes se separaron de la Unión y vieron declinar sus carreras pues esa separación sindical los condenó prácticamente al ostracismo.

Es por eso que Óscar Realme retomó sus estudios de Economía, sobre los que manifestó lo siguiente en una entrevista concedida a Mario Erasmo Ortiz en diciembre de 1965, unos días antes de su confirmación de alternativa:

A los 28 años ha de escoger definitivamente su camino. La afición al toreo nació con él ya que tanto su padre y su tío fueron toreros aunque el primero sea hoy un conocido Economista y no quiso en un principio que su vástago siguiera sus pasos por los ruedos...el licenciado accedió y prometió a su hijo darle cuanto necesitara para hacerse torero a cambio de no cortar sus estudios... La madre le arrancó el juramento de que obtendría un título Universitario aunque tardara para lograrlo y aunque triunfara ante los toros. Por eso siguió estudiando y toreando y ahí nació el dilema que hoy encara Oscar Realme matador de toros y Licenciado en Economía.

La suerte aquí no le ha sido propicia desde entonces. Reapareció en la México el 5 de enero de 1964 y al segundo lance le regaló (de reyes) dos cornadas en el muslo y rodilla derechas. Desde, entonces apretó el paso para terminar la carrera universitaria... Acaba de obtener su carta de pasante y dentro de unos meses habrá obtenido el título que hace muchos años le juró a su madre. Tiene propuestas para torear en esta temporada. Y por un momento dejamos a Oscar Realme tratando de resolver un dilema que, a la postre, habrá de resolver el toro; porque estamos seguros de que quien, como Realme nació con afición al toro deja cualquier cosa por la gloria del aplauso que premia una faena.
Al final, Óscar Realme terminó toreando esporádicamente hasta el año de 1972, cuando las asperezas entre los que permanecieron en la Unión Mexicana de Matadores de Toros y la Asociación Nacional de Matadores de Toros y Novillos quedaron debidamente salvadas. Un celo sindical mal entendido privó a la afición de disfrutar de un torero de finas maneras, de gran personalidad y de probado oficio, que tenía todo para ser un importante personaje de la fiesta.

Torea su última corrida el 21 de julio de 1974 en la Plaza de Toros Monumental de Monterrey, en la despedida de Fernando de la Peña, alternando también con Jesús Delgadillo El Estudiante en la lidia de toros de La Playa, teniendo así una despedida de los ruedos no anunciada.


domingo, 4 de julio de 2010

Detrás de un cartel (III)

Barcelona se ha caracterizado por ser un lugar hospitalario. En julio de 1952 recibió, como venía sucediendo desde hacía unos años antes, a la tripulación del buque escuela argentino Pueyrredón que supongo que evitando el invierno austral, iniciaba una gira hacia las aguas más templadas del Norte, en busca de proporcionar experiencia a sus jóvenes tripulantes. De acuerdo con las hemerotecas, a las tripulaciones del Pueyrredón se les agasajaba de distintas maneras, siendo recibida incluso por el entonces Jefe del Estado, lo que implica que su presencia en España era todo un acontecimiento.

Entre las festividades que Barcelona ofrecía para celebrar la presencia de esos visitantes, estaba la fiesta de los toros y así, como lo señala, tanto el cartel que da motivo a esta entrada, como la publicidad dada al mismo en los diarios, el domingo 5 de julio de 1952, la empresa de don Pedro Balañá ofreció en la Plaza de Toros Monumental una corrida de toros con un gran cartel de toros y toreros. Anunció 6 toros de Sepúlveda de Yeltes para Pepe Dominguín, mi paisano Jesús Córdoba y Rafael Ortega, corrida que resultó un éxito, según lo narró en La Vanguardia del martes siguiente al festejo Eduardo Palacio en su crónica titulada La copa del olvido y de la que lo medular dice:

Amable y bondadoso lector, sí eres de mi quinta y a Dios pido te aumente los años si no te han de agobiar, recordarás que allá por el 1917 ó 18 llevó por toda España una bella canzonetista, americana del Sur un tango argentino que titulábase como me he permitido rotular esta reseña. Llamábase ella nada menos que María Tubau, o sea como aquella ilustre dama de la escena española, de feliz añoranza, y la canción, llorona y sentimental, venía a ser una especie de exaltación del hombre que, burlado por una mujer, no puede vivir sin aquel «cariño». Vestía la artista de frac, simulaba la clásica borrachera y si los hombres compadecían al protagonista del tango, las damas pensaban: ¡qué imbécil!

Pero bueno, yo no aludo más que al titulejo en cuestión. Y es que si en este mundo olvídanse los beneficios, cosa que no tiene perdón, olvidanse igualmente los amores, los ultrajes y hasta las afrentas, lo que es muy noble ciertamente; pero una de las cosas que sólo dejan de recordar por completo los toreros valientes son las cornadas que esmaltan sus carnes. Pues bien, el diestro de la Isla de San Fernando, Rafael Ortega, tiene una amnesia completa para sus graves percances. Puede decirse que al abandonar las clínicas que se ha visto obligado a visitar, no hace ya memoria del porqué fue huésped, en ellas. ¡Ah!, y tampoco es supersticioso, lo que es aun más increíble. Quiero decir, en fin, que el gaditano diestro apura hasta las heces esa nueva «copa del olvido».

