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lunes, 6 de junio de 2022

Hace 90 años. El encuentro de Armillita y Centello de Aleas en Madrid (II/II)

Armillita visto por Roberto Domingo
La Libertad, Madrid, 7 de junio de 1932

No se puede quedar bien con todos…

Aunque antes de seguir adelante con el tema, considero importante hacer algún apuntamiento acerca de lo que eran algunos de los personajes de la prensa taurina mexicana en aquellos días.

Inicialmente conocía únicamente la crónica de Federico Morena – transcrita en el Cossío – y esta coincide en lo sustancial con la tradición oral acerca del gran triunfo del Maestro de Saltillo, posteriormente conocí las de F. Asturias en Ahora y el semanario Estampa, la de Chavito en La Nación o la de Rafael en La Libertad, pero al encontrarme con la de Federico M. Alcázar, en El Imparcial, me volví a enfrentar con el hecho de que ayer como hoy, los escritores tienen sus filias y sus fobias y también sus intereses, a veces muy bien definidos en estas cuestiones de los toros. 

La crónica de Alcázar está escrita en forma epistolar y va dirigida a Carlos Quirós Monosabio, en esa fecha ya cronista taurino del diario La Afición, mismo que fundara junto con Alejandro Aguilar Fray Nano en el año de 1930, a su salida de Toros y Deportes – sucedáneo de El Universal Taurino –, la que según Enrique Guarner, se debió a una denuncia que hizo Antonio Márquez a don Miguel Lanz – Duret, en esos días Director General de El Universal, acerca de las desmedidas pretensiones económicas de Quirós para moderar sus posiciones en las crónicas que escribía. La versión de Guarner sobre este asunto es la siguiente:

…En 1924 – 1925 el madrileño Antonio Márquez viene a México para torear la última temporada de Rodolfo Gaona y no obstante haber toreado 8 corridas cobrando 8 mil pesos por cada una, tiene que pedir prestado para regresar a España. Vuelve en 1930 y ya no visita a “Monosabio”, por lo que éste emprende una campaña contra él. La rebelión era peligrosísima, porque podía cundir el mal ejemplo. Márquez busca en una cena al director de El Universal, le pone las cartas boca arriba y el cronista es despedido, pero poco tiempo después “Monosabio” encuentra una nueva tribuna en “La Afición”, desde donde continúa con sus sobornos… (Crónicas de Carlos León, Editorial Diana, México, 1987, Pág. 16)

Lo que es evidente, es que Monosabio se movía profesionalmente según sus intereses, que además, era el pontifex maximus del gaonismo en México y era un hecho también, que Rodolfo Gaona no toleraba la presencia en los ruedos de Fermín Espinosa Armillita. Le veía con gran recelo. Las palabras de Leonardo Páez acerca de la tarde de la alternativa mexicana del Maestro:

…Hace apenas dos años y medio que el maestro leonés se despidió de los ruedos y satisfecho asiste a la corrida, convencido de que nadie puede llenar el hueco taurino y artístico que ha dejado… Sin embargo, El Indio Grande observa incrédulo cómo aquel chamaco flacucho y espigado da la vuelta al ruedo en el toro de su doctorado, “Maromero”, y algo de contrariedad experimenta cuando Fermín emocionado le brinda la muerte de su segundo, “Coludo”. La gran ovación que recibe Gaona pronto se apaga con los fuertes olés que provocan los sensacionales muletazos de aquel niño maestro, quien además de dominar con desahogo al sandieguino le corta las orejas y el rabo y es llevado en hombros hasta El Universal Taurino…

Carlos Quirós había llevado a Federico M. Alcázar a El Universal Taurino como corresponsal en Madrid a la muerte de Ángel Caamaño El Barquero, lo que me sugiere que compartían maneras de ver la fiesta y de lo que he leído de la obra periodística de Alcázar, también coincidían en el entendimiento de la misma. No puedo afirmar, porque carezco absolutamente de medios o versiones para hacerlo, que también participaran de los mismos métodos para someter a los toreros a sus mandatos, como el caso que Guarner narra respecto del llamado Belmonte Rubio, pero sí distingo muchas coincidencias en su proceder.

El padre de Armillita se acogió a los buenos oficios de Verduguillo para difundir los logros de sus hijos toreros. Por supuesto, eso no le encantó a Monosabio, que, por su labor periodística diversa a la taurina, se había constituido en una especie de oráculo táurico en los círculos del poder. Si sumamos a eso la celosa inquietud que produjo en quien hasta poco tiempo antes era el número uno, es decir Rodolfo Gaona, la resultante será que la opinión de Carlos Quirós será siempre la de buscar el prietito en el arroz, la de resaltar los desaciertos en lugar de proclamar las virtudes y a fe mía, que después de leer la crónica de Alcázar, ese sentimiento es el que le transmitió su amigo.

En esos antecedentes, paso a transcribir íntegra la crónica aparecida en El Imparcial de Madrid, del día 7 de junio de 1932, firmada por el citado Federico M. Alcázar:

La octava corrida de abono

Historia de un recurso

Una gran faena de Armillita

Reaparición de Fuentes Bejarano

Carta Abierta

Para "Monosabio" crítico taurino de Méjico

Amigo Quirós: Perdone si algún retraso lleva ésta completamente involuntario. Me ha sobrado deseo y gusto, pero me ha faltado tiempo.

Recibí la suya en la que me pedía confidencialmente una impresión de la temporada en España. Hasta hoy no he podido hacerlo. Tampoco encontré oportunidad.

Ahora lo hago aprovechando las últimas corridas, que son las más interesantes. Como lo que voy a decirle me interesa que lo conozca el público, se lo mando por conducto de EL IMPARCIAL, que es el periódico a que está usted suscrito.

La temporada, amigo Quirós, va siendo deficiente, tirando a mala. Como casi todas las temporadas. Por los toros, peor que por los toreros. Han salido media docena de reses notables. Pero el término medio ha sido manso, ese tipo de manso con el que no es posible el lucimiento.

Lo más interesante de la temporada ha sido una corrida celebrada recientemente, en la que Bienvenida y Ortega han dado una gran tarde de toros. Ha sido un clásico y brillante mano a mano, con sabor de época y salsa de competencia. Dos toreros jóvenes de opuestos estilos y escuelas. 

Creo que si en la repetición tienen suerte formarán partido. Ambiente ya tienen. También debo hablarle de Barrera, a quien usted conoce sobradamente.

Barrera ha vuelto de Méjico que «jumea», y está saliendo a éxito por corrida. Y como detalles reveladores, no como cosa plena y lograda, debo apuntarle los nombres de La Serna y Solórzano, que nos han servido el mejor toreo de capa de la temporada.

Pero lo más interesante y ruidoso por los comentarios apasionados que está suscitando, es un recurso que está empleando Ortega con los toros quedados y que, a juzgar por los síntomas, van a seguirlo los demás toreros con todos los toros. Pero no es esto lo malo. Lo peor es que el público, a juzgar también por los síntomas, lo va a aplaudir sin reparar si el recurso es adecuado al toro. Esto es lo interesante y lo que da valor al recurso. Pero como hoy la gente ha perdido, no sólo la afición, sino la simple curiosidad y va a los toros como a otro espectáculo cualquiera, cada día sabe menos de estas cosas y juzga las corridas por impresión, aplicando a toros y toreros un criterio simplista. Antes se dejaban orientar por la crítica; pero ahora creen que saben más que críticos y toreros. Y esto es lo grave, porque cada día les sorprende una cosa que ellos creen una novedad y luego resulta que tiene en el toreo un antecedente histórico de treinta años.

El recurso a que me refiero es éste: cuando un toro está muy quedado y no embiste al cite natural se le sesga al pitón contrario, adelantándole las «bambas» de la muleta al hocico y enganchándolo. De esta forma se le hace parar. A esto, como usted sabe, se le llama en términos taurinos «jalar del toro». Recurso para los toros que no vienen, que no se arrancan al cite natural. Este recurso, empleado con los toros prontos, a los que basta pisarles el terreno para que se arranquen, es una pamplina innecesaria y hasta una ventaja porque al toro bravo hay que dejarlo llegar, parar y aguantarle, que este es el valor supremo. Todo el mérito que tiene en los toros quedados de corta arrancada lo pierde con los bravos de arrancada larga y franca. 

Pero este recurso tiene una historia que usted seguramente recordará.

