domingo, 27 de octubre de 2024

24 de octubre de 1924: Con una dura corrida de San Mateo, se presenta Valencia II en el Toreo de la Condesa

La temporada 1924 – 25 en el Toreo de la Condesa estaba destinada a ser histórica, pues fue la de la despedida de los ruedos de Rodolfo Gaona, uno de los más grandes toreros que ha dado México y también uno de los más importantes de la historia universal de esta fiesta. Aunque el Califa de León cargaría con el peso del ciclo, la empresa formada por José del Rivero y el doctor Luna buscó conformar un elenco adecuado para revestir el acontecimiento que cerraría esa señalada temporada. Escribe Rafael Solana Verduguillo:

Llegó el Dr. Luna a Madrid dispuesto a ver corridas antes de hablar con ningún apoderado. Asistió a casi todas las ferias importantes, comenzando por la de Valencia y acabando por la de San Sebastián. Y pensó que entre todos los toreros que había visto, sólo tres podían interesar a los aficionados mexicanos... El primero que contrató fue “Chicuelo”; era entonces Manolo Jiménez el artista por excelencia... En Madrid, el más aplaudido era un torero paisano, muy buen banderillero, poderoso con la muleta, Se llamaba Antonio Márquez. También lo contrató el doctor Luna... a este Márquez le disputaba todas las tardes las ovaciones otro madrileño, un muchacho chaparrón, cuyo nombre era Victoriano Roger y lo apodaban “Valencia II”, o bien el “Chato Valencia”... era muy valiente y se pasaba los pitones muy cerca lo mismo al torear con el capote que con la muleta, y tenía una media verónica que no se había vuelto a ver desde Belmonte. Su hermano José ya estaba contratado, y así consideró el doctor que con los “Valencias”, Márquez y “Chicuelo”, ya tendría Gaona para divertirse...

A los toreros hispanos que menciona en su libro Solana, se sumaron Mariano Montes, José García Alcalareño, Antonio Sánchez, Gregorio Garrido y Rafael Rubio Rodalito, quienes tendrían como contrapartes nacionales, aparte del ya nombrado Gaona, a Luis Freg, Joselito Flores, Arcadio Ramírez Reverte Mexicano, quien se despedía de los ruedos, José Ramírez Gaonita y Juan Espinosa Armillita, que recibiría la alternativa.

En esas condiciones se presentaba a la afición una temporada que se esperaba fuera memorable en muchos de sus aspectos y la puerta de inicio a una nueva etapa de la historia de la tauromaquia en este lado del mar.

La tercera corrida de la temporada 24 – 25 

Para el domingo 24 de octubre de 1924 se anunció un singular cartel, con toros de San Mateo para los madrileños José Roger Valencia I y Victoriano Roger Valencia II, quien se presentaba en la capital mexicana, mano a mano. Quizás para la afición los toros de San Mateo representaban el principal atractivo en el anuncio, por ser ya producto de la simiente de Saltillo importada por los hermanos Antonio y Julián Llaguno algo más de tres lustros antes. En cuanto a los toreros, Valencia I ya era conocido de la afición capitalina, porque se había presentado la temporada anterior y era reconocido como un torero valiente y pundonoroso, pero su hermano Victoriano representaba una incógnita que solamente se conocía por las relaciones contenidas en la prensa taurina de la época. 

Y sin embargo, la plaza se llenó, en su crónica aparecida en El Universal Taurino del 27 de octubre siguiente, el propio Verduguillo refiere lo siguiente:

Por primera vez hemos visto esta temporada los tendidos rebosantes de aficionados. El anuncio de Valencia II, en fraternal competencia con su hermano mayor, bastó para que la gente acudiera en masa a presenciar las proezas de los matadores, hijos de aquel célebre. banderillero de grata memoria… En sombra no cabía la gente. Y en sol, el graderío estaba totalmente ocupado, sin hacerse necesario subir a las azoteas. Fue un lleno, pero no un llenazo… La empresa ha dado una nota simpática, no alterando los precios, tratándose como se trató de un cartel mucho más costoso que el de domingos anteriores. Así han demostrado los señores Luna y Rivero que, aunque tanto ellos como sus socios han entrado en el negocio para ganar y no para perder dinero, no les ciega la ambición. La presentación de Valencia II, torero mucho más caro que Luis Freg y Mariano Montes debió suponer un pequeño aumento en los precios de entrada. Sin embargo, fueron los mismos. Mi enhorabuena a todos los que desembolsan la pastilla para adquirir el billete…

Los tiempos eran otros. Los precios de acceso a la plaza estaban fijados de antemano y no se hacían diferencias entre unos toreros y otros para exprimir a la afición, sino que se le consentía y se procuraba asegurar el lleno. Y se conseguía.

Los toros de San Mateo

Esta tarde no fue precisamente una de triunfo para la divisa rosa y blanco. De seis toros que se anunciaron, salieron al final nueve de los toriles. Fueron devueltos a los corrales el primero Peluquero, por manso; el primero bis, Peregrino por la misma causa. El cuarto Fortuna fue condenado a banderillas negras, pero refiere la crónica citada: Béjar ordena que se le pongan banderillas de fuego. Pero don Antonio Llaguno, que como he dicho antes, no persigue los duros, sino el prestigio de su vacada, manda que por su cuenta salga otro toro más... El cuarto bis nombrado Canta Claro sí tuvo que sufrir las banderillas de fuego, al igual que Peligroso el quinto de la corrida. Únicamente generó reconocimiento para su criador el primero tris, Mala Sombra por el cual don Antonio Llaguno recibió una fortísima ovación.