En la temporada de 1950 un último toro de Villamarta atravesóle el muslo derecho la tarde del 8 de junio, y a los treinta días justos, recién dado de alta, el 8 de julio de hoy hace dos años el último toro de Bohórquez, en Pamplona, infirióle una tan tremenda cornada, que sólo Dios y la pericia del insigne operador doctor Juaristi pudieron tornarle a la vida. Recuperarla él y seguir arrimándose a los cornúpetas como de ordinario fue para el artista cosa facilísima y natural. Y el domingo, en la Monumental, demostró nuevamente la impavidez de siempre. Es decir, de siempre no, porque ahora torea muchísimo mejor. Se ha afinado mucho, y si para mejorarlo ha trocado su estilo, el valor que posee no ha perdido un solo quilate. Fue triunfal su jornada, escuchó la música al veroniquear, en los quites y en las faenas de muleta, pero es tal su modestia, que hasta en esas ocasiones costábale trabajo destocarse para saludar al público que lo aclamaba. A éste brindó su primera faena con la franela, realizada, entre gritos de entusiasmo… Se le concedieron las dos orejas del toro y dio dos vueltas al ruedo y salió a los medios. Más aún faltaba la «cola por cortar» y la cortó al sexto de la función. Recibiólo con seis asombrosas verónicas y media inaudita sonando ya la música. Hizo su quite con tres lances y medio también a la verónica y tornó a sonar la música Pepe «Dominguín» entró al suyo con el capote a la espalda y Jesús Córdoba – ¡vaya señorío artístico! – dibujó cinco «chicuelinas» de maravilla. ¡Qué tercio de quites! Banderilleado el toro, brindó Ortega al comandante del «Pueyrredón», capitán Cordeu y derrochando valor y arte… las aclamaciones al diestro no dejaban oír la música y para remate, el gaditano se arrancó en corto y en el propio hoyo de las agujas enterró todo el estoque, rodando el bicho a sus pies hecho una pelota. Y entonces sí, entonces otorgáronsele las dos orejas y la «cola» del cornúpeta, trofeos que recibió encontrándose ya izado en hombros de los «capitalistas», quienes paseáronle en derredor de la circunferencia, mientras el público aclamaba a un auténtico torero, que en vez de «echar teatro» a su arte, prefiere trufarlo con un valor desmedido que, por fortuna suya, ha dejado de ser temeridad para quedar en eso: en puro valor. Yo le deseo sinceramente que siga emborrachándose de «copas del olvido».

La voluntad de Pepe «Dominguín» si no lució en el bicho que rompió plaza, fue debido a que su lidia transcurrió entre una constante protesta a causa de la insignificancia del torete. Despenóle, previa una faena más que decorosa, de una estocada desprendida. Al cuarto de la tarde, de doña María Montalvo, le clavó dos imponentes pares de rehiletes, tras lo que solicitó el cambio de tercio. La música amenizó luego una faena valerosa, de la que sobresalieron unos buenos derechazos, un molinete y cuatro «orteguinas». Pinchó en lo alto dos veces antes de dejar medio estoque bien puesto, y entre unánimes aplausos el diestro salió al tercio a saludar.

En cuanto al mejicano Jesús Córdoba, que actuó el domingo de segundo espada, aténgome en todo y por todo a cuanto dije el día de su presentación en Barcelona. Es un gran torero, tiene con capa y muleta, un soberano empaque, no obstante lo cual en su toreo brillan una naturalidad y una soltura que se armonizan perfectamente. El domingo veroniqueó en dos tiempos su primer enemigo, realizando luego un primoroso quite con el capote a la espalda. Llegó el toro muy aplomado al último tercio, y el artista, a los sones de la música… Otorgósele una ovación unánime, mientras el mejicano daba la vuelta al anillo y salía o los medios. La muerte del quinto de la tarde brindóla al ilustre marino argentino señor Cordeu, a quien el público ovacionó cariñosamente, lo que agradeció el brindado poniéndose en pie en su palco y saludando… Se pidió insistentemente la concesión de oreja y quedó la cosa en una fragorosa ovación, con vuelta al ruedo y salida a los medios, todo muy merecido en verdad… Los toros dieron los siguientes pesos en bruto: 426, 429, 450, 515, 410 y 459 kilogramos respectivamente.
Los toros lidiados al final no fueron los Contreras de don Ignacio Sánchez y Sánchez anunciados como Sepúlveda de Yeltes, sino que cinco de ellos provinieron de Samuel HermanosSamuel Flores – y uno de María Montalvo. Las razones de la sustitución del encierro el mismo día del festejo, su presencia y el juego que dieron, las proporciona el mismo Eduardo Palacio en un apartado de la misma crónica a la que he aludido antes:

