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viernes, 28 de agosto de 2009

Manolete en México, a 64 años vista (I)

Aclaración pertinente: Este trabajo ya lo había publicado en otro tiempo y en otro lugar. No obstante, creo que vale su relectura, por los hechos que revisa, sobre todo la manera y la circunstancia en la que se concretó la llegada del Monstruo de Córdoba a México y que permitió que, a diferencia de Joselito, nuestra afición conociera a una de las grandes cumbres del toreo del Siglo XX.

El boicot del miedo

En 1936 quedaron interrumpidas las relaciones taurinas entre España y México. Fue lo que Juan Belmonte definiera com el boicot del miedo lo que dejara a los públicos de aquí y de allá sin ver a los representantes de la torería de dos países en los ruedos de unos y otros. Ese hecho instigado en buena medida por Marcial Lalanda y Victoriano de la Serna como cabezas notables, tuvo como caldo de cultivo el hecho de que el Maestro Armillita era el torero que dominaba el panorama taurino en el mundo, al ser el torero más solicitado para confeccionar carteles en todas las plazas, tanto, que se afirmaba que ese año del 36 tenía cien corridas firmadas en plazas españolas, una cifra que solo alcanzó en su día el nombrado Pasmo de Triana.

Don Humberto Ruiz Quiroz refiere también como antecedente del boicot el hecho de que tras de una serie de litigios y de controversias, tanto por la tenencia de la plaza de toros El Toreo, como por el destino de los recursos generados por la fiesta, se promulgó un decreto en el que se establecía la normativa en el sentido de que solamente podían ofrecer toros en el Distrito Federal la Beneficencia Pública o empresas con capital mexicano al cien por cien, concesionadas por ésta. Ese decreto gubernativo implicó la salida de la empresa que hasta ese momento manejaba la plaza de la colonia Condesa de Domingo González Mateos, Dominguín¸ quien era el socio más destacado de la entidad que manejaba los destinos del principal escenario taurino de la capital de la República.

Así pues, la imposibilidad de que empresarios hispanos se hicieran cargo de dar toros en la Ciudad de México y la supremacía de un torero mexicano en los ruedos españoles fue el caldo de cultivo que generó la imposibilidad de que los mexicanos actuaran en España y los españoles en México, hecho que produjo, en la óptica del nombrado don Humberto Ruiz Quiroz, la independencia taurina de México, pues por primera vez en mucho tiempo, la fiesta de los toros tendría que subsistir con elementos puramente nacionales.

Por otra parte, en ese mismo 1936 estalló la Guerra Civil Española, que paralizó prácticamente las cosas de los toros, ocasionó la pérdida de una importante porción de la cabaña brava y la muerte de importantes criadores de toros. Igualmente varios toreros resultaron heridos o perdieron la vida en combate y la formación de aquellos que deberían de tomar la estafeta para llevar adelante la fiesta quedó en suspenso y no se reanudaría sino hasta tres años después en condiciones muy precarias, pero abriendo paso a uno de los más grandes toreros de la historia; Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, en los ruedos Manolete.

La situación en México

El regreso de Armillita, El Soldado, Luciano Contreras, Silverio y otros muchos toreros que buscaban en España construir carreras taurinas sólidas, abrió la posibilidad de desarrollar en México temporadas más extensas a diferencia de la española, gracias a la benignidad del clima, que permitiría cubrir un territorio muchas veces más extenso sin tener que suspender la actividad por el invierno, que en la península suele ser crudo en muchas regiones.

También, para enriquecer la cartelería, se promocionaron prospectos que cuajaron en interesantes realidades, como Calesero, Silverio Pérez, Carlos Arruza, Luis Procuna y Fermín Rivera, que serían quienes entrarían en competencia con Armillita, Alberto Balderas El Torero de México, Lorenzo Garza, El Soldado y Jesús Solórzano como cabezas principales de una torería que llevaría sobre sus hombros el peso total de una fiesta que en esos tiempos tendría que avenirse con lo que hubiera en casa.