Fuentes fue el primero que empleó este recurso con la mano derecha. Fuentes, que era la quinta esencia de la elegancia, les llegaba a los toros muy cerca con la muleta en la mano derecha. Hacía el cite natural meciéndola un poco. Si el toro no acudía, la retiraba y entonces su figura adquiría aquella pose majestuosa y elegante, mezcla de señor y de gitano. Volvía de nuevo a citar: ¡Ja! Y al no acudir por segunda vez adelantaba un paso y le echaba la muleta al hocico, enganchando al toro y haciéndole pasar hasta donde le daba de sí brazo y muleta, mientras la figura permanecía quieta y erguida. Eso lo hacía con los toros quedados. A los que, colocado en su terreno, embestían pronto no había necesidad.

Pasó el tiempo, y un día Gallardo, el apoderado de Vicente Pastor, hablando de Fuentes, le dijo a Vicente:

— «Oiga usted, Vicente, ¿por qué usted, que tiene tanta facilidad para torear con la mano izquierda, no prueba a hacer lo que hace Fuentes a los toros quedados con la derecha?»

— «No sé si resultará —respondió Pastor—, Lo probaré, porque es un recurso lucido y eficaz».

Y lo probó. Ya recordará usted cómo tomaba los toros Pastor. Les salía andando lejos — así decían que lo hacía Frascuelo, que, a pesar de su fama, no creo que aventajara como torero a Vicente — para irlos fijando. Se paraba dos o tres veces y cuando les llegaba desplegaba la muleta. Si el toro acudía al cite natural, consumaba el pase; pero si no embestía, le andaba un paso más y le adelantaba la muleta al hocico, enganchándolo y haciéndolo pasar. El pase lo remataba siempre por alto.

Después, lo hizo Belmonte. Yo recuerdo habérselo visto hacer a varis toros, entre ellos a uno de Albaserrada. Y últimamente el malogrado Gitanillo de Triana se lo hizo con el capote varias veces a un toro de Murube, en Sevilla. Apelo al testimonio de don Clemente del Oro, que lo presenció conmigo. De este recurso, como de otras muchas cosas del toreo, hablamos diariamente una peña de aficionados, Y uno de ellos, que es tocayo mío, estando con Ortega en Salamanca, después de verle torear magistralmente una vaca, cuando el animal había quedado agotado y no podía con el rabo, le dijo: «Déjala que se refresque y échale la muleta al hocico, verás cómo todavía la puedes torear». Y la toreó como Ortega torea. Y a partir de ese momento no tropieza con toro quedado que no le eche las bambas, el enganche y provoque el entusiasmo.

Lo que hace Ortega con los toros quedados, lo que debe hacerse cuando se tiene valor para ello, quieren hacerlo los demás toreros a los toros que no lo necesitan y este es el error. Error que no debe compartir el público. Lo malo de estos recursos es que andando el tiempo la fuerza de la costumbre los convierta en usos, y esto es deplorable. Es deplorable porque del uso al abuso no hay más que un paso, recurso para la suerte de recibir fue el volapié. Luego surgió otro recurso: el paso atrás. Después otro: perfilarse fuera del pitón, que engendró el cuarteo. Y así, de concesión en concesión, hasta el paso de banderillas, total que la suerte de recibir se perdió y el volapié también, pues ahora es cuando verdaderamente vuelan los pies. Ya veremos si los de ese mozo de Chiclana que se llama Gallardo se están quietos. Hay que tener mucho cuidado no se repita el caso lamentable que acabo de apuntar. Que por abusar de un recurso se pierda una de las tres cosas matrices y puras del toreo: el pase natural. Por eso doy la voz de alarma en América por conducto del crítico más autorizado.

El domingo empleó este recurso Armillita innecesariamente, pues era un toro bravísimo de los llamados de bandera para los toreros, que cuando le pisaban un poco el terreno se arrancaba veloz. Y, naturalmente, el público se entusiasmó más por este detalle que por los pases naturales en sí. La gente no reparó que el toro no necesitaba de este recurso para torearle reposadamente al natural. Y esto no es por restarle mérito a los cuatro pases naturales, que fueron colosales. Los muletazos con la mano derecha me gustaron menos. Pases sueltos, por alto y en redondo de los llamados estatuarios, pero perdiendo la muleta tres veces. Una faena monumental, que desbordó el entusiasmo, pero un poco sosota, desangelá, de ave fría; un guiso suculento, pero sin sal. Ya conoce usted a Armillita. Pinchó cuatro veces y le dieron la oreja. En el sexto, que se lidió bajo un aguacero no hizo nada. Le mató de un sablazo. Banderilleó en toro de la oreja con facilidad y finura.

En esta corrida reapareció Fuentes Bejarano, No había figurado en el primer abono y volvió en el segundo. También conoce usted a Bejarano, Torero valiente y dominador. Pertenece a ese grupo de toreros machos que ostentan una divisa, la divisa que fue siempre la más limpia ejecutoria del toreo: la hombría. Le tocaron dos buenos mozos. El primero se declaró manso. Después de lancearlo por verónicas ceñidísimas que se jalearon, le trasteó cerca y valeroso, para un pinchazo y una soberbia estocada en las tablas, jugándose la cornada. Gesto pundonoroso y bravo, que le valió una ovación con vuelta al ruedo. También se ajustó con el capote en el quinto, que era un hermoso ejemplar con dos pitones que daban miedo. La faena fue breve y emocionante. Seis pases altos y de pecho valerosísimos, seguidos de un macheteo entre los pitones para una estocada desprendida. Otra ovación con vuelta al ruedo v petición de oreja.

Fortuna, borroso y gris toda la tarde. Unos lances al primero, algunos muletazos por bajo y una estocada en el cuarto hábilmente colocada. Poca cosa. Y nada más. Como nota final le diré que los toros fueron de la viuda de Pepe Aleas. Una corrida admirablemente presentada, en la que se lidió un toro bravísimo, ideal para el torero: el de Armillita. Un toro un poco blando para los caballos, pero para el torero excepcional. Los restantes cumplieron, haciendo una pelea desigual.

Un abrazo.

Federico M. Alcázar

Como podrán ver, don Federico se empeña en demeritar lo que resultó ser una faena histórica, haciendo un alarde de erudición, tratando de establecer – y creo que muy claro lo deja – que lo que Armillita hizo esa tarde, ninguna novedad era y que, de haber dado otra lidia al toro, quizás, estaría comentando una obra más grande que la vista. Total, que no quedó contento Alcázar ese día, aunque después, en 1936, sería uno de los más acérrimos defensores del Maestro Fermín y los demás toreros mexicanos echados a la mala, de España.

Sin embargo, me parece que así como con clarividencia unos años antes, vio el toreo que estaba por venir, cuando describió la faena de Chicuelo a Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero en ese mismo ruedo y en las mismas páginas de El Imparcial, ahora, sus filias y sus fobias no le permitieron ver quizás, un golpe de timón que un torero mexicano daba a la forma de hacer el toreo. 

Tirar del toro...

Lo que reflejan la mayoría de las crónicas implica que torear ya no es esperar la arrancada del toro, sino provocarla y obligarla a ir en una determinada dirección. Es decir, era la pieza del puzzle que faltaba, para completar lo que Chicuelo, torero nacido en Triana en la calle Betis, pero criado en Sevilla en la Alameda de Hércules había iniciado un lustro antes. Es decir, Armillita dejó para la posteridad el hecho de que para ligar, según se tercie, a veces hay que tirar del toro.

Y si no, léase nuevamente la crónica de Federico Morena, en la que describe con claridad la manera en la que hoy se torea de muleta:

…Echó el artista la muleta atrás y adelantó el cuerpo arrogantemente. Pisaba el terreno de los valientes. Entonces la muleta avanzó despaciosa, sin dudas ni vacilaciones, hasta dar suavemente con los vuelillos en el hocico de la res. Y vino la arrancada: una arrancada templadísima. El espada tiró del toro, y se lo llevó al costado, y dobló la cintura sobre el pitón, y obligóle a trazar con el espinazo una curva considerable…

Ese punto lo reitera también Chavito en La Nación, cuando dice:

...Sin la teatralidad de Ortega, adelantó la muleta, y, “quietos los pies”, moviendo uno solamente para cargar la suerte CUANDO EL TORO METÍA LA CABEZA EN EL ENGAÑO, dio cinco naturales enormes, que enardecieron al público... Espinosa corrió la mano con calma, pausadamente, con mucho temple, e inició y remató los pases, sin mover, como ya he dicho, los pies... Imitó a Ortega en lo de adelantar la mano; pero no le hizo caso en lo de citar con la pierna, para retirarla luego y moverse cuando el toro llega a jurisdicción... He subrayado la palabra imitó, porque ahora resulta que Domingo Ortega ha sido el único torero que se ha atrevido a hacer esto, y así lo aseguran los que han visto torear a Juan Belmonte, que lo hacía a diario, sin que nadie le diese importancia...