…Estaban anunciados seis toros de «Sepúlveda de Yeltes», pero al estar atacados de fiebre aftosa, como sus hermanos de la novillada anterior, substituyéronse con cinco de «Samuel Hermanos», sangre de lo de Parladé y divisa azul, encarnada y oro viejo, y uno de doña María Montalvo, que jugóse en cuarto puesto, divisa azul y amarilla y sangre de lo de don Vicente Martínez. El encierro resultó así: El primero, pequeño y desmedrado, tenía casta, tomó tres varas y no sólo se protestó en vida, sino al ser enganchado su cadáver a las mulas. El segundo, mayor y bien puesto, cuando solo habla recibido dos puyazos, pidió Córdoba el cambio de tercio, El tercero, gordo y bien armado, llevó una sola vara por solicitar Ortega el paso a banderillas, donde también pidió, a los dos pares, nuevo cambio. El cuarto, largo, abierto de cuerna y con poder, sufrió tres lancetazos. El quinto, pequeño, con mucha leña en la cabeza y con poder, soportó tres puyas y se protestó su tamaño. Y el sexto, grande, largo y con cuerna aparatosa, aguantó tres varas…
Lo que sí se desprende del conjunto de la crónica, es que los toros menos pesados fueron objeto de protestas y lo mismo ocurrió cuando la suerte de varas o el segundo tercio no se cubrieron a cabalidad, observando este amanuense que ya se comenzaba a imponer una costumbre que a la larga resultaría perniciosa y que consiste en que los diestros actuantes pidan – o manden – el cambio de tercio aún cuando el cometido del mismo no esté cumplido. Podrán aducirse variadas razones – como la falta de fuerza o de presencia de los toros, por ejemplo –, pero eso no exime el cumplimiento de la tradición primero y de la normativa después.  

La taurinidad de Barcelona como se ve, no tiene razón para ser puesta en duda. Solamente hay que asomarse a la historia – reciente y no tanto – para entender que la fiesta de los toros resulta ser parte de la manera en la que sus habitantes ven la vida. Así nos lo enseña la historia que está detrás de este cartel, la de una tarde de triunfo.

sábado, 1 de mayo de 2010

Tal día como hoy: 1964. Triunfo de Peñuelas. Juan Silveti actúa por última vez en nuestra feria.

Durante el último tercio de la década de los 50 y la primera mitad de la siguiente, el hijo del Tigre de Guanajuato fue uno de los toreros que fortificaron la tradición y la leyenda del serial de San Marcos. Su depurada tauromaquia era un platillo que la afición de Aguascalientes se solazaba en degustar, pues de los de su generación, es quizás junto con Jesús Córdoba, el torero que mejor dominó el conocimiento de la lidia, de los terrenos y de las suertes precisas para poder dar a cada toro la lidia correcta y adecuada a sus condiciones.

La oportunidad que da ocasión a este comentario, fue el festejo final de la feria en el que alternaron con él Humberto Moro y el utrerano Juan Gálvez, para dar cuenta de un importante encierro de Peñuelas. Las crónicas refieren la actuación del Tigrillo como discreta y como triunfadores de la corrida al encierro de Peñuelas y al linarense Moro que cortó una oreja.

El relato de de don Jesús Gómez Medina sobre lo destacado de la tarde es el siguiente:


El pasado viernes la del toro con nervio y pujanza. En efecto, por obra de los astados de Peñuelas volvimos a apreciar la suerte de varas con todo lo que encierra de emoción y dramatismo; de gallardía y de espectacularidad.

Por obra de los toros de Peñuelas, mal de su grado, visitaron varias veces la inhóspita arena – ¡los primeros tumbos de la Feria! – y también, en dos o tres ocasiones, el poderío de los bureles, aunado a su fiereza, lanzó estrepitosamente a jinete y cabalgadura contra los tableros, para reproducir una escena que arrancada, al parecer, de las añejas estampas de Daniel Perea, conserva aún su abigarrado patetismo.

Fueron los de Peñuelas en suma, fieramente bravos, con la bravura que emociona y entusiasma; con esa bravura, con esa fiereza que son y serán siempre las cualidades esenciales del toro de lidia. Con la bravura, con la fiera acometividad que, desgraciadamente, va escaseando en otras ganaderías; pero que hay que cuidar con todo celo, pues cuando tales características dejan de existir en los cornúpetas destinados al toreo, se habrá extinguido ya esa raza admirable llamada toro de lidia.

A todo esto, digamos que, con tales cualidades, los de Peñuelas tenían mucho que toreárseles, como se dice en el argot taurino. No, no eran los toros de azúcar y mazapán que por faltos de fuerza o de fiereza – de bravura – se antojan inofensivos. No.

A estos bureles había que dominarlos antes de hacerles florituras. Había que poder con ellos, en suma. ¿Lo consiguieron los maestros?...

El programa anunciador del festejo en los diarios invitaba al público a asistir a los corrales de la plaza a apreciar el encierro. Es curioso observar ese detalle, pues si bien la reglamentación exige que los toros estén a la vista unos días antes del festejo, es raro que se invite públicamente a verlos, más bien se trata de evitar, so pretexto de que con la afluencia de público se mueven y se pueden inutilizar.

Al final de cuentas y como decía antes, solamente Humberto Moro logró cortar una oreja al segundo de la tarde, con el que pasó algún momento de apuro en el primer tercio, cuando le echó mano. Por su parte, Juan Gálvez tuvo una tarde de esas para no recordar, en la que se vio sin deseos ni reposo al hacer el toreo.

Juan Silveti seguiría asistiendo a nuestra Feria de San Marcos, aunque ya no lo haría vestido de luces. La fiesta en México ya se comenzaba a manejar de una nueva manera y el respeto a la dignidad de los toreros estaba siendo soslayado, se pretendía tratar a los artistas como jornaleros sin importar la jerarquía que les es consustancial. Por eso él y varios de los de su tiempo decidieron que era el momento de dar vuelta a la página y dar por concluida con lucimiento una trayectoria, que seguir adelante pero sin esa necesaria dignidad.