En alguna forma se trató de justificar ese mal juego de los toros por, dice Rafael Solana en su crónica, un distinguido aficionado cuyo nombre no es forzoso mencionar, en el siguiente sentido:

Tenemos que andar constantemente a salto de mata; no sabemos ya dónde esconder los toros. Los echamos un día en un potrero y al día siguiente nos vemos obligados a sacarlos porque los agraristas y otros “istas” meten el desorden, y la seguridad de las reses está en peligro… No quiero decirle las que pasamos en los tiempos de la revolución. Aquello fue horrible... Como que hubo día en que tuvimos que encerrar los toros en un corral pequeño, donde aperas podían moverse… Todos estos movimientos y estas andanzas, dan por resultado que los toros se estropeen, y que cuando salen a la plaza no den el juego que la afición tiene el derecho de esperar de ellos, ya que son de pura sangre española…

Allí queda la justificación no pedida acerca del pésimo juego de esa corrida, que en esos días resultaría ser un hecho inusitado.

Los hermanos Valencia

José Roger Valencia I reafirmó las condiciones que se le conocieron desde la temporada anterior. Tanto así que al salir al primero de la corrida tuvo que ser llevado a la enfermería por un fuerte golpe que le propinó el toro antes de ser devuelto a los corrales. Regresaría a finiquitar a los otros dos de su lote. Esperanza Arellano, a quien después conoceríamos por su seudónimo de Verónica, reflexionó lo siguiente acerca de su actuación:

Mi admiración fue grande y sincera, cuando vi a José salir de la enfermería después de la cogida que sufrió en el primer toro, y destaparse por verónicas y gaoneras estatuarias. Pero mi admiración se tradujo en entusiasmo indescriptible cuando el madrileño armó el escándalo de la tarde después de sufrir otra emocionante cogida en el tercer toro. Ahí José fue el torero macho para el que las caricias del enemigo son un motivo más para derrochar el valor y la vergüenza por quintales; ahí José nos hizo sentir toda la fuerza, toda la potencialidad viril de la fiesta brava, cuando con el rostro ensangrentado, las ropas en desorden y con la serenidad que sólo proporciona el valor positivo, toreó a la fiera sabiamente, dominándola, para más tarde hundirla el estoque en las entrañas… ¡Bravo, José, eso es tener el corazón bien plantado y lo demás son tonterías! ¡Ah, si todos los toros hubiesen sido como el tercero, qué tarde, qué gran tarde, nos hubieran dado los hermanos Valencia!

Por su parte, el debutante Valencia II tuvo una presentación que dejó espacio para que se le quisiera volver a ver. Le tocaron los huesos del encierro y resolvió con atingencia. Así lo calificó la citada Verónica:

Hay que verlo con el toro boyante, con el que se hace gala de arte y “jechuras” y con el toro difícil con el que hay que hacer derroche de conocimientos y acopio de habilidades. Entonces podremos juzgar a conciencia y sin temor a posibles equivocaciones. Antes, no. Por esto, no externaré mis opiniones definitivas sobre el diestro de Madrid. Me limitaré a decir que por simples detalles Victoriano me parece un torero verdad que desconoce el truco y las artimañas. Que presumo, por lo que vi hacerle con el capote que tarde llegará en la que nos vuelva locos al torear de capa a un toro que embista franco y, sobre todo, pronto. Si con toros como los de San Mateo, Valencia II dio el parón verdad, no sé qué hará con toros... que no sean los de San Mateo... ¿Me han entendido? … Y no queriendo entrar en más detalles, diré, para terminar, que Victoriano estuvo valientísimo, conocedor y habilidoso, con los toros que, en suerte, (¡vaya suerte!) le tocaron…

Al final de cuentas, los toreros fueron los que salvaron una tarde que por las condiciones de los toros estaba destinada a irse por el despeñadero. Y es que, todos los toros tienen lidia, su lidia.

Lo que el futuro deparaba

La anunciada despedida de Rodolfo Gaona dejaba una importante interrogación en el ambiente taurino mexicano. Algo más de un mes después de esta corrida, el Califa le daría la alternativa a Juan Espinosa Armillita, a quien muchos consideraban que podría ser el sucesor del torero de León de los Aldama. Pero también en el mismo ciclo se produciría, en el siguiente febrero, un acontecimiento en el ruedo de El Toreo, que representaría un giro histórico en la manera en la que se hacía el toreo, cuando Lapicero de San Mateo y Chicuelo se encontraron en esa arena.

Allí quedó demostrado que la historia del toreo está en constante movimiento, la conclusión de una de sus etapas siempre será el prólogo de la siguiente. Por eso la fiesta se ha extendido en el tiempo hasta nuestros días.


domingo, 20 de octubre de 2024

14 de octubre de 1934: Se celebra el último festejo de la historia de la Plaza de la Carretera de Aragón

El paseíllo final, Madrid 14 de octubre de 1934
Foto: Baldomero - Archivo de la Comunidad de Madrid

La plaza de toros conocida como la de la Carretera de Aragón, de la Fuente del Berro o de Felipe II en Madrid, fue proyectada por los arquitectos Emilio Rodríguez Ayuso y José Álvarez Capra. Se inauguró el 4 de septiembre de 1874 con una corrida de toros en la que participaron los espadas Manuel Fuentes Bocanegra; Rafael Molina Lagartijo; Francisco Arjona Currito; Salvador Sánchez Frascuelo; Vicente García Villaverde; José Lara Chicorro; José Machío y Ángel Fernández Valdemoro, para enfrentar toros del Duque de Veragua; Antonio Hernández; Núñez de Prado; Puente y López antes Aleas; Anastasio Martín; Miura y López Navarro.