El círculo se había cerrado, lo que inició Joselito con el toro de Martínez aquél de la encerrona madrileña, lo prosiguió Chicuelo con Dentista y Lapicero aquí en México y lo culminó con Corchaíto en Madrid y lo remató debidamente Fermín el Sabio – tirando del toro – con Centello, ese es, desde mi punto de vista, el real fondo de la faena y el real fondo de la ceguera de taller de Alcázar, que influido por su amigo Monosabio, no supo, no quiso o no pudo ver lo que ante sus ojos se estaba culminando. Grandes son los males que las visiones interesadas pueden causar a la memoria histórica de las cosas.

Aviso parroquial primero: De nueva cuenta, los resaltados en las crónicas transcritas son obra de este amanuense, pues no constan así en sus respectivos originales.

Aviso parroquial segundo: Igual que ayer, hace trece años publiqué una primera versión de estas notas, localizable aquí.


domingo, 5 de junio de 2022

Hace 90 años. El encuentro de Armillita y Centello de Aleas en Madrid (I/II)

La actuación de Armillita vista por Antonio Casero
ABC, Madrid, 7 de junio de 1932

Una histórica faena

La página 3 del diario madrileño La Época, en su edición del sábado 4 de junio de 1932, contenía el siguiente anuncio:

DIVERSIONES PÚBLICAS: Plaza de Toros de Madrid. – Mañana domingo, se celebrará la octava corrida de abono, lidiando toros de Aleas las cuadrillas de los aplaudidos diestros «Fortuna», Fuentes Bejarano y «Armillita Chico». La corrida empezará a las cinco.

Ese anuncio me permite traer a la mesa de los recuerdos – y quizás de las discusiones – una faena que se considera como una de las más importantes que se han realizado en las plazas de Madrid. Era la octava corrida del abono y se anunció una corrida de doña Dolores Hernán Viuda de García – Aleas para Diego Mazquiarán Fortuna, Luis Fuentes Bejarano y Fermín Espinosa Armillita, en tarde que comenzó entoldada y que terminó con un fuerte aguacero.

Armillita tuvo padre y hermanos mayores toreros. Se le califica de superdotado, intuitivo y como torero largo, por el extenso repertorio de suertes y recursos que desplegaba en la lidia, amén del conocimiento que rápido adquiría de las condiciones de los toros en el ruedo. Era un eficaz estoqueador y cuenta en su haber el honor de que nunca se le fue vivo un toro en su carrera. Se le parangonó con Gallito por su precocidad torera y su excepcional sabiduría. Al final, se le reconocería para los restos, como El Maestro de Maestros”.

El jovencísimo Armillita – tenía apenas veintiún años – se encontraba en la línea de ascenso en su carrera ya en el cuarto o quinto año de alternativa, según se contara el tiempo a partir de la que Antonio Posada le diera en El Toreo de la Ciudad de México o de la que su hermano Juan le otorgara en Barcelona. La realidad era, independientemente del aspecto cronológico, que en Fermín se gestaba un torero que sería un modelo para su tiempo y para el que estaba por venir y que, en las tres temporadas siguientes, sería la cabeza de su escalafón en España y en México. 

Ese 5 de junio de hace 90 años, la corrida de la Viuda de Aleas salió con complicaciones. De los seis toros, dieron posibilidad de lucimiento el quinto, al que cortó una oreja Fuentes Bejarano y el sexto, Centello, al que Armillita cortó, según la mayoría de las crónicas, una oreja, aunque alguna le adjudica el otorgamiento de dos trofeos auriculares. El eje de esta faena fue el toreo al natural. Tan lo fue, que la mencionada crónica de Federico Morena en el Heraldo de Madrid, se titula El ilustre naturalista azteca y en su médula expresa lo siguiente:

Ya teníamos a Fermín armado de muleta y estoque. Un pase de tanteo con la derecha. «Centello» tomó el engaño rectamente. Y la muleta pasó airosamente a la mano zurda. No era el noble bruto pronto a la arrancada. Y el torero supo aprovechar esta circunstancia para imprimir a la faena más relieve, mayor brillantez. Echó el artista la muleta atrás y adelantó el cuerpo arrogantemente. Pisaba el terreno de los valientes. Entonces la muleta avanzó despaciosa, sin dudas ni vacilaciones, hasta dar suavemente con los vuelillos en el hocico de la res. Y vino la arrancada: una arrancada templadísima. El espada tiró del toro, y se lo llevó al costado, y dobló la cintura sobre el pitón, y obligóle a trazar con el espinazo una curva considerable… ¿Es así como se torea al natural? La plaza crujió en un alarido de asombro. Y otra vez la muleta avanzaba, y prendía al bicho, y tiraba de él, dominadora, triunfante. ¡Y así hasta cinco veces! Cinco naturales perfectos. ¡Lástima grande que cortara la faena! Toro y torero seguían guardando el mismo ritmo, y la faena por naturales pudo haberse prolongado indefinidamente. «Centello» era toro de quince o veinte naturales… Pero la muleta pasó a la otra mano. Conste que no censuro. Lamento únicamente. El artista quiso, sin duda, dar variedad a la faena. Propósito muy laudable. Sin embargo, desmereció un poco esta segunda parte… Hubo, empero, excelentes pases por alto y en redondo, sin perder el espada un solo instante la más perfecta naturalidad en la ejecución… Aún volvió unos instantes la muleta a la izquierda para esculpir – buril prodigioso – varios naturales, tan acabados, tan meritísimos como los de la primera serie… La faena se había prolongado un poco más de lo conveniente, y cuando se acordó Fermín de que tenía que matar encontrándose con la desagradable sorpresa de que el bicho, agotado, echaba la cara al suelo. Y pinchó cuatro veces, bien que todas ellas mirando al morrillo y con deseos evidentes de matar bien… La faena, o, si lo prefieren los exigentes, la parte de ella destinada al toreo por naturales, produjo tan excelentísima impresión en el público, desató de tal modo sus entusiasmos, que apenas dobló el toro no hubo pañuelo que no saliese agitadamente del bolsillo para pedir el supremo galardón para el supremo artista. Y el presidente se apresuró a concederlo. Participaba, sin duda, de los mismos entusiasmos…

El cronista del diario madrileño La Correspondencia salido el 7 de junio, firmando como Juanito Puyazo, cuenta lo que sigue:

… ¡Ahí está el profesor! Unos naturales, ocho seguidos, que ponen a la gente en pie y se jalean con entusiasmo, porque ha toreado como lo hizo Ortega a la tarde de su triunfo la corrida anterior. Llegando con el cuerpo, la muleta atrás para irla adelantando majestuosamente hasta los hocicos del toro, tirando luego de él de una forma prodigiosa, haciéndole luego girar con temple y suavidad extraordinaria. Cada pase es un grito de emoción, que termina en un gran silencio para volver de nuevo a enloquecer en cada pase. Y esa faena prodigiosa la repite Fermín por tres veces, dando media docena de pases en cada serie, mejorados si cabe, ceñidos, que siguen armando el alboroto; los oles salen del pecho de todos los aficionados. Las ovaciones son estruendosas. Y el de Méjico no se conforma y sigue haciendo faena, ahora en unos pases en redondo magníficos, otros afarolados, un ayudado artístico, cambiando la muleta de mano, otros de rodillas… Lector: las manos se rompen de tanto aplaudir, y las gargantas se apagan de tanto jalear. ¡Ha sido una faena maravillosa, de maestro, muy difícil de mejorar, porque todos los pases han sido perfectos, sin enmendar ninguno de ellos, y valientes y artísticos! Por tanto, torearlo, el todo queda incierto para matar, y Fermín tiene que entrar cuatro veces con el estoque, pero la gente está pidiendo las orejas antes de acabar con él, y cuando rueda, se le concede la oreja, siguiendo los pañuelos pidiendo la otra, que el presidente concede también… Al Armillita Chico se le pasea en hombros por el ruedo entre grandes aclamaciones, y se le saca así a la calle vitoreándole, por haber ofrecido al público de Madrid la más grande faena de muleta que ha efectuado el Joselito Mejicano, difícil de superar por las grandes figuras en los tiempos actuales…

Por su parte, en Rafael Hernández y Ramírez de Alda, firmando como Rafael, consigna esto en La Libertad del 7 de junio:

...la clamorosa ovación que alcanzó Armillita; la oreja del toro, a pesar de entrarle a matar cuatro veces; la salida en hombros y los unánimes elogios de los aficionados, no fueron por al total de la faena, con ser, repito, muy buena, sino que fueron única y exclusivamente por la manera, por la maravillosa manera con que toreó al natural. Yo no he visto nada mejor y ni siquiera nada que lo iguale... Fueron primero cuatro pases naturales, adelantando la muleta hasta provocar la embestida del toro y llevándole toreado con un temple, un arte y una elegancia exquisitos, hacerle girar en torno de la figura, sin mover los pies, mandando con la muleta y ejecutando, en suma, el pase natural de manera tal que no se concibe nada más perfecto. Y después de esos cuatro naturales, aun lo repitió en dos pases más de la misma inimitable factura... Ante aquello, ¿qué importancia tenía lo demás? El público pidió la oreja estando todavía el toro vivo. No importaba ni los tres pinchazos y la media estocada que empleó para matar el toro, ni que el bruto tardara en doblar, ni que se levantara por fallar el puntillero y volviera otra vez a recorrer el ruedo barbeando las tablas, ni el frio, ni el agua; no importaba más que aquella manera de torear al natural, que habla que premiar de manera que quedara patente el entusiasmo y la admiración de los espectadores, y en cuanto el toro dobló definitivamente se le concedió la oreja al diestro, y el público se echó al ruedo, y sin darle tiempo a dejar la muleta con la que acababa de escribir la página más brillante de su vida taurina, le tomó a hombros y se lo llevó en triunfo, dando la vuelta al ruedo entre una delirante ovación...

Cierro esta parte de los recuerdos con la apreciación de F. Asturias, que en el diario Ahora también del 7 de junio, relata:

…Armillita toreó ayer de un modo maravillosamente perfecto. Suave, acompasado, rítmico, tranquilo, con la conciencia de lo que hacía y con una cantidad de torero atroz. Todos sabíamos que era un buen artista; pero nunca creímos que fuera un caso excepcional. Toreó al natural y de pecho, con pases de la firma, con rodillazos, molinetes y afarolados. Tras la primera serie de naturales – entre cinco y siete, no estamos seguros – se pasó la muleta a la mano derecha, y con la misma perfección, con la máxima suavidad, ejecutó una serie de pases extraordinarios. Los altos, los de pecho, los de la firma, alcanzaron perfección semejante, una lección de toreo... Pero asombrosa... El público no cesaba de aclamarlo... Pinchó tres veces superiormente y terminó de una, llevándose el acero enredado en una venda que llevaba en la muñeca. Se le concedió la oreja, lo pasearon en hombros y así lo llevaron hasta el coche. Hay que insistir, hay que volver a Ortega. Armillita el domingo, se afilió a su escuela, echó la muleta atrás, la adelantó lentamente hasta el hocico del toro y tiró de él como el maestro de Borox. Un buen profesor para un discípulo admirable...

Como podemos darnos cuenta, la totalidad de los relatos transcritos refieren lo extraordinario del toreo al natural de Armillita, lo establecen como el eje de la faena y como el medio para despertar el entusiasmo de la concurrencia a la Plaza de la Carretera de Aragón.

Centello de la Viuda de Aleas

Habrá que hacer aquí un aparte para poder comprender a cabalidad la hazaña de Armillita. Los toros de Aleas, colmenareños, con antigüedad de 1788 y herrados al centro del costillar con el hierro del “9”, ya tenían cruces con toros de Ibarra y de Santa Coloma, pero su fama se iba apagando. Los cronistas refieren lo siguiente acerca del encierro lidiado ese día y de Centello en particular:

Federico Morena en el Heraldo de Madrid:

Resignadamente esperábamos la salida de un sexto buey, cuando nos sorprendió la presencia de un toro bravo y noble. ¡Un toro bravo y noble en una raza que creíamos totalmente extinguida! ¿A qué ascendiente – Gijón, Muñoz, Cabrera – había salido? ... Era un toro de bella lámina. Chico de armazón, pero excelentemente criado – ¿había pasado por La Muñoza? –, y recortadito de pitones. Hasta el nombre tenía de toro bravo. Se llamaba «Centello» ...

Chavito en La Nación:

De los cinco primeros toros, de Colmenar, fueron mansos los lidiadas en primero, segundo, tercero y cuarto lugar... El quinto, sin ser bravo, demostró voluntad, y le agujerearon la piel cinco veces... El sexto merece párrafo aparte, embistió a los caballos en tres ocasiones, y el presidente cambió el tercio, sin que el bicho hiciese nada feo. Este animal, llamado «Centello», negro de pelo, y marcado con el número 30, fué un toro maravilloso para los de a pie. Siempre se arrancó suave y noble, y a la muleta llegó hecho un portento. Encelado con la franela, seguía sus movimientos con docilidad de perro amaestrado, y en todas sus embestidas puso suavidad, y. en ningún momento supo cornear... Cuando las mulillas se lo llevaban al desolladero, la ovación a Armillita Chico se confundió con la que el público dedicaba al maravilloso animal...

Corinto y Oro en La Voz:

...y saltó y vino el sexto, que en sus primeras arrancadas dobló admirablemente y en el resto de su lidia desarrolló tanta bravura, tanta nobleza y tan depurado estilo de ibarreña casta, que él solo se bastó para cubrir de gloria la divisa de la vacada y desquitar al hierro de los sinsabores que lo produjeron algunos de los ya arrastrados, especialmente el que fué pasto de la pirotecnia...

Juan Reondo, en Luz:

De los seis toros de D. José García cuatro fueron mansos con inquebrantable resolución. Tiraron la cara al suelo desde el primer capotazo, se aplomaron y se defendieron. Cumplieron con acoso y se fueron sueltos; eso los que cumplieron, porque al segundo (el de mejor lámina, por cierto), enemigo de cumplidos, hubo que foguearlo... Tuvieron nervio y poder y estuvieron bien de presencia. El sexto tomó bien la muleta, y el primero la hubiera tomado si se la hubieran ofrecido...

Como podemos ver, Centello salvó in – extremis una mala tarde para sus criadores y también nos refleja el hecho de que Armillita estaba en horas bajas, anunciado en un cartel veraniego y con un encierro de pocas garantías. Sin embargo, los toros en ocasiones sacan el fondo de casta y bravura que genéticamente tienen y permiten la realización de faenas trascendentales, como esta que hoy intento recordar.

El cierre de un círculo

El Maestro Armillita, me consta, porque se lo escuché en persona, recordaba esta faena, junto con la del toro Clavelito de Justo Puente en Barcelona y otra al toro Mocito, un ensabanado de Juan Pedro Domecq en Bilbao, como una de las más acabadas de las que realizó en su carrera, aunque lo contaba siempre con un dejo de desilusión, porque decía que aunque se le reconocía haber hecho algo que no tenía antecedente, a su apoderado Domingo González Dominguín, solo le fue posible ajustarle 22 contratos esa temporada, aunque también con justificado orgullo señalaba que entre 1933 y 1935, fue él matador de toros que más toreó en España y en México, un caso que difícilmente podrá ser igualado.

La unanimidad de las crónicas transcritas se concentra en el hecho de que Armillita adelantó la muleta, y, “quietos los pies”, moviendo uno solamente para cargar la suerte cuando el toro metía la cabeza en el engaño…, lo que significa, en las palabras de Federico Morena y de F. Asturias arriba citadas, que “tiraba del toro”… Esa forma de ejecutar las suertes para ligarlas en series por lo visto no era frecuente en esos días por los ruedos, pero la inteligencia del Maestro le dejó claro que, para entretejer series de muletazos, requería de fijar la atención del toro y ya cuando éste arrancaba, tener la facilidad de templar sus embestidas.

Esa forma de hacer el toreo entusiasmó a la crítica y a la afición que fue a los toros en la plaza de la Carretera de Aragón ese lluvioso domingo, pero veremos el día de mañana, porque estas notas se empiezan a extender de más, que pese a la rotundidad que dejó patente, no satisfizo a todos.

Aviso parroquial primero: Los resaltados en las crónicas transcritas son obra de este amanuense, pues no constan así en sus respectivos originales.

Aviso parroquial segundo: Hace trece años publiqué una primera versión de estas notas, consultable aquí


domingo, 1 de febrero de 2015

1º de febrero de 1925: Chicuelo y Lapicero de San Mateo en El Toreo

Chicuelo a hombros febrero 1 de 1925
(Foto: El Universal Taurino)
Uno de los axiomas del toreo moderno es que el toreo ligado se presentó en sociedad el 3 de julio de 1914, cuando Gallito lidió en solitario siete toros de los sucesores de don Vicente Martínez en la plaza de Madrid. No me corresponde entrar aquí a la discusión del toro determinante o el toro determinado que planteara en su día José Alameda para intentar explicar la aparición de esa manera de torear.