Hoy le recuerdo en la que fuera su presentación postrera en nuestra feria y como actual cabeza de una dinastía de toreros, que se encamina a encontrar ya a la cuarta generación de matadores de toros en su historia.

domingo, 4 de octubre de 2009

Rafael Ortega: La injusticia de las apariencias

El toreo no tiene sentido si no matas tu mismo al toro. Es como la rúbrica de una carta, que si no la firmas, no es tuya.

Rafael Ortega Domínguez

Paco Abad me ha puesto en suerte este tema y es que hace un par de días se cumplieron 60 años de la alternativa de El Tesoro de la Isla, torero originario de la Ilustre Villa de la Real Isla de León, desde 1813 Isla de San Fernando, en donde nació el 4 de junio de 1921. Su padre, Baldomero Ortega Mata, fue torero de fiestas populares como la del toro del aguardiente y su tío Rafael, conocido como Cuco de Cádiz, en su día fue banderillero de postín y en su carrera servirá en las cuadrillas de los hermanos Juan, Pepe y Manolo Belmonte.

El 17 de agosto de 1947, se presenta en Barcelona con poca fortuna y logra debutar con caballos en La Maestranza de Sevilla el 19 de octubre, también con poco que contar, no obstante, sus buenos procedimientos le consiguen entrar al cartel de un festival benéfico que se llevó a cabo el 16 de noviembre de ese año en el propio albero maestrante.

Al año siguiente, el 4 de abril, reaparece vestido de luces en El Baratillo, flanqueado por Frasquito y Sergio del Castillo y llevando por delante a don Ángel Peralta a efecto de lidiar a muerte novillos de Guerra y Díaz Garro. La crónica de Don Fabricio en la edición sevillana del diario ABC del día 6 de ese mismo mes es ditirámbica pero ilustrativa:

Parece increíble lo que nuestros ojos vieron el domingo en la Maestranza. Avezados estamos a testificar brillantísimas presentaciones de novilleros y cada vez que en cumplimiento de nuestra obligación, hemos de comentar cualquiera de estos felices sucesos, lo hacemos con cierta reserva… Pero la presentación de Francisco Sánchez “Frasquito”, acontecimiento que tuvo lugar el domingo próximo anterior en “la del amarillo albero”, nos induce a quebrar la norma… porque lo hecho por “Frasquito” no puede ser producto del acaso… de ahí que auguremos a “Frasquito” por esta sola vez sin la menor reserva, una carrera brillante y rápida… Rafael Ortega hubo de estoquear cinco novillos por percances de sus compañeros y lo hizo sin apuros. Se mostró capoteador de categoría en todo instante… Con la muleta demostró su idoneidad y en sus faenas hubo momentos brillantes… En esto paró la fiesta del domingo anterior, que, a buen seguro, habrá de grabarse en áureos caracteres en los anales del toreo, porque señala el acto de presentación de un torero, viva estampa del llorado Manolete, al decir de los más, pero del Manolete consagrado, que al entrar en la plaza era Frasquito, principiante y al salir, Frasquito, maestro…

Este resultado parecería ser que evitaría el ulterior progreso de Rafael Ortega, pues aparte de que el mito y la sombra del Monstruo le robaron un triunfo legítimo, su edad – veintisiete años –, no era considerada como la propicia para que un torero estuviera en los inicios de su carrera novilleril.

No obstante, su tesón y su entrega ante los toros le llevan a Las Ventas, plaza en la que se presenta el 14 de agosto de 1949 para lidiar novillos de doña Francisca Sancho Viuda de Arribas junto con Trujillano y Manuel Santos Cabrero. Esa tarde sí le ve el cronista del ABC de Madrid G (¿Giraldillo?) que le augura un pronto y triunfal camino, advirtiendo algo que me siento en la necesidad de transcribir:

…“Que puede ser”. “Que será”, no puede vaticinarse de este ni de nadie, en estos tiempos en que la desorganización taurina está tan bien organizada por las organizaciones taurinas. Si Rafael Ortega halla padrino, triunfará, que condiciones tiene para medirse con el mejor; si no lo consigue, fracasará en moruchadas y se hundirá por los pueblos. No sirve valer. Hay que estar en un “trust”. Como hemos dicho, armó un alboroto toreando de muleta… cuajando los naturales en grupos perfectos y luego la variedad de los pases de adorno. Llegó la hora de matar y ¡así se mata! Cuadrado, en corto, recto, con la muleta baja, lento, con la mano hasta el pelo… Ahora muchacho, suerte para la lucha entrebarreras… ¿Cuántas cosas van a interponerse entre el público y tú?... ¿Cuándo te darán toros otra vez en Madrid?... Por la puerta grande, a hombros del entusiasmo espontáneo, que no alquila sus espaldas, salió Rafael Ortega… ¡Pero cómo no tenga padrino!... (16 de agosto de 1949)


El ascenso a la cumbre

El 2 de octubre de 1949, Manolo González, en presencia de Manolo Dos Santos, cede los trastos a Rafael Ortega a efecto de que este diera muerte al primero de la tarde, Cordobés de nombre, del hierro de don Felipe Bartolomé. El Lobo Portugués se fue a la enfermería y entre padrino y ahijado despachan la corrida con éxito, saliendo en hombros de los aficionados al final de la tarde. Esta sería la primera de una decena de salidas en hombros de Rafael Ortega de la plaza de Las Ventas.