Tenía una capacidad para algo más de trece mil espectadores y fue el sitio donde se escribieron importantes páginas de la historia de la tauromaquia y también el sitio en el que se definió el curso de la lidia en el sentido que actualmente la concebimos, cuando el 24 de mayo de 1928, ya en el ocaso del escenario, Chicuelo mostró ante Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero que el toreo tenía que tomar un rumbo nuevo. Ya por esos días estaba presente también la propuesta de Gallito, en el sentido de que las plazas de toros tenían que ser de gran capacidad para atraer más afición a los festejos y a precios más accesibles.

Es así que al término de la década de los veinte se inicia la edificación de la plaza de toros de Las Ventas, a partir de un proyecto del arquitecto José Espeliú quien fue asesorado por Joselito. Ese nuevo coso tendría casi el doble de capacidad del de la Fuente del Berro y tendería a sustituirlo en un futuro no muy lejano. Fue inaugurada, aunque se diga otra cosa, el 17 de junio de 1931, porque en esa fecha se dio allí la primera corrida de toros y quedó como la primera plaza de Madrid, a partir del mes de octubre de 1934.

El festejo final de la plaza de la Carretera de Aragón

Para el domingo 14 de octubre de ese 1934 se anunció una corrida de toros con el caballero en plaza Antonio Cañero, quien enfrentaría en primer término dos toros de Martín Martín y los diestros Marcial Lalanda, Joaquín Rodríguez Cagancho y Rafael Vega de los Reyes Gitanillo de Triana, quienes lidiarían toros de Ángel Sánchez y Sánchez, antes Trespalacios. Al final de cuentas, de estos últimos solamente se lidiaron cinco, porque el quinto de la corrida fue de Clairac.

Escribió Federico Morena en su tribuna del Heraldo de Madrid:

Todas las despedidas son tristes; pero plugo a los hados que ésta fuese altamente cordial. Toreros y aficionados separáronse con un «adiós» y un «hasta luego» cariñosísimos. El «adiós» para esta plaza de nuestros amores, que cumplió ayer sus destinos y que se entregará hoy resignadamente a la piqueta demoledora. El «hasta luego» como testimonio elocuente y magnífico de futura convivencia de los tres espadas y este buen público – ¿cómo bueno?; ¡jamón serrano! – de Madrid...

El primer toro de la tarde fue, decía, para Antonio Cañero, quien solamente pudo salir en esa oportunidad al ruedo, pues al intentar finiquitarlo pie a tierra, fue herido por el mismo. Escribió Recorte para el diario madrileño La Libertad:

Don Antonio Cañero lidió uno de los toros de D. Martín Martín, haciendo gala de sus grandes condiciones de caballista, teniendo rasgos de artista del toreo a caballo. El toro era bronco y tardo, teniéndole que desafiar en los terrenos de adentro para ponerle varios rejones y banderillas, un par de éstas excelentemente ejecutado y en condiciones comprometidas. Una de las veces, con la jaca castaña, desafió tan cerradamente al toro en la puerta de las cuadrillas, que alcanzó a la jaca, hiriéndola en el ijar derecho, dando muestras de gran contrariedad el caballista. Echó pie a tierra, y al dar el primer muletazo con la mano derecha, lo empuntó y campaneó, y con la cara ensangrentada pasó a la enfermería... Rota quedó aquí esta primera parte de la corrida, por la expectación que invadió la plaza, a pesar de que el novillero Trasmonte se ofreció para matar al novillo, cuyo ofrecimiento fue denegado por el presidente, originándose una gran protesta del público, acaso por la carestía de las localidades; pero tuvo su compensación, como se verá luego...

El parte que rindió el doctor Jacinto Segovia, jefe de los servicios médicos de la plaza fue el siguiente:

Durante la lidia del primer toro ingresó en esta enfermería el rejoneador D. Antonio Cañero con una herida en la región glútea derecha, que interesa tejido subcutáneo, aponeurosis y músculos glúteos, de 12 centímetros de extensión, con una trayectoria paralela al recto. Pronóstico menos grave. – Doctor Segovia.

Ese percance, que impidió que Antonio Cañero lidiara a su segundo toro, se traduciría en uno de los factores del éxito de la tarde final de la plaza, como adelanta el cronista y como podremos ver enseguida.

El cierre triunfal a cargo de Marcial Lalanda

El más grande de toda la torería... – dice su pasodoble – tuvo su gran triunfo con el cuarto de lidia ordinaria, cortándole las dos orejas. Escribió Recorte en el diario La Libertad:

...habría sido suficiente su faena de ayer al cuarto de la tarde, en esta parte de la lidia, para evidenciar que su figura se alza gloriosa, plena de luz y colores frescos, animada por un sentido científico de la lidia de reses bravas. Fue un toro berrendo, manso y difícil; lo desafió con un escalofriante pase por el lado izquierdo con las dos rodillas en tierra: pisó el terreno del toro, metiéndole la muleta en el hocico; le dio tres naturales, de los que salió humillado el animal; siguió pisándole el terreno y yéndosele a cada pase el bicho, insistiendo valerosísimo tan cerca y tan temerariamente hasta obligarle a tomar la muleta y así hacerle girar una vuelta completa, confundidos artista y toro, una vuelta tan emocionada que arrancó una ovación clamorosa, continuando con pases de todas las marcas. Y esta faena, que fue brindada al público, tuvo como remate un pinchazo en lo alto, seguido de una entera hasta el puño bien ejecutada y un descabello al primer golpe. Esta vez la plaza entera pidió las orejas, que se le concedieron, teniendo que dar la vuelta al ruedo y salir por tres veces también a saludar desde el tercio...