Es el mismo Alameda quien afirma que la evolución del toreo ligado alcanza su culmen el 24 de mayo de 1928, cuando Manuel Jiménez Chicuelo se encuentra en la misma plaza de Madrid, con el toro Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero. Una faena que, dice don José, se convertiría en el modelo a seguir a partir de esa fecha y cuya trascendencia fue vista por escritores como Federico M. Alcázar y Manuel Soto Lluch, pero negada prima facie por otros como Gregorio Corrochano.

Es el mismo Alameda el que advierte que antes, en México, el mismo Chicuelo había realizado el toreo como con Corchaíto a dos toros de don Antonio Llaguno. Fue el 1º de febrero de 1925 al toro Lapicero y el 25 de octubre de ese mismo año a Dentista. Solamente quedaba pendiente la aportación de Armillita, materializada el 5 de junio de 1932, en Madrid con el toro Centello de Aleas, consistente en echar la muleta adelante, citar allí al toro y traerlo así toreado – tirando de él – para terminar el giro copernicano que supuso la aparición en los ruedos de Gallito y Belmonte.

Así pues, este día se cumplen noventa años de la triunfal actuación de Chicuelo ante Lapicero de San Mateo, recuerdo esa importante hazaña.

La primera versión en el tiempo es la que Rafael Solana Verduguillo publicó en el semanario El Universal Taurino al día siguiente del festejo y en lo que importa, dice:
En la mano zurda lleva Chicuelo la muleta. Provoca el espada desde buen terreno, la fiera se arranca, y se produce el primer pase natural, estupendo. Y sigue otro, colosalísimo, sin enmendarse, y otro más, y así hasta cinco, girando el toro en derredor del espada, sin despegar el hocico de la mágica franela. Y luego el forzado de pecho, como remata a esta primera parte de la clásica faena… ¿Para qué decir que toda la concurrencia está de pie y aclamando hasta el delirio al matador?... Chicuelo deja que el toro se reponga, y vuelve luego a la carga, e instrumenta tres naturales más y otro de pecho, tranquilo, seriecito, torero. Y así sigue trasteando con la zurda exclusivamente, con la que torean los maestros. Otros tres naturales y otro de pecho. Imponente está el chiquillo… Ahora el sevillano va a torear con la derecha: pasamos de clasicismo a la pinturería. El pase inicial de esta tercera parte del trasteo es un “afarolado”; Manolo se ha pasado la muleta por la cabeza, recordándonos a Gallito; y luego, un ayudado por alto, con los pies clavados en la arena, estatuario. Y uno de pecho y el de la firma, perfectamente rematado… Estamos todos locos. Ya el público no sabe si aplaudir, gritar o qué. Manolo se dispone a poner término a la escena, pero el concurso no le deja. ¡Sigue toreando, por tu madre!, gritan todos. Y el sevillano nos da gusto y vuelve a recrearse empleando ahora los ayudados por bajo, pasándose todo el toro por delante. ¡Cuatro faenas en una!... Ha sido tan largo el muleteo, que el toro ha acabado echando la jeta por el suelo. Manolo se tira la escopeta a la cara, pero el “Lapicero”, humillado, no le deja entrar a herir. Al fin, Manolo se decide a ir por las famosas uvas, estando el toro desigualado y humillado y deja media estocada tendenciosa, descabellando después. ¡Ha sido la mejor faena de la temporada!... Estalla la ovación clamorosa. Aplaudimos al mismo tiempo al artista grandioso y al bravo animal, y mientras Chicuelo da por un lado la vuelta al ruedo, por el otro pasean las mulillas al cadáver del bravísimo “Lapicero” en medio de la ovación que tributamos al ganadero don Antonio Llaguno a quien el público llama insistentemente, sin lograr hacerlo salir… Gran número de pañuelos blancos ondean en las alturas en demanda de la oreja; pero don Isaac Pérez no concede el galardón, quizás por lo defectuoso de la estocada. ¿Pero señor, no ha visto usted en qué forma ha tenido que entrar a matar el sevillano? ¿No vio usted que el toro no se dejaba meter mano, y que si Chicuelo se hubiera propuesto MATAR BIEN, se habría alargado el asunto? Vaya, hombre…
Me llama la atención el hecho de que el torero haya dado la vuelta al ruedo al tiempo en que arrastraban al toro y que no haya esperado a que el arrastre terminara para salir después a agradecer la ovación. Después, me impresiona la entereza de don Antonio Llaguno, que pese a la insistente petición de la concurrencia, se negó a salir a agradecer la ovación que se le tributaba.

Una segunda versión es la de Benjamín Vargas Sánchez Juan Gallardo, corresponsal del semanario madrileño The Times que apareció el 8 de marzo de 1925. De ella, extraigo lo que sigue:
¡Hay que decirlo! Sí, señores; para mí, para mi gusto, para mi criterio, bueno o malo, como se quiera, la faena más grande de la temporada, la más clásica, la más bella, la mejor, ha sido la que anteayer realizó el prodigioso torero sevillano con su primer toro. ¡Eso es canela!... «Lapicero» se llamaba el toro de Chicuelo. Un buen toro; un enemigo a la medida del torero: bravo, con poder en las patas y manejable. ¡Y qué cosas hizo el chaval con este «Lapicero»! Antes que reseñar tan gran faena hay que descubrirse. ¡Abajo los sombreros!... Se inició el chiquillo con cinco estupendos pases naturales. Cinco modelos de izquierdismo clásico; cinco naturales con más naturalidad en la ejecución que quien los inventó. Y con más quietud que si torease de salón. Qué admirable manera de templar, de despedir y recoger, girando sobre los talones y ligando uno tras otro. ¡Modelo regio para un cuadro! Y luego, como si aún no le pareciese suficiente aquella formidable ovación, a ligar dos naturales con otros tantos de pecho. Pero no muletazos secos, no; nada de eso; lances llenos de bríos, de valor, de entusiasmo, de arte, de sabiduría, sacándose al toro de la mismísima faja y barriendo los lomos en los de pecho. Y luego, para variar, un «afarolado», varios de la firma, algunos ayudados y otras mil precocidades definitivas. ¡Qué faenaza! ¡Qué engarce de maravillas!... Años hace que no vemos algo igual. Yo ignoro si Lagartijo e! Grande, Guerrita o Montes y Curro Cúchares harían algo más de lo que yo he visto ayer a Chicuelo con su primer toro; pero aunque lo hubiesen hecho, nunca lo podría creer… ¿Una faena con más conciencia, con más seguridad, con más ante? ¡Imposible! ¡Imposible! ¡Si parecía que el chiquillo toreaba y ejecutaba como si estuviese tocado por la gracia divina!... Y el final también digno. Arrancó a matar con seguridad, con decisión. Y surgió la estocada: hasta la bola y en lo alto. Luego un descabello certerísimo y... ¡el delirio!... No recordamos cuántas vueltas dio triunfalmente a la pista. Ni mucho menos cuántas dianas se tocaron en Su honor. Pero aquello fue apoteósico. Ya la multitud, ebria de arte y de emociones, pidió la oreja para el señor Manuel Jiménez. Pero el regidor – testarudo o villamelón – no accedió. Eso no importa; el público la pidió, y eso equivale a su otorgamiento. Son los públicos quienes dan esos galardones. ¿Entendido?... También «Lapicero» fue despedido con honores cuando las mulillas lo llevaron al destazadero. Y también para don Antonio Llaguno hubo gritos de entusiasmo… Todo muy bien, todo muy justo…
Lapicero de San Mateo
(Foto: The Times)
Ambas versiones coinciden en lo esencial, pero difieren en la manera en la que Chicuelo puso fin a los días de Lapicero, pues mientras Verduguillo dice que lo mató de una estocada defectuosa seguida de descabello, Juan Gallardo habla de una estocada en lo alto, también seguida de descabello. Me llama también la atención el hecho de que el cronista mexicano se refiera al hecho de ligar los naturales usando la frase tópica de girar sobre los talones, y es que entonces, el concepto de ligazón no se entendía a cabalidad. El que no se haya concedido el apéndice pedido – al parecer de manera unánime – a Chicuelo, me hace pensar que la primera versión invocada es más certera.

