viernes, 31 de marzo de 2023

31 de marzo de 1963: Paco Camino y los berrendos de Santo Domingo


Paco Camino
llegó por primera vez a México durante la temporada 1961 – 62 para hacer campaña en nuestros ruedos. Junto con él llegaron a confirmar sus alternativas Mondeño, Santiago Martín El Viti, Diego Puerta, Joaquín Bernadó y Curro Romero. Cada uno de ellos tuvo un impacto y una permanencia distinta en nuestra afición y en nuestras temporadas, aunque todos se labraron su propia historia y su propia leyenda entre nosotros.

El cierre de la temporada 1962 – 63 para Paco Camino es el que viene a marcar lo que quizás represente la cota más alta de su presencia en nuestras plazas. El ciclo de corridas en la capital mexicana se celebró en las dos plazas de toros que en esas fechas existían en la zona urbana de la Ciudad de México, la Plaza México y el Toreo de Cuatro Caminos – que territorial y administrativamente se ubicaba en el Estado de México – y en ese lapso de tiempo tuvo ocasión de actuar en ambos ruedos, aunque en números, su presencia en el coso cuatrocaminero era mayoritaria si consideramos que en su primera incursión a nuestros ruedos, la temporada anterior, su presencia en la Capital de la República fue exclusivamente en ese desaparecido coso.

La corrida y su preámbulo

La temporada se había dado de una manera espléndida para el ya llamado Niño Sabio de Camas. El 27 de enero de 1963 cortó el rabo al toro Novato del Ingeniero Mariano Ramírez en la Plaza México. Ya trasladada la temporada a El Toreo, la noche del miércoles 27 de marzo, en la Corrida de la Oreja de Oro, había realizado una importante faena a un toro de Pastejé, de regalo, llamado Catrín, al que solamente cortó una oreja por un desastroso manejo de la espada, pero al apéndice sumó seis apoteósicas vueltas al ruedo.

En ese ambiente se anunció para el domingo 31 de marzo de 1963 la despedida de Paco Camino de la afición mexicana, dado que retornaría a España para iniciar su campaña en las plazas de su patria. El cartel que la empresa ofrecía se formó con toros de Santo Domingo para Juan Silveti, José Ramón Tirado y Paco Camino. La corrida de los señores Labastida tenía la particularidad de que los seis toros eran de pelo berrendo aparejado. Además, el festejo sería televisado – como todos en aquellos días – en abierto a todo el país.

El hecho de que el festejo fuera televisado permitió que lo sucedido en él adquiriera una mayor trascendencia. La posibilidad de presenciar en la plaza o a través de las pantallas lo que en el ruedo sucedía permitió a cada aficionado formarse su propio criterio de lo allí sucedido.

El ambiente de esa tarde

La crónica de don Alfonso de Icaza, Ojo, en El Redondel, salido a los puestos la misma noche del festejo, en su preámbulo, refiere:

Otra magnífica entrada debida especialmente a dos causas: la faena cumbre de Paco Camino en la corrida nocturna del miércoles y la preciosa estampa de los seis toros berrendos de Santo Domingo, que se desencajonaron hace ocho días... El público pensó y con razón: si hay toros y hay toreros, vale la pena ir a la plaza de Cuatro Caminos a presenciar una gran corrida...

Así pues, todo estaba servido para que se viera una tarde de toros de esas que nunca se olvidan.

La muy redonda actuación de Paco Camino

Tengo a mi alcance tres crónicas de la corrida. La primera, aparecida en el hoy extinto diario Novedades de la Ciudad de México el 1º de abril de 1963 y obra del que en esas fechas era su cronista titular Carlos León. Está, como era acostumbrado, redactada en forma epistolar y dirigida al entonces Secretario de Educación Pública, don Jaime Torres Bodet. De ella extraigo lo siguiente:

Junto a Camino, los toreros son catecúmenos. Enseñó a embestir a dos berrendos y cortó cuatro orejas y un rabo. Silveti y Tirado resultaron alumnos reprobados frente al talento taurino del sevillano…  
Aunque en México ya no exista una escuela taurina – tan olvidada, que es de urgencia darle una manita para restaurarla –, es evidente que no por fortuita coincidencia tiene usted de secretario particular a un culto cronista taurino como Rafael Solana, autor de “El Crepúsculo de los dioses”, que anticipó el ocaso de nuestros astros, dramaturgo de un “Debiera haber obispas” que ha de ser la obra favorita de “Mondeño”, o novelista de “Las islas de oro” en las cuales, según las fábulas, los piratas gambusinos encontraron la muleta que se adjudicó a Capetillo… Además señor ministro, su agudo secretario ha revelado al ático ingenio en “Trata de muertos”, “La música por dentro” o “Los santos inocentes”, donde su recopilación de cuentos adquiere más justas proporciones taurófilas, en una fiesta donde nuestra literatura de toros está tan pródigamente llena de cuentistas. 
“Magister dixit”. – Claro es que usted, UNESCOnocido como patriarca de la enseñanza, sabe de sobra que la pedagogía se originó en el hecho de que, en la antigua Grecia, pedagogo era el que conducía a los niños a la escuela. Y mire usted lo que son las cosas: ahora es un niño – el genial infante de Camas – el que toma de la mano a los grandes analfabetas de la lidia, para mostrarles el camino hacia la Escuela de Tauromaquia de Sevilla que fundó el conde de la Estrella… Y sin embargo es curioso: Paquito no aspira a ser el Pestalozzi de las verónicas, ni el Spencer de las chicuelinas, ni el Horacio Mann de los naturales, ni mucho menos el Froebel o el Condorcet que dicte pragmáticas para la pureza de las estocadas… Paquito tampoco anda, como Locke, hablando de “Some Thoughts Concerning Education”, Paquito – sevillano como don Juan Belmonte García, a quien Dios tenga en su santa gloria – no sale en plan de catedrático a decir de los catecúmenos: “Hay que torear así”, sino que simplemente demuestra: “El toreo es esto”. Y el que quiera que lo haga… si puede… Además sería tiempo perdido si nuestros escolapios de coleta, que a sus años siguen en el “kínder”, cuando el niño sevillano ya es universitario, trataran, tardíamente, de aprender la lección. Hay cosas que no se aprenden y que se nace con ellas. Por allí anda una película de gran éxito de taquilla, intitulada “Lo que los amantes deben aprender”. Durante dos semanas y más semanas, las curiosas parejas de enamorados han abarrotado la sala, creyendo que van a salir convertidos en Casanovas de Bondojito, Rubirosas de Iztapalapa o Mesalinas de Peralvillo. Pero, ¡sí Chucha! Con lo que allí enseñan de arrumacos, roncería y soflama, los que esperaban encontrarse con la versión fílmica del “Arte de amar” de Ovidio, salen más ignorantes que si esa asignatura amatoria la hubieran cursado en el colegio de monjas de Tecoyotitla… Paquito, en suma, no es un dómine que haya tratado de alfabetizar a nuestros diestros reprobados, que ya no pasan de año ni a título de suficiencia. Pero ha logrado otro milagro mejor: hacer que los espectadores abran al fin los ojos a la realidad y entiendan lo que es un torero y lo que es el toreo. Ahora, por muchas leyendas que le cuenten, nuestro público ya nunca más volverá a dejarse engañar con tontas consejas de fantasmas. 
Cuatro orejas y un rabo para el torero cumbre de la época. – Seguramente se queda uno corto al afirmar que Paco Camino es la figura impar del momento presente, pues tal vez pudiera llegarse a la afirmación de que así no se había tenido nunca. Aún estaba imborrable su trasteo maravilloso del miércoles anterior – aquel tan rutilante como las gemas de María Félix – cuando en esta tarde ha cuajado dos faenones inconcebibles que no los iguala ni supera nadie… Dos faenas diferentes. El primero, jugándose la vida, exponiendo temerariamente, arrancando a la fuerza el trasteo a un toro que se negaba a colaborar con el niño prodigioso. Porque hay una circunstancia tan notable como insólita. Los lidiadores se habían dividido siempre en tres categorías: los dominadores, los artistas y los valientes. Pero de pronto, en este chaval milagroso se funden las tres cualidades. Y, junto a una sapiencia increíble, brota el primer artista que es valiente, sin perder por ello su calidad artística… En ese trasteo a “Gladiador”, Paquito se rifó el pellejo y logró un impresionante conjunto de muletazos espartanos, de estoicismo ejemplar, para rubricar su bravía labor con el estoconazo fulminante y tumbarle un par de orejas a bicho de Santo Domingo… Con el sexto y último, que además era el toro con el que se despedía de México, Paco Camino estuvo en gigante y en coloso. “Traguito” era un burel sin malas ideas y de buen estilo, pero se iba suelto de los muletazos, sin celo ni codicia alguna para el engaño. Pero el niño catedrático, que no pierde el tiempo en enseñar a torear a nuestros toreros, sí se mostró como un maestro para enseñar a embestir al toro. Y el berrendo que se iba suelto, empezó a seguir el círculo mágico que el niño sabio le mostraba en esos muletazos preparatorios. A los pocos instantes el milagro se había consumado y “Traguito” embestía dócil y amaestrado ante el imperio de la muleta poderosa. Vino entonces el faenón antológico, el poderío muleteril de quien dejó allí, como postrer recuerdo, una hazaña imperecedera, coronada soberbiamente con nuevo estoconazo. ¡Y la locura! Las dos orejas y el rabo, la salida a hombros, los paseos triunfales que acabó compartiendo con los ganaderos Labastida y la confirmación de que con Paco Camino no puede nadie… 
Mientras tanto, como intelectuales, celebramos el advenimiento del toreo franciscano, que es la forma de torear de Francisco Camino. Pues el franciscanismo es todo un estilo de pensamiento, de literatura y de arte, que lo mismo dio filósofos y teólogos de la talla de San Buenaventura o de Raimundo Lulio, que políticos como el cardenal Cisneros o pontífices como Sixto V. Faltaba un torero, y ya surgió… Solo me resta expresarle mis deseos de que usted pueda lanzar un libro gratuito para desasnar a nuestros toreros que, en vez de las orejas de los toros, sólo merecen las de burro con que se señala a los ignorantes. Y acepte un cordial saludo de Carlos León.
La segunda de las crónicas aparece firmada por Pepe Luis en el diario El Informador de Guadalajara y de allí destaco lo siguiente:

Paco Camino, español, se despidió esta tarde del público mexicano, logrando un triunfo de apoteosis. Brillantes verónicas dio al tercero. Aplausos. Gran faena. De mucho mérito. Muletazos suaves por bajo, enseñando a embestir al toro, que llegó tardo al último tercio. Insistiendo mucho logró varias tandas de naturales rematadas soberbiamente con el de pecho entre aclamaciones. Derechazos de larga dimensión, lasernistas y cambios de muleta por la espalda. Estocada buena… Los tendidos se cubrieron de blancos pañuelos y al grito de ¡torero, torero!, se le otorgaron las dos orejas y dio dos vueltas al ruedo y saludó desde los medios… Al son de "Las Golondrinas" veroniqueó estupendamente al sexto. Ovación y música. Faenón de antología, principiando por enseñar al toro a embestir con suaves muletazos por bajo. Fue intercalando series de derechazos y naturales templadísimos, algunos circulares, enmedio del delirio del público que no se cansaba de aclamarlo y de gritarle ¡torero, torero!, la destacada serie tuvo como remate el pase de pecho… Antes de que entrara a matar estaban los tendidos cubiertos de albos pañuelos. Estocada entrando a ley. Ovacionaza, orejas y rabo, vueltas interminables a pie y a hombros, el grito entusiasta del público de ¡torero, torero!, la despedida del diestro sevillano Paco Camino constituyó un grandioso triunfo para el torero y el empresario, siendo inolvidable para el público que no quería abandonar el coso.
La tercera es la ya invocada que firmó Ojo para su semanario El Redondel. Es la más inmediata y la menos rebuscada literariamente, porque en la forma que la hacía, dictándola a su redacción por teléfono, según iban ocurriendo los acontecimientos, poco lugar dejaba para el alambicamiento o la creación. Al contar lo que sucedió en el sexto de la tarde, entre otras cosas, dice:

Paco Camino brinda a todo el público, que lo ovaciona y ordena a sus peones que se retiren, dejándolo solo. Hay toro y hay torero y por lo tanto esperamos que la despedida del niño sabio de Camas sea sonada... Muletea por abajo, hasta hacerse de su enemigo, pero éste se aploma y se va en ocasiones, lo que no es obstáculo para que Paco corra la mano con primor en tres magníficos derechazos, que remata con un gran pase de pecho. Ovación y música... A continuación, nos recuerda Paco a Guadalajara, donde enseñó a embestir a su enemigo; lo propio hace con este “Traguito”, al que no se le despega de la cara. Después viene el bien torear, naturales extraordinarios, ligados con el de pecho, y con la plaza convertida en un manicomio, sigue bordando Paco con la franela, dando ahora derechazos de maravilla... Imposible describir lo que estamos viendo. Los naturales se suceden, los de pecho quedan ahí para ver quién los mejora, y mientras todo el mundo agita pañuelos, la música toca nuestras simbólicas “Golondrinas”. Derechazos de tres vueltas, quien sabe cuántos alardes más y como despedida, una estocada un poquitín trasera, que, con la ayuda de los capotes, hace doblar ... ¡El acabose! Miles de pañuelos en los tendidos, gente que se baja al ruedo a abrazar al diestro, concesión de las dos orejas y el rabo y salida triunfal de la plaza en hombros, enmedio de un entusiasmo indescriptible... Paco Camino, con sus últimas hazañas se ha hecho el año de México, como lo será de España, si Dios no dispone otra cosa... Hoy por hoy nadie puede disputarle el número uno... La ovación final que le tributó el público mexicano, fue interminable y no nos extrañaría que durara hasta que este número salga a circulación.
Si se compara lo escrito por don Alfonso de Icaza con lo que los videos nos han dejado para la posteridad, veremos que su recuento es bien, pero bien ajustado a la realidad de los hechos.

El resto del festejo y lo que después vendría

Juan Silveti y José Ramón Tirado tuvieron una tarde que podríamos calificar de aciaga, pues al segundo toro del lote de cada uno de ellos – Andasolo (4º) y Marquesito (5º) – se les premió con el arrastre lento y ambos diestros resultaron abroncados tras de su lidia. Al sexto, Traguito, también se le premió con la vuelta al ruedo, pero entre las protestas de la concurrencia.

Paco Camino volvería a tierras mexicanas el mes de junio de 1963 a cumplir con tres compromisos en la frontera Norte – 2 en Tijuana y uno en Ciudad Juárez – y al año siguiente realizaría una campaña de veinticuatro festejos, para completar los cincuenta y uno – 23 de ellos en la Ciudad de México – que sumaría en esa primera etapa de su paso por nuestras plazas, dado que una vez completado ese ciclo del año 64, se alejaría de nosotros por circunstancias extrataurinas hasta el año de 1976, cuando reaparece en la plaza Santa María de Querétaro y que culminaría dos años después con su despedida de nuestros ruedos en la Plaza México, alternando con Manolo Martínez y Eloy Cavazos en la lidia de toros de Mimiahuápam, en una corrida que fue transmitida por televisión a España y a México y en la que no tuvo suerte.