Las cosas comenzaron a darse de una manera importante, Benjamín Padilla, que fue quien se hizo cargo de las cosas de El Toreo a la salida de Dominguín, abre con una serie de fastos, entre ellos la faena de El Torero de México al toro Capa Rota de Piedras Negras, la inmortal obra del maestro Fermín con Pardito de don Antonio Llaguno, la de Lorenzo El Magnífico con Tortolito de Torrecilla y para no quedarse atrás, también se inscribió en el cuadro de honor el torero de Mixcoac, Luis Castro El Soldado, al inmortalizar a Pajarito de San Mateo. Es decir, la presencia de las figuras hispanas ni se extrañó en ese momento, pues los diestros nacionales colmaron las expectativas de la afición y dejaron patente, nada más iniciada la situación, que podían con el paquete, cuestión que se puso en duda al inicio de la problemática.

Entretanto, la promoción de nuevos valores no se dejó de lado y surgían jóvenes interesantes, como Manuel Gutiérrez Espartero, Juan Estrada, Carlos Vera Cañitas, Antonio Velázquez, Ricardo Torres, Ricardo Balderas, Luis Briones y su hermano Félix y Eduardo Liceaga, que animan las novilladas y llegan casi todos a la alternativa prometiendo una transición sin sobresaltos en el momento de que el relevo se haga necesario.

El tórrido verano del 43

En el verano de 1943 la Unión Mexicana de Matadores envía a España una curiosa embajada. Luis Briones acude en la parte álgida de la temporada ultramarina, en carácter diríamos, de plenipotenciario, a tratar de negociar un reencuentro entre las torerías de aquí y de allá. Ya sucedidos los hechos, resulta evidente que detrás de la actividad de Luis de Seda y Oro se encontraba el gerente de la empresa Espectáculos El Toreo S.A., Antonio Algara, quien seis años después de iniciadas las hostilidades entre ambos bandos de toreros, apreciaba la necesidad de implantar algunos cambios de fondo en la oferta de festejos taurinos en la capital y en la República entera.

En las publicaciones especializadas, principalmente en La Lidia, esa actitud de la Unión fue acremente censurada, columnistas como don Flavio Zavala Millet, que firmaba con el pseudónimo de Paco Puyazo, el hidrocálido don Luis de la Torre El-Hombre-Que-No-Cree-En-Nada y el politólogo e historiador Roberto Blanco Moheno fustigaron a Briones y a quienes lo enviaron a negociar la paz, por considerar que traicionaban un movimiento que podía generar una total independencia de la fiesta de toros en México.

Por otra parte, diversas voces del exilio español se alzaron en contra de la intentona que tras bambalinas patrocinaba Algara, pues decían, Lalanda y Domingo Ortega eran falangistas y esa era la razón de fondo por la cual pretendían mantener el estado de cosas que permanecía en ese momento, habida cuenta de que el Gobierno de México había dado un lugar en el cual rehacer sus vidas a muchos españoles que en su tierra fueron perseguidos por sus ideas políticas.

Así pues, se daban los primeros pasos para allanar las cosas y permitir que México pudiera conocer al torero que estaba conmocionando a la afición española: Manolete.

El arreglo

Las gestiones de la dupla BrionesAlgara rindieron algún fruto, porque a principios de 1944 la agencia de noticias Associated Press, dio a conocer una información, fechada en Madrid el 14 de enero, en la cual se comunica que los Ministerios de Estado y del Trabajo autorizaban a los empresarios españoles a contratar toreros mexicanos libremente, con la única restricción de que el Sindicato Nacional del Espectáculo debería de aprobar los contratos.

El comité que en España participó en la revocación de las medidas gubernativas generadas por el boicot del miedo, se integró por los empresarios Eduardo Pagés, Pedro Balañá y Carlos Gómez de Velasco; los matadores de toros Domingo Ortega, Manuel Jiménez Chicuelo y Joaquín Rodríguez Cagancho; el periodista Ricardo García López K – Hito, los picadores Díaz y Barajas y los banderilleros Morales y Pinturas.

Tres días después Antonio Algara recibe un cablegrama firmado por Manolete, Juan Belmonte Campoy, Pedro Barrera, Manuel Álvarez Andaluz, Rafael Ortega Gallito, Emiliano de la Casa Morenito de Talavera, Cagancho y Chicuelo, en el que comunican su deseo de que los toreros mexicanos que vayan a España no firmen contratos de exclusiva, según reza el texto del cable, para mejor armonía.

