domingo, 14 de diciembre de 2025

14 de diciembre de 1963: Manuel Capetillo se presenta en la plaza Santamaría de Bogotá


Joselillo de Colombia – civilmente José Edgar Zúñiga Villaquirán – es, con poco margen para la discusión, uno de los integrantes de la terna de figuras principales de la torería colombiana junto con Pepe Cáceres y César Rincón. Doctorado en el año de 1953 en Lorca, Murcia, fue quizás el primero de los toreros de su tierra en hacer campañas completas en ambos lados del Atlántico. Confirmó su alternativa en Madrid el 12 de octubre de 1956 y en la Plaza México el 8 de mayo de 1960.

En México encabezó el escalafón, junto con Juan Silveti y Alfredo Leal el año 1963, toreando 33 festejos, de los cuales cuatro fueron en la Plaza México, abriendo la puerta del encierro en uno de ellos. Se presentó además en plazas como Guadalajara, Tijuana, Ciudad Juárez y San Luis Potosí. Se despidió de los ruedos el 8 de marzo de 1964 en Cali, su lugar de nacimiento, aunque dos años después volvería a los ruedos para torear esporádicamente en Colombia, hasta el año de 1975.

El fuerte de la actividad de Joselillo de Colombia dentro de la fiesta, desde un poco antes de esa primera despedida se desarrollaría en los despachos. Constituyó una entidad denominada Empresa Zúñiga que tuvo la ocasión de llevar plazas como la Santamaría de Bogotá o La Macarena en Medellín y organizar en ellas dos de las principales ferias del verano austral en Colombia, ocurriendo en una de ellas, los hechos que intentaré rememorar el día de hoy. 

La feria decembrina en Bogotá el año 63

La Empresa Zúñiga se propuso, con tiempo, ofrecer a la afición de la capital colombiana un conjunto de combinaciones que atrajeran al público a la plaza. Así, desde un par de meses antes, dio a conocer la composición de esos carteles de acuerdo con una información aparecida en el semanario El Ruedo fechado el 17 octubre de 1963:

De Colombia llegan noticias de estar casi ultimados los carteles de las más importantes ferias. Por lo que se refiere a la plaza de la capital colombiana, su empresario "Joselillo de Colombia", ha dado las siguientes combinaciones de toreros, con ganado a designar:

1 de diciembre: Andrés Vázquez, “Vázquez II” y “El Cordobés”.

14 de diciembre: “Joselillo de Colombia”, Capetillo y “El Cordobés”.

15 de diciembre: “Joselillo de Colombia”, Capetillo, Andrés Vázquez, “Vázquez II” y “Miguelín”.

El día 22 de diciembre se lidiará una corrida extraordinaria. Los toros serán colombianos, con la excepción de una corrida salmantina de Alipio Pérez T. Sanchón…

Al anuncio de octubre se le añadirían los nombres de El Cordobés y Manolo Zúñiga en la corrida del 15 de diciembre, para completar a siete espadas en el mismo y dentro del capítulo de vicisitudes, en el número de El Ruedo salido a los puestos el 5 de diciembre, se relataba que había dificultades para autorizar la importación de los toros españoles para esas corridas decembrinas, pero que se esperaba que se resolvieran para las de la tradicional feria de febrero. La cuestión era que los toros ya estaban en Colombia, en la zona de resguardo aduanal, sin posibilidad de poder reponerse adecuadamente y aclimatarse en la medida de lo posible.

Por otra parte, en una excelente medición del buen ambiente que había en torno a las cuestiones taurinas en Bogotá, Joselillo de Colombia ofreció a la afición una corrida extraordinaria el día 8 de diciembre, con un cartel formado por Andrés Vázquez, Miguel Mateo Miguelín y Manolo Zúñiga, quienes lidiaron triunfalmente un encierro nacional de Vistahermosa de don Francisco García. De esa manera no se rompió la continuidad del serial y se mantuvo el interés por los dos festejos que cerrarían ese ciclo a la siguiente semana.

La presentación de Manuel Capetillo en Bogotá

Resulta de cierto interés el advertir que a quien don Alfonso de Icaza Ojo llamara El Mejor Muletero del Mundo, apenas se presentara en la capital de Colombia hasta 15 años después de haber recibido la alternativa. Sus compañeros de promoción habían actuado en plazas de la América del Sur ya mucho tiempo antes, y de ellos, era quizás el único pendiente de dejarse ver por aquellos pagos.