En video

En la internet he podido encontrar la faena de Paco Camino a Traguito en esta ubicación emotivamente narrada por José Alameda y esta otra versión interesante, filmada por un aficionado en 8mm, en color y convertida a vídeo, aunque no refleja la faena completa al toro Gladiador, tercero de la tarde, que pueden ver aquí.

Aviso parroquial: Hace 10 años publiqué por aquí mismo una primera versión de estos recuerdos, misma que pueden consultar en esta ubicación.

domingo, 26 de marzo de 2023

27 de marzo de 1963: Paco Camino y Catrín de Pastejé


El cierre de la temporada 1962 – 63 estaba próximo a llegar y también, a la vista de los resultados, la signatura de las más grandes realizaciones del llamado Niño Sabio de Camas en la capital mexicana. Apenas el 23 de enero anterior, todavía en la Plaza México, había realizado una gran faena al toro Novato, del ingeniero Mariano Ramírez, un toro de regalo que salvó del naufragio a una tarde que no pudieron a sacar a buen puerto ni Alfredo Leal, ni Juan Silveti, ni tampoco el prodigio andaluz.

Al final de esa tarde, se atribuye nada menos que a don Rodolfo Gaona haber afirmado: Toreros más técnicos podrá haberlos... También podrá haberlos más valientes... Pero como ha toreado ese chiquillo con la muleta en la izquierda es imposible torear mejor... La afirmación podría considerarse temeraria de no provenir de quien la hizo, pero una vez que se hizo pública – apareció en el número de El Ruedo de Madrid fechado el 7 de febrero de 1963 – dejó el listón muy alto para Paco Camino y para cualquiera que quisiera mejorar las cosas delante de los toros aquí en México.

La Oreja de Oro 62 – 63

Para la corrida de la Oreja de Oro se anunció un encierro de Coaxamalucan que sería lidiado por Manuel Capetillo, Juan Silveti, Joselito Huerta, Joaquín Bernadó, Paco Camino y Santiago Martín El Viti. Como se ve, fue un festejo de triunfadores que se disputarían el galardón que señalaría al triunfador de la temporada y no como en la actualidad, que se ha convertido en una mera corrida de oportunidad.

El encierro enviado por don Felipe González sacó una variedad de complicaciones. Acerca de los toros escribió para El RedondelAlfonso de Icaza hijo:

…se lidiaron seis mansos de Coaxamalucan, relativamente bien presentados, pero que no permitieron a los toreros mostrar sus facultades. De los seis no salió uno, y en cambio, sí tuvieron distintos defectos que provocaron, además del aburrimiento general, que el público se encrespara, al grado de mostrarse injusto aún con los que habían sacado algún provecho de sus adversarios…

Manuel Capetillo estuvo empeñoso y lucido con el que abrió plaza – hasta banderillas puso – y pudo salir al tercio a agradecer una ovación, agregando Icaza que bien pudo dar la vuelta al ruedo, pero no estuvo por la labor. Juan Silveti también agradeció una ovación al terminar su labor, aunque con menos fuerza que su antecesor. Joselito Huerta y El Viti fueron pitados, más que por su labor, por sus fallos con la espada y Joaquín Bernadó dio una vuelta al ruedo entre protestas.

El trofeo fue declarado desierto. Sobre este particular, Alfonso de Icaza hijo hace la siguiente reflexión:

Si hubiera habido justicia, la oreja de oro se la deberían haber disputado Capetillo y Bernadó, que fueron, de los seis espadas, los únicos que supieron sacar partido de los mansos coaxamaluqueños, pero como el primero cuenta con una legión de enemigos envidiosos, y el segundo no es ídolo, agregado a la furia imperante contra el ganadero, determinaron que el público declarara desierto el trofeo en disputa…

Paco Camino y Catrín

En la misma crónica de El Redondel, Icaza hijo habla de que la corrida tuvo dos partes bien definidas, la de la Oreja de Oro y la de dos toros de regalo que ofrecieron Paco Camino y Juan Silveti. Al final de los hechos, fue el que ofreció Camino, el que cambió el rumbo de la noche y el que dejó un recuerdo para la historia.

Narra Icaza hijo:

Paquito Camino se subió hasta los cuernos de la luna. Con la capichuela se hizo aplaudir con lances al natural y con chicuelinas, muy pintureras, aunque un tanto rápidas. Con la muleta, en cambio, nos deleitó con una faena inolvidable, en la que tan pronto toreaba con primor con la derecha, como nos regalaba con tandas de naturales en las que templaba maravillosamente, corría la mano desde aquí hasta allá, y engranaba a la perfección un muletazo con otro. Fue una faena de época, a la que sólo le encontramos un pero; sus continuos intermedios. Si en vez de ligar tandas de cuatro o cinco pases, hubieran sido de diez o doce, habría quedado como modelo para el futuro. De todas maneras, Camino confirmó ser una primerísima figura del torero. No tuvo suerte al matar, ya que necesitó de dos pinchazos antes de meter el estoque, por lo que el juez de plaza no le concedió más que una oreja, que el gran torero de Camas tiró en forma despectiva. Hubo, eso sí, cuatro, cinco o seis vueltas al ruedo, en medio de un triunfo apoteósico…

En el mismo número de El Redondel, del 31 de enero de 1963, Paco Hidalgo, colaborador del semanario, hace las siguientes reflexiones acerca de la actuación de Paco Camino esa noche de miércoles en el Toreo de Cuatro Caminos:

Recordando la ya varias veces reproducida frase del Califa Gaona, cuando lo vio torear, que dijo: “No se puede torear mejor”, voy a permitirme aclararle: sí pudo torear mejor Camino y esto lo hizo en la ya citada noche, que quedó inmortalizada, en la historia del toreo, junto con ese bravo “Catrín” de Pastejé… Salió “Catrín” haciendo cosas raras, suelto, abanto, echando las manos por delante a la hora de embestir, tal parecía que no valía un real, pero este torero, que por algo le llaman el “Niño Sabio”, se dio cuenta que el bovino traía una noble embestida que había que hacerla lucir… El toro “se comía” la muleta de bravo. Ni una sola vez dudó el toro, ni una sola vez hubo que porfiarle, ni andarle alrededor, Cuando se arrancaba, se arrancaba fuerte, franco, pero fuerte; estaba peligroso de bravo, sólo que Paco está peligroso de torero, ¡y qué torero, TORERAZO! Su faena fue de esas que dejan una honda huella en la mente, que se deleita uno recordándolas y que todavía se valorizan más a la distancia… Como los grandes trasteos fue de menos a más. Sabiendo que tenía el toro un lado izquierdo de maravilla, después de poner a los tendidos al rojo vivo de entusiasmo toreando con la derecha, vino lo insuperable, lo excelsos, con la mano de los toreros: naturales de ensueño. ¡Qué tersura en la muleta! ¡Qué limpieza en su ejecución! ¡Qué manera tan perfecta de medir la embestida, la distancia, llevarlo embebido en los vuelos y al final, dar ese muñecazo suave con que manda lejos y la muleta se extiende como un abanico y todo eso impregnado de una clase, de un sabor, que pocas veces se ve! … Cómo sería de grandiosa la faena, que el público, que ensordecía el ambiente con sus gritos de ¡TORERO, TORERO!, no reparó en los dos pinchazos entrando con fe que precedieron al estoconazo, y pidió los máximos galardones, y como únicamente hubo una oreja, lo desagravió, haciéndole dar SEIS vueltas al ruedo…