Como se ve, el arreglo se entrampó apenas anunciado. Y la temporada 44 – 45 peligraba, porque los toreros que tenían que tomar la estafeta simplemente no daban el paso adelante. Juan Estrada se perdía en un mar de mediocridad. Espartero no aprovechaba el padrinazgo de Garza, Cañitas seguía siendo una buena cabeza de las corridas económicas, pero hasta allí. Ricardo Torres gozó de la incomprensión de empresas y públicos. Gregorio García prefirió derrochar en las arenas de Eros el valor que debió echarle a los toros, según decía don Arturo Muñoz La Chicha y faltaba todavía algún rato para que el sol le saliera de noche a Antonio Corazón de León.

Algo tenía que hacerse y es así que Antonio Algara se dirige de nueva cuenta a la antigua Iberia, a desfacer los entuertos que quedaban pendientes tras de su visita anterior, cosa que consigue el día 11 de julio de 1944, dejando como principal condición que torero español o mexicano que pretenda actuar en México o España, deberá llevar firmados cuando menos tres contratos, mínimo que entiendo perdura hasta nuestros días.

Corresponderá a Carlos Arruza, que buscaba hacer campaña en Francia y Portugal, el poner en marcha el nuevo estado de cosas y así, se presenta en la plaza de Las Ventas de Madrid exactamente una semana después de suscrito el nuevo convenio, para confirmar su alternativa de manos de Antonio Mejías Bienvenida y llevando como testigo a Morenito de Talavera, el toro de la ceremonia se llamó Avilés, de don Vicente Muriel, como todos los lidiados esa histórica tarde, tanto por lo que representa para la historia común del toreo de ambos pueblos, como para la particular del Ciclón Mexicano, que de esa tarde partió a convertirse en una de las más grandes figuras de la historia del toreo mundial.

Pero la temporada mexicana se vislumbraba nebulosa. Lorenzo Garza había anunciado otra vez que se iba y prometía a los cuatro vientos que no volvería a vestir un terno de luces. En una entrevista publicada en La Lidia, afirmaba incluso que había obsequiado todos sus avíos y vestidos de torear y que lo último que le quedaba, que eran unas camisas, se las regalaría a Heriberto Rodríguez hijo, que comenzaba sus pasos como novillero. La historia nos cuenta que a los pocos meses de hacer esos públicos juramentos, volvió para escribir algunas páginas gloriosas de una carrera en los ruedos que se prolongó casi dos décadas más.

Silverio Pérez mantuvo esa regular y enigmática irregularidad que le caracterizó toda su trayectoria en los ruedos. Cuando la confluencia de las circunstancias era la adecuada, el Faraón era insuperable, tanto así que se metió en el ánimo de la afición del mundo, aún sin haber sido visto en muchos lugares. Su leyenda fue suficiente y eso, en el caso de un torero es bastante para trascender. El problema en este caso, es que desde el punto de vista del empresario, no se puede sostener una temporada con un artista de esta clase.

Balderas había dejado la vida en las astas de Cobijero, Solórzano acusaba ya el castigo de los toros y la necesidad de atender otras cuestiones ajenas a los ruedos, El Soldado sufría los embates tanto de las cornadas que dan los toros, como las que dejan las lides nocturnas, por las que sentía una gran afición y si a eso le sumamos, como decíamos arriba, que los que debieron tomar la estafeta, apuntaron, pero por alguna razón, no pudieron o no se atrevieron a disparar, la temporada 44 – 45 en la capital de la República se planteaba complicada para Antonio Algara.

A todo esto había que sumar otro hecho trascendente, el 19 de noviembre de 1944, en San Luis Potosí, el toro Despertador de Zotoluca, infirió al Maestro Armillita una cornada calificada de grave, que lo sacó de circulación por un buen lapso de tiempo, hecho que vino a poner en mayores aprietos la organización del serial taurino más importante del país, de organizarse solamente con lo que se tenía en casa.


Esas fueron las razones por las cuales Tono Algara movilizó lo necesario para sacar adelante la reanudación de las relaciones taurinas entre España y México y para actuar en reciprocidad a lo iniciado con la presentación de Arruza en Madrid en la Corrida de la Concordia y a la campaña que Cañitas entre otros armó por aquellos pagos, contrató para reforzar el elenco a Cagancho, Gitanillo de Triana, Pepe Luis Vázquez, Rafael Ortega Gallito y Antonio Mejías Bienvenida. No obstante la intención, se siguió criticando al empresario por importar toreros en lugar de hacerlos.