El festejo era el beneficio de Chicuelo y actuaba mano a mano con Rodolfo Gaona, quien fue herido por el primero de la tarde Vive Lejos, por lo que el torero de La Alameda se quedó prácticamente con toda la corrida. El parte facultativo de la herida del Petronio fue el siguiente:
Los médicos que suscriben certifican que al finalizar la lidia del primer toro ingresó a esta enfermería el diestro Rodolfo Gaona, presentando las lesiones siguientes: Herida por cuerno de toro, ovalar, de diez centímetros de extensión en la cara externa del muslo izquierdo, tercio superior, con despegamiento de piel y tejido celular. Esta lesión le impide continuar la lidia. México, febrero 1º de 1925. Doctores José Rojo de la Vega y Luis Desentís.
Rodolfo Gaona reaparecería el siguiente domingo en la propia plaza de El Toreo.

Aclaración: Los resaltados en las relaciones de Verduguillo y Juan Gallardo son obra exclusiva de este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

martes, 7 de julio de 2009

5 de junio de 1932, Plaza de Toros de Madrid: Armillita y Centello de Aleas (y II)

Antes de seguir adelante con el tema, considero importante hacer algún apuntamiento acerca de lo que eran algunos de los personajes de la prensa taurina mexicana en aquellos días.

Cuando comencé a recabar los datos necesarios para armar esta entrada, conocía básicamente la de Federico Morena, de El Heraldo de Madrid, que coincidía en lo sustancial con la tradición oral acerca del gran triunfo del Maestro de Saltillo, pero al encontrarme con la de Federico M. Alcázar, en El Imparcial, también diario de la Capital de España, me volví a enfrentar con el hecho de que ayer como hoy, los escritores tienen sus filias y sus fobias y también sus intereses, a veces muy bien definidos en estas cuestiones de los toros.

La crónica de Alcázar está escrita en forma epistolar y va dirigida a Carlos Quirós Monosabio, en esa fecha ya cronista taurino del diario La Afición, mismo que fundara junto con Alejandro Aguilar Fray Nano en el año de 1930, a su salida de Toros y Deportes – sucedáneo de El Universal Taurino –, la que según Enrique Guarner, se debió a una denuncia que hizo Antonio Márquez a Miguel Lanz – Duret, en esos días Director General de El Universal, acerca de las desmedidas pretensiones económicas de Quirós para moderar sus posiciones en las crónicas que escribía. La versión de Guarner sobre este asunto es la siguiente:

“…En 1924 – 1925 el madrileño Antonio Márquez viene a México para torear la última temporada de Rodolfo Gaona y no obstante haber toreado 8 corridas cobrando 8 mil pesos por cada una, tiene que pedir prestado para regresar a España. Vuelve en 1930 y ya no visita a “Monosabio”, por lo que éste emprende una campaña contra él. La rebelión era peligrosísima, porque podía cundir el mal ejemplo. Márquez busca en una cena al director de El Universal, le pone las cartas boca arriba y el cronista es despedido, pero poco tiempo después “Monosabio” encuentra una nueva tribuna en “La Afición”, desde donde continúa con sus sobornos…” (En: Crónicas de Carlos León, Editorial Diana, México, 1987, Pág. 16)



Lo que es evidente, es que Monosabio se movía profesionalmente según sus intereses, que además, era el pontifex maximus del gaonismo en México y era un hecho también, que Rodolfo Gaona no toleraba ni digería los logros en los ruedos de Fermín Espinosa, Armillita. Le veía con gran recelo. Las palabras de Leonardo Páez acerca de la tarde de la alternativa mexicana del Maestro:

…Hace apenas dos años y medio que el maestro leonés se despidió de los ruedos y satisfecho asiste a la corrida, convencido de que nadie puede llenar el hueco taurino y artístico que ha dejado.

Sin embargo, El Indio Grande observa incrédulo cómo aquel chamaco flacucho y espigado da la vuelta al ruedo en el toro de su doctorado, Maromero, y algo de contrariedad experimenta cuando Fermín emocionado le brinda la muerte de su segundo, Coludo. La gran ovación que recibe Gaona pronto se apaga con los fuertes olés que provocan los sensacionales muletazos de aquel niño maestro, quien además de dominar con desahogo al sandieguino le corta las orejas y el rabo y es llevado en hombros hasta El Universal Taurino...

Carlos Quirós había llevado a Federico M. Alcázar a El Universal Taurino como corresponsal en Madrid a la muerte de Ángel Caamaño El Barquero, lo que me sugiere que compartían maneras de ver la fiesta y de lo que he leído de la obra periodística de Alcázar, también compartían entendimiento de la misma. No puedo afirmar, porque carezco absolutamente de medios o versiones para hacerlo, que también participaran de los mismos métodos para someter a los toreros a sus mandatos, como el caso que Guarner narra respecto del Belmonte Rubio, pero sí distingo muchas coincidencias en su proceder.

El padre de Armillita se acogió a los buenos oficios de Rafael Solana Verduguillo - director de El Universal Taurino - para difundir los logros de sus hijos toreros. Por supuesto, eso no le encantó a Monosabio, que por su labor periodística diversa a la taurina, se había constituido en una especie de oráculo táurico en los círculos del poder.

Si sumamos a eso la celosa inquietud que produjo en quien hasta poco tiempo antes era el número uno, es decir Rodolfo Gaona, la resultante será que la opinión de Carlos Quirós será siempre la de buscar el prietito en el arroz, la de resaltar los desaciertos en lugar de proclamar las virtudes y a fe mía, que después de leer la crónica de Alcázar, ese sentimiento es el que le transmitió su amigo.

En esos antecedentes, paso a transcribir íntegra la crónica aparecida en El Imparcial de Madrid, del día 7 de junio de 1932 y como ya lo he señalado firmada por Federico M. Alcázar:

La octava corrida de abono

Historia de un recurso
Una gran faena de Armillita
Reaparición de Fuentes Bejarano

Carta Abierta

Para "Monosabio" crítico taurino de Méjico

Amigo Quirós: Perdone si algún retraso lleva ésta completamente involuntario. Me ha sobrado deseo y gusto, pero me ha faltado tiempo.

Recibí la suya en la que me pedía confidencialmente una impresión de la temporada en España. Hasta hoy no he podido hacerlo. Tampoco encontré oportunidad.

Ahora lo hago aprovechando las últimas corridas, que son las más interesantes. Como lo que voy a decirle me interesa que lo conozca el público, se lo mando por conducto de EL IMPARCIAL, que es el periódico a que está usted suscrito.

La temporada, amigo Quirós, va siendo deficiente, tirando a mala. Como casi todas las temporadas. Por los toros, peor que por los toreros. Han salido media docena de reses notables. Pero el término medio ha sido manso, ese tipo de manso con el que no es posible el lucimiento.

Lo más interesante de la temporada ha sido una corrida celebrada recientemente, en la que Bienvenida y Ortega han dado una gran tarde de toros. Ha sido un clásico y brillante mano a mano, con sabor de época y salsa de competencia. Dos toreros jóvenes de opuestos estilos y escuelas.

Creo que si en la repetición tienen suerte formarán partido. Ambiente ya tienen. También debo hablarle de Barrera, a quien usted conoce sobradamente.


Barrera ha vuelto de Méjico que «jumea», y está saliendo a éxito por corrida. Y como detalles reveladores, no como cosa plena y lograda, debo apuntarle los nombres de La Serna y Solórzano, que nos han servido el mejor toreo de capa de la temporada.

Pero lo más interesante y ruidoso por los comentarios apasionados que está suscitando, es un recurso que está empleando Ortega con los toros quedados y que, a juzgar por los síntomas, van a seguirlo los demás toreros con todos los toros. Pero no es esto lo malo. Lo peor es que el público, a juzgar también por los síntomas, lo va a aplaudir sin reparar si el recurso es adecuado al toro. Esto es lo interesante y lo que da valor al recurso. Pero como hoy la gente ha perdido, no sólo la afición, sino la simple curiosidad y va a los toros como a otro espectáculo cualquiera, cada día sabe menos de estas cosas y juzga las corridas por impresión, aplicando a toros y toreros un criterio simplista. Antes se dejaban orientar por la crítica; pero ahora creen que saben más que críticos y toreros. Y esto es lo grave, porque cada día les sorprende una cosa que ellos creen una novedad y luego resulta que tiene en el toreo un antecedente histórico de treinta años.

El recurso a que me refiero es éste: cuando un toro está muy quedado y no embiste al cite natural se le sesga al pitón contrario, adelantándole las «bambas» de la muleta al hocico y enganchándolo. De esta forma se le hace parar. A esto, como usted sabe, se le llama en términos taurinos «jalar del toro». Recurso para los toros que no vienen, que no se arrancan al cite natural. Este recurso, empleado con los toros prontos, a los que basta pisarles el terreno para que se arranquen, es una pamplina innecesaria y hasta una ventaja porque al toro bravo hay que dejarlo llegar, parar y aguantarle, que este es el valor supremo. Todo el mérito que tiene en los toros quedados de corta arrancada lo pierde con los bravos de arrancada larga y franca.