Por su parte, quien firmó como Juan de Dios, en el número de El Ruedo salido el 4 de abril de 1963, cuenta lo siguiente:

Alguien me insinuaba en voz baja – creo que era Enrique Vera – el título de la crónica de la corrida de la Oreja de Oro: «¡Olé por todo!» … El novillero Juan Anguiano me confiaba: «Yo jamás he visto torear así». El matador mejicano y secretario de la Unión de Matadores, Andrés Blando, se encontraba entusiasmado y hacía gestos de que lo que había sucedido en la arena era algo de locura… También Anselmo Liceaga se maravillaba de lo que había hecho el maestro de maestros, el «Coloso de Camas», el gran torero que es Paco Camino… Los tendidos eran un volcán de júbilo. Los espectadores se encontraban atónitos y habían enronquecido vitoreando una y otra vez, acompasando cada pase de Paco con e l ¡olé! clásico, rematado por el coro emocionante de estas latitudes «¡Torero, torero, torero!», que se prodiga cuando alguien concierta todos los matices del arte del toreo… El clamor no cesaba. Se lloraba. Se saltaba de entusiasmo en los grádenos. El público, en pie, hacía objeto de un homenaje sin precedentes al sevillano, que consumaba una de las gestas más brillantes que se puedan escribir sobre el ruedo… Decía Rodolfo Gaona, a raíz del triunfo de Paco con «Novato», que cuando se torea como en aquella ocasión todos los toros parecen buenos. De acuerdo. Pero esta vez el toro salió con muy mal estilo. Y Camino fue centrando en su capote al pupilo de Vargas, hasta que se declaró dueño y señor del ruedo con gracia, esencia y arte andaluces… Después, ¡olé por todo! Porque todo fue completo y perfecto. Desde su concepción hasta su remate. Las verónicas, las chicuelinas, los pases con la derecha, los naturales de tres tiempos, ejecutados en seis fases, como para levantarles un monumento, los pases de pecho... ¡Olé por todo! ¡Olé por esa maravilla torera! …

Aún le restaba, esa noche de miércoles, una actuación a Paco Camino en el Toreo de Cuatro Caminos, la del domingo 31, ante los seis berrendos aparejados de Santo Domingo. Esa es otra historia y sin duda, la más grande tarde que tuvo en la capital de México, hecho del que también están por cumplirse sesenta años.

Paco Camino escribiría nuevas historias triunfales en México, pero ya no en la capital. Lo haría principalmente en Querétaro y alternando con los toreros mexicanos de la generación que siguió a aquellos que lo recibieron en sus primeras visitas a nuestro país. Ya habrá tiempo de recordar esas otras grandes tardes.

domingo, 19 de marzo de 2023

19 de marzo de 1933: Presentación de Lorenzo Garza en Madrid

Un lance de Lorenzo Garza
Roberto Domingo
La Libertad, Madrid, 21 de marzo de 1933
Lorenzo Garza se había presentado en el Toreo de la Condesa el 3 de mayo de 1931, alternando con Antonio Popoca y Jesús González El Indio para lidiar novillos de La Punta. Para 1932 consigue que Carlos Quirós Monosabio le recomiende con Eduardo Pagés, y parte para España, logrando actuar dos tardes en Barcelona – donde se presentó el 14 de agosto –, Santander, Bilbao, San Sebastián y Burdeos, dejando las cosas puestas para regresar el siguiente calendario.

Para 1933 le esperaba una campaña más extensa y en la que tendría que examinarse ante la cátedra madrileña. La ocasión se presentó para el día de San José del año 33. La empresa madrileña anunció un encierro de Ramón Ortega – antes Braganza – para que lo lidiaran Diego de los Reyes, Diego Gómez Láinez y el debutante mexicano Lorenzo Garza

Un trágico prólogo

La novillada estuvo a un tris de suspenderse, pues al abrirse la puerta de cuadrillas para que los alguaciles hicieran el despeje, una sección de la barandilla de la andanada que quedaba sobre el tendido siete, se desprendió y dejó a siete heridos, uno grave y los demás de pronóstico reservado. La Hoja Oficial del Lunes del día siguiente del festejo, entre otras cosas dice al respecto:

Al sonar los clarines anunciando la salida de los alguacilillos, parte de los espectadores de las primeras filas de las andanadas pasaron precipitadamente, como ocurre en todas las corridas cuando no están ocupadas todas las localidades a la delantera, con el objeto de acomodarse en el barandal... Y en aquel preciso momento, una barandilla de la andanada que da sobre el tendido número 7, se desprendió de las columnas donde aquellas se sujetan y cayó con estrépito sobre el graderío...

Al final, se determinó que los pernos que sostenían esa barandilla de hierro no estaban en su sitio y que estaba fijada apenas con unos alambres, por lo que cedió al peso de la multitud que buscaba aprovechar las localidades vacías de la sección inferior. Tras de recogerse la pieza caída y procurarse atención a los lesionados, los ocupantes de las localidades circundantes pedían la suspensión de la novillada, pero la autoridad determinó que no había causa para hacerlo.

La actuación de Lorenzo Garza

La impresión que causó quien después sería conocido como El Ave de las Tempestades fue bastante buena. Aunque no logró redondear una tarde triunfal, logró apuntar a la afición de la capital española que tenía aptitudes y posibilidades para caminar un trecho largo delante de las astas de los toros. Escribió F. Asturias para el diario Ahora, salido el 21 de marzo siguiente al festejo:

Lorenzo Garza venia precedido de una fama de valiente y artista. Por lo poco que se le vio hacer – poco en cantidad – no mentía la fama. Es valiente y artista. Con el capote y la muleta aguanta y para de una manera imponente. Su segundo fué un inútil que se cayó varias veces, falto de fuerza en los remos. Así y todo, el mejicano ejecutó algunas verónicas admirables y logró cuajar unos pases de muleta que levantaron olés y ovaciones apretadas. Mató de una atravesada y varios intentos de descabello. Fue en el sexto en el que logró entusiasmar al concurso toreando con el capotillo… Cuando lo veamos sin viento, podremos juzgarle con mayor conocimiento de causa.

Quien firmó como Don Nino para El Heraldo, destacó también el conjunto armónico de la faena de Lorenzo Garza al segundo de su lote y también una circunstancia que en alguna manera emborronó su actuación, el manejo de los aceros:

Garza sabe fundir la elegancia en el hacer con el conocimiento profesional… De asombro fueron los lances con que el mejicano recibió al sexto de Ortega. Suaves, lentos, rítmicos, extraordinariamente magníficos todos y cada uno de ellos. Insuperables los dos del lado derecho y el tercero por el izquierdo del primer quite. Y cuando todo hacía presumir en un éxito de apoteosis el muletero no salió. La faena fué de recibo. Después de media estocada el novillo se «amorcilló» junto a la barrera y, como nadie tuvo decisión para sacarlo de allí, fue descabellado por Garza cuando los clarines habían marcado el tiempo del primer aviso...

Por su parte Recorte, en La Libertad, también del 21 de marzo, reflexiona entre otras cuestiones, lo siguiente:

Su forma con el capote, la forma de torear con el capote a la verónica, tomando el engaño por junto a la esclavina, seguro y desenvuelto, firme y desahogado, parando y templando, acusan un estilo y una calidad estimable... Apreciables destellos en lo forma al torear con la muleta y facilidad, al menos el domingo, en el trance supremo... acusó una buena calidad de torero y una competencia profesional superior...

Y en La Voz, por su parte José Luis Mayral Corinto y Plata, quien aquí en México, en el exilio, firmara como Curro Meloja, en verso, entre otras cosas, dijo:

Hay que mirar con cuidado

los lances de este torero.