La versión mexicana de la Corrida de la Concordia se celebró en El Toreo el 3 de diciembre de 1944 y alternaron en ella Cagancho, Carlos Arruza y Luis Briones. Guillermo Ernesto Padilla afirma que los toros fueron de La Laguna y Carlos Septién García dice que fueron de Rancho Seco, tlaxcaltecas al fin. El primero de la tarde, para el gitano Joaquín Rodríguez se llamó Jazmín y curiosamente representó el retomar un camino que se había dejado de andar algo más de ocho años antes, pues en febrero de 1936, fue precisamente el trianero el último torero español que actuara en México antes de la ruptura.

La intención final del arreglo era la de traer a Manolete, pero dado lo avanzado de la campaña española cuando éste se logró, no fue posible ajustarlo para venir a México, por esa razón, se tuvo que esperar hasta la temporada siguiente, en la que Manuel Rodríguez Sánchez, traería su conmoción en persona, al medio taurino mexicano.

domingo, 26 de abril de 2009

Un final inesperado

Hoy, 26 de abril de 2009, al filo de las seis de la tarde, se anunció la suspensión definitiva de los eventos pendientes de la Feria Nacional de San Marcos para este año 2009 y entre esa suspensión se incluye la de los festejos taurinos pendientes, quedando cubierta por ella, la corrida de toros de esta tarde, que se quedó en el despeje que hicieron los charros que fungen de alguaciles en la Plaza Monumental Aguascalientes.

Los espectáculos masivos, del tipo de los deportivos, taurinos, cines, discotecas y otros similares, constituyen, de acuerdo con las Autoridades Sanitarias, un medio para la dispersión del virus que se señala es uno señalado como H1 – M1 tipo A identificado como del genoma del cerdo euroasiático, conocido coloquialmente como de la Influenza Porcina que ha causado ya varias muertes en el País y que dado el gran atractivo que tiene nuestra Feria, podría diseminarse con rapidez, de haberse insistido en continuar adelante con su desarrollo.

Hace algunos días escribía sobre lo sucedido en el año de 1947, donde por una epizootia de Fiebre Aftosa, nuestra Feria se vio mutilada de su aspecto taurino, aunque en sus demás aristas se llevara a cabo con normalidad, lo que produjo el desencanto de muchas personas, como el gran escritor de nuestra tierra, don Luis de la Torre, El-hombre-que-no-cree-en-nada, quien publicó un candente artículo en La Lidia de México sobre lo que representó esa Feria sin toros.

Así, como las novelas y los cuentos del boom latinoamericano, la Feria de este año tuvo un final inesperado, aunque desprovisto de magia y más bien envuelto en aires cercanos a la tragedia, porque el que una pandemia se cierna sobre nuestras cabezas, verdaderamente lo es.

En este estado de cosas, poco material hay para la valoración en lo que en este espacio nos ocupa, pero de eso me haré cargo en los próximos días.

domingo, 5 de abril de 2009

Hace seis décadas: La Feria de San Marcos sin toros (y II)


En la anterior entrada, les ofrecí presentar la visión de la época, escrita por don Luis de la Torre, El-hombre-que-no-cree-en-nada, acerca de lo que fue una Feria de San Marcos sin toros. Pues aquí pongo a su consideración el artículo aparecido en el número 231, correspondiente al 9 de mayo de 1947, del semanario La Lidia de México, en el que este extraordinario periodista taurino, hace sus reflexiones acerca de las causas y de los efectos de la ausencia de la fiesta en la que hoy es llamada La Feria de América:

Feria sin toros

El-hombre-que-no-cree-en-nada

A mi estimadísimo amigo Alberto Chequi, enamorado de la tierra y de la fiesta.