Y para redondear el gran suceso, pidió el que debió ser el segundo de Antonio Cañero – quien los enfrentaba en puntas – para que saliera en octavo sitio y le fue concedido por la presidencia. Ese toro lo brindó a Gregorio Corrochano. Así lo vio el propio brindado, en su tribuna del ABC madrileño:

Pero Cañero había sido herido por el primer toro. Y quedó el otro sin lidiar. No sé de dónde salió la voz de que Lalanda, acabada la corrida, mataría el toro de Cañero. Lalanda lo pidió. Y así cerraba Marcial la tarde. Salió el toro que, como el otro de Cañero, era del Conde de Orgaz, y salió dificilísimo. Manso, sin embestir, y cuando arrancaba, peligroso. Muy difícil. Menos mal que Marcial venía en tren que no le desluciera ningún torito y el público vio la importancia del regalito. Tuvo la delicadeza de brindármelo, como el último toro que se lidiaba en la plaza...

No siempre los toros de regalo resultan el pasaporte al triunfo. Ya pudimos leer que Marcial Lalanda en este caso no lo requería para esos efectos, sino para tener en su haber, quizás, el mérito de haber sido el torero que mató el último toro en la hoy llamada Plaza Vieja de Madrid y también, para dejar que la concurrencia disfrutara de su espectáculo completo. Así es ya la historia.

También triunfó Cagancho

Cagancho también tuvo una tarde brillante. Y destacó, de acuerdo con el común de las crónicas, por haber rematado debidamente las quintaesencias de su toreo, con el manejo de la espada. Alfonso, cronista de El Liberal, así describe su tarde:

El toreo parsimonioso y a la par alegre de Cagancho, tenía a la hora de matar un amargo contraste. Le fallaba el acero. ¡Cuántas bellas faenas se han perdido por esa dificultad! El gitano tenía más miedo a dejarse ir “tras de la espá” que el que dicen que sienten cuando ven a su vera a la Guardia Civil. Pues el domingo Cagancho nos hizo sentir de cerca las sensaciones del arte del volapié. Y a su primero, al que había toreado bien de cerca, lo mató de una estocada en lo alto, entrando desde cerca lentamente, muy derecho y saliendo limpio por los costillares. Un toro admirablemente muerto. Y, sin embargo, eso no fue nada al lado de lo que realizó en el siguiente. Una faena con pinturerías y gracia gitana. Adornos y majezas, vistosidad y desplantes. Esperó el momento de tener al público en situación, montó la espada para decir el clásico: “Vamos a ver si se mata así”, que tantas veces se ridiculiza después y ajustándose a las más clásicas y exigentes condiciones de la suerte del volapié, clavó todo el acero en lo alto del morrillo, haciendo rodar al bicho sin puntilla. El público – al que había brindado el toro –, entusiasmado y sorprendido por la audacia y gallardía del gitano, reclamó la oreja, que le fue concedida, y Cagancho dio la vuelta al ruedo en el último toro que mató en esta plaza...

Joaquín Rodríguez Ortega comenzaba a demostrar a los públicos de la capital española una de las divisas de su hacer ante los toros, el extraordinario manejo de la espada y no desaprovechó esta importante ocasión para hacerlo.

Por su parte, Gitanillo de Triana tuvo una tarde de poca fortuna con dos toros complicados que apenas le permitieron lucir por momentos en el toreo a la verónica.

Algunos datos para la historia

El rejoneador Antonio Cañero, quien lidiaría los dos primeros toros del festejo, llevó como auxiliadores a los banderilleros Emilio Ortega Orteguita y Faustino Vigiola Torquito II. No se le anunció sobresaliente, porque de no poder finiquitar a los toros desde el caballo, se advertía que él mismo lo haría pie a tierra. Por esa razón fue herido por el primero de su lote.

Las cuadrillas de los toreros a pie fueron integradas por los picadores Juan Atienza, Miguel Atienza y José Atienza; Francisco Zaragoza Trueno y Agustín Ibáñez Marinero; Francisco Chaves y Antonio Chaves, siendo picadores de reserva Antonio Vega y Carlos Ruiz. Como banderilleros salieron Eduardo Lalanda, Antonio Gallego Cadenas y Bonifacio Perea Boni; Alfredo Gallego Morato, Eduardo Pérez Bogotá y Antonio Vargas; Manuel Álvarez Andaluz, Manuel Ponce y Gabriel Moreno. Y como dato adicional, el último par de banderillas que se puso en esa plaza, correspondió a Bonifacio Perea Boni.

Agregaré lo que apunta Recorte en La Libertad:

La corrida empezó a las tres y media, siendo la entrada floja, acaso por las circunstancias por que atraviesa España en estos días…

Así terminaron los días gloriosos de una plaza de toros que fue ejemplar en su tiempo, poniendo siempre a la vista que la fiesta de los toros es una manifestación artística en la que la vida y la muerte se enfrentan sin cortapisas, y dejando tras de sí una enorme carga de la mejor historia taurina.

domingo, 13 de octubre de 2024

5 de octubre de 1974: Rafael de Paula y Barbudo de Fermín Bohórquez

En noviembre de 1981, Rafael de Paula le confesaba en entrevista a Joaquín Vidal:

«¿Qué, que yo codilleo? Tiene gracia. ¿Qué codilleo? Es gracioso eso. Codilleo, codilleo, ¿y qué es codillear? Pero vamos a ver: ¿Qué es torear? Si yo codilleara, me cogerían los toros. Al toro, mire, se le presenta la muleta así y se le llama aquí y se le lleva allá. Yo podría llevarlo lejos, porque sé mandar, tengo recursos y además brazo y estatura para dejarlo en la otra parte de la plaza, ¿me entiende? Pero eso no es torear. Al toro hay que llevarlo detrás de la cadera. El toreo no es en línea recta, sino en circunferencia. Circunferencia es el ruedo y circunferencia es el recorrido del toro tal como yo lo entiendo. Y bueno, a lo mejor doblo el brazo para hacerlo, ¿Qué quiere que le diga? Lo encuentro tan irrelevante que apenas merece comentario»…