El signo de la carrera de Rafael, a partir de este momento, sería el del ascenso, aunque sin estar exento de percances. Su campaña de 1950 fue marcada por estos, pues en julio de ese año, recibe una cornada de consideración en el muslo izquierdo, en la plaza de Granada y un mes después, en Pamplona, un toro de Fermín Bohórquez le infiere una cornada en el muslo derecho y otra en el vientre que interesa el recto y la vejiga y que hace temer por la vida del diestro, a quien se dieron los últimos auxilios espirituales.

Logra salir con bien de esos percances y se dedica en 1951 a tratar de recuperar el tiempo perdido. El 12 de agosto de 1952 realiza una faena de portentosos naturales a un Pablo Romero en Málaga y el 23 de noviembre en ese año, confirma su alternativa en México, de manos de Carlos Arruza, con el testimonio de El Volcán de Aguascalientes. Los toros fueron de Coaxamalucan. Es esta la única actuación de este diestro en la Plaza México y casi creo que en la República Mexicana.

El 16 de mayo 1953 corta la oreja al cuarto toro de los de Jesús Sánchez Cobaleda que se jugaron esa tarde y la misma fecha del siguiente año, borda a un toro de Antonio Pérez de San Fernando. Un diluvio se abatió sobre la Villa y Corte esa tarde y en las imágenes videograbadas, se observa con claridad que al ir avanzando la faena, los paraguas del tendido se van cerrando, para acabar todo el mundo de pie, aplaudiendo la magistral obra del ya llamado El Tesoro de la Isla.

En 1954 tendrá un año triunfal en Madrid. El 22 de mayo, Las Ventas albergará un cartel que rezumaba clasicismo, lo formaban Rafael Ortega, Jesús Córdoba y Julio Aparicio. Los toros fueron de Clemente Tassara. Es la tarde del toro Mariscal, faena de la que Fernando Achucarro dijo:

Componía con el toro una figura tocada por esa luz dinámica en la que la roca puede volverse liviana como tela y la tela, puede cobrar peso de roca, la luz inconfundible del barroco.

Esa faena la brindó a la Faraona, Lola Flores y tras de dos pinchazos en lo alto en la suerte de recibir y un volapié en su sitio, dio dos vueltas al ruedo, con la concurrencia entregada a su señorial manera de hacer el toreo.

El 24 de junio del mismo 1954, en Las Ventas, a beneficio del Montepío de Toreros, mata en solitario seis toros de Antonio Pérez de San Fernando. Entre el tercero y cuarto toro, habrá un interludio ecuestre con el rejoneador Ángel Peralta. Al final de la lidia del tercer toro, las cuadrillas izarán en hombros al maestro y le darán la vuelta al ruedo y al final del festejo, con tres orejas en la espuerta, saldrá a hombros junto con el caballero andaluz. Esta sería la octava vez que abandona en esa forma la plaza más importante del mundo.

Todavía faltaban hazañas por realizar y el 20 de abril de 1956, cortará el rabo del toro Espejito del legendario hierro de Miura. La relación que hace Gómez Bajuelo en el ABC de Sevilla del día siguiente destaca lo siguiente:

…¡La estocada de la feria!... “La estocada de la tarde” es, sin duda, una obra maestra de Mariano Benlliure. Para nosotros, que si el gran escultor hubiera visto ayer la estocada al cuarto de la tarde, seguramente hubiera tenido que rectificar, para mejorarlo, el modelo que le sirvió para su famoso bronce… El cite en corto, la matemática reunión, el embarque del miureño en la muleta, la salida impecable por el costillar, el lento regodeo de los tiempos y como corolario de tan exactas premisas, la colocación del acero, que hizo que el toro saliera muerto de la suerte… Es muy difícil matar a un toro así, si ello no va precedido de una faena. Una faena muy cerca de la res, en la soledad temeraria de los medios. Con un toreo serio a base de redondos, naturales y de pecho, fluyentes los primeros y obligando después, cuando se iban consumiendo las energías del miureño. El ¡fuera gente!, en boca de Ortega al acudir a la llamada en un desarme, cobró toda su autenticidad. Un aleteo de pañuelos clamó por las orejas y el rabo, que fueron concedidos…


En 1957 cortará las orejas a un toro de Juan Pedro Domecq en La Maestranza y en plena sinfonía triunfal, decide dejar los ruedos en el año de 1960, para reaparecer vestido de luces el año de 1966 en El Puerto de Santa María. El 19 de abril de 1967 hará lo propio en Sevilla y cortará la oreja a un toro de doña María Pallares y poco más de un mes después, reaparecerá en Madrid, vestido de celeste y plata, junto a Curro Romero y Sánchez Bejarano en la lidia de toros de Miguel Higuero. Don Joaquín Vidal nos cuenta lo sucedido:

Hubo faenas de Rafael Ortega que los aficionados no han podido olvidar. Entre las mejores cabría situar la que cuajó a un toro de Miguel Higuero el día del Corpus en la plaza de Las Ventas. Ortega, que ya tenía 46 años y se le había acentuado la propensión a la obesidad, en cuanto se puso a torear parecía el mismísimo Apolo. A los pocos pases ya se había echado la muleta a la izquierda, la adelantaba ofreciendo el medio - pecho, se traía el toro embebido en sus vuelos, cargaba la suerte, ligaba los pases. A cada muletazo restallaban los olés como el rugido del volcán y, al rematarlos, el tendido era un manicomio.