Tradicional, sin punto de comparación, ha sido en la ciudad de Aguascalientes la Feria de San Marcos o Fiestas de Primavera, con sus vendimias y apetitosos platillos regionales, sus incomparables paseos matutinos y vespertinos reuniones de sabor netamente provinciano; sus peleas de gallos, partidas y ruletas, centros de reunión ampliamente animados con el contingente de enorme cantidad de visitantes de todos los rincones de la República. Pero a todos estos atractivos, como acontece en los lugares en los que ha tenido asiento la fiesta, les eran indispensables las corridas de toros, para las que siempre se tuvo cuidado especial en la confección de los carteles, con ganaderías escogidas y lidiadores postineros.

Aguascalientes, todavía hasta no hace muchos años, debido precisamente a sus corridas de feria, estuvo constituida en la ciudad más taurina de este país heredero directo de lo que hasta hace muy poco había sido la más hermosa, varonil y gallarda de todas las fiestas. Por su pequeño coso, en donde hubo épocas de celebración anual de más de medio centenar de festejos taurinos, han desfilado todas nuestras grandes figuras y muchas de las más destacadas españolas que nos han visitado en muchos años.

De entre el considerable número de aficionados prácticos que ha producido esta Sevilla mexicana, algunos se hicieron profesionales, seguramente sin gran relieve; pero en la actualidad, desgraciadamente en esta época de decadencia y desencanto, nacido allí, en su popular Barrio de Triana, uno de los cuatro tan sabrosamente cantados por el poeta Reyes Ruiz, contamos con un torero de verdad, Alfonso Ramírez Calesero, que si por circunstancias nada propias de relatar en este caso, no ocupa el sitio por sus cualidades de artista merecido, tampoco por ello deja de ser en el momento uno de los toreros que justificadamente dan gloria y brillo a nuestra historia taurina.

Pues bien, en este año de gracia de 1947, tomándose infantil pretexto la decantada fiebre aftosa, las autoridades, haciéndose cómplices en el decaimiento del espectáculo, tuvieron a bien no autorizar las corridas de toros durante la feria que acaba de celebrarse. En cambio, no tuvieron empacho en dejar libertad absoluta a las peleas de gallos, partida de ruleta, con beneplácito de viciosos y tahúres, no obstante la prohibición legal existente para tales manejos.

No ignoran tampoco la afición aguascalentense ni los numerosos asistentes a la feria, las exigencias monetarias de elevadísimo monto puestas en juego para la concesión de la licencia, así como tampoco lo improcedente de tal determinación, contándose, como se cuenta, en las cercanías de la población del pequeñísimo Estado, con ganaderías bravas de una de las cuales, recientísimamente se trajeron toros para ser lidiados en la Plaza México, sin la más insignificante traba, sin tomar en cuenta los peligros de la fiebre aftosa. Sábese además, que en los propios corrales de la plaza descansaba plácidamente un encierro completo, no habiéndose permitido su lidia ni siquiera para seguir la tradición en la fecha central de tan renombradas fiestas primaverales.

Feria de San Marcos sin toros. ¡Vaya atrocidad! Este fue el clamor general de habitantes y visitantes al saberse la absurda medida de las autoridades, las que sin embargo, no hubieran cometido el desacato si se atiende a sus peticiones, como no tuvieron inconveniente de pasar sobre una prohibición legal que, si bien es cierto ha sido siempre factor principal en el esplendor y alegría de la feria, no por ella deja de ser una inmoralidad legalmente penada, lo que no acontece con la fiesta taurina, en forma también legalmente autorizada en todo el país y propiedad actual en el Distrito y Territorios, de una Secretaría de Estado.

El acopio de visitantes a la ciudad de Aguascalientes, con motivo de su feria, representa una fuente segura para el comercio, y las corridas de toros un fuerte atractivo para la población flotante, base del auge comercial durante los festejos primaverales. Pero esto no importó a las autoridades, nada les significó para sostener su capricho, mientras permitían el desplumadero en beneficio único de los tahúres, seguros apostadores de personales ambiciones.

No cabe duda que todos los elementos se han puesto en contra de la fiesta, Aquí, allá y acullá, todos, absolutamente todos se han propuesto apuntillarla, acabando con una tradición, dando al traste con una herencia racial que parecía imposible que pudiera desaparecer de nuestro medio. Pero en todo ello no existe más que una razón: el mercantilismo desenfrenado, origen fundamental de la incomprensión de las tendencias de un pueblo, al que hay que exprimir a todo trance sin concederle la más mínima satisfacción, sabiendo, como saben, que a todo responde, que siempre está dispuesto al sacrificio. Sin embargo, hay que temer a sus reacciones, no hay que confiar mucho en sus bondades. No debemos olvidar que en esta Capital, ante el abuso continuado, primero se amotinó, con tendencias de destrucción del nuevo coso, para después abandonarlo casi en definitiva, dando con ello una lección a sus insaciables explotadores.