En un párrafo exponía el torero de Jerez los entresijos de su tauromaquia, entresijos que le encontrarían un sitio en la afición de Madrid, la que tuvo que esperar tres lustros después de que recibiera la alternativa para verle actuar en sus plazas. No fue porque no lo quisiera el torero, según le contó a José Antonio Ayuste:

A mí me llamaba todos los años la empresa de Madrid para torear en Las Ventas. Eso sí, en agosto. Las corridas de los leones, como yo les decía. Y yo año tras año decía: «a los leones que vaya tu padre». Cuando haya una corrida con garantías ya iré…

Por eso, cuando en el San Isidro de 1974, el 28 de mayo, le confirmó la alternativa José Luis Galloso en presencia de Julio Robles, quien sustituyó al originalmente anunciado Francisco Núñez Currillo, con los toros de Osborne, hasta ese momento, en Madrid, Rafael de Paula era una incógnita. Al final de cuentas cautivó a los asistentes al festejo, que ocuparon tres cuartas partes de las localidades con un quite al tercero de la corrida. Escribió Alfonso Navalón para el diario Pueblo del día siguiente al del festejo:

Rafael de Paula dejó eso tan importante como es un manojo de lances para que los aficionados tengan tema de conversación. Fueron cuatro verónicas y media en el primer toro de Robles; fueron cuatro suspiros de arte dejando correr los duendes por los vuelos del capote y meciéndose con empaque lento y solemne; fueron cuatro pinceladas para que sus amigos de Jerez se vuelvan tocando las palmas y dejar entre la afición de Madrid un sello de toreo distinto. Cómo sería la cosa que la ovación partió y se acabó entre los contestatarios de la andanada. Con eso basta. Sin embargo, a mí me gustaron mucho...

Por su parte, Vicente Zabala Portolés, en el ABC madrileño del 30 de mayo siguiente, en primer lugar, calificó la tarde como una de ambiente de película de Estrellita Castro, talante que seguiría empleando en tardes futuras hacia el diestro gitano, al que también acusaba de no torear de verdad. A propósito del quite relatado por Navalón, dijo:

Tan solo una vez se arrancó el gitano jerezano por «seguiriyas»: fueron tres verónicas en un quite. Ahí sí, ahí toreó de verdad y el público de Madrid se puso boca abajo, como si estuviera contemplando al mismísimo Francisco Vega de los Reyes. «Er Paula» se cimbreó, adelantó el capote, embarcó la embestida y moviendo los brazos rítmicamente se pasó por la faja – Paula lleva faja, que no otros toreros de fuste – a su enemigo, rematando con limpieza y enlazando los tres monumentos del bien torear con una cadencia de sueño. ¡Eso, de sueño! Porque a todos nos parecía que estábamos soñando cuando veíamos torear así de despacio, precisamente ahora que los que se dicen los mejores ejecutan a velocidades supersónicas... Eso fue todo lo que hizo Paula. Después volvió a lo que es él: el Peret del toreo...

La Feria de San Francisco de Carabanchel en 1974

Esos tres lances y su remate le dejaron en el gusto y la memoria de la afición madrileña, y así, Paco Rodríguez empresario de La Chata de Vista Alegre y también de Almuñécar, se propuso dar una feria otoñal en Carabanchel. La Feria de San Francisco la llamó y comprendería nueve festejos entre el 29 de septiembre y el 6 de octubre de ese año, de los que serían cinco corridas de toros, tres novilladas y un espectáculo cómico – taurino. 

La consecución del anuncio de la feria fue accidentada, porque muchos toreros simplemente se negaron a contratarse con la empresa y alguno otro, se vería más adelante, ya puesto en un cartel, simplemente no compareció a la tarde que tenía comprometida. Las presencias destacadas en el serial fueron las de Palomo Linares, que mató una corrida en solitario; las de Miguel Márquez, José Luis Parada y Joaquín Bernadó y señaladamente, los nombres que componían el cartel del séptimo festejo, que eran los de Antonio Bienvenida, Curro Romero y Rafael de Paula, que se enfrentarían a un encierro de don Fermín Bohórquez. La corrida se anunció como la de la despedida de los ruedos del hijo del Papa Negro.

Rafael de Paula y Barbudo

El tercer toro de la corrida de Fermín Bohórquez se llamó Barbudo, negro y si hemos de seguir lo que las crónicas afirman, apenas adecuado de presencia, como toda la corrida lidiada esa tarde. Pronto descubrió Rafael de Paula las bondades del murubeño y retomó el punto y seguido que anotó la tarde de su confirmación el mes de mayo anterior. Escribió Mariví Romero para el diario Pueblo del 7 de octubre siguiente:

Lo que hizo Rafael de Paula es para verlo, no para contario. Su toreo fue sentido, desgarrado, hondo y pluscuamperfecto. Tan profundo que su arte fue infinito. No se podía ser ni estar mejor. No se podía improvisar de la forma que lo hizo y moldear con suavísimos toques la franca embestida de su oponente La faena que Paula hizo al tercero de la tarde fue el epílogo a la obra que ya comenzó en la Monumental de las Ventas en ya lejano San Isidro, con su magistral quite. Pienso que bien pudo ser ésta que vimos en Vista Alegre la obra cumbre de un artista. De un colosal artista como Paula, al que muchos taurinos tachaban de regionalista. O sea, de ser un producto exclusivo de ese rincón gaditano que crea y mantiene con fervor sus ídolos. El argumento se ha caído por su base, porque es imposible limitar el arte. Y el arte, el de los toros, o cualquier otro, no tiene fronteras y sacude a cualquier humano con sensibilidad...