El cartel en el que actuaría por primera vez en la plaza Santamaría tenía visos de redondez, porque lo completaban quien en ese momento era la primera figura de la nación colombiana, Joselillo de Colombia y el torero más discutido e interesante del llamado planeta de los toros en ese momento: Manuel Benítez El Cordobés, enfrentándose la terna a un encierro de toros formado por reses de la ganadería española de Alipio Pérez Tabernero Sanchón y de la nacional de Clara Sierra.

La actuación de Capetillo se saldó, en esta presentación, con un saldo que podríamos calificar de regular. En la crónica del doctor Manuel Piquero Picas, aparecida en el diario El Tiempo de Bogotá al día siguiente de la corrida, se resume en lo siguiente:

Debutaba hoy en nuestra plaza Manuel Capetillo, el torero de México de mayor cartel. Se anuncia como “el mejor muletero del mundo”, pero esto debe ser algo que está dentro de la cursilísima campaña de “haga usted sonreír a un niño”. Pero quitando este “eslogan”, lo vimos ayer como un excelente torero con el trapo rojo, mandón y dominador. La faena en su segundo la realizó a los acordes de la música y a base de pases con la derecha larguísimos, mandando una enormidad y pases con la zurda verdaderamente buenos. El torillo se le cayó varias veces, por desgracia, pero Capetillo supo dejar la mejor impresión en este enemigo. Poco pudo hacer en el otro, áspero y bronco, despachado de una atravesada y otra mejor puesta. Las opiniones se dividieron...

Por su parte, Germán Castro Caycedo, corresponsal del semanario El Ruedo, en el número fechado el 26 de diciembre de 1963, resume así la actuación de Manuel Capetillo:

El de Méjico abre con un toro manso, de Alipio Pérez Sanchón, que recibe los palos negros y se torna difícil por ambos lados. En faena descompuesta, sin sitio ni coordinación, hace que sean los pitos quienes abran plaza. Dos estocadas acaban con la pesadilla que será olvidada en el cuarto toro, bueno, tanto en varas como para los de a pie. Los largos muletazos por bajo, sin cuidar al animal, que rapta buena parte de la lidia, encuentran eco en los tendidos y a juzgar por el movimiento de su cuerpo nadie dudará que hay un torero mejicano en el ruedo que liga y templa y hace aplaudir y mata sin puntilla y da vuelta al ruedo...

Como podemos deducir, al doctor Piquero no le pareció el remoquete que le concedió al torero de Guadalajara don Alfonso de Icaza, pues lo califica de cursi, y de lo escrito en las dos relaciones, se advierte, en la brevísima descripción que se hace de la faena al cuarto de la corrida, la esencia de su hacer con la muleta, es decir, la inusitada extensión que daba a los muletazos con ambas manos. El problema es que cuando el toro se cae, la fiesta lo hace junto con él y poco es lo que se puede lucir así. Ya tendría una nueva oportunidad Capetillo al día siguiente.

La actuación de El Cordobés

El Cordobés tuvo una tarde de contrastes. En su primero entusiasmó a la concurrencia, pero en el que cerró plaza, la concurrencia le tomó a mal que no aceptara poner banderillas y se le puso a la contra. Sigue contando el cronista:

...el público resolvió derribar al ídolo y se engañó con él, quizás con el pretexto de que no había querido banderillear. Parece que esta suerte la practicaba de novillero y para las películas en que toma parte. Pero ya de matador no toma los palos, como tampoco lo hicieron muchas otras figuras del toreo (Manolete, Belmonte, Domingo Ortega). Pero es sin duda injusto basar tan fuerte protesta por esa falla de “El Cordobés”. El muchacho se desconcertó ante la bronca y después de intentar una faena que tuvo varios pases de gran aguante, abrevió y de media despachó al último de don Alipio, que tenía casta y alegría. La bronca arreció y el público por fin respiró tranquilo...

Al parecer, los parroquianos confundieron al Manuel Benítez torero, con el Manuel Benítez actor que conocieron antes en las películas Chantaje a un torero y Aprendiendo a morir, que se proyectaron en varias salas de Bogotá como avance a la presentación del torero el primero de diciembre. Y en el pecado, El Cordobés llevó la penitencia.