Si ahora las autoridades han quitado un factor de lucimiento a las tradicionales fiestas de Aguascalientes, quién sabe si más tarde sean ellas las perjudicadas al ver abandonada una fuente de ingresos bien segura. De todas maneras, a través de los años, es el primero que se priva a una feria tradicional de uno de sus mayores atractivos, porque Aguascalientes fue intensamente taurina, sigue conservando su afición y se ha visto lastimada en algo que ama con pasión.


Como podemos apreciar, algunas explicaciones para lo que en el fondo no tiene razón alguna, no varían en el tiempo. Se siguen externando como moneda al uso, pensando que quienes las recibimos carecemos de la capacidad neuronal adecuada para entender que a veces, la realidad de las cosas es que quienes tienen la capacidad de decidir, simplemente no quieren hacer las cosas. Ojalá que este texto de tiempos idos, haya resultado de su interés.

sábado, 4 de abril de 2009

Hace seis décadas: La Feria de San Marcos sin toros (I)


En realidad hace un poco más de las 6 décadas. Fue en el año de 1947 cuando nuestra feria abrileña transcurrió sin uno de sus ejes, es decir, sin corridas de toros no obstante que en el febrero anterior, se podría haber barruntado un serial de gran tronío, pues se había presentado en la Plaza de San Marcos el Monstruo de Córdoba, que aún sin salir con los apéndices en la espuerta, dejó constancia ante la afición hidrocálida de su trascendencia en el mundo del toreo.

La razón de la ausencia de la fiesta de los toros en la feria, se atribuyó al combate a una epizootia de fiebre aftosa que se había reconocido por un decreto presidencial publicado en diciembre de 1946, en el que se declaró de interés público el combate a esa enfermedad del ganado, principalmente vacuno.

La realidad es que las primeras referencias del mal ya fuera de control se produjeron en el mes de octubre de 1946, cuando veterinarios oficiales del estado de Veracruz reportaron la incidencia de la enfermedad en esa zona de México, aparentemente diseminada por la extracción de una estación cuarentenaria establecida en la Isla de Sacrificios, de ganado cebú importado de Brasil, antes de que se cumpliera el plazo de su estancia en ese lugar.

Las primeras entidades afectadas fueron la propia Veracruz, Tlaxcala, Puebla y el Distrito Federal y el avance del mal amenazó con quedar fuera de control. Lo anterior motivó la alerta de las autoridades sanitarias de los Estados Unidos, país con el que compartimos 3,000 kilómetros de frontera, que a toda costa pretendía evitar el ingreso del mal a su territorio.

Lo anterior motivó la creación de una comisión binacional encargada del combate y erradicación de la fiebre aftosa y la aplicación de una serie de medidas zoosanitarias que incluían la vacunación de la cabaña ganadera existente, la zonificación del país de acuerdo con la incidencia del mal y la utilización del llamado rifle sanitario para exterminar a todo el ganado enfermo o sospechoso de estarlo. La utilización del citado rifle era casi siempre por técnicos norteamericanos, pues en ese entonces, solamente había una escuela de Veterinaria en México, la de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La última circunstancia mencionada, motivó un grave disgusto en la población, pues muchos tenían por todo activo unas cuantas cabezas de ganado. Así, en un estado laico, en el que apenas se cerraban las heridas de la Guerra Cristera, fue necesario que el Arzobispo Primado de México, don Luis María Martínez, en concordancia con la posición estatal, entrara al quite y dejara patente a la feligresía católica – la mayoría de la población mexicana – que la utilización del temido rifle sanitario era indispensable en esas circunstancias y aún en esas condiciones se relatan casos en los cuales los tenedores de ganados en esas condiciones ejercieron actos de violencia contra los que pretendían sacrificar sus animales - aún mediando indemnización -, hablándose de más de algún linchamiento.