Pero este recurso tiene una historia que usted seguramente recordará.


Fuentes fue el primero que empleó este recurso con la mano derecha Fuentes, que era la quinta esencia de la elegancia, le llegaba a los toros muy cerca con la muleta en la mano derecha. Hacía el cite natural meciéndola un poco. Si el toro no acudía, la retiraba y entonces su figura adquiría aquélla pose majestuosa y elegante, mezcla de señor y de gitano. Volvía de nuevo a citar: ¡Ja! Y al no acudir por segunda vez adelantaba un paso y le echaba la muleta al hocico, enganchando al toro y haciéndole pasar hasta donde le daba de sí brazo y muleta, mientras la figura permanecía quieta y erguida. Eso lo hacía con los toros quedados. A los que, colocado en su terreno, embestían pronto no había necesidad.

Pasó el tiempo, y un día Gallardo, el apoderado de Vicente Pastor, hablando de Fuentes, le dijo a Vicente:

— «Oiga usted, Vicente, ¿por qué usted, que tiene tanta facilidad para torear con la mano izquierda, no prueba a hacer lo que hace Fuentes a los toros quedados con la derecha?»

— «No sé si resultará —respondió Pastor—, Lo probaré, porque es un recurso lucido y eficaz».

Y lo probó. Ya recordará usted cómo tomaba los toros Pastor. Les salía andando lejos - así decían que lo hacía Frascuelo, que, a pesar de su fama, no creo que aventajara como torero a Vicente — para irlos fijando. Se paraba dos o tres veces y cuando les llegaba desplegaba la muleta. Si el toro acudía al cite natural, consumaba el pase; pero si no embestía, le andaba un paso más y le adelantaba la muleta al hocico, enganchándolo y haciéndolo pasar. El pase lo remataba siempre por alto.

Después, lo hizo Belmonte. Yo recuerdo habérselo visto hacer a varis toros, entre ellos a uno de Albaserrada. Y últimamente el malogrado Gitanillo de Triana se lo hizo con el capote varias veces a un toro de Murube, en Sevilla. Apelo al testimonio de don Clemente de Oro, que lo presenció conmigo. De este recurso, como de otras muchas cosas del toreo, hablamos diariamente una peña de aficionados, Y uno de ellos, que es tocayo mío, estando con Ortega en Salamanca, después de verle torear magistralmente una vaca, cuando el animal había quedado agotado y no podía con el rabo, le dijo: «Déjala que se refresque y échale la muleta al hocico, verás cómo todavía la puedes torear». Y la toreó como Ortega torea. Y a partir de ese momento no tropieza con toro quedado que no le eche las bambas, el enganche y provoque el entusiasmo.

Lo que hace Ortega con los toros quedados, lo que debe hacerse cuando se tiene valor para ello, quieren hacerlo los demás toreros a los toros que no lo necesitan y este es el error. Error que no debe compartir el público. Lo malo de estos recursos es que andando el tiempo la fuerza de la costumbre los convierta en usos, y esto es deplorable, Es deplorable porque del uso al abuso no hay más que un paso, recurso para la suerte de recibir fue el volapié. Luego surgió otro recurso: el paso atrás. Después otro: perfilarse fuera del pitón, que engendró el cuarteo. Y así, de concesión en concesión, hasta el paso de banderillas, Total que la suerte de recibir se perdió y el volapié también, pues ahora es cuando verdaderamente vuelan los pies. Ya veremos si los de ese mozo de Chiclana que se llama Gallardo se están quietos. Hay que tener mucho cuidado no se repita el caso lamentable que acabo de apuntar. Que por abusar de un recurso se pierda una de las tres cosas matrices y puras del toreo: el pase natural. Por eso doy la voz de alarma en América por conducto del crítico más autorizado.

El domingo empleó este recurso Armillita innecesariamente, pues era un toro bravísimo de los llamados de bandera para los toreros, que cuando le pisaban un poco el terreno se arrancaba veloz. Y, naturalmente, el público se entusiasmó más por este detalle que por los pases naturales en sí. La gente no reparó que el toro no necesitaba de este recurso para torearle reposadamente al natural. Y esto no es por restarle mérito a los cuatro pases naturales, que fueron colosales. Los muletazos con la mano derecha me gustaron menos. Pases sueltos, por alto y en redondo de los llamados estatuarios, pero perdiendo la muleta tres veces. Una faena monumental, que desbordó el entusiasmo, pero un poco sosota, desangelá, de ave fría; un guiso suculento, pero sin sal. Ya conoce usted a Armillita. Pinchó cuatro veces y le dieron la oreja. En el sexto, que se lidió bajo un aguacero no hizo nada. Le mató de un sablazo. Banderilleó en toro de la oreja con facilidad y finura.

En esta corrida reapareció Fuentes Bejarano, No había figurado en el primer abono y volvió en el segundo. También conoce usted a Bejarano, Torero valiente y dominador. Pertenece a ese grupo de toreros machos que ostentan una divisa, la divisa que fue siempre la más limpia ejecutoria del toreo: la hombría. Le tocaron dos buenos mozos. El primero se declaró manso. Después de lancearlo por verónicas ceñidísimas que se jalearon, le trasteó cerca y valeroso, para un pinchazo y una soberbia estocada en las tablas, jugándose la cornada. Gesto pundonoroso y bravo, que le valió una ovación con vuelta al ruedo. También se ajustó con el capote en el quinto, que era un hermoso ejemplar con dos pitones que daban miedo. La faena fue breve y emocionante. Seis pases altos y de pecho valerosísimos, seguidos de un macheteo entre los pitones para una estocada desprendida. Otra ovación con vuelta al ruedo v petición de oreja.

Fortuna, borroso y gris toda la tarde. Unos lances al primero, algunos muletazos por bajo y una estocada en el cuarto hábilmente colocada. Poca cosa. Y nada más. Como nota final le diré que los toros fueron de la viuda de Pepe Aleas. Una corrida admirablemente presentada, en la que se lidió un toro bravísimo, ideal para el torero: el de Armillita. Un toro un poco blando para los caballos, pero para el torero excepcional. Los restantes cumplieron, haciendo una pelea desigual.

Un abrazo.

Federico M. Alcázar




Como podrán ver, con una gran soberbia - niega cualquier conocimiento al aficionado - Alcázar se empeña en desacreditar una faena histórica, haciendo un alarde de erudición, tratando de establecer – y creo que muy claro lo deja – que lo que Armillita hizo esa tarde, ninguna novedad era y que de haber dado otra lidia al toro, quizás – olvidando que el hubiera no existe – estaría comentando una obra más grande que la vista. Total, que no quedó contento don Federico ese día.

Sin embargo, me parece que así como con clarividencia unos años antes, vio el toreo que estaba por venir, cuando describió la faena de Chicuelo a Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero en ese mismo ruedo y en las mismas páginas de El Imparcial, ahora, sus ya invocadas filias y fobias no le permitieron ver quizás, un golpe de timón que un torero mexicano daba a la forma de hacer el toreo y que implicaba ya no el esperar la arrancada del toro, sino provocarla y obligarla a ir en una determinada dirección. Es decir, era la pieza del puzzle que faltaba, para completar lo que el torero nacido en Triana en la calle Betis, pero criado en Sevilla en la Alameda de Hércules había iniciado un lustro antes.

Y si no, léase nuevamente la crónica de Federico Morena, en la que describe con claridad la manera en la que hoy se torea de muleta:

…Echó el artista la muleta atrás y adelantó el cuerpo arrogantemente. Pisaba el terreno de los valientes. Entonces la muleta avanzó despaciosa, sin dudas ni vacilaciones, hasta dar suavemente con los vuelillos en el hocico de la res. Y vino la arrancada: una arrancada templadísima. El espada tiró del toro, y se lo llevó al costado, y dobló la cintura sobre el pitón, y obligóle a trazar con el espinazo una curva considerable…


El círculo se había cerrado, lo que inició Joselito con el toro de Martínez aquél de la encerrona madrileña, lo prosiguió Chicuelo con Dentista y Lapicero en México y Corchaíto en Madrid y lo remató debidamente Fermín el Sabio con Centello. Ese es, desde mi punto de vista, el real fondo de la faena y el real fondo de la aparente ceguera de taller de Alcázar, que influido por su amigo Monosabio, no supo, no quiso o no pudo ver lo que ante sus ojos se estaba culminando.

Grandes son los males que las visiones interesadas pueden causar a la memoria histórica de las cosas.