Joselillo de Colombia la gran faena, pero sin espada

La faena de la tarde la realizó José Zúñiga al segundo de la tarde. Pudo llevarse la oreja del toro, pero anduvo fatal con la espada toda la corrida y dejó ir la oportunidad de alzarse como el triunfador numérico del festejo. Narró Picas en su crónica:

Joselillo es un caso de valor y casta ante el cual tienen que rendirse sus más enconados enemigos; muchos años de matador de toros y cada día con más decisión, más deseos de triunfar y más conciencia en todo lo que ejecuta. Su tarde de ayer lo acredita como un auténtico “caso2 dentro de la fiesta en Sudamérica... Su primer toro fue muy bueno y dócil; pero el caleño supo torearlo con tanto arte, mando y maestría que levantó la más fuerte ovación durante toda la faena de muleta. Ligó los pases más bellos con la izquierda, los derechazos más centrados y toreros que le hayamos visto y al grito de ¡torero! ¡torero! prosiguió lidiando, cada vez con más justeza y con mayor arte. Falló con la espada, pero muchos pañuelos pidieron la oreja. Que bien la merecía por esa faena que tuvo aún más mérito para los buenos aficionados que aquella inolvidable del mes de septiembre...

Durante la suerte de varas de su segundo, Joselillo sufrió una herida en el cuero cabelludo de unos 6 centímetros de extensión, que le provocó abundante sangrado, que no le impidió continuar la lidia, pero que ameritó su ingreso en la enfermería al terminar la lidia del quinto toro de la tarde.

Presencia presidencial en la plaza

Eran otros días, la fiesta de los toros no llevaba en sambenito de la incorrección política y cualquier personaje público podía asistir a la plaza sin temor a ser señalado y vilipendiado por ello. Ese fue el caso del entonces Presidente de la República, doctor Guillermo León Valencia, quien, sin complejos ni temores, asistió ese sábado a los toros:

A las cuatro menos diez apareció en el palco presidencial, acompañado de varios ministros, nuestro presidente, doctor Valencia. Hubo cariñosa y general ovación. Hacía mucho que un mandatario colombiano no asistía a la plaza de toros. Siguió la corrida con interés de buen taurófilo y lo vimos pedir la oreja para “El Cordobés”. ¡Cómo se siente uno bien con un presidente sencillo, cordial, sin “pos” de genio y tan compenetrado con su pueblo! …

Así, leemos, el Presidente asistió a los toros, la atendió con interés y externó su parecer conforme iba avanzando la lidia. Así debiera ser siempre.

domingo, 7 de diciembre de 2025

7 de diciembre de 1947: Carlos Arruza y Zorrito de La Punta en El Toreo de Cuatro Caminos

Carlos Arruza
Visto por Carlos Ruano Llopis

La primera temporada en forma de la Plaza México fue la 1946 – 47, y con el coso ya propiedad de don Moisés Cossío, el encargado de organizarla fue don Antonio Algara, quien pronto tuvo diferencias con el propietario y no concluyó el ciclo al frente de los asuntos del coso, que fueron concluidos por el señor Fernando Hernández Bravo, con la asesoría de Lorenzo Garza. Para el siguiente ciclo, el 1947 – 48, tomó en arrendamiento la plaza don Tomás Valles Vivar, quien en agosto de 1946 había terminado su encargo como Diputado Federal por el primer distrito electoral del Estado de Chihuahua y probablemente buscaba posicionarse para la próxima elección de gobernador de su estado natal, manteniendo su presencia en el ambiente taurino en el imaginario colectivo.

Por otra parte, se anunció que el 23 de noviembre de 1947 se inauguraría el nuevo Toreo de Cuatro Caminos, edificado a partir de la estructura de la plaza que estuvo en la colonia Condesa y que se derribó iniciado ya el año 1946, y que después de ese festejo de apertura se ofrecería a la afición una temporada de corridas en toda forma. A cargo de esa plaza estaba nada menos que el nombrado Antonio Algara, quien fue el encargado también de organizar el último ciclo de toros en el Toreo de la Condesa.