El triunfo de Rafael Ortega aquella tarde fue memorable. Sólo que el destino hizo una grotesca pirueta y Curro Romero colaboró en ella. El torero de Camas, que intervenía a continuación, se negó a torear al toro y provocó un gran escándalo. Los periódicos dieron amplia cobertura a esta noticia, se lucieron con ella los reporteros y las crónicas de la corrida quedaron casi reducidas a una gacetilla.
(Joaquín Vidal, El Toreo Puro, El País, Madrid, viernes 19 de diciembre de 1995).


Parecía repetirse lo de Frasquito, como en los albores de su carrera, un imponderable le arrebata la gloria, pero el recuerdo de esta tarde, estará siempre en las mentes de los buenos aficionados.


El 1º de octubre de 1968 es herido de gravedad en Barcelona por el toro Capuchino de Hoyo de la Gitana y este percance hará que Rafael Ortega ya no vista mas el terno de seda y alamares. Su postrera actuación fue en el año de 1985, en la plaza de Jerez de la Frontera, en un festival benéfico. En ese mismo año, asumirá la dirección de la Escuela Taurina de Cádiz, con sede en la plaza del Puerto de Santa María, cargo que ocuparía hasta su muerte.

La tauromaquia de un tesoro

Rafael Ortega es un torero de una extraordinaria pureza. Siempre cita en rectitud del toro, veroniquea con las manos bajas, embarcando las embestidas, cargando la suerte y ganándole terreno al toro. Es un muletero dominador, que cita con la pierna de salida adelante, dando el medio pecho. Conoce y entiende las distancias, lo que le permite ligar los muletazos y al rematar con el forzado de pecho, echa al toro hacia adentro, obligándole y demostrando que puede con él. Al estoquear, procura hacerlo en la suerte natural, con la muleta bien liada, la que echa a los belfos del toro para dejarse ir sobre el morrillo. También gustaba de ejecutar la suerte de recibir, la que hacía con gran pureza.

En suma, Rafael Ortega es el prototipo del torero clásico, del torero que practica con maestría y sentimiento lo que Pepe - Illo y Paquiro escribieran en sus tratados del arte de lidiar toros; es decir, Rafael Ortega ha sido mas que un gran estoqueador, sitio en el que la mayoría de los críticos de su tiempo, parecen haber querido encasillarle injustamente.

La realidad es que Rafael Ortega Domínguez, fallecido la madrugada del 19 de diciembre de 1997 en su casa de Cádiz, ha sido una víctima de la injusticia de las apariencias, pues del gran estoqueador que demostró ser, se valieron tanto los que proclamaron en corto su paso por los ruedos, como la memoria colectiva para intentar ocultar su verdadera estatura de grande de la fiesta. Mas el sol no se tapa con un dedo y ahora se intenta reconocerle lo que en realidad ha sido, quizás junto con Antoñete y Antonio Bienvenida, uno de los toreros más grandes y más puros de la segunda mitad del siglo pasado.

sábado, 16 de mayo de 2009

La Edad de Plata del Toreo en México, 6 décadas después


El reciente fallecimiento de Manuel Capetillo ha vuelto a traer a la mesa de la discusión el lugar de este torero y sus compañeros de época, Los Tres Mosqueteros, dentro de la Historia del Toreo en México. Hace un par de días escuché al Maestro Jesús Córdoba – el último Mosquetero que sobrevive y que sea por muchos años – afirmar en una entrevista, que ellos fueron la etapa final de la Edad de Oro del toreo mexicano.

Respeto el punto de vista del Joven Maestro, pero creo que Los Tres Mosqueteros representan por derecho una etapa propia, con un significado distinto al de quienes hace una miajita más que seis décadas, les entregaron la estafeta de las cosas de los toros en este País, una edad nueva, con brillo propio, la que a mi juicio, bien puede considerarse, la Edad de Plata del Toreo en México.

Algunos antecedentes

El mediodía del siglo veinte nos alcanza en lo que pudiéramos llamar el epílogo de la Edad de Oro. Es el tiempo en el que lucen Armillita con Clarinero, Silverio con Tanguito, El Soldado con Rayito y Arruza con Cordobés; cuando Gregorio derrocha su natural elegancia, Fermín el de San Luis su pundonor, Calesero su poesía y vive un esplendoroso ocaso El Rey del Temple.

Toman la alternativa Luis Procuna, Luciano Contreras, Luis Briones y Antonio Velázquez y tiene su hora dorada Rafael Osorno. La otra muerte del ruedo se encuentra con Alberto Balderas, Félix Guzmán, Eduardo Liceaga y Carnicerito de México y también vio el final de sus días de albergar a los hombres vestidos de dioses, El Toreo de la Condesa, cediendo su lugar a la Plaza México, publicitada desde entonces como la más grande y cómoda del mundo.