El capote recogido

hace girar todo el cuerpo

y que pasen los pitones 

rozándole... Gran efecto;

cierta originalidad

- un poquito codillero -,

indudable exposición

y atisbos de estilo nuevo.

Me gustó con el capote:

tiene un algo, tiene un sello.

Con la muleta, lo mismo.

Hay gracia y es pinturero…

Lo que vendría para Lorenzo Garza

El 6 de agosto de ese 1933, en Santander, el torero de Monterrey recibió la alternativa de manos de Pepe Bienvenida, que le cedió al toro Repentino de Celso Cruz del Castillo, en presencia de Antonio García Maravilla. Torearía todavía otras tres corridas en España ese año, con poca fortuna, por lo que al año siguiente, el 24 de febrero, en Valencia, volvería a actuar como novillero, renunciando a ese doctorado, que recuperaría con todos los honores el 5 de septiembre en Aranjuez.

El resto de su historia tiene mucho para ser contado. La carrera de Lorenzo Garza terminó – con algunas pausas intermedias – bien entrados los años sesenta del pasado siglo y fue, sin duda, el representante de la Edad de Oro del toreo en México con la carrera más longeva.

Apéndice sobre cambios en la prensa de la época

Desde los días anteriores al festejo se venían publicando notas en torno a la producción de cambios en las páginas taurinas de varios diarios madrileños. Así, se afirmaba que Maximiliano Clavo Corinto y Oro, dejaba su tribuna en La Voz y que le sustituiría Cipriano Rivas Cheriff, director y crítico de teatro y a la sazón, cuñado del Presidente del Consejo de Ministros, Manuel Azaña; se escribió en El Adelanto de Salamanca:

La comidilla del día en las tertulias taurinas, es si “Corinto y Oro” hace o no las críticas taurinas de “La Voz” este año... Y los nombres que, al parecer, pensaban sustituirle. Pero esos nombres, no son ninguno de los que van a escribir en las columnas de “La Voz” ... En “La Voz” hay una persona capacitada para ese cargo... nos referimos a José L. Mayral, pero al parecer, se quiere llevar a la sección taurina, más que un técnico en toros, un literato: Y éste no sería otro, que... Rivas Cheriff...

En el mismo diario salmantino también se hablaba de la salida de El Imparcial de Federico M. Alcázar, sin precisar destino para su pluma, pero estableciendo que su sustituto sería nada menos que Ignacio Sánchez Mejías:

Son tantos los aspectos desde el punto de vista de la empresa de “El Imparcial” ... que a él iba de crítico el ex torero Ignacio Sánchez Mejías... Federico M. Alcázar, que estaba encargado de la crítica de toros, no pertenece ya al periódico, ocupando su puesto, ya en firme, Sánchez Mejías, y como segundo de a bordo, Alardi, que ya fue crítico taurino de un periódico de Sevilla...

La realidad es que Federico M. Alcázar fue quien sustituyó a Corinto y Oro en La Voz, lo que se anunció precisamente el lunes 20 de marzo de 1933, aunque la crónica  de la novillada, la escribiera José Luis Mayral Corinto y Plata, como era habitual. Igual, Ignacio Sánchez Mejías no fue cronista de El Imparcial, durante el breve tiempo que sobrevivió, se encargó de ella José Quilez.

Así estaban las cosas de lo que unos años después sería llamado el planeta de los toros hace 90 años. Y ahora sí, hasta la próxima semana.

domingo, 12 de marzo de 2023

Felipe Fernández Valdemoro, in memoriam

Felipe Fernández y López Valdemoro, hijo del jurista y político español don Luis Fernández Clérigo y doña María Luisa López Valdemoro Fernández de las Cuevas nació en Marchena, Sevilla en el año de 1919 de acuerdo con la documentación migratoria que se conserva en el Archivo General de la Nación. Solicitó su ingreso a México, en calidad de asilado político, en el Consulado de México en París, en octubre de 1939 y allí manifestó como su nombre, el que encabeza este texto y declaró como su ocupación la de estudiante. Ingresó a territorio mexicano por la ciudad de Nuevo Laredo, el 1º de marzo de 1940, al menos junto con su hermano Luis Carlos – después universalmente conocido como José Alameda – y su madre, estableciéndose en la Ciudad de México en la calle Roma de la colonia Juárez. 

Su relación con la fiesta de los toros le venía, podríamos afirmar, casi de manera dinástica. Por línea materna estaba emparentado con Juan Gualberto López Valdemoro de Quesada, Conde de Las Navas, quien fuera bibliotecario del rey Alfonso XIII y autor de una de las obras clásicas de la historiografía de la tauromaquia: El Espectáculo más Nacional, en el que cuenta, desde su perspectiva, el origen y diversos acontecimientos que generan la afición y la actual fiesta de los toros. Por el lado paterno, don Luis Fernández Clérigo también dedicó en momentos su pluma a escribir sobre el tema, firmando como El Bachiller de Córdoba.

Felipe Fernández Valdemoro, incipiente escritor taurino

El paso del hermano de José Alameda por las letras del toreo sería fugaz. No por su voluntad, sino por los hechos inexorables de la existencia y demostraría, a mi juicio, entender lo que sucedía en el ruedo, aunque desde una óptica planteada por su hermano mayor en el primer ensayo que publicó en el medio intelectual mexicano, titulado Disposición a la muerte, donde refuta lo planteado por José Bergamín en su Arte de Birlibirloque, postura que rectificaría en tiempos posteriores y que sería el giro copernicano de la concepción histórica de la evolución del toreo.

El punto de partida del extenso comentario de Felipe Fernández Valdemoro es el análisis que en su día hicieron el doctor Carlos Cuesta Baquero Roque Solares Tacubac y Martín Garrido Sagitario en las páginas de La Lidia acerca de la corrida del 31 de enero de 1943 en El Toreo de la Condesa, sí, aquella de la alternativa de Antonio Velázquez y en la que Armillita bordó a Clarinero y Silverio Pérez inmortalizó a Tanguito, enseñas de un completísimo encierro de Pastejé.

El artículo apareció publicado en el número de La Lidia correspondiente al 26 de febrero de 1943, se tituló ¿Clase o personalidad? y dice literalmente:

He leído con interés los artículos publicados en este gran semanario por Roque Solares Tacubac y “Sagitario”, sobre los trasteos de “Armillita” y Silverio el 31 de enero, en los cuales cada uno de los citados escritores expone sus puntos de vista sobre las citadas faenas, derivando “Sagitario” hacia el concepto de CLASE en el sentido taurino.

Joven y, por lo tanto, impetuoso, me decide a echar mi cuarto a espadas en este debate, en el que, como podrá ver el que leyere, la vejez y la juventud coinciden. Y digo esto, porque Roque Solares Tacubac – el más antiguo escritor taurino – y un humilde servidor – que por primera vez hace crítica pública –, coincidimos.

Se trata de dos clases, formas o modos de concebir el toreo. A mi juicio, “Armillita” tiene “clase”, pero no personalidad; Silverio posee la segunda condición, pero carece de la primera. Más no divaguemos y entremos en el asunto.

“Sagitario”, en su artículo intitulado CLASE Y MAESTRÍA, hace unas cuantas divagaciones sobre lo que es la clase y dice: “la clase es lo que le falta al ganso para ser cisne, al aguardiente barato para ser cognac, etc.”. No creo que esto tenga que ver mucho con el toreo, aunque me hago cargo perfectamente de lo que “Sagitario” quiere decir con esas comparaciones.