Escribe Daniel Medina de la Serna:

La antigua plaza El Toreo de la Condesa había sido desmantelada, su terreno algún día lo iba a ocupar El Palacio de Hierro y su armazón fue transportado, para ser levantado de nuevo en Cuatro Caminos, en la jurisdicción del Estado de México, a unos cuantos metros afuera del Distrito Federal buscando conveniencias fiscales... Antonio Algara, que al parecer tenía cierta aversión a la plaza de la Ciudad de los Deportes, dejó la gerencia de ésta en manos del político chihuahuense Tomás Valles para irse a la del Nuevo Toreo o Toreo de Cuatro Caminos... y para conseguir toreros se fue a España, con la idea de hacer gestiones para arreglar lo del rompimiento, lo que no consiguió pero regresó con los contratos de Carlos Arruza, Carlos Vera "Cañitas", Fermín Rivera, Antonio Velázquez, Antonio Toscano y los de los portugueses Diamantino Vizeu y Manolo dos Santos; al volver a México se apalabró con “Armillita”, Garza, Silverio, “El Soldado”, Jorge Medina y “Joselillo”. Tomás Valles, en cambio, que se quedó aquí, no había hecho gestiones ni había tenido tratos con ninguno de estos toreros; así que para su temporada solo tenía lo que a Algara no le había interesado... La única figura con que contaba el norteño era Luis Procuna...

Tomás Valles pagó el noviciado en esta su primera incursión en la organización de festejos taurinos, y sobre todo, porque tendría que enfrentar a un hombre muy avezado en estas lides, como lo era Tono Algara, quien tenía un largo trecho ya recorrido en esa actividad y además el conocimiento de las distintas personalidades de los diestros con los que tenía que tratar.

La segunda corrida de la temporada 1947 – 48 en Cuatro Caminos

Tras de la corrida inaugural, que poco más que la efeméride dejó para la historia, se hizo un receso de una semana, para dar paso a la temporada de festejos consecutivos, que sumarían un total de quince, entre ese 7 de diciembre de 1947 y el domingo 14 de marzo de 1948. 

Ese festejo primero, anunciado como segundo de la temporada, se compuso con un encierro de La Punta, para Fermín Rivera, Carlos Arruza y Antonio Toscano. Al final de cuentas, solamente se lidiaron cinco de los toros de la ganadería titular, porque el primer toro de la tarde se partió un pitón al rematar de salida en un burladero y debió ser sustituido por uno de Pastejé.

Por su parte, la Plaza México interrumpió su temporada por, se dijo, la necesidad de realizar unas obras en el ruedo, pero la prensa del momento, afirmaba que la realidad era que las exiguas entradas parecían desanimar al titular de la nueva empresa.

Carlos Arruza y Zorrito de La Punta

Los toros de La Punta y el sustituto de Pastejé fueron complicados, por ser mansos y algunos, además, por sacar genio. Eso impidió, en general, el lucimiento por parte de los diestros. Pero siempre queda la vía de la épica, de la epopeya. Y con Zorrito, el quinto de la tarde, Carlos Arruza quiso demostrar por qué era en ese momento la principal figura del toreo mexicana en el mundo. Así describió su actuación esa tarde Ricardo Colín Flamenquillo para el semanario La Fiesta:

Gracias pues, Carlos Arruza por esta tarde inolvidable, y por haber vuelto inmediatamente, a situar la fiesta que nosotros amamos con los cinco sentidos, en la línea recta, sencilla, escueta y varonil en la que la dejó el inolvidable desparecido. ¡Muchas gracias! Dobló el quinto toro – el del escándalo triunfal e imborrable –, y Carlos Arruza, ajeno al ambiente exterior, siguió en su propia y admirable lucha. Con el acero que acababan de extraer del poderoso morrillo golpeó dos veces los belfos del enemigo, difícil y encastado, mascullando su rabia de torero que logra el éxito derribando las murallas de lo imposible. Había planeado contra el destino encarnado en aquel burel, a todas luces impropio para la gran faena, y lo había vencido al fin, heroicamente, tumbándolo a sus plantas como fulminado por un rayo. Mientras México entero se le entregaba gritando ¡Torero! ¡Torero! Le trajeron las dos orejas, pero el público sintió, entendió más que entendió el homenaje era exiguo para la hazaña y obligó al joven e inexperto Juez de Plaza a que diese la orden de que un subalterno se adentrase en el destazadero para reaparecer con el rabo en la mano y entregárselo al extraordinario lidiador, que recorría ya el anillo al compás redoblado de una de esas ovaciones que se graban para siempre en el recuerdo. El toro entero le podrían haber dado y aun se antojaría pequeño el premio. No solo por lo realizado con él, sino por todo lo que ello traía aparejado. Es esta una de las ocasiones en las que el crítico se resiste a reproducir las proezas que sus ojos captaron sobre el círculo mágico del redondel, porque las palabras no son el material – al menos en sus manos aún crispadas por la fiebre del aplauso –, capaces de pintar la grandeza del espectáculo. Se siente, pero no se canta, jamás, en toda su dramática hermosura, el crispante espectáculo de una tempestad. Así sucede cuando meditamos en la fuerza positivamente ciclónica de la faena de Carlos Arruza al quinto astado de La punta, bautizado en las dehesas con el nombre de “Zorrito” y al cual no pudo torear a gusto con el capote, ni banderillearlo como él sabe, a excepción hecha del segundo cuarteo, por la difícil lidia que iba ya desarrollando. A la muleta llegó el burel hecho un garlito. Tardo y probón en la embestida, y congestionado de la vista. Era el toro de la faena de trámite, al que la gente, quizás, hasta agradece, que se le despache después de unos cuantos muletazos de pitón a pitón, con una estocada habilidosa. Y fue por ello, justamente, que surgió lo maravilloso e inesperado al pararse Arruza en el tercio para dibujar tres ayudados por alto de incopiable sencillez, precursores de lo sobrenatural. Aquel situarse en terrenos que humanamente se antojaría imposible pisar, para obligar al peligroso enemigo a pasar con lentitud en torno a la cintura en naturales inverosímiles, cuantas veces le vino en gana, sujeto al imperioso mandato de su torerísima voluntad. Y luego, la estocada, sin trampa ni cartón y la apoteosis que situó la tarde del domingo 7 de diciembre de 1947 entre las más destacadas efemérides de la tauromaquia...