Ojalá que a pesar de su extensión, esta aportación les haya resultado de interés.

domingo, 5 de julio de 2009

5 de junio de 1932, Plaza de Toros de Madrid: Armillita y Centello de Aleas (I)

La página 3 del diario La Época de Madrid, en su edición del sábado 4 de junio de 1932, contenía el siguiente anuncio:

DIVERSIONES PÚBLICAS: Plaza de Toros de Madrid. – Mañana domingo, se celebrará la octava corrida de abono, lidiando toros de Aleas las cuadrillas de los aplaudidos diestros «Fortuna», Fuentes Bejarano y «Armillita Chico». La corrida empezará a las cinco.


Ese anuncio me permite traer a la mesa de los recuerdos – y quizás de las discusiones – una faena que se considera como una de las más importantes que se han realizado en las plazas de Madrid. Era la octava corrida del abono y se anunció una corrida de la Viuda de Aleas para Diego Mazquiarán Fortuna, Luis Fuentes Bejarano y Fermín Espinosa Armillita, en tarde entoldada y que terminó con un fuerte aguacero.

Armillita tuvo padre y hermanos mayores toreros. Se le califica de superdotado, intuitivo y como torero largo, por el extenso repertorio de suertes y recursos que desplegaba en la lidia, amén del conocimiento que rápido adquiría de las condiciones de los toros en el ruedo. Era un eficaz estoqueador y cuenta en su haber el honor de que nunca se le fue vivo un toro en su carrera. Se le parangonó con José Gómez Ortega, Joselito o Gallito por su precocidad torera y su excepcional sabiduría. Al final, se le reconocería como El Maestro de Maestros.

El jovencísimo diestro mexicano – tenía apenas veintiún años – se encontraba en la línea de ascenso en su carrera ya en el cuarto o quinto año de alternativa, según se contara el tiempo a partir de la que Antonio Posada le diera en El Toreo de la Ciudad de México o de la que su hermano Juan le diera en Barcelona. La realidad era, independientemente del aspecto cronológico, que se en Fermín se gestaba un torero que sería un modelo para su tiempo y el que estaba por venir y que en las tres temporadas siguientes, sería la cabeza de su escalafón en España y en México.


La corrida de Aleas salió con complicaciones. De los seis toros, dieron posibilidad de lucimiento el quinto, al que cortó una oreja Fuentes Bejarano y el sexto, Centello, al que Armillita cortó, según la mayoría de las crónicas, una oreja, aunque alguna le adjudica el otorgamiento de dos trofeos auriculares. El eje de esta faena fue el toreo al natural. Tan lo fue, que la crónica de Federico Morena en El Heraldo de Madrid se titula El ilustre naturalista azteca y en su médula expresa lo siguiente:

...Ya teníamos a Fermín armado de muleta y estoque. Un pase de tanteo con la derecha. ‘Centello’ tomó el engaño rectamente. Y la muleta pasó airosamente a la mano zurda. No era el noble bruto pronto a la arrancada. Y el torero supo aprovechar esta circunstancia para imprimir a la faena más relieve, mayor brillantez. Echó el artista la muleta atrás y adelantó el cuerpo arrogantemente. Pisaba el terreno de los valientes. Entonces la muleta avanzó despaciosa, sin dudas ni vacilaciones, hasta dar suavemente con los vuelillos en el hocico de la res. Y vino la arrancada: una arrancada templadísima. El espada tiró del toro, y se lo llevó al costado, y dobló la cintura sobre el pitón, y obligóle a trazar con el espinazo una curva considerable… ¿Es así como se torea al natural? La plaza crujió en un alarido de asombro. Y otra vez la muleta avanzaba, y prendía al bicho, y tiraba de él, dominadora, triunfante. ¡Y así hasta cinco veces! Cinco naturales perfectos. ¡Lástima grande que cortara la faena! Toro y torero seguían guardando el mismo ritmo, y la faena por naturales pudo haberse prolongado indefinidamente. ‘Centello’ era toro de quince o veinte naturales…

Pero la muleta pasó a la otra mano. Conste que no censuro. Lamento únicamente. El artista quiso, sin duda, dar variedad a la faena. Propósito muy laudable. Sin embargo, desmereció un poco esta segunda parte. No ciertamente por culpa del torero. Es que por este lado no entraba el toro en el engaño con tanta suavidad, y más de una vez se llevó la muleta en los pitones. Hubo, empero, excelentes pases por alto y en redondo, sin perder el espada un solo instante la más perfecta naturalidad en la ejecución.

Aún volvió unos instantes la muleta a la izquierda para esculpir – buril prodigioso – varios naturales, tan acabados, tan meritísimos como los de la primera serie…

Y cuando, al final, buscaba el adorno, al dar un pase afarolado le atropelló el toro y le derribó, la muleta, a la que tan sumiso estaba ‘Centello’, distrajo al noble astado y evitó milagrosamente un percance…

La faena se había prolongado un poco más de lo conveniente, y cuando se acordó Fermín de que tenía que matar encontrándose con la desagradable sorpresa de que el bicho, agotado, echaba la cara al suelo. Y pinchó cuatro veces, bien que todas ellas mirando al morrillo y con deseos evidentes de matar bien.

La faena, o, si lo prefieren los exigentes, la parte de ella destinada al toreo por naturales, produjo tan excelentísima impresión en el público, desató de tal modo sus entusiasmos, que apenas dobló el toro no hubo pañuelo que no saliese agitadamente del bolsillo para pedir el supremo galardón para el supremo artista. Y el presidente se apresuró a concederlo. Participaba, sin duda, de los mismos entusiasmos…


La breve relación de la faena en el diario La Época, del día 6 de junio, dice al respecto:

…Armillita Chico hizo en el sexto toro una de las faenas mejores que se hayan hecho en el ruedo madrileño, dando toda clase de pases. El toro estaba ya agotado, y a la hora de matar no permitió el lucimiento, pues era difícil buscarle la igualada. Con el capote había intervenido Armillita siempre bien. Cortó dos orejas y fue sacado en hombros…

Por su parte, en El Siglo Futuro, también de Madrid, se consigna esto:

…Al último toro, el único bueno, Armillita Chico lo toreó lucidamente de capa. Le banderilleó muy bien, e hizo con la muleta una magnifica faena con pases naturales y altos tan extraordinarios que a pesar de haber pinchado cuatro veces, se le concedió la oreja y se le paseó a hombros por el ruedo…


Cierro esta parte de los recuerdos con la apreciación de F. Asturias, que en la sección Sangre y Arena del semanario madrileño semanario Estampa del 11 de junio de ese año, relata:

…Como "Armillita" toreó el sexto toro es muy difícil mejorarlo. A imitación de Ortega, echó la muleta atrás, teniendo avanzada la pierna contraria, y luego, lento, solemne, la hizo avanzar hasta dar con ella en el hocico del toro y prenderle en la muleta para tirar suavemente del embebido animal. Fue una serie de seis o siete naturales perfectos. Pasó la muletilla a la derecha y, erguido y ajustado, hizo otros tres o cuatro irreprochables. Luego, siguió por altos, volvió a los naturales ligados con el de pecho, a los molinetes y afarolados, a los de la pierna... ¡Qué sabemos cuántas y cuan admirables cosas hizo! Un éxito, una consagración de artista.

Pinchó tres veces y terminó con una, llevándose el acero. Pues bien; cómo habría toreado que le dieron la oreja y lo sacaron en hombros.

Un triunfo definitivo en Madrid...

Como podemos darnos cuenta, la totalidad de los relatos transcritos refieren lo extraordinario del toreo al natural de Armillita, lo establecen como el eje de la faena y como el medio para despertar el entusiasmo de la concurrencia a la Plaza de la Carretera de Aragón.


El Maestro Armillita, me consta, porque se lo escuché en persona, recordaba esta faena, junto con la de un toro Clavelito en Barcelona en 1934, como una de las más acabadas de las que realizó en su carrera, aunque lo contaba siempre con un dejo de desilusión, porque decía que aunque se le reconocía haber hecho algo que no tenía antecedente, a su apoderado Domingo González Dominguín, solo le fue posible ajustarle 22 contratos esa temporada, aunque también con justificado orgullo señalaba que entre 1933 y 1935, fue él matador de toros que más toreó en España y en México, un caso que difícilmente podrá ser igualado.

Decía arriba que también narró el festejo para El Imparcial su cronista titular Federico M. Alcázar, quiero presentar a Ustedes esa crónica también, pero por su contenido, extensión y otras implicaciones que creo que presenta, pienso que conviene hacerlo por separado.

Aldeanos