Apunta la cronista un dato fundamental, importantísimo. Rafael de Paula ya no sería a partir de ese momento un torero para los diletantes del llamado Rincón del Sur, había abierto las puertas de las plazas importantes de todo el mundo taurino, en el que querría ser visto.

Por su parte Juan Antonio Pérez Mateos, en el ABC de Madrid, el martes siguiente a la corrida, reflexiona en su crónica en el siguiente sentido:

El apogeo, amigo lector, nació cuando hizo su aparición en el ruedo «Barbudo», un bonito animal de Bohórquez. El bicho no cesa en barbear, incluso se dedica a escarbar… Llega el apogeo: Ahí está Rafael de Paula. Silencio. Paula lleva el capote muy recogido y se lo ofrece, como una dádiva, a su enemigo, que se embelesa y sigue al alado engaño en cuatro verónicas. Un clamor. Un recorte, otro clamor. «Barbudo» toma una vara. Paula se dispone a hacer el quite. Un silencio claustral. Dos verónicas y una media. Otro clamor. Verónicas estas de Paula que levantan a la gente del asiento. El viento, este viento artístico, se nos antoja refrescante ante tanto y tanto capotazo como actualmente se prodiga. El capote, en las manos de Paula, es sutil, ligero, inspirador de formas… Paula inicia la faena de muleta: unos ayudados por alto en los que «Barbudo» pasa obediente ante el muletero. La plaza continúa siendo un clamor. Redondos, naturales. «¡Que no toque la música!» La música deja de oírse para dar paso a las notas de acompañar una faena. Oles, oles y oles siguen cada pase del torero, que embruja con su arte, que hechiza. Paula emerge, se transfigura. Sus pases se nos antojan como algo nuevo, distinto y ahí está su fuerza. Paula mata de una media tras pinchar en dos ocasiones y corta las dos orejas. En la vuelta al ruedo, Sebastián Miranda, desde una barrera del cinco, le arroja su sombrero…

Pérez Mateos relata que Paula silenció a la banda de música. Sí, es que él iba a interpretar la música callada del toreo. Se afirma que tras de esta tarde, fue cuando José Bergamín, gallista confeso, embelesado por lo que pudo apreciar en el ruedo de La Chata, adquirió la inspiración y los elementos para escribir su obra así titulada y dedicada al torero de Jerez.

Las consecuencias de ese triunfo

Don Antonio Abad Ojuel, en El Ruedo, afirma al titular su crónica del festejo que en esa señalada tarde había nacido un nuevo partido taurino, el de Rafael de Paula. Y escribía:

Yo quería haber dicho esto en una pequeña cena que alrededor de Rafael – un artista con capacidad de convocatoria para literatos, pintores, intelectuales – habían organizado, con intuición de triunfo, los portavoces de Jerez y del vino de Jerez. Me ganaron por la mano. Pero lo quiero decir aquí porque ésta, y no la orden oficial, fue la causa del retraso de hora en la noche bruja del sábado...

Un partido de los de antes, de artistas, pintores, literatos, intelectuales… Así subyugó el torero esa tarde de otoño en Vista Alegre a propios y extraños.

En la misma línea de razonamiento se expresó Manuel Molés en su columna de Pueblo:

Lo dije hace tiempo: de mi siesta taurina me ha despertado, en buena parte, ese gitano que se llama Rafael de Paula. Declararme «paulista» fue una hermosa temeridad. Algo así como aceptar la excomunión taurina. Los taurinos por lo general ven el «paulismo» y el «romerismo» como religiones taurinas cargadas de herejía. ¿A cuántos habría que excomulgar ahora? Y es que dicen los «entendidos» que lo de Paula y Romero no es torear. Y estoy de acuerdo. Torear, si ellos quieren, es una cosa inferior a lo que estos toreros hacen. Recondo, uno de los apoderados más en boga, proponía con acierto: «Yo invito a la mayoría de los toreros para que intenten torear como ellos, incluso sin toro. Ni siquiera de salón mejorarían su embrujo». Pues eso...

Así es como se abrió una puerta en el toreo que al día de hoy sigue vigente, que es espacio para la discusión y que permite explorar y disfrutar la memoria y el recuerdo como en estos momentos.

domingo, 6 de octubre de 2024

Recuerdos de un festival en honor de Nicanor Villalta

Nicanor Villalta
Foto: Martín Santos Yubero
Nicanor Villalta y Serrés fue originario de Cretas, provincia de Teruel, hijo de Joaquín Villalta Odena, banderillero, quien fuera discípulo del matador de toros zaragozano Nicanor Villa Villita y en cuyo honor fue nombrado así. En el año de 1907 su familia se trasladó a México a causa de la profesión de su padre y es en estas tierras donde Nicanor Villalta inicia sus pasos en los ruedos, puesto que el 22 de junio de 1918, al decir de unos, en Querétaro y de otros, en Veracruz, es donde se viste de luces por primera vez, cuando tenía veintiún años de edad.

En 1919 los Villalta regresan a España y será el 2 de abril de 1922 cuando se presente en Madrid, alternando con Francisco Peralta Facultades y José Moreno Morenito de Zaragoza, enfrentando un encierro de Moreno Santamaría. Después de esa tarde encadenó una importante cadena de triunfos, mismos que le llevaron a recibir la alternativa en San Sebastián el 6 de agosto siguiente, apadrinándole Luis Freg, en presencia de Marcial y Pablo Lalanda. El toro de la ceremonia se llamó Capotero y fue de la ganadería de José Bueno. Esa alternativa la confirmaría el 21 de septiembre posterior, de manos de Diego Mazquiarán Fortuna y atestiguando Emilio Méndez. Los toros fueron de Matías Sánchez.