A mi juicio, CLASE quiere decir clasicismo – de ahí viene precisamente la palabra – y autenticidad. Tiene CLASE todo aquello que se ejecuta con PERFECCIÓN. Por eso se dice, en términos taurinos, “tal torero es muy corto, pero tiene clase”; con esto se quiere decir que no es un maestro, que realiza o conoce pocas suertes, pero que las que ejecuta las practica con perfección, con CLASE. Y aquí llegamos a la interrogante: ¿Es que Silverio tiene clase? En mi modesta opinión, no. No porque si clase es clasicismo, no puede tener clase quien no ejecuta, como muy bien dice Roque Solares Tacubac, la suerte más clásica, perfecta y difícil del arte del toreo: el pase natural. Dice “Sagitario” que esto no tiene importancia, pues Silverio torea con la derecha como no ha toreado nadie ni con una ni con otra mano. Error lamentable; cualquiera que conozca algo de toros y más el que alguna vez haya toreado, sabe la diferencia que hay entre ejecutar un derechazo, con la muleta armada con el estoque – con lo cual aumenta considerablemente de tamaño y el diestro puede taparse más – y citando de perfil, a citar de frente, con la muleta sin armar y cayendo verticalmente en pliegues, como requiere el pase natural. He aquí una diferencia fundamental entre torear con una y otra mano y la prueba está en que todos los toreros torean bien, y al menos aseadamente, con la derecha; pocos ¡qué pocos!, lo hacen con la izquierda.

Me dirá “Sagitario”, que esto es una cuestión de dificultad que nada tiene que ver con la CLASE y que el pase natural podrá ser más meritorio que el derechazo, pero que ningún natural de nadie puede compararse con el derechazo de Silverio. A esto le responderé que el pase natural, por el mero hecho de su DIFICULTAD, de su EXPOSICIÓN y de su BELLEZA (no olvide esto “Sagitario”), es el pase más clásico que existe y que el torero que ejecuta ese pase a la perfección es el torero de más clase, desde el punto de vista taurino. Y esto dejando aparte el que, si “Sagitario” quiere ignorar o no dar importancia a la DIFICULTAD en el arte taurino, tendrá que empezar por ignorar la mayor dificultad que, naturalmente, es el toro, en cuyo caso, huelga todo comentario sobre el arte de lidiar reses bravas.

Pero dejemos lo de la muleta en la izquierda – por ser tema demasiado discutido y sabido – y pasemos a analizar el toreo “derechista” – el único que ejecuta – del diestro de Texcoco.

Afirma “Sagitario” que no puede saber lo que es “clase”, quien no haya “sentido” el toreo de Garza, Solórzano, Silverio... Me remito al caso de Garza, que es precisamente con Juan Belmonte, el prototipo de torero que posee lo que hemos dado en llamar “clase”, porque a esta se une también la personalidad.

Garza tiene CLASE porque cita, deja llegar y cuando el toro mete la cabeza en el capote o en la muleta, adelanta, sin exageración, la pierna (ABRE LIGERAMENTE EL COMPÁS) cargando la suerte y después gira sobre la cintura, haciendo el lance más largo y despidiendo al toro POR SU SITIO. Durante toda esta ejecución, que es técnica y artísticamente perfecta, Lorenzo no descompone la figura; no se encorva ni mete la barriga ni se dobla exageradamente sobre el costado: tiene el cuerpo erguido y flexible, y eso es la CLASE; la ejecución bella y perfecta técnicamente – porque el toreo tiene su técnica – de una suerte.

Pasemos a Silverio. Comienza por no cruzarse con el toro, es decir, por citar fuera de la cuna. Cita, generalmente, de perfil, con los pies juntos y, en el momento en que el toro mete la cabeza, no separa los pies, sino que gira sobre ellos, es decir, NO CARGA LA SUERTE, sino que – permítaseme el vocablo – LA DESCARGA. Y esto, con la agravante de que se encorva demasiado y mete la barriga en el momento en que los cuernos pasan. Esto último que digo no es una apreciación subjetiva mía, sino una cosa demostrada por las más recientes fotografías del texcocano. Es más, determinado cronista, creyendo elogiar a Silverio, ha dicho: “Y Silverio no se enmendó, sino que se hizo un arco fantástico (METIÓ LA BARRIGA) y el toro pasó inverosímilmente”. Así pues, cuando el público cree que Silverio ha toreado más cerca que nadie está en un error, porque así de cerca, como el público cree, no ha toreado ni el propio Silverio. Esto no quiere decir que yo considere a Silverio un torero medroso, pues me consta que una de sus cualidades es el valor. Cosa demostrada es que nunca, ni ante el peligro ni ante el éxito ajeno, Silverio se achica, sino que, por el contrario, se crece.

Pero continuemos en lo de “meter la barriga”, porque esto de METER LA BARRIGA tiene más importancia de lo que a primera vista parece, pues además de ser antiestético, significa UN RETROCESO en el arte del toreo.

Aunque “Sagitario” afirme que Silverio es un genio y que los genios no pueden acomodarse ni a normas ni a reglas, yo no concibo el toreo sin esas reglas, porque entonces no sería toreo; no se le denominaría Tauromaquia, sería otra cosa. Y Silverio, que es torero, tiene sus reglas, pero unas reglas que, como digo más arriba, significan un retroceso por lo siguiente:

Antes de aparecer Belmonte, se toreaba dejando pasar al toro, es decir, el toro arrancaba; el diestro daba un paso atrás y con el capote lo despedía: se toreaba, pues, dejando pasar al toro sin variarle el viaje. Vino Belmonte y la cosa cambió. Había que desviar al toro en su viaje, es decir, no quitarse el torero para que el toro pasase, sino dar un paso hacia adelante y obligar al toro a variar su camino; lo que se llama, en términos taurinos, “sacarse al toro de la faja”. La diferencia entre una y otra cosa puede “Sagitario” preguntársela a Rodolfo Gaona, que fue el único torero – para gloria suya – que pudo sobreponerse al cambio introducido por Belmonte. Y por esto digo que el toreo de Silverio es un retroceso en el arte taurino, pues si mete la barriga para que el toro pueda pasar, es evidente que ejecuta el toreo antiguo de esquivar al toro para que este pase en su viaje, en lugar de hacer el toreo moderno de adelantar la pierna y, con el engaño, hacer al toro cambiar la dirección de su embestida.

Por todo lo que antecede, creo que no puede haber discusión entre la faena de “Armillita” y la de Silverio. El de Saltillo – y conste que no es mi corte de torero, pues le faltan gracia y personalidad – ejecutó una faena clásica, auténticamente clásica, porque cargó la suerte, mandó en el toro con la derecha y con la izquierda y ni un solo momento dio “parones” o giró sobre los talones. Realizó, en fin, un TOREO PURO Y CLÁSICO y, además, como certeramente juzga Solares Tacubac, añadió “Armillita” a todo eso su maestría innegable.

Sé que “Sagitario” no quedará nunca convencido, porque conozco y sé lo que es la pasión taurina. Para él, Silverio es el mejor, el de más clase. Yo creo que Silverio es un torero valiente, con lo que se ha dado en llamar hoy “casta” y, sobre todo, con personalidad. He ahí el secreto del triunfo de Silverio y de la influencia que logra sobre las masas. Su toreo no es bueno técnicamente, ni artístico, pues ya he dicho que torea siempre encorvado y como agarrotado, pero llega indiscutiblemente al público. Ahora bien, hay en el mundo muchas cosas que tienen personalidad, que emocionan y que apasionan y, sin embargo, no tienen nada que ver con el toreo. Una cosa es que determinado toreo guste y otra que tenga “clase”, que sea bueno.