La relación de Flamenquillo refleja, sin duda, que, desde el punto de vista del escribidor, se percibió esa sensación de peligro que genera el enfrentar a un toro que sale con la disposición de entregar a un precio alto su existencia. Y también, que se percibió que el torero, poniendo la inteligencia y el valor por delante, se impuso a las reacciones de fuerza e instinto del toro, hasta llegar a dominarlo totalmente, subyugando a la concurrencia, quizás no tanto por la excelsa y sutil belleza de lo allí creado, sino por la verdad que se apreció en el hacer de Arruza.

El primer rabo otorgado en Cuatro Caminos

La misma crónica de Ricardo Colín deja entrever que la faena de Carlos Arruza dejó en los tendidos y en el palco de la Autoridad un cierto estado de estupefacción, superado primero por la concurrencia y al final por el Juez de Plaza – de joven e inexperto lo califica el cronista – se mandó traer del destazadero el rabo del punteño, ya cuando Arruza daba la vuelta al ruedo, entre el regocijo de todos. Era el primer rabo que se otorgaba en la nueva plaza y detrás de él se otorgarían apenas otros 35 en toda su historia. Carlos Arruza se llevaría tres de esos, uno más al domingo siguiente y otro varios años después, ya como torero de a caballo.

El resto de la corrida

De acuerdo con la crónica de la agencia France Presse (AFP), el resto de la corrida tuvo el siguiente resultado:

Fermín Rivera el primer espada, inició con una faena variada a base de derecha con pases de todas marcas, muy artista, aunque no llegando a tener grande emotividad en su toreo... en su segundo fue mejor la faena con más hondura torera, pero entrando mal al matar, no la coronó... Antonio Toscano cargó con el hueso y con la mala suerte. A su primer toro manso, hizo todo lo posible por aguantarlo y al matar cobró un golletazo que le fue pitado. A su segundo y último de la tarde, otro mansurrón, tampoco logró nada Toscano, solo el ponerse pesado con el estoque y volver a oír pitos...

Como se puede ver, el mal juego de los toros condicionó el resultado general de la corrida, solamente la entrega de Arruza, fue lo que salvó la tarde.

Corolario cooperativo

Al final de cuentas, las fuerzas vivas no se podían permitir el naufragio de la Plaza México. Con sus pausas, se dieron en ella 17 corridas en esa temporada y actuaron en ella toreros del elenco de El Toreo como Antonio Velázquez, Fermín Rivera, Carlos Arruza, Silverio Pérez, Alfonso Ramírez Calesero, Ricardo Torres y Jorge Medina, así como Luis Procuna, originalmente contratado para Insurgentes, también se presentó en El Toreo. No por nada, la Plaza México era y es, la plaza de toros más importante del país.

Aviso parroquial: Los resaltados en la crónica de Flamenquillo son obra imputable exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en su respectivo original.