A partir de esa fecha Nicanor Villalta se convirtió en un fijo en las temporadas madrileñas y al final de su carrera fue quizás el torero que más orejas había cortado en la plaza vieja de Madrid. También es importante destacar que actuó en la Corrida de la Beneficencia de 1923 a 1935 de forma ininterrumpida, cuando la Beneficencia era un festejo de triunfadores; también actuó en varias corridas del Montepío de Toreros, de la Cruz Roja y del Montepío de Empleados de la Diputación Provincial. Como se ve, la presencia de Nicanor Villalta en un cartel extraordinario, era un atractivo adicional.

El anuncio de un festival de auténtico lujo

En el número de El Ruedo salido el 20 de septiembre de 1956, se anunciaba que una semana después se verificaría en el ruedo de la plaza de Las Ventas – cuya corrida inaugural toreó Nicanor Villalta – un festival en su honor y beneficio:

El cartel organizado para esta corrida de homenaje a Villalta es por demás atractivo. La comisión organizadora que preside el marqués de la Valdavia, se ha visto y deseado para poder hacer una selección de los ofrecimientos que han llegado... Y es que son muchos los amigos y admiradores del ex diestro aragonés. En definitiva, según el cartel dado a conocer por la comisión se lidiarán seis magníficos ejemplares de acreditada ganadería de Escudero Calvo hermanos, antes de Albaserrada… como espadas irán Antonio Márquez, Nicanor Villalta, Luis Fuentes, «Bejarano»; «Gitanillo de Triana», Manolo Escudero y Paquito Muñoz. Un cartel, pues, que suma nombres «ilustres» de todos los tiempos; de ayer y de anteayer…

Agregaba la información que saldrían de banderilleros toreros como Jaime Marco El Choni, Antonio del Olivar, Juanito Bienvenida, Pepe Bienvenida, José María Martorell, Antonio Bienvenida o Gregorio Sánchez, y que serían picadores entre otros César Girón, Rafael Ortega, Mario Carrión y Raúl Acha Rovira. Agregaba la nota al final que serían asesores de la autoridad del festejo actuarán los matadores retirados Vicente Pastor y Manuel Mejías Bienvenida

Como se puede ver, toda la torería presente en España en ese momento se puso a la disposición de Nicanor Villalta para reconocerle y también para tratar de auxiliarle en el momento de dificultad en el que se encontraba.

En el ABC madrileño del día del festival, aparece una entrevista que realizó Santiago Córdoba al diestro homenajeado, en el que habla, primero, de las razones por las que se tuvo que retirar de los ruedos en 1935 y después, de las causas que motivaban la realización del festival:

Estuve hasta el 35, en que me tuve que ir, no por falta de facultades, sino por política, yo que era apolítico... Fue cuando la revolución de Asturias. A raíz de aquello brindé un toro en Madrid a la Guardia de Asalto y ya no me dejaron en paz...

¿Recuerda usted el dinero que tenía al cortarse la coleta?

Una finca de campo, valorada en sesenta mil duros, y una casa en Madrid, de un valor aproximado. En total, alrededor de un millón de pesetas. Por cada toro que maté, unas seiscientas pesetas... En la guerra disminuyó el capital considerablemente. Ese fue el motivo de volver a torear en el año 39. Pero ya no podía seguir, porque como dice el refrán “toro de cinco y torero de veinticinco”. O sea, que nos engaña el pensamiento y el corazón... Puse un salón de té en Argüelles y, como no lo entendía, tuve que abandonarlo de mala manera. Entonces me hice empresario de toros y era muy complicado ser empresario de una sola plaza en estos tiempos. Tuve que desistir también...

Entonces, el festival tenía su razón y su mérito. 

La tarde del festejo

El jueves 28 de septiembre de 1956 llegó con algunos ligeros cambios al cartel que originalmente se anunció, porque Antonio Márquez no comparecería al festival como era la intención original, por lo que quedaría de la siguiente manera: Nicanor Villalta, Luis Fuentes Bejarano, Gitanillo de Triana, Manolo Escudero, Jaime Marco El Choni y Paquito Muñoz, estando fijos los novillos de Escudero Calvo, así como la presencia de numerosos matadores, novilleros y subalternos que integrarían las cuadrillas de los espadas actuantes en el festival.

Del inicio del festejo y de la actuación de Nicanor Villalta, escribió el que firmó como Un Reserva, en el diario madrileño Pueblo del día siguiente del festival:

Lleno en la Plaza, como, cuando torea el trío de moda. Casi todos españoles, porque los extranjeros se van marchando... Habanos de las grandes solemnidades. Parecía que estábamos en San Isidro, cuando apareció Nicanor y sus compañeros, en una tarde de fino vientecillo, tarde otoñal, como la figura enhiesta del torero, con traje marrón claro y sombrero de ala ancha… Sale el primero, un novillito que recoge Nicanor y le instrumenta unos lances muy pintureros que hacen brotar la primera ovación de la tarde y los olés surgidos de gargantas roncas, gargantas viejas que han fumado mucho, porque son de aficionados que vieron a Villalta en sus tiempos… El único en desacuerdo de la Plaza, porque el resto no cesa de ovacionar los redondos, los pases que fue el primero en instrumentar y que llamaron “el parón de Villalta” a toros con más de 200 kilos sobre el peso actual, que mataba como él sólo sabía. “¡Así!”, parece que dijo ayer, al perfilarse y cobrar media estocada en todo lo alto que hizo rodar al novillo sin puntilla, entre ovaciones do la gente que aclamaba al torero con las dos orejas de su enemigo, las últimas orejas cortadas en la Plaza de Madrid…

Fuentes Bejarano, Gitanillo de Triana, Manolo Escudero y El Choni cortaron una oreja cada uno al novillo que sacaron en el sorteo. Pero en el sexto, correspondiente a Paquito Muñoz, sucedió otro de los sucesos relevantes del festival y que lo han hecho pasar a la historia. Aparece en un pie de foto de El Ruedo del 4 de octubre de 1956:

Nunca dejó de tener sangre joven un corazón generoso. He aquí a don Manuel Mejías y Rapela, torero en Madrid desde 1898 y matador de toros en 1905, «El Papa Negro» de «Don Modesto», que abandonó el lugar que ocupaba en la presidencia para lanzarse al ruedo dispuesto a prender un par de banderillas. No le dejaron, pero el gesto queda ahí para siempre, ejemplar y emocionante...