El arte no significa solamente belleza – suponiendo que esta cualidad existiera en el toreo de Silverio –, sino dominio y perfección en la ejecución. Además de que en el toreo no puede concebirse el capricho arbitrario del artista, como, por ejemplo, en la pintura. El toreo tiene sus normas fundamentales: los terrenos, la forma y el sitio de citar, las querencias de los toros, etc., son en el fondo siempre los mismos y ni el mismo Belmonte, el máximo revolucionario, cambió totalmente estos fundamentos, los reformó, los adaptó a su personal estilo, pero nunca los ignoró, ni mucho menos los despreció.

Podremos admitir que el de Texcoco estuvo por encima del de Saltillo, si ignoramos todo lo que acabo de enumerar; pero mientras seamos aficionados conscientes y nos guste analizar las complejidades que forman el arte del toreo y no nos conformamos con ver simplemente que el toro pasa y vuelve a pasar, creemos que lo auténtico, lo puro, lo bueno, lo que tuvo clase y sabor torero de lo que se hizo en la plaza el domingo 31 de enero, fue la faena que realizó “Armillita”, a quien en España se le llama “El Sabio”.

De todo lo que he expresado, se deduce que “Armillita” es un gran torero, que puede, que ejecuta las más difíciles suertes a la perfección, con clase y maestría; pero que carece de personalidad, de enjundia y que, a pesar de ser un estupendo lidiador, le falta para dar la nota arrebatadora, no la clase, sino la atracción personal.

Silverio es, por el contrario, un lidiador sin clase. No ejecuta más que pocas suertes y éstas no las realiza con perfección ni soltura, sino forzado, tragando paquete o haciendo el puente trágico de “Nacional” y de “Valencia II”; pero frente a esto, posee personalidad y valor, cosas ambas que llegan mucho más al gran público, que la maestría y la perfección.

Y respecto a una frase que deja caer al vuelo “Sagitario”, le diré: Belmonte era desgarbado, pero cuando se ponía frente al toro, se estiraba, se enardecía y aquella figura deforme aparecía como la de un gigante frente a la fiera desafiándola: ¡Qué gallarda! ¡Qué saber el de Juan cuando empinándose e irguiéndose para dar uno de sus personales pases naturales! Silverio es desgarbado, y cuando deja de serlo, no tiene garbo ni flexibilidad, sino una actitud forzada y violenta.

Creo, pues, que “Sagitario” ha confundido la CLASE con la personalidad. Silverio tiene, y en gran cantidad, personalidad. “Armillita”, clase y dominio, pero nada más. Por eso cuando la clase y la personalidad se juntan, se dan los fenómenos taurinos como Belmonte, Gaona, Garza.

He echado ya mi cuarto a espadas y creo que es hora de dejar descansar a los sufridos lectores de LA LIDIA, aunque todavía le falten por analizar a este comentarista numerosas facetas, de las muchas y complejas que tiene el arte taurino.

No quiero acabar sin declarar que lo que he dicho no está inspirado por la pasión. No conozco a ninguno de los diestros a que me he referido y lo que he dejado expuesto, es producto de mi criterio taurino. Si ha sido necesario citar nombres es porque se trataba de una corrida determinada y de una cuestión circunscrita, pero este criterio expresado por mi no es ni “antisilverista” ni “armillista”, sino la defensa de un estilo de torear frente a otro. Siempre ha habido otras discusiones teóricas sobres las diferentes formas de concebir y practicar el toreo. No combatimos ni elogiamos a las personas, sino los estilos y formas. He censurado un toreo cuyo representante más relevante es Silverio y si he dicho cosas que puedan parecer fuera de lugar o molestar a alguien, lo he hecho para dar las razones y los motivos que me llevan a sostener mi opinión, porque lo que no hubiera sido lícito es que yo hubiese dicho simplemente: “El toreo de Silverio es inferior al de Armillita”. Entonces se me habría exigido, y con razón que explicase por qué pienso así, y es lo que he hecho.

Doy gracias a LA LIDIA, por la oportunidad que da a los aficionados para expresar sus opiniones, al tiempo que me congratulo de que este periódico, tan magníficamente orientado, haya adoptado esta línea de conducta, pues siempre en beneficioso que los aficionados demos a conocer nuestro pensamiento y que se publiquen críticas taurinas que son siempre mucho más interesantes que las meras reseñas y que contribuyen en grado sumo a orientar a la afición.

Como se puede apreciar del extenso análisis que Felipe Fernández Valdemoro hace de las colaboraciones de Roque Solares Tacubac y de Sagitario, toma como eje de la tauromaquia – como era verdad sabida en la época – la técnica belmontina; aunque reconoce el saber y el dominio de Armillita, parece no percibir la esencia de su hacer – aunque también en su día se le acusó de ser frío – y entre líneas se confiesa admirador de Lorenzo Garza. Muchas líneas interesantes a seguir para lo que, según confesión incluida en el segundo párrafo del artículo, era una primera participación en un medio impreso.

El trágico final de Felipe Fernández Valdemoro

El número de La Lidia salido el 5 de marzo de 1943, tenía en su sección de noticias esta breve gacetilla:

GRAVE ACCIDENTE A CAÑITAS. El domingo a las 20:15 de la noche, al regresar a la ciudad de México procedente de Puebla y en el sitio denominado La Junta, el matador de toros Carlos Vera “Cañitas” sufrió un grave accidente al chocar el auto en que viajaba en compañía de su padre y su cuadrilla, con otro coche que se dirigía a la Angelópolis. En los momentos de escribir esta nota carecemos de datos concretos sobre la colisión y el estado de los heridos, sabiendo únicamente que el padre del diestro y los banderilleros Aguilar y Olascoaga se hallan seriamente lesionados, habiéndoseles internado para su curación en el sanatorio del doctor Cruz y Célis.

En principio no parece tener relación con lo que trato de exponerles aquí, pero dos semanas después, aparece esta otra:

LAMENTABLE FALLECIMIENTO. El día 13 del actual, dejó de existir, a los veintitrés años de edad, el talentoso y malogrado escritor taurino, don Felipe Fernández Valdemoro, hijo del ilustre jurisconsulto y hombre público español, don Luis Fernández Clérigo, a consecuencia de las heridas que sufrió en el choque automovilístico registrado en la carretera de Puebla a retornar a México en compañía de su amigo, el matador de toros Carlos Vera “Cañitas”, el 28 de febrero. Hacemos presente a sus padres, a su señora esposa y a sus familiares todos, entre ellos a su hermano, el cronista “José Alameda”, de la revista “Estampa”, que es también Jefe de Publicidad de Radio Mil, el testimonio de nuestra más sincera y cordial condolencia.

Lo que la primera nota no recogió, es que junto con Cañitas, su padre y su cuadrilla, venía viajando también el incipiente escritor taurino Felipe Fernández Valdemoro, quien sobrevivió al accidente, pero no pudo superar las lesiones que del mismo le resultaron.

El día de mañana se cumplen 80 años de su fallecimiento y después de leerle, me quedé pensando acerca de qué podría haber sucedido entre dos hermanos de una sólida formación intelectual, dedicados a hurgar en la historia del toreo.

domingo, 5 de marzo de 2023

3 de marzo de 1963: Alfredo Leal corta un rabo en El Toreo de Cuatro Caminos

Ya había apuntado por aquí, para más señas, el pasado 18 de diciembre, al rememorar la confirmación de alternativa de Mondeño, que el ciclo de festejos mayores 1962 – 63 se dio a plaza partida. La primera docena de festejos se celebró en la Plaza México, más que nada, creo, por las cuestiones que regulan el llamado derecho de apartado, que exigen precisamente ese número de tardes para sacarlo a la venta. Después de esa última corrida, verificada el 24 de febrero de 1963, con toros de La Laguna para Humberto Moro, Joselito Huerta y Curro Romero que confirmaba su alternativa, al domingo siguiente, la fiesta se trasladó a Naucalpan, al coso de Cuatro Caminos.