Entre el final de 1946 y 1952, que fue el lapso en el cual se llevó esa campaña de erradicación de la fiebre aftosa, se sacrificaron más de un millón de cabezas de ganado de un hato total que rondaba los 14 millones. La zona infestada, fue el Sur de México, que aproximadamente llegaba hasta la ciudad de México; la zona de seguridad que era el Centro del País, llegaba hasta la ciudad de San Luis Potosí y la zona libre, que abarcaba el Norte de la República hasta los Estados Unidos era objeto de rígidos controles y aduanas, con los llamados vados de la aftosa, en los que las personas y vehículos al cruzar de una a otra, debían desinfectar su calzado y rodamientos pasando por tapetes y vados desinfectantes. En cada puesto había una guarnición militar que obligaba a los renuentes a hacerlo, para evitar una mayor propagación del mal.

Quién haya llegado hasta este punto de la entrada, podrá preguntarse: ¿y esto qué tiene que ver con los toros? Pues mucho. En su obra La Fiesta Brava en México y España, 1519 – 1969, Heriberto Lanfranchi dedica un breve párrafo a este problema, mencionando que muchos ganaderos de lidia sufrieron los estragos del rifle sanitario, aunque no se conoce una estadística confiable del número de toros de lidia que hayan sido sacrificados por enfermos o sospechosos de padecer la glosopeda.

Las 10 ganaderías que más toros lidiaron (encierros o toros sueltos) en las plazas de la capital del país en ese tiempo (México y El Toreo), fueron por su orden La Laguna (17 veces), Pastejé (16 veces), Coaxamaluca (15 veces), Piedras Negras (13 veces), San Mateo (13 veces), Torrecilla (11 veces), Zotoluca (10 veces), La Punta (9 veces), Xajay (8 veces) y Tequisquiapan (6 veces), veremos que la mitad de ellas están fuera de la zona infestada, pero dentro de la de seguridad y en el caso de las de San Mateo y Torrecilla, habrá que considerar si los toros que jugaron no estaban aclimatándose en los potreros que tenían en el Estado de México, pues entonces, su situación cambiaría radicalmente, pues aunque nacidos en la zona libre, se desarrollaron en la infestada.

La fiebre aftosa pues impedía el libre movimiento de ganado vacuno, motivó la reducción y hasta la supresión del uso de bueyes en las labores agrícolas y su sustitución por acémilas, la suspensión de la exportación de carne, la disminución en la producción de lana, pieles, lácteos y por supuesto el trasiego de los toros de lidia necesarios para los festejos que ese daban en las plazas de la República. Ya planteaba en una entrada anterior, que para la presentación de Manolete en nuestra tierra, se le anunció con toros de Pastejé, pero la restricción de la aftosa motivó que tuviera que lidiar toros locales de Peñuelas.

Pues bien, ese estado de cosas motivó que en abril de 1947 se anunciara que no habría corridas de toros en la Feria de San Marcos y que el desaguisado se atribuyera a la fiebre aftosa. En la continuación de este asunto, pondré a la consideración de Ustedes la visión de don Luis de la Torre, El-hombre-que-no-cree-en-nada, a quién ya les había presentado, sobre este particular asunto.

Sobre el problema de la fiebre aftosa en México, les recomiendo la lectura de este número especial de la revista Imagen Veterinaria, de la UNAM.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Sánchez Mejías en Aguascalientes

Pensarán Ustedes que nada original tengo para decir, pues de nueva cuenta recurro a la biblioteca para ocupar un espacio – largo contra los consejos de los amigos – en esta bitácora, pero creo que esta otra anécdota lo vale, sobre todo, partiendo del hecho de que en estos días se reivindica la importancia que para la Historia de la Fiesta ha tenido la figura de Ignacio Sánchez Mejías.

Nuestra Plaza de Toros San Marcos cumplió cien años el 24 de abril de 1996 y en dicho coso han actuado las principales figuras de la torería de su tránsito histórico, salvo los casos en el Siglo XX de Joselito, Domingo Ortega y Antonio Mejías Bienvenida y de los actuales, solamente Enrique Ponce.