Las crónicas del festejo tocaron con brevedad el hecho. José María del Rey Selipe, en el ABC madrileño, refiere:

...dejemos constancia del último título o subtítulo que llevado al papel cuando D. Manuel Mejías Bienvenida, padre, quiso prender el par de rehiletes de que se había provisto...

Y por su parte, el cronista ya citado del diario Pueblo, señala tras relatar lo sucedido en el sexto del festejo:

Bienvenida, padre, quiso poner un par de banderillas a este novillo, ¡a sus setenta y pico de años!, pero no lo dejaron…

El Papa Negro pretendiendo banderillear
Foto: El Ruedo

Un extraordinario gesto de afición y de torería el del Papa Negro, que más que formar parte de un palco de autoridades, quería participar como torero en el festival a beneficio del amigo y compañero de lides. 

Un espontáneo autorizado

Domingo Ortega estaba en el tendido acompañando al comité organizador del festival, entre los que destacaban el Marqués de la Valdavia, como presidente del mismo; Carlos de Larra, Curro Meloja, que fue iniciador y promotor de la idea del festival y Tomás Martin, Thomas, presidente de la Peña Taurina El 7, que, con sus asociados, fue quien llevó la idea a buen término. En ese sitio se invitó a Ortega a bajar al ruedo a lidiar el sobrero. El de Bórox no se hizo del rogar y saltó al ruedo, y una vez allí obtuvo el permiso de la presidencia para lidiar al sobrero vestido de paisano. Sigue narrando Selipe:

Por último, Domingo Ortega, invitado a saltar al redondel, despachó, previa la venia presidencial, al séptimo novillo, ya fuera del nutrido programa, y bordó el toreo especialmente en pases modelo de suavidad y temple; al matar de un estoconazo sin puntilla, fue objeto de las aclamaciones del complacido graderío... Y para terminar y dar idea de la singularidad del festejo, señalemos que la música, a requerimiento del público, amenizó las dos últimas faenas, rompiendo el formal protocolo madrileño, incomprensible para quien tantas veces oyó en la añeja y gloriosa plaza de la Maestranza los sones de la banda para subrayar el mérito de las faenas practicadas en el mismo redondel donde hicieron sus proezas los fundadores del toreo...

Otra singularidad del festival se nos cuenta aquí. La música sonó durante la lidia en la plaza de Las Ventas. No es un hecho común y por ello merece ser destacado. 

Agrega Selipe su reconocimiento a quienes colaboraron en la lidia a guisa de cuadrillas:

Gustaríamos de mencionar a todos y cada uno de los que intervinieron en el festival... más como ello exigiría extenso espacio, consignemos que banderillearon con acierto Antonio Sánchez, Pepe y Juanito Bienvenida, este marcadamente lucido; Manolo Martín Vázquez, que reverdeció no lejanos laureles; Manolo Sevilla y Emilio González Garzón, y que entre otros, actuaron de picadores Jaime Malaver, Mario Carrión y “Chicuelo III”...

La reflexión posterior

Muchos fueron los comentarios que se hicieron acerca del éxito del festival en honor de Nicanor Villalta, la mayoría de ellos girando alrededor del lleno en los tendidos y de la importante suma recaudada para auxiliar al torero. Pero también se meditó públicamente sobre la solidaridad que es parte del medio taurino. Escribió quien firmó como C en el número de El Ruedo del 4 de octubre de 1956:

En él vibró intensamente, no sólo el altruismo nunca desmentido de los toreros, si se trata de colaborar en causas nobles, sino el público, que, llenando la Plaza como en los acontecimientos taurinos de más fuste, permaneció en sus localidades incluso después de acabado el festejo, ovacionando incansablemente a cuantos lidiadores, ya retirados en su mayoría, habían intervenido en él… No era fiesta mayor taurinamente hablando; no había trajes de luces ni pasiones enconadas; pero tuvo una solemnidad imponente por el tono de nobleza, de generosidad que en ella pusieron todos – toreros y público –, en una emulación consoladora frente a tantas pequeñitas miserias y tantos rencores agazapados como a menudo la vida pone al paso. Acaso no sea demasiado cierta la observación benaventina de que para medrar en la vida mejor que crear afectos es crear intereses. O quizá sí; pero cuando ya se anda por el final de ella hay una satisfacción intima en haber creado afectos, o intentado crearlos; aunque en muchas ocasiones no hayan sido correspondidos. Nicanor Villalta, con su buena hombría, su manera de ser y de estar, sencilla y abierta, halló, por fortuna, una correspondencia merecida…

Nicanor Villalta supo hacer amigos, por lo que se puede desprender de estos sucesos. Sobreviviría todavía casi un cuarto de siglo al festival que hoy trato de recordar. Fue asesor de la presidencia de la plaza de Madrid y se le recuerda siempre como un torero honrado, valiente, pundonoroso y, sobre todo, como un extraordinario estoqueador que alternó con todas las figuras de su tiempo, desde Belmonte y hasta Manolete