En cuanto terminó la serie de corridas con las que se celebraron los fastos de la apertura de la Plaza México, se comenzó con la organización de festejos menores y entre el 26 de mayo y el 3 de noviembre de 1946, se dieron cuarenta novilladas, mismas en las que con luz propia, brillaron dos toreros de estilo contrastante y que anunciaron la buena nueva que representaría para la afición el inicio de una nueva era para la fiesta en nuestro país.

El primero en aparecer fue un diestro de maneras exquisitas, de aroma profundo y penetrante, que motivó que José Alameda lo motejara como El Torero de Canela. Fernando López Vázquez se presentó en el mayor coso del planeta el 30 de agosto del año de la inauguración, dejando constancia de que su toreo es tesoro caro. El otro torero que preconizó lo que estaba por venir fue uno de sino trágico. Laurentino José López Rodríguez Joselillo llega a la plaza México el 25 de agosto de 1946 y muere el 14 de octubre de 1947, apenas dieciséis días después de haber recibido en el mismo ruedo, la cornada de Ovaciones de Santín.

Estos dos toreros, Joselillo y El de Canela, representan los albores de una nueva era. No cuajaron en las figuras que prometían ser, pero demostraron en primer término, que aún sin Manolete, la Plaza México podía ser llenada y en segundo lugar, que habrían de llegar los diestros que ocuparan el sitio que ocupaban desde hacía algunas décadas, las figuras de la Edad de Oro.

La Edad de Plata del Toreo en México

Tras de las vísperas que representaron Joselillo y Fernando López, la temporada novilleril de 1948 significa el momento en el cual se fragua el relevo generacional de la fiesta en México.

En primer lugar, la generación del 48 nos da a Los Tres Mosqueteros en las figuras de Rafael Rodríguez, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba, tres toreros que trascendieron a su tiempo y que aún en este nuevo siglo, continúan siendo el marco de referencia para calibrar la importancia del paso de un torero en ascenso.

La historia nos enseña que estos tres toreros demostraron la viabilidad del proyecto monumental que representaba la Plaza México y también la posibilidad de llevar en sus nombres la responsabilidad de una fiesta que con brillantez construyeron Armillita, Garza, Silverio, El Soldado y otros grandes constructores de la fiesta en México posterior a 1936.

Los Tres Mosqueteros, antes de finalizar el calendario correspondiente a ese 1948, el año de su aparición en el firmamento taurino, recibieron la alternativa. Fue simbólica la manera en la que se doctoraron El Volcán de Aguascalientes, que recibió los trastos el 19 de diciembre de ese año en la Plaza México de manos de Silverio Pérez; El Mejor Muletero del Mundo en Querétaro, la víspera de la Navidad, llevando a Luis Procuna como padrino y El Joven Maestro, en Celaya al día siguiente mano a mano con Armillita, los padrinos fueron tres de los bastiones de la Edad de Oro, que con los trastos de matar, entregaron también el testigo a quienes habrían de sucederles en la parte estelar de la fiesta mexicana.

Contaba Rafael Rodríguez que cuando el momento de la alternativa llegó, el doctor Alfonso Gaona le preguntó a él y a cada uno de los Mosqueteros de quién esperaría recibir los trastos y cuando recibió las respuestas, no se manifestó sorprendido, pues cada uno de los padrinos, en alguna medida se vería continuado en su ahijado, el sentimiento silverista y su empatía con los tendidos continuaría con El Volcán; el toreo heterodoxo de Procuna sería quintaesenciado por Capetillo y Jesús Córdoba sería el torero que podría con todos los toros, como Fermín, dejando una solución de continuidad entre los toreros de la generación anterior y la nueva.

Con su consolidación como figuras de los ruedos y de su conjugación artística, cualquiera pensaría que esa tríada de figuras del toreo conformaría un grupo homogéneo, que funcionaría a la manera de lo que en los noventa hicieron en España los llamados Tres Tenores, pero la realidad fue diferente. Rafael Rodríguez, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba, ya como matadores de alternativa, actuaron juntos solo cinco veces, encabezando cada uno por separado distintos carteles, junto con los toreros de la Edad de Oro que permanecían en activo o con sus compañeros de promoción que también destacaron, dando un aire nuevo y atractivo a la fiesta en México.

Esa es la trascendencia real de Los Tres Mosqueteros y la verdadera producción de la Edad de Plata, la inyección de novedad que dieron a la fiesta mexicana, permitiendo que esta siguiera engrandeciéndose e impulsando otros nombres que a la postre serían históricos, pues al amparo de estos toreros se gesta toda una nueva generación de diestros y se define también un importante cambio en la manera de seleccionar el toro que llegará a las plazas en lo sucesivo.

Para terminar

El cenit del siglo veinte en las cosas de los toros fue luminoso no obstante que en sus albores, la tragedia ensombreciera el panorama taurino en las plazas de Linares, San Roque, Vila Viciosa y en la misma capital mexicana.

La luz en los ruedos surge cuando en 1948 se inicia la transición de la Edad de Oro hacia la de Plata, en la que refulgieron con luz propia aquellos que habrían de suceder a quienes en su momento, escalaron la cúspide de la torería mundial. Esta última afirmación no es arbitraria, tiene su explicación en el boicot declarado por los toreros españoles a los mexicanos, boicot que separó durante casi diez años los caminos de la fiesta en España y México y que permitió que de este lado del Atlántico, se afianzara una concepción del arte de torear, que sin apartarse del canon, apela más al ser interno del espectador que a su capacidad intelectual, es decir, busca la fibra sensible, aquella que se conmueve aún cuando no se comprenda a las claras lo que está sucediendo en el ruedo.