Luis Efrén de la Torre Aguilar, El-Hombre-que-no-cree-en-nada, nació en Aguascalientes en 1889 y fue colaborador de las más serias publicaciones que sobre toros se han hecho en México, como El Universal Taurino, Toros y Deportes, La Lidia, El Ruedo, La Fiesta y El Redondel. Su comentario en torno a la presencia de Ignacio Sánchez Mejías en nuestra Ciudad lo publicó su sobrino Jesús Antonio de la Torre Rangel primeramente en el número 91 de la revista Crisol, correspondiente al 21 de abril de 1997 y posteriormente en este año 2008, como parte del libro Aguascalientes 1900: toros y sociedad y otros escritos taurinos (ICA - PACMYC, 2008, Págs. 95 - 116), en un extenso capítulo dedicado precisamente a la obra de este importante escritor taurino, que en su época de estudiante, fuera condiscípulo de Ramón López Velarde, uno de los grandes poetas mexicanos del entresiglos del XIX y el XX.

La anécdota en cuestión es la siguiente:

Ante los triunfos alcanzados en la competencia Gaona - Sánchez Mejías durante la temporada capitalina 1920 - 1921, la empresa encargada de los festejos para la feria primaveral del segundo de los años citados, no vaciló en ajustar a estos dos notables lidiadores, firmando contrato con Sánchez Mejías para tres corridas que deberían verificarse los días 21, 24 y 25 de abril, y con Gaona para las dos últimas. Como un detalle de como se las gastaba nuestro Petronio del toreo, voy a intentar dar una idea de lo acontecido en los fracasados festejos que significaron para la inexperta empresa una pérdida de varios miles de pesos.

Queda dicho ya que Sánchez Mejías debería torear las tres corridas, alternando con Rodolfo en las dos últimas para las que había sido contratado; pero la cándida empresa pasó por alto una cláusula del contrato de Gaona en que se hacía constar que el torearía con quien quisiera. La primera corrida se verificó toreándola Ignacio con Zapaterito, habiendo alcanzado triunfo clamoroso el sevillano, no obstante que la entrada fue tan insignificante por haberse llevado a cabo en día laborable. Tan mala fue la entrada que Mejías, al brindar el primer toro, dirigiéndose a la presidencia (Doctor Rafael de la Torre) y a un grupo de aficionados aguascalentenses que habíamos ido desde esta Capital a presenciar las corridas dijo: “Brindo por usted, por este público que, aunque escaso, es muy selecto”.

Para el segundo festejo se anunció como estaba prevenido, el mano a mano Gaona - Mejías, sorprendiéndose la afición el día de la corrida con la circulación de nuevos programas conteniendo la novedad de un cambio radical en el cartel: Sánchez Mejías sería sustituido por Carlos Lombardini en atención (esto no lo rezaban los programas) a la famosa cláusula de imposición. Mejías alegó insistentemente su compromiso y absoluto derecho para tomar parte en la lidia de esa tarde; Gaona se impuso y hubo de recurrirse a la intervención de las autoridades, inclusive la del señor don Rafael Arellano, Gobernador del Estado, para hacer desistir a Sánchez Mejías de su decisión de presentarse en la plaza vestido de luces a la hora de la corrida, llegándose por fin a hacer uso de la fuerza armada para que impidiera aquella justa determinación, lo que se logró gracias a la intervención de los señores Madrazo, propietarios de la ganadería de La Punta, quienes se llevaron a Ignacio a su finca poco antes de que empezara el festejo.

La corrida resultó un verdadero desastre. Lombardini fue cogido al intentar banderillear a su primer enemigo y Gaona, a quien correspondía cargar con el peso del encierro, hizo una de las suyas, fracasando rotundamente.


Este es el testimonio de El-hombre-que-no-cree-en-nada, que nos revela por un lado la presencia de Ignacio en estas tierras y por el otro, confirma la animadversión que se guardaban Gaona y él, llevada a extremos tales por el Califa de León, que le llevó a modificar un cartel previamente anunciado, con tal de no encontrarse con él.

Respecto de esta tarde, decía don Arturo Muñoz La Chicha, banderillero de esta tierra, que cuando le reclamaban a Gaona su mala actuación ese 24 de abril, respondió a sus interpelantes: si quieren verme bien, vayan a México, allá es dónde…

El cartel que anuncia el documental Ignacio Sánchez Mejías. Más allá del toreo, es obra de Claqueta

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