El elenco de toreros anunciado para el serial de siete fechas que se dieron entre el 3 de marzo y el 7 de abril de 1963 en El Toreo se formó con los mexicanos Manuel Capetillo, Juan Silveti, Joselito Huerta, Alfredo Leal, Antonio del Olivar, Luis Procuna, José Ramón Tirado, Víctor Huerta, y Morenito, los hispanos Paco Camino, El Viti, Joaquín Bernadó, Diego Puerta y Curro Romero, y el lusitano José Julio y en el renglón ganadero se presentaron encierros o toros sueltos de Coaxamalucan, Tequisquiapan, Mimiahuápam. Jesús Cabrera, Pastejé, Santo Domingo, Mariano Ramírez, La Laguna, La Punta, Torrecilla, Las Huertas, José Julián Llaguno, Reyes Huerta y Valparaíso.

En una nota aparecida en El Redondel del mismo día de la confirmación del Faraón de Camas, que ya he citado en parte, se adelantaba lo siguiente:

La empresa ofreció dar doce corridas, y la de hoy fue precisamente la duodécima, no prolongándose la temporada por incosteabilidad… Además de los toreros anunciados, se contrató a Luis Procuna, a Juan Silveti, a Jorge Aguilar, a José Ramón Tirado, a Joaquín Bernadó, a Curro Romero, que se presentó hoy… Así pues, con mejores perspectivas para la empresa, se pasa a la plaza El Toreo desde el próximo domingo, abriendo un derecho de apartado para un mínimo de seis corridas, que podrían ser muchas más y para las cuales se cuenta con todos los toreros que han actuado en la México con los cuatro triunfadores a la cabeza: Capetillo, Joselito Huerta, Paco Camino y Diego Puerta, para combinar carteles que satisfagan ampliamente a la afición… Tenemos noticias de que, dentro de ocho días, actuarán Paco Camino y Joselito Huerta, con un tercero, con lo que el lleno está previamente asegurado…

Y con la anticipación reglamentaria, como lo anticipó la nota de prensa del domingo anterior, efectivamente el cartel inaugural se formó con un encierro de don Jesús Cabrera para Alfredo Leal, Joselito Huerta y Paco Camino, quienes consiguieron un importante lleno en la plaza de Cuatro Caminos

La corrida inaugural del Toreo de Cuatro Caminos

La corrida fue accidentada. Los toros de Cabrera no tuvieron ese día el trapío suficiente para agradar a la concurrencia y fueron protestados de continuo y para más INRI, el tercero de la tarde, primero del lote de Paco Camino, llamado Tragabuches, se despitorró al estrellarse contra el estribo de la silla del picador en su primer viaje hacia los montados y fue devuelto y sustituido por otro de la misma ganadería, el que según la crónica de Ojo, con más edad al parecer, y bien puesto de cuerna... Ya había molestia por la poca presencia de los primeros dos toros, sin importar el tesón que puso Joselito Huerta para tratar de agradar a la parroquia.

La corrida siguió por el despeñadero. Quizás el momento crítico fue durante la lidia del cuarto, donde el ya citado don Alfonso de Icaza señala que el Juez de Plaza aguantó la bronca y mantuvo en el ruedo a otro toro carente de trapío y que El Príncipe del Toreo se empeñó en torearlo, por lo que a la mitad del trasteo la concurrencia, en son de chunga, comenzó a sacar pañuelos pidiéndole las orejas. 

Joselito Huerta tuvo momentos de lucimiento ante el quinto Curro Puya, luciendo con la capa y logrando sujetar a un toro que tendía a buscar el abrigo de los machihembrados tableros de Cuatro Caminos. En la labor de recoger y sujetar se le fue caminando el tiempo y la concurrencia de los tendidos empezó a impacientarse y las opiniones a dividirse. 

Paco Camino, tras de que el primero de su lote tuvo que ser sustituido, no las tuvo todas consigo. Pero le esperaban tardes mejores en los días siguientes y en ese mismo ruedo.

El séptimo de la tarde

Alfredo Leal anunció el regalo de un toro, sin que la crónica de Ojo precise el momento. El obsequio se llamó Carpintero, procedía de Pastejé y era de pelo negro. La actuación del Príncipe ante este toro fue descrita así por el invocado cronista de El Redondel:

Leal lo recoge con la capa y entre las verónicas que le propina tres que le resultan de recibo y le valen palmas… Una vara recargando, que dura eternidades y cambio de tercio a petición del donante… Cumplen los banderilleros y la plaza entera aplaude a Joselito Huerta, que anuncia a su vez que va a regalar un toro… Brinda Alfredo e inicia su faena con dos magníficos pases en el estribo. La continúa con otro de rodillas, también valentísimo y la sigue con dos magníficos derechazos, rematando con un soberbio pase de pecho. Ovación general… Alfredo se crece, se agiganta y liga muletazos superiores de toda superioridad, entre ovaciones y dianas continuas. Sus naturales, ligados a la perfección, tienen precioso remate con un pase de pecho que ni dibujado… Más naturales y otro de pecho monumental, para seguir con un adorno muy torero y varios derechazos estatuarios. Da un afarolado, sigue con uno de pecho y da unas manoletinas ceñidísimas que caldean aún más el ambiente. Entra a herir en derechura; se vuelca sobre el morrillo de la res y deja una estocada hasta el puño que sospechamos de defectuosa dirección a juzgar por la premura con que sus peones extraen el arma. El toro queda de todas maneras anonadado, pero no dobla, estallando la plaza de entusiasmo cuando se entrega, para que lo pare el puntillero; se amorcilla la res que por fin se entrega al punto de que miles de pañuelos flamean en los tendidos, pidiendo para Alfredo Leal los máximos honores, Le concede la autoridad las dos orejas y el rabo, pero el público protesta éste. Leal lo tira y da la vuelta al ruedo mostrando orgulloso los dos apéndices auriculares del bravo astado de Pastejé, a quien se conceden los honores del arrastre lento…

Como lo deja bien patente don Alfonso de Icaza, la concurrencia hizo a Leal tirar el rabo por considerar que la autoridad se excedió en la concesión del trofeo, pero para la estadística, fue el número 27 de los 36 allí concedidos. Joselito Huerta regalaría esa misma tarde otro toro de Pastejé, pero no tendría suerte con él.

Lo demás que traería esa temporada

Aunque se disputaría una Oreja de Oro que quedaría desierta, en el ciclo se tendrían tardes de gran calado con faenas como las de Diego Puerta a Limoncito y a Soñador de Valparaíso,  la de Santiago Martín El Viti a Marismeño de Tequisquiapan, o las Paco Camino a Catrín de Pastejé, toro de regalo la noche de la mencionada Oreja de Oro y días después las realizadas a los ya históricos berrendos de Santo Domingo.

También habría tardes aciagas, como la de Luis Procuna con Ojitos de Mimiahuápam, que se le fue vivo sin siquiera haber intentado tirarse a matar, o la de Curro Romero el siguiente domingo cuando armó la marimorena en sus dos toros e incluso fue multado por doblarse y encajar el estoque en los ijares del toro al rematar la suerte en su segundo. 

Esa fue la inauguración de una temporada de hace seis décadas, la que seguramente tendrá material para seguir contando aquí en las siguientes semanas.