La Edad de Plata del toreo en México es sin duda una de las etapas históricas que merece ser analizada, porque sin su exacta comprensión, no se puede entender lo que sucede ahora, ya iniciado el siglo veintiuno, que es consecuencia lógica e inmediata de lo ocurrido en esa etapa histórica.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Jesús Córdoba. Seis décadas de magisterio


Cuando el día de Navidad de 1948, el maestro Fermín Espinosa Armillita, mano a mano, le cedió a Jesús Córdoba el primer toro de Xajay corrido ese día en la plaza de toros Rodolfo Gaona de Celaya, Guanajuato, se cerraba una importante etapa de la historia taurina mexicana, en la que tres toreros juntos cimentaron el porvenir de su oficio y de la historia futura del toreo en su patria.

El clasicismo de Jesús Córdoba contrastó con el valor sincero e indomable del Volcán de Aguascalientes y la personalísima expresión taurina de Manuel Capetillo. Por ello, antes de finalizar la temporada novilleril de 1948, Los Tres Mosqueteros marcaban el paso en las cosas del toro.

Nada fácil fue este logro. Recordaré una vez más que la llamada Generación del 48 en materia de novilleros fue muy rica. Basta revisar los carteles de las 29 novilladas ofrecidas por el doctor Alfonso Gaona ese año y veremos nombres como los del recordado Alfonso Pedroza La Gripa - después un excelente torero de plata; Héctor Saucedo; Jorge El Ranchero Aguilar; Fernando López El Torero de Canela; Curro Ortega; Paco Ortiz; Alfredo Leal y otros nombres ilustres de la tauromaquia mexicana. Para sobresalir en esas condiciones, algo muy grande tenía que llevarse dentro y además se debía tener una gran facilidad para expresarlo, lo que sin duda se conjugó en estos tres toreros. Sobre esta última afirmación, creo que la historia me da la razón.

De su paso por los ruedos nos queda la grata impronta de faenas como las de Luminoso, Cortijero o Estanquero en la Plaza México o las realizadas en Madrid el 29 de septiembre de 1957, fecha que marcó la reaparición de Luis Miguel Dominguín en Las Ventas, o la de Sevilla del 24 de abril de 1953, junto a Calerito y Jerónimo Pimentel, festejo al que asistió el Jefe del Estado y que le valió levantarse como triunfador de esa edición de la feria de abril sevillana.

Los toreros de su corte siempre tienen la desventaja de ser considerados o fríos o estilistas o académicos y el primer reproche que se les hace es su supuesta incapacidad de conectar con los tendidos. Creo esas afirmaciones son equivocadas pues hoy recordamos a una figura del toreo, a un gran torero que hizo de su conocimiento de los toros y de sus terrenos y de la finura con la que realizaba las suertes, una tauromaquia que es hoy día un referente.

La visión del Maestro Córdoba acerca de algunos temas de la Fiesta es la siguiente:

La expresión del torero:

Siempre hay una razón del por qué existe algo que se puede expresar con certeza, consciente en la realidad de la expresión natural de un arte. Es la interpretación al exterior de sí mismo, de la inspiración con la seguridad técnica de su ejecución; siendo la razón el estudio y la enseñanza práctica que se ha recibido, unido a la intuición propia…


La creación artística:
El ser humano…. ha creado una de las artes más hermosas, en la que refleja su destreza y personalidad. En una sola frase, su expresión física e inteligente…

Nuestra capacidad de asombro:

El arte del toreo, que actualmente lo entendemos como la expresión que pone a flote los más hondos sentimientos del hombre - miedo, valor, coraje, duda, alegría y nobleza - hacen brotar también una de sus más grandes cualidades: La capacidad de admiración (tan desgastada en la actualidad)…

El estilo en el torero:

En la ejecución de los pases nacieron los estilos… Algunos son inspirados por una capacidad creadora, otros simplemente son técnicos, es decir, aplican hábilmente su conocimiento de la lidia, o como a veces decimos, su oficio. Ambos estilos son muy importantes. Pero hay otro tipo de torero fundamental para la fiesta: El valiente. Es el que hace alarde de ese dominio al miedo llamado valor, estrujando así al espectador, despertando en él una angustia que le provoca emoción. El público siente admiración y respeto por quienes ejecutan ese tipo de toreo…

La personalidad del torero:

El estilo de los toreros se define conforme a su sensibilidad, su forma de ser, su personalidad y propio sentimiento, su carácter y naturalmente, su valor. De todo esto va impregnado su toreo, ¡qué es lo que nos gusta! Más aún cuando llega la inspiración y todo el entorno se muestra propicio. Por ello los diferentes estilos mantienen ese interés por la fiesta. Nunca se pida que un torero actúe como el otro. Debemos conservar esa variedad, pero siempre dentro de una autenticidad
.

Hoy reconozco a este gran hombre y gran torero su aporte a la fiesta. Tras de dejar los ruedos, se ha preocupado por formar a quienes han de continuar llevando adelante la tradición y la historia que representa la Fiesta de los Toros.

¡Enhorabuena Maestro y que sean muchos años más!

Aldeanos